jueves, 28 de octubre de 2010

Pedacitos de mí


Durante los primeros cuarenta y ocho años de mi vida me he enfrentado muchas veces a los dolores de la muerte. He perdido a casi todas las personas que he amado entrañablemente y yo sigo aquí, con mi propia muerte susurrándome al oído y un pedacito de las muertes de cada une de elles que me ayuda a no olvidar.

Llevo dentro de mí a mi padrino Fernando. Él me quería tanto, tanto, que nunca tuvo necesidad de decírmelo con palabras. Le bastó con brindarme una sonrisa, con tomarme de la mano en las noches de invierno cuando yo insistía en acompañarlo a pasear el perro y con ser el único que me respondió siempre con la verdad, por dura que fuera.

Llevo dentro de mí a mi hermano Alberto. Él sabía mejor que yo mismo quién yo era. Y lo sabía porque su amor hacia mí era tan grande que le había permitido ver más allá de lo evidente. Él me enseñó que los demás existen, que vivir es mucho más que respirar. Y como si fuera poco, un día, después de haber cagado a piñas a uno que me había dicho puto, vino y me abrazó con tanta fuerza que su abrazo todavía me abriga.

Llevo dentro de mí a mi amado Jorge. Él supo enseñarme con el ejemplo el poder de la pasión y del amor puesto en marcha. Tanto amor y tanta pasión que todavía arden en un rinconcito de mi pecho.

Llevo dentro de mí a mi bisabuela que, viejita como era, demostraba a cada instante que vivir vale la pena. Ella fue la imagen misma de la sabiduría y de la dignidad. Una mujer que nunca habrá de recibir los suficientes agradecimientos. Su legado fue tan enorme que nada cuanto pueda uno decir abarcaría su grandeza. Ella ha cubierto con palabras y, sobre todo, con ejemplos, la orfandad en la que nos sumió su partida.

Llevo dentro de mí a mi Virginia. Muy, muy dentro de mí. Porque, si bien nunca pude estrecharla entre mis brazos, ella fue la encargada de darme la noticia de que no todo se acaba. Porque ella me enseñó que no hacen falta fotos para recordar. Porque, como su padre, la amé desde mucho antes de haberla conocido y la sigo amando, mucho tiempo después de haberla perdido.

Llevo dentro de mí, por supuesto, a mi madre. Ella, que supo tener tantas y tan diametralmente opuestas opiniones sobre casi todo, pero que me amó tanto, tanto, que siempre se las arregló para sostener mi mano cada vez que fue preciso. Su muerte representa para mí, sin ninguna duda, el más grande de los dolores que me ha tocado sortear. Un dolor que no cesa y no descansa. Un dolor extraño que se vuelve fuerza cada vez que, a punto de desfallecer, me recuerda que siempre se puede un poco más, que los brazos siempre deben estar dispuestos a dar pelea. Una grosa mi vieja. Ella, que siempre regresa de la muerte para darme aliento cálido.

La muerte de les que amé me ha quedado dentro. Porque con cada une de elles se fue un pedacito de mí, conformando esos huequitos que me han quedado en el alma y que no se pueden llenar.

Y a fuerza de ser tantos y tan grandes los vacíos, uno se cree que se ha convertido en un experto en estas lides. Uno juega a reforzar la armadura y llega a convencerse de que el cuero se endurece. Como si el alma pudiera maquillarse. Como si la mirada fuera tan obediente como la palabra...

Esta mañana de fines de octubre, me despierto con la noticia de la muerte de Néstor y, en un primer momento me dije: “Pucha, ¡qué cagada!”. Pero nada más.

Sin embargo, no sé cuándo, algún clic hizo crac dentro de mí y discutí con la vieja facha que vive al lado cuando me dijo que era un día de festejo. Raro, muy raro en mí, que con el paso del tiempo he dejado de pelear con las personas que no me interesan. Y después, con el paso de las horas, la memoria fue haciendo lo suyo.

Recordé un país en llamas y mi partida a Chile, anímicamente exiliado, casi vencido y con hiel en vez de sangre. Muches de nosotres éramos muertes en vida y, en mi caso, busqué la resurrección allende los Andes, a falta de posibilidades de cruzar el charco. Recordé (¡pucha que recordé!) y el pecho se me empezó a estrujar como un lampazo. Y entonces apareció la primera lágrima. Me pregunté por qué lloraba y, mientras seguía llorando, recordaba que Néstor fue el timonel de aquel barco que se hundía. Recordé y las lágrimas no paraban de salir. No paran de salir.

Estoy seguro de que eso es lo que nos hace falta: RECORDAR. Porque el solo hecho de haber sido Néstor el único capaz de salvarnos de aquella tragedia que fue el 2001 bastaría para que todes les argentines y todes les extranjeres que aun viven y disfrutan en nuestro país le estuviéramos eternamente agradecides. No fue sencillo pero NADIE puede afirmar honestamente que el país que nos deja es peor que el que recibiera. Honestamente digo, porque ya todes sabemos que el caranchaje vernáculo no suele detenerse en ese tipo de cuestiones éticas.

No voy a detenerme en panegíricos que no me nacen y que a nadie le interesan viniendo de un don nadie como quien suscribe. Baste con decir que, a lo largo de esta tarde, tan soleada y cálida, sigo llorando como hacía mucho no lloraba. Tal vez porque me estoy poniendo viejo. Tal vez porque se ha producido el milagro de ser aun más maricón de lo que ya era. Tal vez porque la muerte me resulta cada día, cada hora, cada minuto, más cercana y menos ajena. Tal vez porque hay un poco de cada cosa... o tal vez porque soy un tipo agradecido. Porque fue Néstor el único que reavivó (aunque más no fuera un poquitito) la ilusión de aquella patria que me pintaban de pequeño: aquella Argentina socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana que muches han olvidado.

Las lágrimas siguen aquí, tan saladas como firmes. Y aunque parezca mentira, ahora caigo en la cuenta de que no son solo de tristeza (esa tristeza profunda que más de una vez me ha carcomido la esperanza). También hay algo de alegría y (repito) mucho de gratitud y mucho de ilusión. Solía decir Néstor que no importa quién lleve el palo, que lo que importa es la bandera, y estoy seguro de que Cristina tiene los ovarios suficientes para encarar con éxito a las hienas que, a partir de mañana, van a volver a olisquearle la yugular. Les que tenemos dignidad deberemos estar ahí, siempre al pie del cañón, y en todo momento tener presente que la única batalla que se pierde es la que se abandona.

Esto es todo por hoy. Desde las cálidas y misteriosas callecitas de la Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que hoy rinde homenaje a Néstor Kirchner, un hombre que merece todo mi respeto y admiración. Tanto que, transitando ya mi cuadragésimo noveno año de vida, otro pedacito de mí se va con él.


viernes, 23 de julio de 2010

Cosas



Cosas de niñes

Los dos teníamos apenas doce años y una osadía que rayaba la temeridad. Aunque (visto ahora a la distancia) en lo nuestro había mucho de inocencia. Lo habíamos hecho por primera vez en una tarde lluviosa, mientras mi familia pasaba horas y horas haciendo la fila para ver el cuerpo del recién fallecido General, expuesto en el Congreso Nacional. Para elles, la espera había sido desesperante y desgarradora. Para nosotros, un prematuro y seductor salto al vacío. En medio de la noche, alumbrados apenas por la tenue lamparita de la mesita de luz, Jogi, a falta de uno dorado, tomó un marcador Sylvapen color naranja (de esos que venían adornados con florcitas) y me dibujó un anillo en el dedo anular. “Desde hoy somos novios y algún día nos vamos a casar” me dijo. Yo lo miré sin entender mucho lo que me estaba diciendo, pero cuando lo comprendí no pude reprimir la carcajada. Claro que él también se rió. Pero de todas maneras me extendió la mano para que yo le dibujara un anillo en su dedo y quedara de ese modo sellado nuestro compromiso.

Estoy hablando del año ’74, cuando el sexo era apenas un descubrimiento reciente pero no así la certidumbre de ser diferentes.

En los siguientes doce años, todo fue confuso y descontrolado. Nuestra relación tuvo muchas idas y venidas (como sucede en cualquier vínculo adolescente) pero el ’86 nos encontró unidos, aunque ya sin esperanzas. En su vida había aparecido el fantasma de una enfermedad casi desconocida hasta entonces y, después de haberlo cuidado amorosamente cada vez que lo vencía la fiebre y la debilidad, después de haberle perdonado todo el dolor que me causara su “espíritu libre”, después de haber logrado que las enfermeras del Muñiz hicieran la vista gorda y me dejaran visitarlo en terapia intensiva “como si fuera su esposa”, después de todo ese sufrimiento y de ese escarnio, encima tuve que rogarle a su familia para que se hicieran cargo de los restos e impidieran que fueran enterrados en la fosa común. Para la ley yo no era nadie.

Veinticuatro años han pasado desde entonces y cuántas cosas han cambiado.

Cosas de soñadores

Hace apenas unos días, meses después de la media sanción de la Cámara de Diputades, el Senado de la Nación finalmente ha convertido en ley la modificación del Código Civil que hubiera hecho realidad los sueños de Jogi. Esta semana, la Presidenta procedió a la correspondiente promulgación mediante un acto solemne en la Casa Rosada. Pero para llegar a eso, hubo que recorrer un largo (muy largo) camino a través del cual fue menester enfrentarse a les detractores de siempre e incluso a les que, desde dentro mismo de la comunidad homosexual argentina, pusieron palos en la rueda.

Cuando se logró la aprobación de la Ley de Unión Civil en la Ciudad de Buenos Aires, tan solo pensar en el Matrimonio Igualitario era una estupidez (si no una locura). Les mismes dirigentes que habían impulsado la medida negaban por entonces la importancia de un casamiento legal para nosotres les LGBT, aduciendo que no se trataba de un tema que formara parte de nuestra agenda. Y lo hacían con tanta convicción que muches nos tragamos el sapo y desestimamos la idea. Hasta que otras voces se hicieron oír.

Vale aquí un corto paréntesis para hacer un mea culpa: yo fui une de aquelles que apoyaron la postura de la eses dirigentes. Sin dudas, basado en mis propias necesidades, supuse que el derecho a contraer matrimonio carecía de peso para la opinión pública homotransexual. Craso error. Primero, porque atribuí a toda la diversidad sexual una postura que era meramente personal. Segundo (y mucho más grave de mi parte), porque fui incapaz de percibir la discriminación flagrante contenida en esa exclusividad de la palabra “matrimonio” para las parejas heterosexuales.

El cambio empezó a gestarse en el 2005, con el surgimiento de un discurso diferente (que pretendía darle a las palabras su justo valor) y la posterior creación de la FALGBT. Recuerdo un encuentro en Rosario en el que quedó más que claro que el Matrimonio Igualitario era una reivindicación imprescindible para el respeto de nuestra dignidad. Muchas personas opinaron que lo propuesto por la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans era una utopía, que era algo que nunca se lograría, que la sociedad argentina no estaba preparada para semejante giro, que el poder de la iglesia católica no lo permitiría, que el conservadurismo de las provincias lo hacían inviable... y ya lo ven: habemus legem.

Cosas de la gratitud

La estrategia me pareció novedosa: forzar a la sociedad a tomar partido mediante los amparos y la mediatización del reclamo. Luego supe que no era una idea original (puesto que replicaba los caminos andados por las organizaciones españolas) pero no por eso era menos válida. Las pruebas al canto.

Surgieron así algunos nombres que, sin dudas, aparecerán en los libros con los que han de estudiar en un futuro nuestres hijes y nietes. María Rachid y Claudia Castro fueron las que hicieron punta y luego vinieron muches más presentando amparos y desenmascarando una legislación vergonzosamente discriminadora.

He oído por ahí muchas veces que con la aprobación de la Ley del Matrimonio Igualitario se ha hecho historia en nuestro país y en nuestra región. Y, además de estar de acuerdo con ello, me pregunto si María, Claudia, Alex Freyre, José María Di Bello, Alejandro Vanelli, Ernesto Larrese, Norma y Cachita y las demás parejas que presentaron amparos o lograron la certificación de sus matrimonios por vía judicial son conscientes del rol trascendental que les ha tocado desempeñar en esta gesta verdaderamente revolucionaria. No creo estar exagerando. ¿Se dará cuenta Esteban Paulón de que nada de esto hubiera sido posible sin su ciclópeo trabajo en el interior del mismo palacio legislativo? ¿Sabrá Bruno Bimbi que su tezón, su compromiso, su erudición y su claridad de conceptos, además de su indiscutida idoneidad periodística, fueron un cimiento irreemplazable para el logro de este objetivo, pilar de los muchos que todavía quedan por delante? ¿Tendrán conciencia de lo invalorable de su trabajo tantes militantes de tantísimas organizaciones vinculadas a la FALGBT, muchas de ellas conformadas a raíz de esta nueva perspectiva que unes poques fueron capaces de instaurar en el debate nacional? No tengo respuesta para estas preguntas porque me es imposible entrar en la psiquis de cada quien pero, ante la magnitud de la labor por elles realizada, se me hace que un simple “GRACIAS” no alcanza para transmitir la gratitud. Yo, que me considero también un defensor del valor de las palabras, no encuentro todavía alguna que esté a la altura de las circunstancias.

Cosas de gente digna

No faltará quien me tilde de “absorbecalcetines” pero muches de les que menciono saben que la complacencia no es, ni de lejos, algo que me caracterice. Alex, por ejemplo, preside la institución en la que trabajo y nadie ignora nuestras diferencias. Sin embargo, sería yo un malnacido si no reconociera el valor de su actuación a lo largo de estos arduos cinco años de pelea. Aguerrido, fiel a los principios impuestos por la defensa de nuestras dignidades, dueño de una claridad y un dominio de la palabra verdaderamente envidiables, sus apariciones en público no podían menos que generar mi orgullo y mi admiración. Es una de las pocas personas que conozco capaces de fumar bajo el agua y hoy celebro que hayamos podido contarlo de nuestro lado usando sus “poderes mágicos” (sutileza seudohumorística que me permito para no tratarlo derechamente de “bruja”, jeje).

En un sentido similar me animo incluso a valorar y felicitar la actitud de SIGLA. Por todes es sabido que esta organización, una de las “hermanas mayores” entre las defensoras de los derechos de la diversidad sexual, no apoyaba inicialmente el proyecto de Matrimonio Igualitario. Incluso llegó, hace algunos años, a presentar en el Congreso Nacional un proyecto de ley que buscaba la instauración de la tan mentada unión civil. Como elles, otras “hermanitas mayores” tomaron caminos similares pero sin iniciar campañas de concientización nacional ni encarar un esfuerzo orientado al tratamiento de la norma en el recinto. Pero a diferencia de estas, SIGLA reconoció la importancia del trabajo que la Federación estaba llevando adelante y, dejando de lado las discrepancias pretéritas, se unió a la cruzada sin afán de protagonismo (lo cual, si diéramos por cierto el prejuicio que preconiza el divismo propio de nuestra comunidad, no sería moco de pavo). A mi modesto entender, la institución dirigida por el querido Rafael Freda dio cátedra de integridad y es justo que se diga.

Por fortuna, en nuestra comunidad homolesbotrans estamos todes unides y tiramos todes para el mismo lado. Es impensable la existencia de una organización capaz de conspirar desde las sombras en contra de nuestros propios intereses; capaz de presentar, en medio del encarnizado debate por el matrimonio, un proyecto de unión civil que restaba fuerzas a los planteos de la FALGBT y regalaba argumentos a nuestres detractores; capaz de aprovechar cada cámara encendida para ensalzar lo denodado de la lucha, asumida como de su exclusiva pertenencia e invisibilizando el esfuerzo de les federades... Sabemos todes que eso nunca podría acontecer en nuestra comunidad translesbohomosexual argentina. ¿A quién se le ocurre pensar en la existencia de alguna organización capaz de remitir a las agencias de noticias un resumen del proceso histórico que desembocó en la aprobación de la ley sin mencionar a les verdaderes artífices de la medida (léase la FALGBT)?. Si une quisiera ser cizañere, diría que es una lástima que estas cosas no sucedan porque, de haber sido posibles, la actitud de SIGLA hubiera sido infinitamente más meritoria.

Cosas de laburantes

Hace semanas que vengo escuchando y leyendo numerosas comparaciones con otros hitos de nuestra historia, de esos que marcan un antes y un después en la vida de un país. En la radio, la televisión y los medios gráficos se habló de la primera ley de matrimonio civil, de la ley de educación universal, de la instauración del voto femenino, de la ley de divorcio y otras más que no me vienen ahora a la memoria. Cada una de ellas mereció, en su momento, un debate muy similar al que ahora se generó en torno a nuestro derecho a contraer matrimonio, utilizando curiosamente les opositores casi los mismos argumentos que esgrimieron en esta oportunidad. Algo así como “objeciones multifunción” que sirven para oponerse a todo aquello que vaya en detrimento de los intereses de unes poques. De esto se ha comentado hasta el hartazgo. No obstante, hay un detalle para nada nimio que casi nadie ha mencionado.

Mientras el divorcio y el voto femenino, por ejemplo, eran logros que se caían por sí solos (pues nadie cuestionaba su legitimidad más allá de los límites de la propia mezquindad machista o la conveniencia de clase y todes sabían que, a la larga, sería un beneficio para las mayorías), la modificación del Código Civil que habilita el matrimonio en términos igualitarios para toda la sociedad fue el resultado de la unión y el esfuerzo mancomunado y pudo lograrse a fuerza de convicción y tenacidad. Más allá de lo que pueda decirse por ahí, la sociedad argentina no nos ha regalado nada. Muy bien pagada tenemos cada lágrima de felicidad que, de ahora en más, podamos dejar caer ante la emoción del objetivo alcanzado. No le debemos nada a nadie. Es cierto que les verdaderes artífices del “milagro” son las personas que participaron activamente de la gesta. Pero no es menos cierto que cada une de nosotres tiene una mínima cuota de merecimiento a fuerza de aguante frente al oprobio, la desvaloración y los riesgos inherentes a ser quienes somos en una sociedad como la nuestra. Riesgos y padecimientos pasados, presentes y también futuros, porque no debemos engañarnos: este ha sido solo el primero de los pasos pero en modo alguno representa un punto final para la discriminación. Los que se avecinan son tiempos que estarán signados por la continuidad de la lucha. Es mentira que ya seamos ciudadanes de primera. Hemos logrado apenas uno de los objetivos para que esto pueda concretarse. En adelante, deberemos ir por la Ley de Identidad de Género, garantía del derecho a la identidad y a la inclusión social a las personas trans y de su acceso a tratamientos y cirugías de reasignación de sexo. También nos espera la culminación de la guerra contra los códigos de faltas y la instauración de una educación que incluya la temática de la diversidad sexual desde una perspectiva respetuosa hacia quienes la vivimos. Aunque no todo son leyes. Una vez que el marco legal nos ampare en todas nuestras necesidades, tendremos que trabajar para que la sociedad toda haga suyo el respeto por lo diverso. Y cuando digo “la sociedad toda” también nos incluyo a nosotres, las personas LGBT que, en eso de discriminar, no le vamos en saga al común de la gente. ¡Menudo laburo el que nos queda por delante!

Cosas de viejes

Son las seis de la madrugada y yo sigo frente a la compu. A mi lado, mi marido duerme incómodo (la luz encendida, mi carraspera, los ruidos inevitables) y en la ventana me parece ver el reflejo de la sonrisa de Jogi que, después de veinticuatro años no se cansa de regresar una y otra vez para recordarme la inocencia de un sueño adolescente. Veinticuatro años que parecen nada y, sin embargo, marcan la diferencia entre el que fui y el que soy. No sé si puedo considerarme hoy más sabio que entonces pero tanto traqueteo a une le da chapa para creer que sí. Y una de las cosas que me han quedado claras con el paso del tiempo está relacionada con la importancia que tiene la memoria.

¿Quiénes fueron les que bregaron arduamente por la instauración del divorcio vincular? ¿Quiénes les que estuvieron en contra? ¿Alguien les recuerda? Yo no y ese es mi error, mi grandísimo error (uno entre tantos).

Hagamos un esfuerzo por no olvidar lo que ha sucedido en este año del Bicentenario. No olvidemos lo actuado por Vilma Ibarra, Silvia Ausburguer, la gente de la FALGBT y las demás organizaciones que acompañaron el proyecto. No olvidemos lo que vendrá en favor de nuestras reivindicaciones. No olvidemos las palabras de Luis Juez (“Los derechos humanos no pueden reconocerse en mensualidades”) ni las de tantos legisladores que comprendieron nuestros reclamos de un modo cabal y genuino. No nos olvidemos del diputado socialista Eduardo Di Pollina, el primero en hacerse eco de nuestras necesidades en el Congreso. No nos olvidemos de María, de Alex, de Bruno, de Esteban. ¡No nos olvidemos de Nicolás Alesio! La lista es larga, una larga lista de personas a las que debemos estar por siempre agradecides. Lamento ser injusto y no mencionarles a todes pero comprenderán que ya he pasado varias horas sin dormir y que estoy viejo.

No olvidemos a quienes han permitido las alegrías presentes.

Pero tampoco olvidemos a quienes nos las hicieron, nos las hacen y nos las harán ver negras (ni a les ajenes ni a les propies). Bergoglio, Aguer, Negre de Alonso, Chiche Duhalde, el diputado impresentable de apellido Olmedo, la diputada CHotton, Cecilia Pando, ¡la Legrand!... Otra lista larga. La consigna es NO OLVIDARLES tampoco a elles. Pero en este caso no con espíritu de revancha sino con la certidumbre de que nunca estarán de nuestro lado y siempre harán cuanto puedan para perjudicarnos. Elles sí buscarán cobrarse la derrota. Por eso, el buen ejercicio de la memoria tiene dos caras: la gratitud y prevención.


Esto ha sido todo por hoy. Desde las frías callecitas de la siempre misteriosa Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Viktor Huije, un cronista de su realidad que hoy vive la fortuna de pertenecer a una sociedad más justa, aunque todavía falte tanto por hacer.


martes, 13 de julio de 2010

CRÓNICA DE UN FRACASO



UNA HISTORIA DE PRIVILEGIO

Cuando mi madre tenía cinco años, sus tíos varones (simples obreros del Ingenio de Lules, en la Tucumán de los años ’30) hicieron un verdadero esfuerzo y le regalaron una muñeca de porcelana, que era algo así como la Play Station de aquellas épocas. Desde ese día, “la Emmita” se transformó en “la changuita de la muñeca” porque iba a todos lados con ella. No se separaba ni un instante y no dejaba que nadie la tocara. Incluso dormían juntas y hubo una única vez en que se separaron.

Fue un fin de semana en que la abuela y toda la cría viajaron a La Banda (provincia de Santiago del Estero) para el casamiento de una parienta. Dicen que mi mami, cuando la subieron al sulki, chillaba como chancho que llevan al degüello porque la muñeca quedó en la casa al cuidado del tío Manuel, poco afecto a las reuniones familiares. Y mientras la familia estaba en el casorio, el tío recibió la visita de un compadre que llegó acompañado por la mujer y la hijita. Como la nena se aburría entre les mayores, don Manuel no tuvo mejor idea que prestarle la muñeca de porcelana. Cuentan que la niña no salía de su asombro y sentía una alegría que no le cabía en el cuerpito. Lejos de lo que seguramente estarán pensando, a la muñeca no le sucedió nada. La hijita del compadre fue tan cuidadosa que incluso la peinó y le ató el cabello con una de sus propias cintas, dejándosela de regalo cuando se fueron.

El domingo por la tarde, la familia regresó a la casa y mi mamá prácticamente se tiró del sulki para correr junto a su muñeca. Nadie le prestó mayor importancia pero, mientras bajaban todavía los bártulos que traían del viaje, un grito escalofriante les alteró la calma. “¡Algo le pasó a la Emmita!” pensaron todes y corrieron hacia el interior de la casa. Fue entonces cuando presenciaron lo que nunca hubieran imaginado: mi madre (con sus escasos cinco añitos a cuestas) estaba en el quicio de la puerta que daba a la habitación, morada de furia y sosteniendo su muñeca por los pelos. “¿Qué pasó?” le preguntaron les mayores y mi dulce y tierna mami respondió:

– La muñeca ERA mía.

Eso fue lo único que dijo antes de arrojar su antiguo tesoro a las brasas.


¿LO DEJAMOS AHÍ?

Muches dicen que yo soy un tipo jodido. Obvio que yo no lo comparto. Pero, de ser cierto, queda claro que lo que se hereda no se roba. Al menos no en mi caso. ¿Podrán decir lo mismo les jerarcas vaticanos?

Recordaba esta pintoresca anécdota familiar la otra noche, cuando Alex Freyre y Osvaldo Bazán participaron del programa de Mariano Grondona para tratar el tema del Matrimonio Igualitario, tema omnipresente por estos días en nuestra comunidad.

El programa en sí no presentó ninguna innovación. Fue más de lo mismo: argumentos sólidos por parte de les defensores de la ley y puros dislates prejuiciosos por parte de les detractores. Les naranjas expusieron la batería completa. Si no tuviese nada más importante que hacer en este momento, me detendría a analizar con detenimiento el desarrollo del debate. Pero puedo asegurarles que, tal como están las cosas, hasta las declaraciones de Belén Franchese me resultan más interesantes. Sobre todo porque los seudoargumentos en contra son los mismos que se utilizaron históricamente para justificar numerosas y ecuménicas aberraciones.


EL REINO DE LO NATURAL

Desde el principio de esta dilatada discusión (la concerniente al tratamiento de la Ley de Matrimonio Civil Igualitario), la cúpula vaticana y sus numeroses acólites (de todo talle y ralea) han asegurado que la idea de un matrimonio entre personas homosexuales atenta contra la “ley natural”.

¿Cuál será esa ley a la que hacen referencia? ¿Acaso el matrimonio es un contrato intrínseco a la naturaleza humana? ¿Nuestres tatarabueles cavernícolas ya se casaban en el interior de oscuros socavones, apenas alumbrades por antorchas improvisadas con troncos y grasa de mamut, formando familias monogámicas y patriarcales, tal como lo establece la “naturaleza occidental y cristiana”? Por lo poco que sé, no es así. La idea de matrimonio es un contrato cuyas características dependen de la civilización en la que se establece. Incluso hay culturas en las que no existe tal cosa. Pero aunque así fuera, aunque el matrimonio fuera natural y exclusivamente heterosexual, ¿por qué tendría que importarnos? La cultura tiene la cualidad de modificar las realidades y lo que hoy es válido tal vez mañana ya no lo sea y todes felices. O me van a decir que es natural andar vestido. Si las ropas fueran tan naturales como se pretende, les niñes nacerían al menos con pañales (si tiene huevitos con pañales celestes y si no, con pañales rosa... si la cosa está dudosa, a tirar la monedita). ¿Es natural cocinar los alimentos? Yo creo que no hay nada menos natural que los tantísimos adelantos de la ciencia que, hoy en día, nos permiten ver imágenes por la televisión, enviar un mail, recibir un transplante de órganos... y la lista sigue hasta el infinito. Nada de esto es natural y, sin embargo, no solo lo aceptamos y regulamos su uso (y abuso) por medio de la legislación, sino que nuestra vida moderna resulta inviable sin estos recursos tan alejados de la naturaleza humana.

Por el contrario, sí son naturales, por ejemplo, el amor y el odio. Como todo sentimiento, estos forman parte de nuestra “natural” esencia humana. Sin embargo, les oscurantistas de siempre proponen hoy suprimir el amor de muches y para ello necesitan legalizar el odio de algunes.

Se le atribuye a Woody Allen aquello de que la naturaleza está sobrevaluada y por eso, cuando a él le dan ganas de pasar un día de campo, se encierra en su habitación a fumar y ver televisión hasta que se le pasen. A mí me sucede algo similar pero, más allá de ello, sería importante empezar a abrir los ojos y salir de la modorra en que hemos estado sumergides durante los últimos veinte siglos. Que al fin y al cabo, lo natural en realidad es lo puramente animal y de eso les enemigues de la Ley de Matrimonio Igualitario tienen mucho (me perdonen les animalites, que no tienen la culpa de una comparación de mi parte tan a lo bestia).


ADORADORES DE IMÁGENES

La niñita que quemó la muñeca, veinticinco años después de aquel hecho tan peculiar, dio a luz a quien suscribe. En ese momento, estaba sola pues el responsable biológico de la criatura (muy heterosexual él) no se bancó la responsabilidad que le infringía su paternidad. O sea (para que se entienda bien), mi vieja crió a sus hijos durante muchos años con total y absoluta prescindencia de la tan valorada figura paterna. “¡Claro! (dirá más de une distraíde) Por eso es que el hijo le salió rarito”. Pero resulta que doña Emma tuvo dos hijes más, criades en idénticas condiciones (con distintos tipos heterosexuales que a la postre resultaron ser del mismo tipo). En total tres: dos varoncitos y una nena. Salvo yo, mis dos hermanes son irreprochablemente heterosexuales y se educaron en el seno de la misma familia. ¿Es el caso de la mía único y excepcional? Les niñes ¿necesitan en verdad una mamá y un papá?

Si uno resultara gay por el solo hecho de no haberse criado cerca de su padre o resultara lesbiana por haber carecido de contacto con su madre, ¿cómo justificaríamos la existencia de aquelles homosexuales que sí han tenido uno y otra, les dos en simultáneo? ¿No será que el árbol de los prejuicios nos está tapando el bosque de lo razonable? Si llegáramos a esa conclusión, sería sencillo descubrir que la constitución de un matrimonio entre dos hombres o entre dos mujeres y la consecuente habilitación para adoptar en pareja no representa ningún atentado contra los intereses superiores de les niñes. Más bien todo lo contrario: a partir de la aprobación de la Ley, eses niñes adoptades por personas homosexuales (niñes que ya existen, que no son una entelequia) gozarían de los mismos derechos que hoy están reservados exclusivamente a les hijes de matrimonios o parejas de hecho, heterosexuales.

Y ahora que hago referencias a “las parejas de hecho” caigo en la cuenta de la necesidad de resaltar algo que no siempre queda claro: el matrimonio no tiene nada que ver con la formación de las familias. Las familias (sean mono, homo o heteroparentales) existen con y sin contrato de por medio. Claro que en el caso de las monoparentales ni necesidad que tienen de tal convención. Pero en el caso de las homoparentales, aquellas en las que hay papá y papá o mamá y mamá, la posibilidad del matrimonio resulta imprescindible para que sus hijes dejen de ser hijes de segunda en relación a les hijes con mamá y papá. Hablo de herencia, de manutención... en fin, de todas las protecciones que otorga la ley de matrimonio a les críes de las familias anaranjadamente permitidas.


UNA “NEGRE” REVOLUCIÓN

Es mucho más lo que se puede decir acerca de la necesidad de contar con una nueva Ley de Matrimonio que incluya a las parejas de personas homosexuales. Pero se me ocurre que ya todo se ha dicho y hay quienes han explicado la validez de nuestro reclamo con mayor pertinencia e idoneidad.

Pero lo que no deja de sorprenderme es la capacidad de les detractores para buscar nuevas y curiosas (léase “oprobiosas”) formas de oposición.

Con un descaro que ya le envidiarán aquelles que viven de la transa y de la estafa, la senadora Negre de Alonso (en lo sucesivo “la Negre” puesto que me niego a mancillar otra vez la dignidad de su cargo y mucho menos a llamarla “señora”) logró que la comisión que preside introdujera en el debate la existencia de una ley de unión civil que carecía de entidad hasta entonces. Lo más descarado fue el modo en que presentó semejante mamotreto ante la prensa. “Es una legislación REVOLUCIONARIA” dijo, sin que se le cayera la cara de vergüenza. Claro que, para que esto fuera posible, primero debería haber tenido algo que pudiera caerse. Su sola presencia al frente de la Comisión de Legislación General es una falta de respeto. Es como dejar las ovejas al cuidado de un lobo hambriento.

La legislación que pretende ser la llave que le permita a nuestra comunidad entrar en el mundo del siglo XXI, a los ojos de la Negre, es “lo que toda la sociedad está reclamando” y no es en absoluto una norma discriminatoria. Solo es un proyecto que instaura reglas especiales para las parejas homosexuales. En su articulado establece que el matrimonio es para les heteros y la unión civil es para les homos. Está claro que o no fuimos lo suficientemente clares con eso de “los mismos derechos con los mismos nombres” o, a su parecer, no formamos parte de “toda la sociedad”. Su propuesta no solo no nos da los derechos que venimos reclamando desde hace años, sino que nos quita algunos que ya tenemos y podemos ejercer sin cerrojos judiciales. A saber: el derecho a la adopción y a la fertilización asistida. Pero ¡ojo! Que solo nos los quita a nosotres les homosexuales. Les heterosexuales seguirán gozando de sus privilegios... y algunes de elles también “gozándonos” (y no hablo de placer específicamente). Además, como si fuera poco, todos los derechos que “naturalmente” recaen en la consolidación del matrimonio (herencia, bienes gananciales, inclusión en la obra social, la posibilidad de tomar decisiones en caso de enfermedad de la pareja y un lago etcétera) serían aplicables a nuestras uniones solo en el caso en que procedamos a contratos adicionales. Pero si resulta ser que algún empleado o funcionario que esté a cargo de validar estos contratos, incluso el de la misma unión civil, no gusta de nuestras elecciones afectivas tendrá ¡el derecho! a negarse a cumplir con sus funciones. Objeción de conciencia que le dicen. Pero a no preocuparse que este bastardeo jurídico no es, desde ningún punto de vista, un proyecto discriminatorio.

Sin embargo, la Negre no me inspira confianza (sí, soy así de jodido). Hoy nos niegan el matrimonio e intentan imponernos la unión civil. ¿Mañana se les ocurrirá también esterilizarnos? ¿Saldrá algún día la ley que nos niegue la patria potestad y nos prohíba todo contacto con les hijes biológiques que algunes ya tentemos?


LA MUÑECA QUEBRADA

Lo dije en varias oportunidades y lo sostengo: estamos a punto de ser testigues de un hecho histórico. Ya sea que mañana, 14 de julio de 2010, se apruebe o no la modificación del Código Civil que habilita nuestros matrimonios sin recurrir a los amparos.

Si les senadores aprueban la ley, será un día histórico y ganaremos todes les argentines (aun aquelles que se oponen) porque nuestro país dará el primero de los pasos hacia una sociedad más justa y respetuosa de sus ciudadanos.

En caso contrario, el 14 de julio pasará a ser una patética efemérides, el triste recuerdo de una oportunidad desperdiciada, de una postergación inútil y caprichosa. Será la fecha de una pérdida para todes. Incluso para les naranjas, que en su ciega negación de la realidad serán también incapaces de ver su propia muñeca resquebrajándose en las brasas. Para elles, esto no es más que una mezquina lucha de poder. Pero sostener a cualquier precio ciertos privilegios suele, a la larga, ser más costoso de lo que puede suponerse a simple vista.



Esto ha sido todo por hoy. Desde las heladas callecitas de la siempre misteriosa Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que (por más palos que pongan a la rueda) sabe que Bergoglio, Aguer, la Negre y toda la caterva naranja podrán frustrar momentáneamente nuestras esperanzas, pero llegará el día en que se hará justicia. Solo pueden postergar nuestro triunfo. Su fracaso es inexorable.

martes, 29 de junio de 2010

Como en el 83


Por si hay alguien que todavía no esté enterade, yo soy una de esas personas a las que ya les cuesta un poco apagar todas las velitas de un solo soplido. Decía mi bisabuela que lo malo de los años no es que pasen sino que se quedan y ciertamente no dejo de admirar día tras día la gran sabiduría de la vieja. Pero así como el paso del tiempo nos suma tragos amargos y abolladuras varias en la carrocería, no se puede negar que también suele regalarnos momentos que quedan por siempre grabados en un rinconcito privilegiado de nuestro corazón. Y en épocas de bajón, cobijarnos bajo su rescoldo es una sana costumbre. Bueno, para ir al grano, la noche de ayer, 28 de junio de 2010, fue uno de esos momentos para mí.


Disculpen si exagero

El 10 de diciembre del 83, con mis veintiuno a punto de caducar, fue la primera vez que sentí algo semejante. Tras la tragedia de la dictadura, asistíamos todes les argentines al inicio de una nueva era, teníamos la certeza y la alegría de que por fin algo estaba cambiando para mejor. Sin llegar a comprenderlo cabalmente (consecuencia lógica de la edad), las promesas del alfonsinismo me hacían llorar de emoción y parecía que, de allí en más, nada sería imposible.

Ya sé que la comparación puede que no sea todo lo feliz que une quisiera pero (soslayando el triste final de aquella primavera de la boina blanca), los tiempos que corren reviven una esperanza similar a la de entonces y encienden una brasita nueva que quedará guardadita, esperando el día en que necesite acurrucarme para contrarrestar el frío. Supongo que muches de les que ya peinan canas o se las tiñen (con o sin pudores) me acompañarán en este sentimiento.


Los perros de presa

Desde que les integrantes de la FALGBT iniciaron esta movida por lograr la modificación del Código Civil para que la legislación argentina se ponga a tono con el siglo y permita, sin ambages, el matrimonio universal, les tristes personajes que se oponen a la medida (con la diputada CHotton a la cabeza) han recurrido a los más bajos y vergonzosos argumentos. Por fortuna para nosotres, la postura contraria a la defensa de nuestros derechos es tan arbitraria y caprichosa que resulta fácil de rebatir en cualquiera de sus planteos de odio. Porque detrás de todo esto no hay más que odio y desprecio por lo que somos, por lo que expresamos y por lo que nos atrevemos a sentir con orgullo.

Se nos ha dicho que la homosexualidad es antinatural, que somos pervertides, que somos incapaces de dominar nuestros instintos primarios, que pretendemos la extinción de la especie, que buscamos obligar al mundo a adoptar nuestro modo de vida (como si tuviéramos solo uno y no cada cual el suyo), que somos la encarnación del demonio... uf... tantas y tantas barrabasadas que es imposible y hasta de mal gusto enumerarlas. Durante estos meses hemos sido testigues y destinataries de las acusaciones más mendaces y oprobiosas por parte de gentes que defienden una causa medieval. Personas supuestamente instruidas, propagadores de un discurso con más pretensiones que sustancia, alzando la voz en la tribuna pública y señalando con el dedito, segures de tener siempre la verdad. Sobre todo cuando esa verdad encarna lo más ruin y miserable del ser humano. Individues cuyas manifestaciones toman ribetes cada vez más violentos en la medida en que saben que van perdiendo la partida (aunque el reconocimiento de nuestros derechos no ha sido jamás un juego).


La noche de San Juan

El caso de la provincia cuyana de San Juan sea tal vez el más representativo de esta cruzada oscurantista contra una Argentina más digna. La manipulación de las audiencias públicas, las presiones indecorosas de las iglesias (sobre todo la católica, tan pontificia ella) sobre sus cautivos feligreses, las inauditas resoluciones del poder político, los avasallamientos a los derechos más elementales de las personas involucradas en la reivindicación de lo que nos corresponde (hablo de acoso policial, amenazas para nada veladas, allanamientos caprichosos, el secuestro de los equipos de sonido para la marcha y un largo etcétera) demuestran que estos personajes nefastos están decidides a llegar a las últimas consecuencias con tal de lograr sus objetivos. Loable la tarea de Fernando Baggio y les chiques de La Glorieta que, apoyades por la gente de la FALGBT, han podido y sabido ponerle el pecho a las balas. No es moco de pavo en una provincia en la que pareciera que el tiempo se ha detenido en la época de la colonia, con inquisición y sus propies Torquemada incluídes.


Las patas de la mentira

Y esta gente está dispuesta a todo. No les quepa la menor duda. La mejor prueba la dio la diputada CHotton que intentó embarrar la cancha al aseverar que se está tratando la “ley de matrimonio homosexual con adopción”. Patética estratagema muy bien neutralizada por Alex Freyre y María Rachid en un programa televisivo. Porque les integrantes de la comunidad LGBT no solo tenemos la capacidad de tener nuestres propies hijes biológiques (es un despropósito decir, como lo he escuchado, que por ser homosexuales somos estériles) sino que, además y por si esto fuera poco, las leyes de adopción actualmente vigentes no nos impiden adoptar. La FALGBT se ha encargado de dejar esto en claro ya en diversas oportunidades y no voy a redundar en el asunto.

Lo que sí vale la pena repetir una y otra vez hasta el hartazgo es el más férreo repudio contra la desvergüenza y la total falta de escrúpulos de la diputada CHotton que, embanderada en sus mentiras, no deja de recorrer los canales de televisión en pos de seguir propalando la peste de su homolesbotransfobia.


Ladran, Sancho

Cualquiera podría decir que “por fortuna” pero en realidad es “por justicia” que las voces de las catacumbas vaticanas y los puños de los prejuicios fachos, con su tan diversa variedad de tristes y reprimidos grises, están cada día más solos en medio del colorido de la verdadera diversidad, la que permite que todas las tonalidades coexistan en la misma paleta. La manifestación de esta noche del 28 de junio así lo demuestra. Miles de personas embanderadas tras una sola consigna, la de exigirle al Senado (y por ende al Estado) que apruebe de una buena vez la modificación del Código Civil que toda la población necesita para poner fin a la bochornosa situación de discriminación a la que nos ha relegado hasta ahora.

Aparecen entonces voces desde todos los ámbitos de la cultura y el arte popular voceando nuestras consignas. Consignas que no son solo nuestras. Voces incluso de algunos sacerdotes que marcan la diferencia a la hora de poner en claro quién es quién en el “reino de dios”. Cómo no mencionar las palabras del cura cordobés Nicolás Alessio para quien la homosexualidad no solo no es un pecado sino que se trata más bien de “un don de dios”, en tanto manifestación de lo diverso en el mundo que Él mismo ha creado. Queda claro que, cuando une quiere ser honeste, no hay cabida para las medias tintas.

Y así como hay quien la tiene clara, otres alzan aun más la voz y empuñan sus armas para dar batalla hasta las últimas consecuencias por más que saben que defienden una causa perdida. Les faches, con sotana o sin ella, están nervioses porque saben que el tiempo se les acaba y que el viento les sopla en contra.


Hasta el infinito y más allá

Me decía un amigo, después de la concentración en la Plaza de los Dos Congresos, que (tal como están las cosas y en función del consenso social que ostentamos) somos imparables. Evidentemente, presa de un triunfalismo para nada reprochable, la euforia lo lleva a ver como una realidad concreta ya no solo la modificación del Código Civil sino también la Ley de Identidad de Género, la legalización del aborto responsable, la derogación de todos los códigos contravencionales que penalizan la homosexualidad y el travestismo, etc., etc., etc. Y no le faltan razones. Por mi parte (y parafraseando al benemérito Hugo Moyano) prefiero no almorzarme la cena y esperar a que el próximo 14 de julio al menos treinta y siete senadores levanten la mano a la hora de votar afirmativamente por la aprobación de la nueva ley de matrimonio. Después, paso a paso, irán llegando las demás reivindicaciones. Sin embargo, comparto su optimismo y nadie puede negar que estas reformas cuentan con un amplio consenso social.

Como nunca hasta ahora, una concentración convocada por una organización LGBT ha reunido a les referentes de los más diversos sectores de nuestra sociedad, desde los partidos políticos, sindicatos y movimientos sociales hasta destacades representantes del arte y de la cultura. No faltaron las banderas ni los cánticos de la más diversa índole y todo el mundo se unió en un solo reclamo. Semejante apoyo no puede menos que enorgullecernos y llenarnos de gratitud. Sin embargo, representa además un gran desafío para nuestra colectividad LGBT.

Ahora que la sociedad en su conjunto nos ha tendido su mano, es de esperar que, de aquí en más, nuestras organizaciones asuman a su vez el compromiso de una mayor participación en la cosa pública, dando el presente toda vez que sea necesario para aunar nuestras voces con las de aquelles que reclamen por derechos no reconocidos. “Una mano lava la otra” podrán decir por ahí pero no se trata aquí de un mero juego de conveniencias. Se trata ante todo de un momento histórico en el que es preciso aunar fuerzas con el único norte de la justicia plena.



Justo a tiempo

A pesar de los pesares, debemos ser conscientes de que somos seres privilegiades. Tal vez este concepto nos quede más claro a quienes hemos crecido en el mundo menos permeable a las olas de progreso que precedió al que hoy nos permite soñar con un futuro mejor, pero es imprescindible que nos hagamos cargo de los tiempos que corren y tomemos el toro por las astas. Estamos ante un punto de inflexión tras el cual podremos gozar de la dignidad que nuestra humana condición nos impone.

Y dichas reivindicaciones no han de venir solas porque no es casual que lleguen en este año del Bicentenario. Queda claro que el punto de inflexión involucra también a la aprobación de la ley de medios, el creciente consenso a favor de los derechos humanos, la postulación de las Abuelas de Plaza de Mayo para el Nobel de la Paz, los juicios por la memoria y (¿por qué no?) la confirmación del delito de apropiación por parte de doña Ernestina. Y si la selección de fútbol gana el campeonato mundial, CARTÓN LLENO.


Esto es todo por hoy. Desde las callecitas de la siempre misteriosa Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que en la noche de ayer ha sido partícipe de una fecha histórica y no tiene dudas de que llegará el día en que se acabe esa costumbre de discriminar.


domingo, 20 de junio de 2010

¿Cómo es eso de ser padre?


El pasado fin de semana viajé a Entre Ríos en representación de la Fundación Buenos Aires Sida donde trabajo y allí recibí un mensaje de texto de mi marido contándome que había pasado una tarde muy divertida. Pregunté la causa pero ya todes sabemos lo jodides que somos les maricas, jeje. El muy infame no quiso largar prenda (nota al margen: utilizo estos términos solo para verificar si lee lo que escribo). De otro modo no se explica eso de enunciar apenas el título de una noticia cuando no se está dispueste a desarrollarla en sus detalles.

Tuve que esperar a mi regreso para enterarme solo de una parte de lo sucedido: se había encontrado con mis hijes con el objetivo de comprarme el regalo del Día del Padre.

En los días previos, algunos indicios me daban la pauta de que algo estaban tramando. Una semana antes, él había recibido un misterioso llamado telefónico de mi hijita y al día siguiente (como quien no quiere la cosa) me preguntó, camino al supermercado, qué querría yo que me regalara para esta fecha.

- ¿Y por qué me vas a comprar vos un regalo si yo no soy tu padre? –respondí.

Ya sé que no está bien eso de responder con otra pregunta pero es una buena táctica para sonsacar información clasificada. Lo malo es que, después de convivir durante tanto tiempo, une termina por descubrir las tretas utilizadas por el otro y estas dejan de ser eficientes.

- Le hubieras pedido un celular nuevo –opinó mi amigo Marcelo pero, conocedor del especial talento de mis vástagos para hacer desaparecer cada billete que cae entre sus manitas (talento heredado de un servidor, para ser honesto) y de las escuálidas finanzas ostentadas por mi cónyuge, descreí sin pensarlo dos veces de la posibilidad de que algo así sucediera. Lástima, porque en verdad me está haciendo falta un teléfono móvil que funcione cuando lo necesito. Tal vez por esa causa supuse que podía intentarlo de alguna manera sutil.

Al jueves siguiente, justo el día en que viajaba a Entre Ríos, acompañé a mi hija al dentista y las cosas se dieron exactamente como yo esperaba. La llamé un par de veces para recordarle nuestra cita y, como suele suceder a menudo, no me respondió la llamada. Ante mi reclamo, su réplica fue la de siempre: la culpa era mía.

- Es TU teléfono –me dijo- Muchas veces decís que me llamás y el mío no suena. A ver, hacé la prueba.

Lamentablemente para ella, esa vez sí sonó. Pero antes de que comenzara con las excusas y el tema de fondo se diluyera en el éter, fui directo al grano:

- ¡Bueno! Si es culpa de mi celular, tenés la oportunidad ideal para quedar bien con papito si me comprás uno que funcione.

Su contraataque fue efectivo e ingenioso (debo reconocer que es otro talento heredado de papito):

- Ok. Mañana mismo me pongo a trabajar (imaginate de qué) para juntar en una semana los setecientos pesos que cuesta un teléfono nuevo.

Me tardé algunos segundos en reaccionar pero al fin la abracé y le dije:

- Hijita, yo no pretendo algo tan sofisticado. Con algo más baratito me conformo. Aunque no te subestimes: con lo linda que sos podés ganar ese dinero en una sola noche... ¡PERO NI SE TE OCURRA INTENTARLO!

Y ella sonrió con esa maravillosa luminosidad que me recuerda lo privilegiado que soy. Porque tengo siempre muy presente que soy un tipo muy, pero muy, afortunado. Obvio que hay cosas que se saben y se sienten pero les adolescentes de hoy no siempre están dispuestes a admitirlo. Por eso, la siguiente afirmación de mi hija fue:

- Ay, papá, ¡con vos no se puede hablar!

Pero ella sabe muy bien que no es así. ¿Para qué estamos les padres si no para poder hablar con nuestres hijes de lo que es importante?

- A propósito, ¿necesitás preservativos?

- Ay, ¡¡¡papá!!!! ¿Para qué voy a necesitar yo preservativos?

Una señora sentada frente a nosotres y con aspecto de matrona evangelista nos miró con desaprobación.

- ¿Es necesario que te explique una vez más para qué sirven?

Esta vez la que me miró torcido fue mi hija. Y la frase que vino a continuación (con cara de Grecia Colmenares) fue una manipuladora treta femenina:

- Más que preservativos, necesito un novio...

- ¡Ja! Ahora me vas a decir que solo lo hacen por amor...

La salvó la campana porque justo en ese momento la llamó el dentista y yo me quedé solo en la sala de espera, frente a frente con la señora evangelista que no me quitó la mirada de encima ni por un momento.

Cuando salió de la consulta, ya era demasiado tarde para continuar la charla. Tenía apenas un par de horas para preparar el equipaje.

Tras mi regreso a Buenos Aires supe que, durante mi ausencia, ella, su hermano y mi marido se habían juntado para elegir mi regalo, que habían caminado durante horas sin decidirse, que se habían reído mucho con las payasadas que les tres suelen potenciar cuando se reúnen, que habían cenado en el Mc Donald’s... Y en cierta manera me dio un poco de pena no haber podido estar ahí: no es que no suceda nunca pero siempre cada vez que les veo juntos, mis tres amores, siento que tocar el cielo con las manos es tan sencillo como desearlo.

Ayer recibí el llamado de una periodista de TELAM. Con esto de la modificación de la Ley de Matrimonio mi número de teléfono parece estar en la agenda de todas las agencias noticiosas. Nada original, la periodista quería saber cómo se vive esto de ser gay y padre a la vez. Yo no tenía mucho tiempo (un grupo de adolescentes secundarios me esperaban para charlar sobre el vih), de modo que le conté sucintamente la historia que acabo de narrarles. Pero le aclaré que mi caso no es la norma. Nuestra sociedad está muy lejos de ser un paraíso para quienes ejercemos una sexualidad diferente. De serlo, los debates acerca de nuestros derechos (que llevan tanto tiempo batallando contra los prejuicios y las canalladas homofóbicas) ya serían parte de la historia. Le aclaré además que ser padre es una experiencia invalorable que no se puede traducir en palabras. Une puede caer en el lugar común, por supuesto, y declamar que es lo más maravilloso que le ha sucedido en la vida pero nada de lo que se diga será capaz de transmitir la verdadera magnitud del sentimiento. Nuestres legisladores y todes aquelles que obtusamente se niegan a admitir lo evidente deberían saber que nuestras diferencias comienzan y terminan en la cama. Incluso muches de aquelles heterosexuales que defienden nuestra causa suelen tener dificultades para comprenderlo. Más allá de lo sexual, somos seres humanes idéntiques al resto de les mortales y nuestro amor vale tanto como el que más.

Esto es todo por hoy. Desde las callecitas de la misteriosa Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que, en apenas unas horas, comprobará si sus tres amores han elegido un celular como regalo del Día del Padre. En verdad, con un gran beso y un más grande abrazo me conformo, pero... shhhhhh... que elles no se enteren, jeje.

lunes, 17 de mayo de 2010

De ciegues y de elefantes


Habrá sido allá por el ’66 ó ’67. Todavía vivíamos en Tucumán, en el barrio de Villa Urquiza, cerca de la cárcel,, en la casa de la bisabuela que albergaba a gran parte de la familia. Como gallina clueca, Doña Carmen cobijaba a hijes, nietes y bisnietes con la única condición de que se le permitiera hacerse cargo del cuidado de les más pequeñes. Y lo hacía muy bien. Mi vida (y supongo que también la de mis primes) habría sido muy diferente, si ella no se hubiera ocupado de mi crianza durante mis primeros años. Por lo pronto, esa tarde nos habló sobre les ciegues y les elefantes.

Mis primes y yo nos habíamos enojado furiosamente, unes con otres, por alguna razón que no recuerdo. Seguramente fue una tontería pero, a esa edad, hasta lo más intrascendente cobra dimensiones extraordinarias. Al principio, se mantuvo al margen pero, al ver que la situación se salía de madres, Doña Carmen intervino a su estilo:

- Imaginen a los changuitos que han nacido cieguitos. ¿Cómo pueden saber lo que es un elefante si nunca lo han podido ver?

La pregunta era por demás extraña pero nosotres ya estábamos acostumbrades a situaciones parecidas. Sin embargo, ella tenía ese don de captar nuestra atención. Cuando la bisabuela hablaba se detenía el tiempo.

- Los ciegos ven con las manos –dijo uno de los primos mayores.

- Ajá... Entonces el cieguito que se ponga junto a la trompa del elefante y la toque va a pensar que un elefante es una gran manguera... –todes nos reímos porque nosotres sí sabíamos cómo era un elefante- el que le toque la pata pensará que es una enorme columna, el que esté junto a la panza tendrá la impresión de que es una pelota descomunal... ¿Cuál de todos tendría la razón?

- ¡Ninguno! –dijimos algunes.

- ¡Todos! –aseguraron otres.

Fue entonces que Doña Carmen nos explicó que todes estarían en parte acertades y en parte equivocades. Conclusión de la bisabuela: la solución sería que todes expusieran sus propias impresiones y así todes tendrían un panorama más amplio de lo que es un elefante, o que se tomaran el trabajo de recorrer al animal para tener una idea más acabada. ¡Qué vieja sabia mi bisa! Por eso, cuando murió, sentí que una parte de mí se iba con ella. Aunque desde entonces la mantengo siempre viva en mis recuerdos.

Esta anécdota en particular me ronda la cabeza desde que empezó el debate fuerte por la Ley de Medios Audiovisuales y más recurrente se tornó con el de la modificación del Código Civil para permitir el Matrimonio Civil Igualitario. Y a medida que escuchaba o leía las diversas posturas, me daba cuenta de que muches de les involucrades en la discusión no eran más que ciegues tocando un elefante. Incluso aquelles que tienen una visión menos limitada y pueden ver más allá de sus manos. Cuánto más les que, pudiendo percibir la diversidad, se empeñan en negarla para defender sus privilegios e intereses sectarios. Mi bisa hubiera dicho que estes últimes son les más ciegues porque son incapaces de ver con el corazón. Yo tengo que hacer un esfuerzo para no emplear términos más fuertes...

Caso similar presentan otras discusiones como la política de derechos humanos, las medidas económicas, los códigos contravencionales, la corrupción, el aborto, la minería a cielo abierto, las relaciones internacionales y decenas de otros temas en los que la gran mayoría toca de oído. Lo malo es que, ante las reiteradas desafinaciones, nadie está dispueste a abandonar la orquesta.

Les integrantes de la llamada comunidad LGBT (si es que tal cosa existe) no estamos fuera de esa norma, lo cual refuerza la idea de que no deberíamos ser considerados de un modo diferencial. Aburre tener que repetirlo (incluso a les mismes integrantes de la cofradía, que solemos tender a sacarnos los ojos ante cualquier divergencia) pero somos tan diversos como el resto de la humanidad, con virtudes y defectos, aciertos y errores, dudas y certezas. Humanos, bah. Por eso resulta inadecuado meternos a todes en la misma bolsa y hacer de cuenta que todes hacemos, pensamos y sentimos del mismo modo. Y esta inconveniencia se torna infame maledicencia cuando se la emplea para demostrar, justamente, que la bolsa, con nosotres dentro, es una bolsa de gates.

En los últimos tiempos, he leído, escuchado y presenciado muchos (¡demasiados!) discursos orientados a poner de manifiesto diferencias que, a las claras, resulta improcedente si de derechos se habla. A ver si soy claro: el hecho de preferir a una persona de nuestro mismo sexo a la hora de ir a la cama (o donde fuere que une lo hace) no nos hace menos humanes. Resulta incomprensible que aun existan gentes aferradas a prejuicios medievales que siguen negando tozudamente una realidad que cada día es más y más patente. Repitiendo hasta el hartazgo las palabras de Osvaldo Bazán: “la homosexualidad no es nada”. Dice el refrán que no hay peor ciegue que le que no quiere ver y somos tan humanes, tan idéntiques al resto de la humidad que incluso personas LGBT se ubican en la vereda de enfrente a la hora de defender nuestros derechos. O mejor dicho: a la hora de trabajar por el reconocimiento jurídico y social de nuestros derechos. Porque no debemos olvidar ni por un instante que somos tan personas que también nosotres ya tenemos derecho a amar, a ser amados, a formar una familia, a criar y educar a nuestres hijes adoptades o biológiques, a tener un seguro social, a recibir pago por nuestro trabajo, a acceder una pensión por viudez y un larguísimo etcétera que me llevaría demasiadas líneas detallar. Y muches de nosotres ya ejercemos algunos de esos derechos sin pedirle permiso a nadie. Claro que sin el respeto ni el reconocimiento que merecemos.

Lo indignante es comprobar que los seudoargumentos por la negativa pretenden tomarnos, a nosotres y a la sociedad toda, por idiotes. Ya no estamos en épocas en las que sea necesario recurrir a los cuentitos infantiles para hacernos ver la realidad. Así como no es cierto que Eva fuera creada a partir de una costilla de Adán y que el mundo no se construyera en siete días, tampoco es cierto que el matrimonio sea una institución legada por el buen Dios a los hombres para perpetuar la especie. ¿Acaso el matrimonio no existía en las culturas anteriores a la judeo-cristiana, cuando Moisés y Jesucristo no eran siquiera una cigota? ¡Un elefante no es una columna maciza! Tampoco es cierto que la modificación del Código Civil para permitir el matrimonio entre personas del mismo sexo sea una condena para la perpetuación de la especie. ¿Desde cuándo un derecho es una obligación? Supongo que todo ser humano tiene el derecho de comer pescado frito los sábados de agosto de los años bisiestos, sin embargo, imagino que poques hacemos uso de él y siempre según nuestro libre albedrío. ¡Un elefante no es una gran manguera! ¿Es necesario seguir enumerando excusas inconsistentes? Si no fuera una propuesta sórdida, me reiría de aquelles bienpensantes que dicen estar de acuerdo con el matrimonio pero no con la adopción. Afirman que les niñes necesitan tener padre y madre (así, con el macho adelante porque, al fin y al cabo, es lo que más importa). A ver, mi amor, el mundo está lleno desde tiempos inmemoriales de niñes huérfanos de papá y/o de mamá sin que nadie se rasgara las vestiduras por ello. Y da la casualidad que, algunes de eses padres heterosexuales, maltratan, abusan, abandonan y hasta matan a sus propies hijes. ¿Qué garantías dan, por lo tanto, las impolutas familias occidentales y cristianas? ¿Se entiende que un elefante no es una pelota descomunal?

“Esto sería un muy buen chiste si no fuera una joda bárbara” decía Tato Bores. Y siempre lo cito porque se adapta a toda situación donde la sinrazón se asocie a la injusticia, a la violencia y a la discriminación. Cóctel que puede desembocar incluso en la muerte (ejemplos sobran).

Pero si hablamos de adopción, hay un par de consideraciones que nadie debería pasar por alto y, sin embargo, casi nadie menciona en el debate.

1) La modificación del Código Civil que permitirá el matrimonio entre personas del mismo sexo no hace ninguna referencia a la adopción. La adopción por parte de personas homosexuales, en la Argentina, ya está permitida por la legislación correspondiente. LES HOMOSEXUALES YA PODEMOS ADOPTAR EN LA ARGENTINA. Lo que la modificación del Código Civil permitiría, de modo implícito, es que las adopciones puedan realizarse en forma conjunta por ambos miembros de la pareja, con todos los beneficios sociales que gozan actualmente les hijes de parejas heterosexuales. Sin esta modificación, les hijes de parejas homosexuales (que ya existen) seguirán siendo “hijes de segunda”, como lo son ahora y como eran antiguamente les hijes extramatrimoniales (aberración que felizmente se corrigió hace décadas y tiene un correlato directo con la situación expuesta).

2) HABEMOS MUCHES HOMOSEXUALES QUE YA TENEMOS HIJES (biológiques o adoptades) y nuestra orientación sexual no nos quita mérito como madres o padres. Somos tan capaces de desempeñar un buen papel como un papel desastroso, al igual que el común de les mortales. Hay quien afirma que nuestres hijes van a “heredar” nuestra orientación gracias a (o por culpa de) los “ejemplos” que recibirán en nuestros hogares. Aburre, cansa recordarles a esas personas que la mayoría de nosotres se ha criado en el seno de una familia heteroparental y sin embargo... Lo curioso (por decirlo de un modo amable) es que todes quienes pretextan estos reparos sostienen que no tienen nada en contra de les homosexuales, pero coinciden en suponer que serlo es un disvalor. ¿Qué problema habría, si no, en que la gente tuviera hijes gays?

Los elefantes son mucho más que un simple cuerno de marfil.

¿Hasta cuándo vamos a seguir discutiendo estos asuntos que ya deberían haberse superado? Las mismas excusas (me niego a otorgarles el rango de argumentos) fueron esgrimidos antaño para negar otras cuestiones igualmente discriminatorias. Hubo una época en la que les cristianes discutían si la mujer era una criatura de dios o del demonio (y en realidad la discusión aun no termina, a juzgar por los numerosos impedimentos que padecen las féminas dentro de la jerarquía clerical). De hecho, en lo civil solo pudieron ejercer sus derechos de sufragio a partir del siglo XX. Se puso en tela de juicio también la humanidad de les negres, para justificar de ese modo que se los esclavizara en el seno de las comunidades seguidoras de la doctrina de Cristo. Nazismo, apartheid y aberraciones similares defendieron, en diversos momentos de la historia, la superioridad de unas razas por sobre las demás con las consecuencias que ya todes conocemos (o sería esperable que conociéramos). Hace un par de décadas, sin ir más lejos, las facciones cristianas de nuestro país vaticinaban el fin de la familia y de la civilización ante la inminencia de la aprobación de la Ley de Divorcio Vincular.

Las teorías conspirativas y las predicciones agoreras no son más que palos en la rueda que pretenden detener un proceso que no tiene marcha atrás. Todas las cuestiones mencionadas fueron felizmente superadas y hoy ya nadie se atrevería a defenderlas con seriedad. Ni el mundo ni la sociedad han sucumbido todavía y, cuando la modificación al Código Civil sea aprobada finalmente por ambas cámaras parlamentarias (hecho que sucederá más temprano que tarde) los mismos pretextos han de servir a los oscurantistas de siempre para oponerse a otros asuntos que aun quedan pendientes: la necesaria legislación sobre aborto responsable, la ley de identidad de género y la idónea implementación de la ya aprobada ley de educación sexual, por ejemplo.

Cansa, aburre, harta tener que repetir una y otra vez los mismos fundamentos, pero está visto que nunca será suficiente. Las pruebas al canto. Incluso en estas páginas, (donde sería de esperar que todes les lectores estuviéramos de acuerdo respecto de estos planteos) se torna imprescindible machacar y machacar.

Esto ha sido todo por hoy. Desde las callecitas de la siempre misteriosa Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Víktor Huije,, un cronista de su realidad que se esfuerza por darle varias vueltas al elefante (y a veces me llevo cada sorpresa....

miércoles, 24 de marzo de 2010

Aporte a la memoria

Me enviaron esto que comparto

Ausencias es un proyecto expositivo que partiendo de material fotográfico de álbumes familiares muestra diecisiete casos a través de los cuales se pone rostro al universo de los que ya no están: trabajadores, militantes barriales, estudiantes, obreros, profesionales, familias enteras; ellas y ellos víctimas del plan sistemático de represión ilegal y desaparición forzada de personas, instaurado por la dictadura militar argentina, entre 1976 y 1983.

EXCELENTE TRABAJO DEL FOTÓGRAFO GUSTAVO GERMANO,














Juntas. La típica foto de los años 70 con las chicas en el barrio.
Sola. La sobreviviente junto a lo que ahora es una pura ausencia.


Cuatro hermanos. Gustavo,Guillermo, Diego y Eduardo Germano.


Grupo de amigos en 1971. Hoy faltan dos.


Raul y su hemano Manuel con sus novias en 1973.


Laura con sus padres en 1976.







Ni olvido ni perdon...
Son imágenes de desaparecidos y sobrevivientes en un mismo lugar, con 30 años de diferencia.
"Partí de una necesidad expresiva personal de ponerle presencia a la ausencia, pero al mismo tiempo de buscar aportar a la memoria", señaló Germano, fotógrafo radicado en España, cuyo hermano Eduardo fue secuestrado a los 18 años, en 1976. "


Día de la Memoria



lunes, 8 de marzo de 2010

Los derechos de las mujeres también son derechos humanos


Cuando yo era joven, las discusiones con mi señora madre podían surgir a partir de cualquier nimiedad. Ambos éramos lo suficientemente tercos como para no dar el brazo a torcer, más allá de las consecuencias. Ella misma aseguraba que, en la vida, había dos maneras de hacer las cosas: mal o como las hacía ella. Y mi espíritu acuariano me llevaba a cuestionar sistemáticamente sus métodos, aun cuando en mi fuero interno estuviera de acuerdo con ellos en más de un caso. Planchar las camisas, por ejemplo. A mi juicio, ella nunca las planchaba lo suficientemente bien y era mi gusto hacerlo a mi modo. Sin embargo, para una mujer que había sido educada a la vieja usanza, permitir que su hijo varón realizara una tarea eminentemente femenina era algo vergonzoso y digno de desaprobación. “¡Cómo vas a planchar vos si estoy yo en la casa para hacerlo!”.

Esta frase me acompañó a lo largo de toda mi vida, aun ahora que ya han pasado casi quince años desde que mi madre ya no está. Pero lejos de ser una ley universal, es más bien una proclama que incita a la rebelión.

No es que no fuera una mujer inteligente. Edipos aparte, mi madre ha sido una de las mujeres más brillantes que he conocido. Esto no impidió que haya hecho del machismo uno de los pilares de su existencia. Una mujer que luchó a destajo por sacar su familia adelante, sin un marido a su lado en quien recostarse. Una mujer con una fuerza titánica y un sentido de la dignidad y de la solidaridad inigualable. Una mujer que, sin embargo, no pudo ir más allá de los prejuicios que la relegaban a un rol meramente doméstico, por más que estuvieran a la vista sus capacidades trascendentes de aquella tradición medieval.

A veces se me da por preguntarme qué pensaría mi madre ahora, si viviera. No lo sé. A pesar de su lucidez, no la imagino como una mina flexible que se adaptara fácilmente a las nuevas circunstancias. Si me apuran, me atrevería a asegurar que, hoy por hoy, estaría en contra del matrimonio entre personas del mismo sexo, se opondría a la legalización del aborto, no aceptaría el desarrollo de la tecnología de las células madres ni la proliferación del alquiler de vientres. Y también estoy seguro de que no tendría una justificación muy clara para adoptar esas posiciones. La tradición tiene esas cosas. Su mundo caótico necesitaba cimientos inamovibles y cualquier temblor amenazaba la estructura misma de la vida. En cambio, la imagino defensora de las mujeres golpeadas y de las víctimas de la trata de personas. ¿Era mi madre distinta a las demás madres? ¿Era menos evolucionada que las demás mujeres y los hombres de su época? ¿Era un dinosaurio si la comparamos con la media de la sociedad actual? No lo creo.

Ciertamente, mi señora madre y la gran mayoría de sus congéneres no han hecho del feminismo su manera de enfrentar el mundo y (al menos no masivamente) tampoco lo hacen en la actualidad. La necesidad de rebelarse y de revelarse no es un norte que guíe el derrotero de tantas y tantas que padecen todavía la cultura que nos legaran los ancestros. Sin embargo, rebelarse en contra de esa tradición que las oprime y revelarse a sí mismas como personas dignas de respeto que ejercen sus derechos, ese fragor por dar a conocer al mundo quiénes son y quienes quieren ser, es una música que comenzó como un tenue murmullo y hoy en día ya se perfila como bella sinfonía que llegará a liberarlas y a liberarnos.

El 8 de marzo es, sin dudas, un día de lucha, un día de denuncia que no solo rememora aquel luctuoso incendio que causara la muerte de 140 mujeres trabajadoras. El “Día Internacional de las Mujeres” (porque también es una falacia eso de que todas las mujeres son iguales) es una fecha para proclamar a los cuatro vientos las opresiones generadas por este sistema patriarcal en el que estamos inmersos y (¿por qué no?) también las propias del sistema económico-social que, en nombre del mercado, no duda en destruir lo más valioso del espíritu humano. En un mundo (o una munda, como gustan decir las feministas) en el que todo y todes somos mercancía, se diluye el espacio propio de las individualidades y, por tanto, los derechos que los individuos pudieran ejercer. “Desmercantilizar nuestras vidas es parte de una opción radical de lucha en una munda donde quepan todos los mundos”, según palabras de mi admirada Liliana Daunes.

Luchar, cade une a su manera, por la libertad, por el imperio de la verdad y la justicia, no puede eludir un cambio de conciencia y de actitud respecto de las mujeres, relegadas por siglos, asesinadas, denigradas, ignoradas.

“El cambio es nuestra opción y se inicia cuando se decide”, palabras textuales de la ratita protagonista de la película de Disney, “Ratatouille”. Palabras que refrendo a pie juntillas. Y es en función de esta máxima que la prédica del feminismo debe transformarse en una prédica universal que nos comprometa a todes. Reivindicar las historias de Lisistrata (que propuso una huelga de piernas cruzadas para terminar la guerra entre Atenas y Esparta), de la teórica marxista Rosa Luxemburgo (golpeada a culatazos hasta morir), de la peruana Flora Tristán (fundadora del feminismo moderno) o la de su compatriota Micaela Bastidas, esposa de Tupac Amaru (leona militante a la que le cortaron la lengua, antes de ser descuartizada), la historia de Juana Azurduy, la de Manuela Saenz y la de Macacha Güemes... otorgar la justa relevancia que estas y tantas mujeres valerosas y valiosas a lo largo de la historia de la humanidad, mujeres como nuestra Alicia Moreau, nuestra Alfonsina Storni, nuestra Eva Duarte, de nuestras Madres y Abuelas de Plaza de Mayo o de ignotas y sacrificadas mujeres como mi madre, es una deuda que la humanidad toda tiene para con ellas y para con nosotres mismes. Porque nada nos enaltece tanto como hacernos cargo de nuestras propias miserias. Lo digo como hombre y como gay que sabe de qué habla cuando dice “discriminación”, tanto en el rol de víctima como en el de victimario. Y si de discriminación se trata, tampoco debemos olvidar a mis queridas Diana Sacayán, Marcela Romero, Lohana Berkins y tantas otras, que saben mejor que nadie defender con el cuerpo su derecho a ser.

El 8 de diciembre no es una simple efemérides. O no debería serlo. Igual que el 1° de mayo, o el 17 de mayo, o el 28 de junio o decenas de conmemoraciones que, a fuerza de repetición, van perdiendo su sentido y se convierten en bochornosa burocracia.

Es necesario poner en relieve las libertades ausentes, las miserias acumuladas, las postergaciones vergonzantes. Les feministes tenemos hoy la obligación de denunciar las masacres a las que son sometidas miles de mujeres en el mundo y en nombre de intereses espurios. La trata de personas, la violencia intrafamiliar en todas sus formas y el femicidio no son más que distintas caras de una misma moneda de cambio que incluye también al racismo, a la homo-lesbo-transfobia y otros tantos odios que no hacen otra cosa que denigrar a la raza humana en su conjunto.

Esto ha sido todo por hoy. Desde las ruidosas callecitas de la siempre misteriosa Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que, para terminar, cita una vez más a la Daunes:

“Basta de violencia, basta de femicidios, aborto legal seguro y gratuito, abolición del sistema prostituyente, no a la heterosexualidad obligatoria, no a la militarización del continente, basta de pobreza, trabajo para todas y todos, no a la publicidad sexista... Recordemos que los derechos de las mujeres también son derechos humanos”.


Novelas de Carlos Ruiz Zafón