Muchos temas de los que hablar en el día de hoy: la conmemoración del asesinato de Monseñor Angeleli, el frustrado aborto de la chica discapacitada violada, el pedido de cambio de sexo para Nati... uf, y tantos otros que han ocupado mi mente desde ayer...
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Sin embargo, me he decidido a hablarles de "Vientos de Agua". Para los que no han podido verla, una pena. Muy pocas veces la televisión nos ofrece un producto de alta calidad como este, tanto en relación al guión, como a la dirección, el reparto, las actuaciones, la fotografía, los escenarios... Una verdadera obra de arte creada por Juan José Campanella y protagonizada (nada más y nada menos) por Héctor Alterio, su hijo Ernesto Alterio y Eduardo Blanco, tres actores argentinos talentosísimos, secundados por un elenco que no les va en saga.
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La historia comienza en la década del '30 cuando, entre disputas políticas y sociales, Andrés parte desde Asturias hacia la Argentina, en busca de un futuro. De manera casi simultánea, se empieza a contar la historia de Ernesto, el hijo de Andrés, que (setenta años después) parte desde Argentina hacia España con las mismas esperanzas. En un caso, una España devastada por la pobreza y amenazada por la guerra civil expulsa a sus hijos, que son acogidos por una Argentina pujante y ostentosa. En el otro, una Argentina devastada por la desocupación, la corrupción y la falta de oportunidades expulsa a los hijos de aquellos inmigrantes, que son recibidos por una España recelosa y primermundista. Dos historias que son, en realidad, millones de historias. Una por cada ser que llegó a nuestras tierras, provenientes de diversas latitudes, en procura de una vida mejor. Una por cada uno de los que, por igual motivo, tuvieron que irse de su patria.
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En todos los casos, el desarraigo es insoportable y deja el alma hecha jirones. El adiós a la familia, a los amigos, a los lugares. El encuentro de una cultura diferente en la que uno no termina nunca de encajar hasta convencerse de que siempre será un extranjero, con la excepción de los más fuertes, esos que lograron vencer a la melancolía a costa del olvido. Porque el olvido es la única manera de poder sobrevivir, de poder recomenzar y renacer en una geografía que no es la de uno.
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A medida que se sucedían los capítulos, mi alma toda se iba encarnando en ese Ernesto que nunca logra dejar atrás su historia en Buenos Aires y que nunca conoció la historia asturiana de su padre. Por otra parte, también me pude poner en los zapatos de ese Andrés que, para poder seguir, tuvo que dejar atrás los recuerdos, que al fin y al cabo eran suyos y solo suyos.
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Alguna vez quise ser Andrés pero jamás pude pasar de Ernesto. Y aun hoy, creo que me he convertido en una especie de Ernesto perfeccionado. Mi marido suele cuestionarme este continuo mirar hacia atrás, este no poder olvidar. Y yo lo entiendo porque sé que pertenecemos a generaciones muy diferentes. La mía estuvo iluminada por los resplandores de los ideales sesentistas. La de él, por el pragmatismo del tercer milenio.
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Lo he dicho muchas veces: yo no sé olvidar. Jamás he podido cerrar los ojos y ver, detrás de mí, "la senda que nunca se ha de volver a pisar". Para mí, la vida es un enorme edificio que he ido construyendo paso a paso y con la colaboración de tantos y tantos que merecen mi reconocimiento. Nunca he aceptado aquello de que "no hay caminos, sino estelas en la mar".
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En mí (y sólo en mí), olvidar es traicionar. Dejar de lado a los que me amaron, a los que me ayudaron e incluso a los que pusieron escollos en mi camino, equivale a negar mi esencia misma, que es el resultado de una maraña de circunstancias sin las cuales yo no sería yo, sino otro. Y como (a pesar de los pesares) estoy orgulloso de mí, no puedo menos que agradecer a todos los que contribuyeron en mi construcción y, del mismo modo, solidarizarme (hermoso concepto) con los que permiten mi participación en su obra personal.
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Por eso, cada cual maneje sus acciones como lo considere correcto. No está en mí el deseo de juzgar. Pero no me pidan que traicione mis principios. Solidaridad y gratitud son las dos caras de una misma moneda. La única moneda que tiene valor dentro de mi sistema capitalista personal. Estoy seguro (y orguloso) de que los que han compartido su vida conmigo podrán dar testimonio de lo que digo.
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"Vientos de Agua" ha culminado, en medio de la polémica, por la poca importancia que el propio canal que la produjo le otorgó en cuanto a horarios y difusión (cosas del marketing y demás lacras de los tiempos que corren). Pero los que tuvimos el privilegio de seguirla desde el primer capítulo hemos podido reafirmar la certidumbre de que mirar hacia atrás no significa quedarse inmóvil. Antes bien, es un modo de afirmarse en el terreno para dar el próximo paso.
2 comentarios:
Parte de nuestro pasado es ahora el presente.. y lo que somos ahora se lo sebemos a ese pasado y a todo lo que en su momento lo rodeó.. pero creo (en mi opinion muy personal) algunas cosas del pasado debe ser algo como una diario en algun lugar muy especial de nosotros.. donde acudir de vez en cuando para recordarnos de donde venimos y hacia donde vamos pero alfin y al cabo en algun lugar donde solo nosotros podamos acudir a ella. Hay cosas que si acaso se le cuentan a la pareja actual se cuentan una sola vez.. y darle a lo actual el espacio y lugar que merece.. al fin y al cabo es el presente lo que estamos viviendo.. y de ello depende como estemos a futuro.
ya te dejo con tanto roolo pero muy bueno tu flog de hoy como siempre..
Que tengan (tu y vic) un excelente fin de semana..
besos desde México
azeneth.escobedo@gmail.com
Me fascinó la miniserie.. muy profundos sus contenidos y lloré como una perra cuando mostraron los nacimientos de Andrés II y de Ernesto.
Sabés que en España se armó un revuelo terrible (lo leí en un blog de un argentino viviendo allá) por el despelote que armó la tv española (no recuerdo que canal lo daba) con respecto a los cambios de horario (cosa que acá hicieron al final). Allá lo pasaban de horario central de un fin de semana a un dia de semana a las 4 de la tarde, o cosas así.
Por otra parte, te cuento, nunca me fui de la Argentina por convicción: no podría vivir (a no ser que fuera una situación forzada) fuera de mi lugar, de mi familia, de mis amigos. Soy extremadamente pegada a todo eso: a los olores, al barrio, a las costumbres y a veces pienso si no estaría muchísimo mejor en otro lado de lo que estoy hoy aquí. Anyway, creo que lo de "no ver la senda que nunca se ha de volver a pisar" es para unos pocos privilegiados. Y contando que tengo una memoria privilegiada, creo que hubiera vivido llorando por todo lo que dejé atrás.
Beso grande
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