sábado, 19 de octubre de 2013

Las Mujeres de Abya Yala


El 12 de octubre fue celebrado durante décadas en la Argentina como el Día de la Raza, algo así como un agradecimiento a los españoles por existir y por venir a imponernos cómo teníamos que ser. Porque es obvio que con eso de “raza” se referían exclusivamente a la “raza europea” (si es que algo así existiera) que a las mentes cipayas vernáculas era lo único que les importaba.

Por fortuna, algunas cosas han cambiado en nuestro país en los últimos años y, desde 2010, la fecha aniversario de la llegada de Colón a tierras de Abya Yala (nombre que le daban a nuestro continente algunos pueblos nativos de aquellos tiempos) se conmemora como Día del Respeto a la Diversidad Cultural.

Este año, la efeméride se conjuga con la celebración local del Día de la Madre (apenas una semana de diferencia) y con mi lectura atenta y minuciosa de "Mujeres tenían que ser", un libro de Felipe Pigna que recomiendo a cuanta persona quiera comprender un poco de lo que ha sucedido en estas tierras durante los últimos quinientos años. Es una buena conjugación puesto que permitirá unir ambos temas en un solo artículo. Economía de conceptos que le dicen...

EL DESPRECIO CONQUISTADOR

Una de las características más notorias de la historia oficial que nos inculcaron durante siglos es la “mirada zoológica” con que se describe a las culturas nativas de este continente que los europeos llamaron América. La mirada europeizante (que aun goza de muy buena salud entre extensos sectores de la sociedad) considera a los pueblos originarios como gentes inferiores. “Si no hubieran llegado [los europeos] todavía estaríamos con las plumas”, palabras muy elocuentes de la alicaída diva rubia de la televisión. La misma que en su programa del último lunes dio vergüenza ajena confesando estúpidamente que no puede recordar una sucesión de solo siete palabras sin necesidad de leerlo. Y para colmo, cuando las lee, las lee mal. 

Para la versión oficial de los hechos, los pobladores nativos de América eran (son) seres salvajes e inhumanos que debían ser gobernados para adaptarlos a la “vida verdadera” que llegaba de allende los mares. Esta deshumanización estaba muy lejos de ser fortuita y apuntaba claramente a crear las condiciones necesarias para justificar el despojo y la barbarie que caracterizó a la conquista y cuyos efectos aun se replican en las diversas sociedades de nuestra América Morena.

Es obvio que este desprecio hacia los pueblos originarios se vio incrementado a la hora de considerar a las mujeres incluidas en esos pueblos. Los llamados “cronistas de Indias” hicieron gala de la más profunda misoginia imaginable, excusando violaciones y humillaciones cotidianas, separaciones forzosas y hasta asesinatos. El modus operandi no era nuevo. Así como en España casi no se tenía en cuenta a las mujeres, en las crónicas de la invasión tanto las mujeres como los niños fueron apenas elementos del paisaje. No deja de tener su lógica. Aun en el mundo actual, para gran parte de las personas el ideal de una “sociedad civilizada” sigue siendo el modelo europeo. O sea que los pueblos son más o menos desarrollados (y por lo tanto “mejores”) en la medida en que se parezcan al “metro-patrón”. En ese sentido, las féminas fueron desde siempre personajes secundarios (muy secundarios) a los que se les aplicaba las normas con un rigor superior, en función (justamente) de su “inferioridad”. De este modo, el “justo castigo” se disfraza de “civilización” y esa “mirada civilizada” naturaliza la masacre y hace la vista gorda ante los atropellos más infames. El mundo de hoy sigue entronizando esa extraña lógica (detestable lógica) que lleva a los varones a prenderles fuego a sus esposas o novias con la más variada gama de excusas. Todas estúpidas y, por supuesto, prejuiciosas.

Para manifestar su desprecio por las culturas americanas, los cronistas recurren al mismo reduccionismo que lleva a los machistas de hoy y de siempre a manifestar que “todas las mujeres son iguales”. Muy pocos historiadores han tenido en cuenta que casi lo único en común que poseían los pueblos americanos de la época de la conquista era su padecimiento ante la brutalidad y el exterminio. Tales principios siguen rigiendo hoy en día, sobre todo en la educación. ¡Pavada de vigencia! En nuestras escuelas se sigue estudiando minuciosamente la historia europea, diferenciando sus diversos períodos de evolución y sus peculiaridades. Pero cuando se trata de América (sobre todo de la que se conoce comúnmente como América Latina), bastan unos pocos párrafos para englobar 20.000 años de historia previa a la llegada de las primeras carabelas bajo el título de “Pueblos Precolombinos”. Y si se trata de nuestra historia posterior al inicio de la conquista, nuestra “evolución” se estudia a la sombra de los hechos sucedidos en Europa, centro universal de los grandes hechos de la humanidad. Según esta premisa, Latinoamérica (y también África y en cierta manera Asia, justo es destacarlo) sería un conglomerado homogéneo de seres que se solazan en su atraso y anarquía, todos iguales y sin distinciones entre sí. Y en ese fárrago de ninguneos, la mujer también tiene su capítulo aparte. Porque los cronistas de Indias no tenían empacho a la hora de hacer comparaciones y, al tiempo que las mujeres europeas eran presentadas como damas educadas y de “buena conducta”, las nativas corrieron con todas las descalificaciones que ellos tuvieron a la mano. Una de las primeras cosas que notaron los conquistadores fue la predisposición presentada por las mujeres americanas ante las relaciones sexuales. Criadas en culturas que desconocían el concepto de “pecado”, en general vivían su sexualidad con naturalidad. Todo lo contrario a lo impuesto por las ideas judeocristianas al respecto. Lo que esos cronistas se cuidaron de mencionar fue que las mujeres europeas vivían bajo el yugo de guerreros, sacerdotes y monarcas machistas y misóginos. Aunque las leyes establecían que el matrimonio debía ser monogámico, los hombres (cualquiera fuera su condición) podían tener todas las amantes que pudieran mantener. Doble moral, que le dicen. Si en los pueblos americanos era habitual encontrar sociedades en las cuales un solo varón tuviera relaciones sexuales con varias mujeres, eso se llamaba acusatoriamente “poligamia” y constituía un acto reprochable y vergonzoso. Ahora, si reyes, obispos o papas mantenían a sus favoritas y cortesanas bajo el hipócrita manto del recato, eso era solo una “licencia” propia de las necesidades masculinas. Esas múltiples relaciones (que casi nunca podían llamarse “amorosas”) dieron por resultado una extensa lista de “ilegítimos” notables y no notables. Fernando el Católico fue uno de los más destacados engendradores de bastardos. El papa Alejandro VI tuvo innumerables amantes e incluso tuvo un hijo con su propia hija, la famosa Lucrecia Borgia. Al mismo tiempo, es curioso cómo el “honor” de la mujer se veía manchado ante una infidelidad de esta y esa misma mancha ensuciaba también el honor de su marido. En cambio, las infidelidades del varón no traían consecuencias similares y apenas si se las podía cuestionar cuando se realizaban con ausencia total de discreción. Para el hombre, la mayor deshonra era, en cambio, no poder cumplir con su misión de proveedor, en términos económicos. Pero la mancha siempre podía lavarse en épocas de vacas gordas, mientras que la mujer deshonrada jamás recuperaba su “decencia”. Como verán, algunas de estas ideas perduran en la actualidad, aunque hay que reconocer que van en franca retirada.

Obviamente, esa “decencia” de la que hablo estaba y sigue estando muy vinculada a los prejuicios morales propios de los peninsulares de entonces. Los invasores europeos quedaron azorados (por ejemplo) ante la desnudez de los habitantes de estas tierras. Y más todavía ante la “lujuria” manifiesta de las lugareñas, que tenían por costumbre “entregarse” a quien les viniera en gana sin que sus maridos vieran en ese acto nada reprochable. Lejos de asumir una postura de respeto hacia las culturas diferentes, como si tuvieran derecho a imponer preceptos que nadie les reclamara, los conquistadores (fueran guerreros o eclesiásticos) les aplicaron a los nativos y a las nativas sus categorías punitivas y juzgaron sus hábitos como propios de animales o de demonios. Claro que los nativos eran animales y demonios por carecer de vergüenza y de pudor, en tanto que los europeos, con el propósito de encarrilar tales desvíos, representaban la cultura y la civilización perpetrando todo tipo de violaciones y de crímenes en nombre de Dios y del Rey.

Si bien la mayoría de los datos que se poseen sobre este respecto provienen de los textos escritos por los propios conquistadores (en general preocupados por defenestrar a las culturas vernáculas, objetivo para el cual no trepidaron en recurrir a la mentira y la destrucción de documentos originales, con honrosas excepciones como Fray Bartolomé de Las Casas), las investigaciones demuestran que estas conductas que refiero no eran universales en el mundo americano de la época. En otras culturas, como la incaica o la azteca, las mujeres estaban muy lejos de gozar de cierta igualdad social o sexual respecto de los hombres. No obstante, tenían algunas costumbres que eran igualmente impensables para la sociedad europea. El más claro ejemplo era la modalidad del “sirvinaco” entre los incas. Esta era (y sigue siendo aun en algunas comunidades andinas) una tradición por la cual las parejas se unían en convivencia antes de oficializar el matrimonio. Si la experiencia resultaba satisfactoria para ambos, daban el siguiente paso y se casaban. Si no, cada uno regresaba a su casa y aquí no ha pasado nada. Otro ejemplo a mencionar sería el caso del adulterio entre los aztecas. Este pueblo era muy estricto en ese sentido pero es de destacar que las penas (muy severas) eran igualmente aplicables a hombres y mujeres.

Un sacerdote escribía que, entre los mocovíes, a las mujeres se les reservaban los trabajos más penosos y eran frecuentemente castigadas y maltratadas por sus maridos: “Estos salvajes embrutecidos tratan a sus mujeres como podrían hacerlo con un animal doméstico”. Nuevo caso de doble moral en el pensamiento europeo. Seguramente el clérigo no tuvo en consideración las palabras de un colega (fray Luis de León) que en un célebre tratado de costumbres cristianas decreta que "los fundamentos de la casa son la mujer y el buey: el buey para que are y la mujer para que guarde".

Tampoco le habrán parecido “salvajes embrutecidos” los españoles que violaban y abusaban de las mismas mujeres nativas a su paso conquistador. Muy por el contrario, estas acciones recibieron la indulgente denominación de “mestizaje”.

Al decir de Dora Barrancos, “El abuso sexual, el sometimiento por la fuerza de las nativas, constituyó un modo corriente de ser y existir en nuevo continente. El mestizaje iberoamericano tiene la marca de origen de la violencia”. No son pocos los relatos en primera persona que dan cuenta de las violaciones perpetradas por los conquistadores en contra de las féminas nativas. Muchos de estos caballeros daban por sentado que, por el solo hecho de estar desnudas, las mujeres eran putas y, como tales, estaban a disposición de sus apetitos sexuales. Si ella se negaba a satisfacerlos, justo era darle azotes hasta que abriera dócilmente las piernas. Todo muy civilizado y cristiano ¿verdad?

MUJERES INDOMABLES

Pero las crueldades de los invasores no se limitaban al abuso sexual. Los relatos de los mismos cronistas dan noticias sobre la falta de límites a la hora de ejercer su poder. Los españoles esclavizaron pueblos enteros y los trasladaron de región en región para que las rebeliones se desmoralizaran con el desarraigo. En esos traslados, era habitual que pagaran el pato las personas más débiles, muchas veces las mujeres y casi siempre los niños, que no gozaban de ningún privilegio, como podrán imaginar. Numerosas crónicas (de los propios españoles) dan fe de que los niños que no podían andar al paso del contingente, atados unos a otros como iban, solían ser degollados en medio de la marcha por no tomarse el trabajo de desatarlos antes de ser abandonados. Las mujeres que eran castigadas con la muerte (por la razón que fuere) solían ser ajusticiadas junto a sus hijos para escarmiento de las demás. Por esta razón, frente al terror aplicado por los conquistadores, las mujeres sobrevivientes de varias zonas del Caribe optaban por el suicidio en masa. En otras ocasiones, se negaban a parir y se practicaban abortos con el solo objeto de no permitir que sus hijos fueran asesinados o esclavizados por los invasores. Es conocido el caso de las tribus de la actual Nicaragua cuyos integrantes, en las primeras décadas de la conquista, fueron traficados como esclavos y terminaban sus días en las minas del Perú. El primer acto de rebeldía fue un gran levantamiento contra el poder español que fue finalmente aplastado y los cabecillas de la insurrección arrojados a los perros hambrientos. Fue entonces cuando las mujeres promovieron una huelga sexual que sus compañeros varones acompañaron. Se dice que en dos años casi no nacieron niños y los pocos que alcanzaron a nacer fueron muertos por sus propias madres. Muchas de las embarazadas prefirieron el aborto o el suicidio antes que dar a luz. Fue necesario un cambio de política para que esta situación se modificara. El mismo gobernador tuvo que prometer solemnemente mejores tratos y el fin del tráfico de esclavos.

Cuando las crónicas oficiales hablan de las mujeres nativas de aquella época, casi el único nombre propio que mencionan es el de la Malinche, la princesa mexica que terminó sus días como intérprete y amante del asesino conquistador del Imperio Azteca, Hernán Cortés. La historia de la Malinche fue contada y recreada infinitamente como ejemplo de la liviana fidelidad que profesaban las indias hacia sus propios pueblos. De todos modos, no faltaron los románticos que la pintaron como una abnegada mujer que traicionó a los suyos por la fuerza del amor que la unía al español quemador de naves.

Es curioso que esas mismas crónicas no mencionen a las numerosas mujeres (no todas anónimas) que fueron fieles a su raza y enfrentaron al poder invasor hasta ofrendar la vida en post de la libertad. Casi ni mencionan a Anacaona, la cacica taína que acompañó a su esposo en la primera gran rebelión contra el invasor y que asumió la conducción de la misma cuando éste muriera en combate. Diez años duró la insurrección y cuando finalmente cayó prisionera, Anacaona fue ahorcada por el gobernador Nicolás de Ovando.

Tampoco se acuerdan en los textos de la historia oficial de la Gaitana. Esta era la madre de Buiponga, un jefe guerrero de lo que hoy conocemos como Colombia. Buiponga fue el único líder de la región que se negó a someterse a las imposiciones de los españoles enviados por ese otro asesino, el conquistador del Imperio Inca, Francisco de Pizarro. Como escarmiento y ejemplo para futuros insurrectos, el jefe rebelde fue quemado vivo frente a su madre. La mujer logró escapar y prometió venganza. Recorrió todas las poblaciones nativas de la región, incluso las de aquellos que siempre habían sido sus enemigos, y les explicó lo sucedido con dolor de madre. Al poco tiempo, ella misma lideraba un ejército de seis mil guerreros que mantuvieron en vilo el poder español durante dos años. En uno de los combates, cayó prisionero el enviado de Pizarro que había ordenado la muerte de su hijo y fue llevado directamente ante su presencia. La Gaitana en persona le arrancó los ojos pero evitó que muriera en el momento. Luego le ató una soga al cuello y lo llevó a la rastra en su campaña, de pueblo en pueblo, hasta que finalmente murió. De ahí en más, la cacica continuó la lucha y logró la adhesión de todas las tribus que, en conjunto, lograron expulsar a los invasores. Pero estos regresaron con una superioridad técnica que los nativos no pudieron vencer con su superioridad numérica. La Gaitana murió peleando.

Otra de las guerreras que suelen ser omitidas en las crónicas oficiales es la mapuche Yanequeo. Su historia es similar a la de Anacaona. Muerto su esposo, el lonko Huepután, a manos de los españoles que invadían el actual territorio chileno, se puso al frente de su gente, fue nombrada lonko y sumó a las demás mujeres a la lucha. Los españoles fueron incapaces de frenar el avance de estas gentes que peleaban por su libertad y así lo testimonian las crónicas de la época, que destacan especialmente la fiereza de las mujeres en la lucha. Nadie sabe cómo ni dónde murió Yanequeo. Solo se dice que desapareció sin dejar rastro tras una victoria mientras se retiraba hacia el sur para pasar el invierno. Incluso hay quienes dudan de su existencia. Claro: a la historia oficial suelen resultarle incómodas estas heroínas que ponen en evidencia el lado oscuro de los supuestos héroes portadores de cultura y de progreso. Sin embargo, nadie ha podido desmentir con argumentos la bravura y la importancia de las mujeres mapuches en aquella etapa de resistencia.

La existencia de Ana Soto, sin embargo, está fuera de discusión. Se trataba de una joven guayona nacida en Barquisimeto, actual Venezuela, a fines del siglo XVI. En su infancia fue esclavizada y obligada a servir como cocinera para sus enemigos. Hasta que un día de 1618 huyó de la hacienda en la que estaba confinada y en los montes organizó a su gente para luchar contra los usurpadores de sus tierras. En una verdadera guerra de guerrillas, sus tropas atacaban a los españoles al grito de “resistencia y muerte al invasor” y los mantuvo a raya por más de ¡cincuenta años! Fue tal el odio que despertó entre los conquistadores que cuando finalmente fue apresada, ya anciana, la condenaron a muerte y fue EMPALADA el 6 de agosto de 1668.

Y la lista sigue.

Cientos y miles de mujeres lucharon codo a codo con sus hombres en defensa de la libertad y la dignidad de su raza y de su tierra. Cientos y miles de esposas y de madres que sabían quiénes eran y entregaron su coraje en virtud de una causa justa. Esposas y madres que las canallescas crónicas de Indias pretendieron borrar a base de mentiras y omisiones sin tomar en cuenta que la historia, la verdadera, es como el curso de agua que siempre halla el camino para llegar al mar.

Esto es todo por hoy. Desde las callecitas de esta tímidamente primaveral y siempre misteriosa Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que en el día de hoy solo busca hacerle honor a las que supieron ganárselo con creces.




sábado, 12 de octubre de 2013

Descubrimientos y encubrimientos

(del libro "Mujeres tenían que ser" de Felipe Pigna)



Aunque parezca mentira, en pleno siglo XXI, se siguen publicando libros que al referirse a la invasión europea al continente americano, iniciada en octubre de 1492, continúan hablando del "descubrimiento de América", concepto eurocéntrico según el cual las cosas y los seres comienzan a existir cuando entran en contacto con los representantes del "viejo continente".

Entre los pueblos originarios, esta tierra recibía tan bellos y variados nombres como pueblos habían florecido en ella. El pueblo Kuna de las actuales Panamá y Colombia la llamaba Abya Yala -tierra en florecimiento-, expresión que hoy ha sido adoptada por muchas naciones indígenas.

América se llamará así en honor al navegante florentino Américo Vespucio (1), que había viajado a las "nuevas tierras" dos veces entre 1499 y 1502. Al regresar escribió dos hermosas cartas: una, fechada en 1503 y dada a conocer a principios de 1504, estaba dirigida a uno de los hombres más ricos y poderosos de su tiempo, Lorenzo Piero de Médici; y otra a su compañero de colegio, Pietro Soderini. Esta última se tradujo al latín y se publicó en 1507 en el apéndice de la obra Universalis Cosmographia, de Martin Waldseemüller, alias Ilacominus, un notable científico nacido en Friburgo, actual Alemania, profesor de Geografía en Saint-Dié en el ducado de Lorena.
Podríamos decir que Vespucio primerió a Colón, ya que mientras la relación del tercer viaje de Colón, en el que tocó tierra firme, se publicó en latín recién en 1508, las relaciones de los viajes de don Américo, como vimos, se conocían desde 1504 y 1507.

En la introducción de la obra de Waldseemüller, el geógrafo francés Jean Basin de Sandocourt proponía:

Verdaderamente, ahora que tres partes de la tierra, Europa, Asia y África, han sido ampliamente descriptas, y que otra cuarta parte ha sido descubierta por Américo Vespucio, no vemos con qué derecho alguien podría negar que por su descubridor Américo, hombre de sagaz ingenio, se la llame América, como si dijera tierra de Américo; tal como Europa y Asia tomaron sus nombres de mujeres.

Años más tarde, Waldseemüller y Basin reconocieron su error, a tal punto que en el mapa que publicaron en 1515 llaman al nuevo mundo "Tierra Incógnita" y no América. Pero ya era demasiado tarde (2).

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(1) Nacido en Florencia en 1454, Vespucio se dedicó al comercio como dependiente de la familia Médici. Hacia 1492 se encontraba en Florencia como agente comercial y en estrecho contacto con marinos de la época. Navegó al servicio de los reinos de Castilla y de Portugal las costas de los actuales Brasil, Venezuela y Argentina. En 1508 integró la Junta de Burgos y fue nombrado piloto mayor del reino de Castilla. Murió en Sevilla en 1512.

(2) A la familia de Colón no le iría tan mal. Su hijo mayor, Diego, recibió una pensión de 50.000 maravedíes y se casó con María Rojas de Toledo, sobrina del duque de Alba, ingresando de esta forma los Colón a la nobleza y consolidando su fortuna.




domingo, 29 de septiembre de 2013

Besos en el Vaticano


Hace algunas semanas, el papa Pancho hizo declaraciones que armaron gran revuelo. Decía el papa que los católicos debían acompañar "con misericordia" a los homosexuales. "¿Quién soy yo para juzgarlos?" acotaba.

Después de eso, escuché a varios creyentes ensalsando los dichos de su líder y a muchos otros ilusionándose por un posible cambio de postura de la iglesia de Roma respecto a temas que siempre han sido tabú, como la homosexualidad o el aborto.

Sin embargo, si uno mira más allá de la superficie, las cosas parecen ser no tan simpáticas.

Es un hecho que la grey católica se ha visto diezmada en las últimas décadas a raíz de diversas cuestiones que no me corresponde analizar. No obstante, es sencillo ver en estas y en otras declaraciones del papa un deseo de acortar la brecha abierta durante siglos entre el pensamiento y la conciencia de gran parte de la comunidad católica (más abierta a un cambio de mentalidad que permita desterrar ciertos prejuicios) y la férrea obstinación  de la jerarquía (que sigue pensando y actuando como si el medioevo siguiera en boga). 

Pero ¿ha cambiado en realidad la postura de la iglesia respecto de nosotros? Veamos...

El papa propone, por ejemplo, un reconocimiento al rol de la mujer en la iglesia pero ni habla de incluirlas en el plano sacerdotal. Recomienda una actitud misericordiosa y piadosa respecto de los homosexuales pero sigue imponiéndonos (al menos en sus deseos) castidad y recato. Dice que la iglesia no debe obsesionarse con los homosexuales pero se abstiene de impartir directivas a sus subordinados para que cesen las acciones de lobby en contra de legislaciones que beneficien a la comunidad LGBT. De hecho, cuando todavía era cardenal, él mismo encabezó la pelea contra la aprobación de la ley de Matrimonio  Igualitario en Argentina, dándole el carácter de "guerra de Dios".

Uno podría decir que una cosa era el cardenal y otra el papa. Pero resulta que, en medio de las repercusiones de sus declaraciones, la Sede de Roma, con firma del propio papa, EXCOMULGA (o sea, expulsa de la iglesia católica) al sacerdote australiano Greg Reynolds por apoyar a los gays y apoyar la inclusión de las mujeres en la jerarquía vaticana. Curiosa medida y muy esclarecedora si uno quiere hacerse una idea de lo que siguen pensando en Roma, teniendo en cuenta que el cura Grassi (condenado en tres instancias judiciales por crímenes de índole sexual contra menores) aun cuenta con el apoyo y la complicidad de la curia.

Claro que eso no es todo. La mano dura de la iglesia también se ocupa de temas que, comparadas con las ya mencionadas, podrían considerarse como cuestiones menores.

Esta semana se inauguró en Roma una exposición fotográfica del artista sevillano Gonzalo Orquin. Las obras que integran la colección muestran a parejas del mismo sexo besándose ante los altares de distintas iglesias de la capital italiana. Si me preguntan, mi respuesta sería que no es mi ilusión tomarme una foto semejante con mi pareja. No soy católico ni me interesa. Pero valoro el mensaje que supongo estuvo en la mente del artista a la hora de realizar su obra: poner en plano de igualdad a las parejas homosexuales y a las heterosexuales. La imagen de una pareja hombre-mujer besándose frente a un altar es algo que no alteraría la conciencia de nadie. Sin embargo, el beso de dos hombres o de dos mujeres en el mismo ámbito ha levantado una gran polémica. Y esa polémica ha sido encabezada por la misma curia romana.

El Vaticano ha amenazado a la galería con iniciar acciones legales, en un claro y flagrante acto de censura. El vocero del papado, Claudio Tanturri, declaró a medios italianos que las fotos violan la Constitución italiana, que "protege el sentimiento religioso de las personas y la función de los lugares de culto. Por ello, estas fotografías son inapropiadas y ofensivas para la espiritualidad del lugar ".

Las imágenes que siguen (según la sede vaticana y muchos católicos) hieren el sentimiento religioso y son ofensivas e inapropiadas.
















Cada cual podrá sacar sus propias conclusiones.


Esto es todo por hoy. Desde las todavía invernales callecitas de la misteriosa Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que, día a día, sigue comprobando que nada cambia de un día para el otro. O sea que Pancho es puro cuento.

viernes, 12 de abril de 2013

PUTO


No suelo hacer estas cosas, pero esta vez comparto con todos una pequeña reflexión de un amigo que bien vale la pena leer y reflexionar.

"PUTO... si, así, a secas... puto... en blanco y negro... y con letras grandes. Esta semana he escuchado esta palabrita todo el tiempo en la tele, y gracias a un señor al que llaman DIOS... puto, puto, puto, la usan para descalificar, para ofender, para denigrar... la usan como insulto, como agresión, como mala palabra, como sinónimo de maricón, de poco hombre, de cobarde.. yo toda la semana he sentido como un ruidito interno y me pregunto... PUTO quién?, puto el que tiene sexo con otro hombre ?? o puto el que tiene sexo con cualquiera, con esta, con aquella, con la de enfrente, con la de al lado, con una puta, con una esclava, con una niña..?? puto quién ??? el que elige vivir su sexualidad como la siente en la intimidad de su casa o el que decide ser cómplice de delitos como la trata de personas ???, puto quién ??? el que no sabe jugar al fútbol y por eso no es un "chongo" o puto el que descalifica a una mujer y la usa como objeto, la vende y la compra... Puto quién??? Puto yo ?? que respeté a mi madre y a mis hermanas, que acompañe hasta el día de su muerte a mis padres, cambiándoles pañales y dándoles de comer en la boca.. puto yo ?? o puto el que tira viejos en depósitos geriátricos ?? el que olvida a la madre ?? sí, a la madre que lo pario y que le dio de comer !!! o puto el que golpea cobardemente a una mina hasta desfigurarla y si con eso no le alcanza para descargar su ira, le tira alcohol y la prende fuego... puto yo ??? o puto él ???... Puto yo que tuve huevos enfrenté de todos y les dije que era puto, y me di y les di la oportunidad de vivir la vida como se nos dio, aceptándonos y queriéndonos así, como somos..... Puto yo?? o puto el hombre que se casa para ser macho, jefe de familia y de noche, a oscuras se come a cuanto puto se le cruza, sin tener conciencia del riesgo al que expone a su familia por su promiscua cobardía... Puto yo?, que deseé con toda el alma ser padre, que me jugué con alma, corazón y vida, que sufrí, lloré, me revolqué por no poder serlo ..... Puto yo?? o putos los que abandonan hijos, niegan apellidos, especulan, negocian, usan su sangre como botín de guerra en divorcios vergonzosos como peleas de verdulería... quien es el puto eh ??? tal vez ofenda leer tantas veces esta palabra, es raro que yo escriba este tipo de cosas... pero saben una cosa señores.. y sobre todo a los hombres se los digo.... hay que ser muy HOMBRE para ser PUTO".

Aplauso, medalla y beso para mi amigo Marcelo, que cuando quiere dice lo que siente y a todos les queda claro lo que quiere decir. Si quieren felicitarlo, pueden hacerlo directamente en  su FACEBOOK

Esto es todo por hoy. Desde las húmedas y grises callecitas de la siempre misteriosa Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires, se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que (a veces) sabe robar material ajeno del bueno (lo que no deja de ser un mérito).

miércoles, 13 de marzo de 2013

Del Cónclave del Terror al de los Cardenales sin Techo



Supongo que nadie ignora que, por estos días, se están llevando a cabo en la ciudad de Roma las negociaciones tendientes a la elección de un nuevo Papa. En el día de ayer, ciento quince prelados se han reunido en la recientemente inaugurada Casa de Santa Marta, donde se sacarán los ojos de modo más o menos secreto y decidirán quién será el encargado de llevar las riendas del Estado Vaticano y de toda la Grey Católica (o al menos la parte de ella que todavía sigue los preceptos de la Santa Sede).

Los seguidores de este blog y quienes me conocen en persona habrán de saber que este tipo de cuestiones litúrgicas están muy por fuera de mis intereses habituales. Pero así como los vaivenes de esta oligarquía cardenalicia me tienen muy sin cuidado, debo confesar que mi amor por la historia y el morbo comadril que anida en mis tuétanos me ha llevado a leer sobre algunos acontecimientos (remotos y no tanto) vinculados con las elecciones papales a lo largo de la Era Cristiana.

La historia misma de la palabra "cónclave" ya resulta interesante, por ejemplo, y podríamos iniciarla hablando brevemente de Federico II Hohenstaufen, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, cuyo reinado se caracterizó por una terrible enemistad con el papado que sería muy extenso detallar en estas líneas pero que no deja de ser interesante a la hora de analizar los intereses políticos que se movían, ya desde aquellas épocas lejanas, en torno al poder de los herederos de Pedro.

El Siglo que parió los Cónclaves


Corría el año 1241 y Federico había sido excomulgado por el Papa Gregorio IX, quien quiso reforzar su posición convocando un concilio en Roma con el solo objetivo de deponer al emperador. Obvio que Federico no se quedó de brazos cruzados. Puso sitio a Roma y ordenó la detención de todo el que viajara a la ciudad para responder al pedido del papa. Quiso entonces el destino que, durante el sitio, muriera Gregorio IX.

Se celebró entonces en Roma lo que muchos historiadores llamaron el "cónclave del terror".

Había en ese momento en el mundo cristiano solo doce cardenales, de los cuales dos habían caído prisioneros en manos del Emperador y, por consiguiente, no podrían participar de la elección del nuevo papa. Los diez participantes estaban divididos, por partes iguales, entre los que propiciaban un entendimiento con Federico y los que pretendían luchar contra él hasta las últimas consecuencias. Se tornaba así imposible que un candidato alcanzara los dos tercios de los votos necesarios para ser electo. Tras nueve días de infructuosas negociaciones, el senador romano Mateo Rosso Orsini (virtual dictador de la ciudad sitiada) ordenó que los cardenales fueran encerrados en las ruinas del Palacio Septizonio, ubicado en el Palatino, para acelerar la elección e impedir la influencia del Emperador. Como los prelados fueron encerrados bajo llave ("cum clavis" en latín), este evento es reconocido como el primer Cónclave de la historia.

Aun así, el encierro no fue suficiente para dirimir las diferencias entre los cardenales y las discusiones se alargaron durante dos meses más. Las disputas hubieran sido incluso más prolongadas de no haber mediado una circunstancia que quizá nadie tuvo en cuenta en ese momento. El Septizornio era un edificio del siglo I y se caía a pedazos. No contaba con ninguna comodidad ni servicio sanitario. De modo que las duras condiciones del encierro provocaron la muerte de dos de los electores, produciéndose así un desbalance en la cantidad de miembros de una de las facciones enfrentadas. El 25 de octubre de 1241, los ocho cardenales, congregados a la fuerza entre aquellas paredes corroídas por la humedad, eligieron como nuevo papa al cardenal Godfredo Castiglioni, quien adoptó el nombre de Celestino IV.

Lo paradójico fue que el flamante pontífice no llegó a ser consagrado y murió dos semanas después a causa de los padecimientos sufridos durante las deliberaciones (aunque hay quien afirma que se trató de un caso de envenenamiento). Su única decisión importante fue la de excomulgar a Orsini.

Y lo gracioso fue que, ante la muerte repentina de Celestino, temerosos de un nuevo cónclave en las mismas condiciones, los cardenales huyeron de Roma y no volvieron a reunirse hasta 1243, cuando pudieron elegir a Inocencio IV, en condiciones mucho más humanitarias.

El siguiente cónclave, como tal, tendría lugar 27 años después.

Entretanto, Inocencio llegó a un acuerdo con Federico y todos los problemas entre el Papado y el Imperio parecían llegar a su fin. Pero pronto quedaría claro que no todo lo que brilla es oro. Federico pretendía el poder sobre Europa y no podía permitir que un papa, cualquiera fuera, le impusiera condiciones. De manera que, tras nuevos entredichos, nuevas excomuniones y reiterados sitios a Roma y a las ciudades italianas, la victoria parecía ya del lado del Emperador cuando éste encontró la muerte el 13 de diciembre de 1250 en Castel Fiorentino cerca de Lucera, en Apulia, después de un ataque de disentería. El papa lo seguiría cuatro años más tarde.

El siguiente papa fue Alejandro IV, quien siguió las luchas contra los Hohenstaufen, herederos de Federico, y canonizó a Santa Clara de Asís. Murió en 1261 y sus restos descansan en la Catedral de Viterbo pero se desconoce su ubicación exacta, ya que fueron escondidos por temor a que el cuerpo fuese profanado. Se ve que no eran tiempos amables para los papas.

Viterbo es una ciudad italiana cercana a Roma que aun hoy conserva entre sus atractivos turísticos el Palacio de los Papas, una propiedad que los pontífices utilizaron durante siglos como residencia de verano o como residencia provisional cada vez que en Roma la cosa se ponía peligrosa. Allí se reunieron los cardenales para elegir al sucesor de Alejandro IV. Claro que esa reunión no tenía nada que ver con los padecimientos sufridos en 1241. Desde aquella época, los cardenales seguían siendo ocho y, entre ellos, de pura casualidad, se hallaba el Patriarca de Jerusalén, Jacques Pantaleón, francés hijo de un zapatero, que buscaba ayuda contra el asedio que sufría el Santo Sepulcro por parte de los musulmanes. Los prelados una vez más no se ponían de acuerdo y ninguno de los candidatos presentados alcanzaba los dos tercios; de modo que, tras tres meses de deliberaciones, alguien decidió patear el tablero y propuso al Patriarca. La elección no se hizo esperar y el nuevo papa asumió con el nombre de Urbano IV (no es mi culpa que casi todos los papas de este siglo fueran IV).

Con la excusa de solucionar el problema de las largas discusiones por alcanzar los dos tercios para la elección de los papas, una de las primeras disposiciones de Urbano fue la de nombrar 14 nuevos cardenales. Por esta razón, fue prontamente acusado de nepotismo, ya que los nuevos prelados eran todos parientes de los cardenales que lo habían puesto en el trono de Pedro. Cada cual que piense lo que quiera. Los problemas con los sucesores de Federico no terminaban y en Roma la cosa estaba cada vez más caldeada entre los partidarios de pactar con el Imperio (los gibelinos) y sus enemigos (los güelfos). Al punto que Urbano creyó conveniente no acercase a la Santa Sede y pasó la mayor parte de su papado en Viterbo.

Claro que el papa tomó partido por los güelfos e hizo todo lo que estuvo a su alcance para perjudicar los intereses de los Hohenstaufen, herederos de Federico II. Para ello contó con un talentoso jurista y diplomático francés llamado Guy Le Gros Foulques, quien desempeñaría un papel muy importante en toda esta historia.

Guy Le Gros Foulques era noble y había nacido en 1202 en la ciudad de Saint Gilles, al sur de Francia. Cuando su madre murió, su padre dejó de lado sus deberes familiares y se metió a monje. Guy se hizo cargo de los bienes familiares, contrajo matrimonio y sirvió durante un tiempo como oficial de los ejércitos reales, para finalmente iniciar una exitosa carrera como jurista. El mismo Rey Luis IX de Francia (canonizado en 1297 por el papa Bonifacio VIII) lo llamó a su servicio y lo convirtió en uno de sus principales consejeros. Sin embargo, en 1256, al quedar viudo él también y con dos hijas, siguió los pasos de su padre, abandonó la vida mundana y también se refugió en un convento. Se nota que había cierta predisposición genética.

Sin embargo, seguir los pasos de su padre tal vez fuera su intención pero las necesidades del monarca eran superiores a sus deseos y, a los pocos meses de tomar los hábitos, se vio obligado a retornar al servicio activo. Claro que su "sacrificio" se vio retribuido con una carrera eclesiástica que podríamos llamar meteórica, puesto que en 1261 ya era nombrado como cardenal por el papa Urbano IV, en una de sus primeras disposiciones al frente de la Santa Sede.

Luego de numerosas misiones diplomáticas al servicio del Papa y del Rey de Francia, en 1265, participó en las operaciones que terminarían por reponer a Enrique III (cuñado de Luis IX) en el trono de Inglaterra y es durante el viaje de regreso a Francia que se produce la muerte del Papa. Apenas pisó suelo francés, recibió un mensaje urgente del Colegio Cardenalicio exigiéndo su presencia inmediata en Perugia, ciudad de Italia en la que había fallecido el pontífice. Recién cuando estuvo frente a los cardenales se le comunicó que había sido electo por unanimidad "in absentia".

Por cierto que Guy era un tipo de sobrada experiencia en cuestiones palaciegas y tal vez por eso se vio sorprendido por su nombramiento y no se creyó capaz de llevar la carga que se le estaba ofreciendo. Nadie tenía dudas de que detrás de su elección se hallaban las maquinaciones de Luis IX, pero aun así su primera reacción fue la de rechazar el papado. Se dice que dio sólidos argumentos para que los electores cambiaran de parecer e incluso que llegó a implorarles que no lo eligieran. Sin embargo, sus súplicas y sus lágrimas no convencieron a los cardenales y, tras una reunión secreta con los enviados del rey, Guy terminó aceptando a regañadientes y fue finalmente coronado con el nombre de Clemente IV (¡otro más!). A juzgar por las opiniones de sus contemporáneos, la decisión de los cardenales (influidos tal vez por el Rey Luis) no fue errada, ya que todos coinciden en que fue un papa piadoso y ejemplar, algo poco frecuente en aquellas y todas las épocas, si se me permite la opinión personalísima. Las únicas pobres que tal vez no estuvieron felices con su pontificado fueron justamente sus hijas. Tras su nombramiento, Clemente IV dispuso que ninguno de sus parientes tuviera acceso a cargos dentro de la Curia y que las dotes de sus hijas serían reducidas drásticamente para desalentar las aspiraciones a ser yernos del papa. Resultado: ante la falta de candidatos, las dos niñas terminaron metiéndose en un convento.

En otro orden de cosas, fue Clemente el encargado de terminar con las extensas disputas entre el Papado y la familia de los Hohenstaufen. Su lealtad estaba con el Rey de Francia y por él se jugó el todo por el todo. Enfrentó militarmente a Manfredo, hijo y heredero de Federico II, y gracias a su tenacidad salió triunfante. Manfredo se había hecho coronar como Rey de Sicilia y en alianza con las ciudades del norte de Italia reclamaba el control de toda la península. Ya Alejandro IV lo había excomulgado y durante el papado de Urbano IV se había ofrecido la corona de Sicilia a Carlos de Anjou, hermano del Rey de Francia, a través de negociaciones inspiradas por el aun Cardenal Guy Le Gros Foulques. Con la aparición de los ejércitos franceses, tras las victorias de Benevento (1266) y Tagliacozzo (1268), terminó definitivamente el poder de los Hohenstaufen.

Carlos lograba así la corona de Sicilia, pero para ello tuvo que firmar un tratado con el papa en el que se aseguraba la libertad de la iglesia y la supremacía de la Santa Sede en la política italiana. En 1266, Carlos fue coronado en la Basílica de San Pedro, pero Clemente le daría muestras de su poder terrenal. El día de la ceremonia, se retiró de Roma rumbo a Viterbo y dejó la coronación en manos de un cardenal designado a ese propósito. Era su manera de decirle a Carlos: "Sos importante pero no tanto como para que yo me tome el trabajo de coronarte". Obvio que las relaciones entre Carlos y Clemente no fueron, desde entonces, las más cordiales, pero el papa mantuvo siempre el dominio y cuando murió, en 1268, dejó el papado en una mucha mejor condición que cuando recibió las llaves de San Pedro.

Lo que él no sabía era que su muerte sería sucedida por el cónclave más largo de la historia.

Clemente IV también murió en Viterbo y allí se reunió el Colegio Cardenalicio una vez más, dividido en diferentes facciones, cada cual con posiciones distintas a la hora de decidir cómo manejar el poder que dejaba el pontífice fallecido. Unos eran partidarios del alineamiento con Francia y otros del incremento el poder italiano liderado por Roma.

Las deliberaciones comenzaron el 29 de noviembre de 1268 y las posiciones enfrentadas eran tan firmes que, pasado el tiempo, era imposible llegar a un acuerdo. Entretanto, las autoridades civiles de Viterbo se esmeraban por hacer que la vida de los prelados durante las votaciones fuera lo más placentera posible. Sin embargo, a medida que el tiempo pasaba sin que se llegara a un acuerdo, los fieles empezaron a impacientarse y (recordando la elección de Celestino IV) optaron por recurrir una vez más al método del cónclave.

Habían pasado ya más de dos años de discusiones (y algunos cardenales habían fallecido durante las mismas) cuando, por orden municipal, los electores fueron encerrados en el Palacio Episcopal bajo llave y con impedimento de comunicarse con el exterior hasta tanto la Cristiandad no contara con un nuevo pontífice. Como el encierro no daba resultado, se les disminuyó la alimentación a tan solo pan y agua. Pero ni aún así se llegaba a un acuerdo, por lo que los habitantes decidieron levantar el techo del palacio para dejar a los cardenales expuestos a las inclemencias del clima y así "inspirarlos en su contacto con el Espíritu Santo".

Acuciados por la situación, los quince cardenales que quedaban decidieron nombrar una comisión de seis integrantes para que realizara la elección. Era un método desesperado pero que dio resultado, aun cuando el merecedor de los votos cardenalicios fue quizá el menos esperado. Su nombre, Teobaldo Visconti, diácono de Lyon, nacido en 1210 en Placenza, Italia, y educado en Francia. Era tal vez una consesión por parte de ambos bandos. Pero lo extraño fue que ni siquiera era sacerdote al momento de ser elegido. Es más, ni siquiera se encontraba en Europa, ya que un año antes, después de pasar por Roma, se había plegado a la Octava Cruzada impulsada por Luis IX. Recibió la noticia de su nombramiento en San Juan de Acre, en Tierra Santa, y hubo que esperar su llegada a Italia para proceder a su ordenación como sacerdote, el 19 de marzo de 1272, y su consagración como Papa, una semana después, adoptando el nombre de Gregorio X.

Podría seguir contándoles "exentricidades" de las elecciones papales, pero lo cierto es que ya me dio pereza.

Eso es todo por hoy. Desde las callecitas ya otoñales de la siempre misteriosa Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que, hoy por hoy, sigue viendo con mejores ojos las viejas historias lavadas por el tiempo y las prefiere a las mezquindades y bajezas contemporáneas, que sí han de afectarnos directa o indirectamente.



jueves, 21 de febrero de 2013

Los chicos siempre dicen la verdad...



... Al menos es lo que dice el dicho popular que incluye también a los borrachos. Y no pocas veces, la realidad lo comprueba.

Ya se sabe que el discurso homofóbico si de algo carece es de creatividad. En la Argentina tenemos mucha experiencia al respecto y las discusiones que se están desarrollando por estos días en algunos países de Europa acerca de la legalización del matrimonio igualitario no dejan lugar a dudas. A diario podemos leer y escuchar a los homófobos y homófobas del Viejo Continente, diciendo las mismas barbaridades que supieron exponer, allá por el 2010, nuestros inefables dinosaurios vernáculos. Nada nuevo. Absolutamente nada. Solo las mismas ideas retrógradas y cargadas de desprecio y odio que supieron destilar personajes nefastos como Negre de Alonso, Chiche Duhalde, la Hotton o el diputado Olmedo, por mencionar solo a algunos de los tantos que se vistieron de naranja por aquellos tiempos.

En los últimos días, el Secretario de Estado para el País de Gales del Reino Unido, David Jones declaró que las personas homosexuales no están capacitadas para educar a un niño. Así nomás, sin medias tintas. Ya quisiera yo que el señor (de alguna manera hay llamarlo) me explicara cómo hicimos entonces los que durante siglos y siglos hemos educado a los nuestros, logrando resultados que en nada difieren de los alcanzados por los progenitores heterosexuales (porque nunca está de más recalcar que los gays y las lesbianas no somos estériles y estamos en la tierra desde el comienzo de los tiempos). Pero hoy no busco polemizar a título personal con este cavernícola que tuvo la suerte o la astucia para llegar a un tan alto puesto en la administración británica. Eso es algo que perfectamente puede hacer un crío de primaria.

En una entrevista televisiva en la que trataba de explicar las razones por las que había votado en contra del matrimonio para todos, Jones aseguró que “el matrimonio es una institución que evolucionó a través de los siglos para crear un entorno confortable y seguro para educar a los hijos y las parejas del mismo sexo son claramente incapaces de hacerlo”.

Una pequeña de ocho años escuchó por la tele al señor Jones e, indignada, decidió escribirle una carta para manifestarle su descontento (raro pero cierto: ¿una carta y no un mail o un twitter?). La misiva escrita por la nena es la que ilustra este artículo y en ella dice:
“Querido Sr. Jones:
Estoy escribiendo para informarle que no estoy de acuerdo con que un niño no pueda ser educado por una lesbiana o un gay. Mi nombre es Elizabeth Burt y soy hija de madres lesbianas. Tengo una pequeña hermana, llamada Pippa y dos mamás, llamadas Karen y Alison. He sido perfectamente educada y por lo tanto no veo por qué usted dice eso. Mis amigos y yo creemos que cualquiera puede ser educado por alguien que lo ame, lo cuide y le dé felicidad.
Por favor, ¡responda!
Suya, sinceramente
Elizabeth”.
Cortito y al pie.

No he podido encontrar respuesta alguna por parte del Secretario, pero la carta de Elizabeth fue twiteada por una de sus madres y luego retwuiteada hasta el infinito por sus contactos. Las declaraciones de Jones armaron revuelo y el mismísimo Primer Ministro tuvo que salir a declarar que no estaba de acuerdo con las declaraciones de su subordinado y que su gobierno defiende tanto el matrimonio igualitario como el derecho a la adopción de las parejas de igual sexo. Otras voces se alzaron en contra de Jones, cuyas palabras solo buscan desacreditar derechos inherentes a una parte de la población, y exigieron una disculpa pública y una reunión con parejas homoparentales galesas.

Por su parte, DJ salió al cruce de la polémica y solo atinó a decir que sus declaraciones fueron tergiversadas (el viejo y manido “me sacaron de contexto”). Si bien admite haber hecho las declaraciones, “eso no quiere decir que yo esté en contra de las parejas estables y comprometidas entre personas del mismo sexo. Estoy completamente a favor de la unión civil y, en la entrevista, yo no dije que las parejas homosexuales no debían adoptar hijos. Esa no es mi opinión. Simplemente quise decir que, dado que las parejas del mismo sexo no pueden procrear, la institución del matrimonio debería, según yo, ser reservada para las parejas heterosexuales”. O sea: lo dijo pero no lo dijo.

Esto es todo por hoy. Desde las heridas callecitas de esta Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que, harto de escuchar siempre las mismas idioteces, sabe distinguir entre los que aclaran y los que oscurecen (me salió medio en verso, ja)


martes, 5 de febrero de 2013

Nada de bailar con el más feo


Ante todo debo aclarar que no soy un conocedor ni un amante del ballet. Y si hablamos de musicales, se me puede considerar más bien un detractor. No obstante, puedo reconocer el talento donde se manifieste.

Gracias al blog del catalán Javier Arnott Álvarez, Bajo el Signo de Libra (página que visito asiduamente ya que siempre presenta material interesante), conocí la versión, de 1996, del director y coreógrafo Matthew Bourne sobre el célebre ballet El Lago de los Cisnes, de Tchaikovski. Invertí mi tarde de hoy en disfrutar del video que gratuitamente se puede ver en Youtube (al final de este artículo lo pueden encontrar) y ciertamente han sido dos horas maravillosamente aprovechadas.

Más allá de la música de Tchaikovski (cuyo talento, a esta altura del partido, supongo yo que será indiscutible), la propuesta tiene la solvencia y el coraje propios de las obras destinadas a perdurar, demostrando además que nada tiene por qué ajustarse a los cánones tradicionales y siempre es posible otra mirada. Obvio que no es un espectáculo recomendable para aquellas personas que se aferran a los convencionalismos como si en ello les fuera la vida. Se trata, ante todo, de una producción cuyo eco se habrá de multiplicar justamente entre quienes gocen de una vida vivida con cierta irreverencia.

La obra comienza con un niño (el Príncipe), en su cama, padeciendo lo que parece ser una pesadilla que gira alrededor de un cisne. Despierta agitado y aparece su madre (la Reina). Cualquiera supondría que va a consolarlo, pero no. Desde el primer momento nos queda claro que esa mujer no es una madre como cualquier otra. Esta es incapaz de esbozar el más mínimo gesto afectivo hacia su hijo. Cuando el chico se pone demasiado demandante, ella se levanta y se va, sin importarle los ruegos del pequeño. Ingresa entonces un ejército de sirvientes, liderado por quien pareciera ser el Primer Ministro o algo así (personaje que me recuerda al hechicero malvado de la versión original). Al Príncipe lo visten y lo acicalan como si fuera una marioneta (escena sospechosamente similar, en la última versión cinematográfica de María Antonieta). Cuando el chico está listo, la escena pasa a una serie de actos oficiales donde el Príncipe sufre y se aburre (algo así como “los niños que tienen tristeza” tan en boga allá por los 90). La Reina lo regaña y lo instruye para simular simpatía y resultar agradable ante los demás. En el transcurso de la escena, aparece el Príncipe ya crecido pero igualmente hastiado por los compromisos protocolares

En ese contexto, el muchacho conoce a una rubia muy emperifollada y de modales un tanto rústicos. Obvio que se encandila con ella, pero no ve que el Ministro los contempla con malévolo placer. Por el contrario, la misma escena no cuenta con la aprobación de la Reina, quien supongo pretenderá una candidata más refinada para su conflictuado hijo. Sin embargo, ella no duda en coquetear con los muchachitos que pululan a su alrededor. Pasamos entonces a una función de teatro. Asisten el Príncipe, acompañado de la Rubia, el Ministro, la Reina y uno de los muchachitos que flirteaba con la Reina en la escena anterior. Este es uno de los tramos más simpáticos de la obra, ya que en el escenario que se muestra junto al palco donde están los protagonistas (en una maravillosa demostración de cómo el teatro también puede mostrar teatro), se desarrolla una historia de ballet en el que un grupo de mariposas luchan contra unos monstruos que parecen árboles y son ayudadas por un leñador que termina enamorándose de la reina de las mariposas (que a diferencia de sus coloridas súbditas es blanca, casi una polilla). El tono de la escena es claramente paródico y muy divertido. Sobre todo porque desde el palco, la Rubia se muestra desubicada y grotesca con sus ademanes y risotadas, generando el fastidio de la Reina.

Hay mucho sicologismo en la historia y la pelea constante entre madre e hijo tiene una relevancia que no se puede pasar por alto. Sus encuentros son siempre ríspidos e incluso violentos, él reclamando el amor de su madre y ella rechazándolo sistemáticamente. Después de una fuerte discusión entre ambos, el Príncipe termina en un cabaret donde todo el mundo baila y se emborracha. Incluso el Príncipe, que se encuentra allí con la Rubia y con el Ministro (pero este está disfrazado). Luego de una situación muy confusa, el muchacho sale del bar y es tal su borrachera que es incapaz de caminar y cae al suelo. Allí ve salir al Ministro y presencia el momento en que le entrega dinero a la Rubia, dándose cuenta del complot.

Deprimido por su descubrimiento, el Príncipe se halla ahora en un parque y es acá donde comienza lo verdaderamente maravilloso y novedoso de la obra. El tipo se siente una basura, rodeado por una madre que lo desprecia, un ministro que solo buscar sacar provecho y una mina que dice amarlo pero que solo es una contratada para enamorarlo. Entonces, en el lago del parque (porque si estamos hablando de EL LAGO DE LOS CISNES, tiene que haber un lago) presencia la aparición de un grupo de estas aves que realizan una danza por demás hipnótica. Lo extraño es que estos cisnes ya no son las delicadas damiselas vestidas de tutú blanco que solían aparecer en los ballets tradicionales. Estos cisnes son varones, tiene el torso desnudo y llevan unas bermudas emplumadas que “dan vuelo” a sus movimientos. Y la figura principal de este grupo de aves tampoco es una damisela, sino también un varón muy atlético y elegante que termina por brindarle al Príncipe el afecto que no ha encontrado ni en su madre ni en la Rubia. ¡Chupate esa mandarina! Si había algo que no esperaba, era semejante vuelta de tuerca. Si ven la obra por Youtube, tengan presente que este tramo corresponde al final de la primera parte y el compaginador que subió el video a la web tuvo el mal gusto de cortar el archivo veinte segundos antes de que terminara la escena. Además de bronca por la falta de cuidado en detalles tan importantes, uno experimenta una especie de ahogo equiparable a esa situación en la que, en pleno orgasmo, se abre la puerta y entra el hijo pequeño reclamando un vaso de agua.

Lo que sigue adquiere ribetes realmente shakespearianos. Se presenta un gran Baile Real (de realeza y no tanto de realidad) y una pasarela donde las personalidades entran al salón como lo hacen las estrellas de Hollywood a la entrega de los Oscar. Llegan la Reina y el Príncipe y se inicia la danza. Está la Rubia pero el Príncipe no quiere saber nada con ella. Allí es donde hace su aparición un joven hermoso y vestido de negro. “¡El Cisne Negro!” piensa uno. Y no se equivoca. El tipo se hace el galán con todas las minas presentes y sobre todo con la Reina, que no le hace asco. Así se produce una situación por demás bizarra en la que el Príncipe empieza a competir con su propia madre por los favores del mismo hombre. Entretanto, a través de gestos y miradas queda en evidencia que se trata de una nueva jugarreta del Ministro. Los asistentes se burlan del Príncipe mientras la Reina es definitivamente seducida por el Cisne Negro, lo cual termina por desquiciar a su hijo, que saca una pistola y amenaza con matarlos a los dos. La Rubia intenta impedirlo y el Ministro también saca un arma y apunta al Príncipe. Se produce un forcejeo y finalmente el Ministro dispara, matando a la Rubia que queda tendida entre los brazos del joven desquiciado. Por orden de la Reina, el Príncipe es retirado de escena y ella se refugia en los brazos del Cisne, quien mira con complicidad al Ministro y termina la escena.

Llegamos entonces al final. El Príncipe es encerrado en su cuarto y la ventana ahora tiene rejas. Ingresan la Reina y el Ministro, pero ahora vestidos de médicos, acompañados de un ejército de enfermeras con máscaras idénticas a la cara de la Reina. Una escena similar a la inicial pero con significado bien diverso, el Príncipe es sometido a una serie de prácticas que terminan siendo casi una sesión de tortura. Cuando todos se van, él queda tendido en su cama, supuestamente dormido a causa de los sedantes que le administraron. Surgen en ese momento, por debajo de la cama, los cisnes que viera en la escena del parque y empiezan a bailar con él. Todo hermoso hasta que aparece, desde dentro de la cama, el Cisne Blanco que le diera su afecto. El Príncipe, al verlo, abandona a los demás cisnes y éstos, al verse despreciados, lo atacan violentamente. El Cisne Blanco sale en su defensa y allí, en una coreografía majestuosa muy distinta a la que uno suele ver en versiones más tradicionales, los cisnes matan a su antiguo líder, sin que el Príncipe pueda hacer nada para salvarlo. Se derrumba entonces sobre la cama y los cisnes asesinos desaparecen como llegaron. La escena final nos muestra a la Reina entrando en el aposento y descubriendo a su hijo muerto. Es la única vez en que va a exteriorizar sus sentimientos, tomándolo entre sus brazos como La Piedad y llorando desconsoladamente, mientras en la ventana, tras las rejas, una imagen esfumada del Cisne Blanco lo muestra con el niño Príncipe del inicio entre sus brazos.

Y colorín-colorado, esta historia ha terminado. Pero acá les dejo los videos para que (si gustan) vean esta maravilla con sus propios ojos.





La vi dos veces en la misma tarde y estoy seguro de que en los próximos días voy a volver a verla. Para más dato, les cuento que esta versión es la que aparece en el final de "Billy Elliot" y el actor de que hace de Billy ya grande es Adam Cooper, el mismo que representa al Cisne en la puesta de Bourne. Si me preguntaran cuál es la reacción que me generó en esta tarde de febrero, sin dudas respondería “FASCINACIÓN”.

Eso es todo por hoy. Desde las calurosas y veraniegas callecitas de la siempre misteriosa y ahora herida Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que ha sabido ser Príncipe muchas veces en su vida y, otras menos, algo así como un Cisne, aunque mis plumas nunca lucieron tan bien como las de Cooper (a más de uno se la dejo picando).




viernes, 11 de enero de 2013

Donde nadie va


Película de guerra yanqui. O al menos es lo que parecía porque, al final, terminó tratando sobre lo que pasa después de que los soldados vuelven de la guerra. Nada nuevo. Un grupo de soldados norteamericanos que están en Irak (no se dice en la película por qué ya que, imagino, el guionista confiaba en que todo el mundo sabe algo de historia)... decía, el grupo de soldados estaba allá y los mandan a una última misión solidaria antes de regresar a casa. Todos contentos de poder escapar finalmente del horror. Entre ellos, Samuel Jackson, que es un médico muy bueno que hace su trabajo con abnegación. También está Chad Michael Murray (siempre tiene que haber un muchachito lindo y rubio en este tipo de historias), pero muere en la emboscada que los malvados e ingratos iraquíes tienen preparada para recibirlos. Su mejor amigo de la infancia y compañero de batallón le pide que no se muera pero el otro (por contrato) ya no puede decir nada más. La chica rubia que conduce el camión que explota al intentar huir del lugar, gracias a la bomba que hace detonar un adolescente por medio de un celular, pierde una mano y es rescatada por Jackson en medio de la balacera. Y otro negro muy grandote llamado Jamal mata sin querer a una mujer de negro que se aparece por una puerta y la deja tendida, pero la imagen de su rostro velado se sabe que no se le va a borrar por el resto de su vida (lo cual, por suerte para él,  no es mucho tiempo porque Jamal muere a mitad de la película, como media hora después, cuando toma de rehenes a un grupo de personas inocentes en un autoservicio y un grupo de tareas especiales tipo SWAT le mete una bala entre ceja y ceja). Nadie se explica cómo pueden salir de aquel infierno, rodeados por francotiradores que hacen estallar bombas por todos lados y destrozan los camiones con misiles. Bah, al menos yo no me lo explico. Pero lo cierto es que, fuere como fuere, regresan a sus casas en EUA, donde todos son recibidos como héroes de guerra. Y nada más.
Película cebollera clase B. Pero debo reconocer que Samuel Jackson actúa de la hostia. Y también debo reconocer que pueden extraerse algunas enseñanzas de esta historia:
1. LA GUERRA ES UNA MIERDA. Y acá pensé en mi hermano José, que en el ’82 llegó a acusarme de traidor por no festejar el desembarco en Malvinas. Creo que desde entonces no volvimos a estar de acuerdo en nada, nunca más.
2. ESTÁ TERMINANTEMENTE PROHIBIDO PREGUNTARSE QUÉ CORNO HACÍAN LOS ESTADOUNIDENSES GUERREANDO EN MEDIO ORIENTE. Y acá me acordé de un boludito que aparecía en la tele y decía que él admiraba a Bush y que los yanquis eran un pueblo admirable.
3. ES MENTIRA QUE EN EL GRAN PAÍS DEL NORTE SE TRATE CON HONORES A LOS VETERANOS. Porque todos terminaron bien chapita, víctimas de la burocracia, de la mezquindad, de la indiferencia, y bien podría decirse que los más afortunados fueron el rubiecito y Jamal. Y acá pensé en Sábato porque don Ernesto decía en alguna de sus novelas (creo que en “Abbadon...”) que la guerra puede ser inútil o estúpida, pero el batallón es sagrado (palabras más, palabras menos). Y queda claro que, para los que mandan gente a la guerra (cualquier guerra, las de allá o las de acá), esas gentes no son más que peones, herramientas menos costosas que la bala que las mata.
Y sin que hubiera una relación directa (la mente humana tiene esas conexiones indescifrables) también pensé en otras guerras, en esas que uno, consciente o no, libra día a día. Ya sé que no hay comparación. Que uno no es un héroe ni deja la vida en cada “misión”. Pero, yo qué sé, me acordé de eso.

Más exactamente, me acordé del último día de trabajo en escuelas del año 2012.
El día venía mal barajado de entrada. Hacía un tremendo calor, el tránsito de la ciudad era un incordio ya desde temprano. Y para colmo de males, las señas que nos había dado la orientadora social del colegio al que íbamos no se correspondían con el mapa de la zona. Estábamos perdidos y no hallábamos el modo de orientarnos.
En plena búsqueda, deambulando con la camioneta por una ruta, vemos un edificio extraño. Una especie de cuadrado amurallado que ocupaba varias manzanas y en la muralla varias torres que, a las claras, eran torres de vigilancia. Gastón y yo nos miramos y los dos pensamos lo mismo: no sabíamos que en esa localidad hubiera una cárcel. Al costado de la ruta cundían los anuncios de un cementerio privado que quedaba por la zona (ya los veníamos leyendo desde varios kilómetros atrás) y, a poco andar, se nos aparece como de la nada la entrada a un relleno "sanitario" del CEAMSE. Cartón lleno, dijimos: cárcel, cementerio y basural. A veces la realidad se llena de ironía y abusa de los simbolismos.
No recuerdo cómo, pero a mitad de la mañana llegamos por fin a la escuela. “Ay, pensábamos que ya no venían”, nos dice la orientadora social al recibirnos, con una sonrisita amable pero sin disimular el reproche. Con la misma amabilidad tratamos de darle a entender que su cargo de “orientadora” era una paradoja más de aquella jornada enrevesada.
El barrio no era pobre. Era muy pobre. Al menos en lo que a lo material se refiere. De esos que, si uno creyera en dios, lo primero que haría sería pedirle que se diera una vueltita por allá, de tanto en tanto, porque claramente se notaba que nunca había estado ni siquiera cerca. Curiosamente, mientras las celadoras reunían al estudiantado para participar de los talleres, la orientadora quiso tener una charla previa con nosotros para ponernos sobre aviso. Que los chicos eran muy especiales, que a veces tenían algún problema de conducta, que eran difíciles y bla, bla, bla. Nos quería prevenir para que no saliéramos corriendo ante la primera muestra de indisciplina. Tal vez creyera que no sabríamos afrontar una situación hostil o que los adolescentes con los que tratamos a diario son como esos personajes de plástico que aparecen en las series juveniles. Nos contó un poco sus experiencias y las dificultades por las que atravesaba la escuela. “En este barrio no hay nada...”, dijo, “ni siquiera vienen los evangelistas”. Lo cual nos pareció un dato muy duro. Si no hay siquiera un templo evangélico, sí que están sonados, je. Y justo que empezábamos a polemizar sobre el asunto, fuimos interrumpidos por un griterío que venía del corredor, a escasos cinco metros de donde estábamos.
Un chico rubiecito y flacuchento estaba peleando con una chica. Ambos de unos quince años. Pero cuando digo “peleando”, digo PELEANDO. A las piñas. Gastón y yo nos miramos y volvimos a coincidir en el pensamiento: esto no nos sucede a diario y por ahí la mina sí tiene razón en eso de que estos chicos son “especiales”. Sin embargo, ninguno de los dos pensó siquiera en dar marcha atrás. El incidente se dio por terminado de manera expeditiva. Las preceptoras separaron a los litigantes y todo pareció regresar a la calma. Y así fue, efectivamente. La orientadora regresó junto a nosotros y trató de excusarse por el “mal momento”, como si hubiera sido necesario. Luego ensayó una especie de resumen de la problemática que atravesaba el rubiecito. Por fortuna, fue interrumpida por una señora que entró para comunicarnos que los grupos ya estaban esperándonos para iniciar las charlas. Entonces, Gastón y yo hicimos de tripas corazón y salimos al ruedo. Cada uno en su fuero interno pensando cómo encarar la conversación, de manera que a los chicos les resultara interesante y todos pudiéramos volver a casa con la sensación de que había servido para algo.
A lo largo de la jornada, a los dos nos sucedió algo semejante. El día había comenzado mal, pero terminó de maravillas. En lo personal, los talleres que di en aquella escuela ya están atesorados entre los mejores recuerdos de mi paso por la actividad docente. Contrariamente a lo que suponíamos, los alumnos se comportaron con el mayor de los respetos y participaron activamente con preguntas, dudas, comentarios, risas, bromas, controversias, acuerdos, disensos, apertura y libertad. La verdad que de vih hablamos poco (yo diría que lo justo y necesario), pero hablamos de sexualidad, de sus proyectos de vida, de la ausencia de proyectos, de la vida en general, de sus miedos y los míos, de las posibles formas de afrontarlos, de los hijos, de los padres, de querernos, de cuidarnos... Hablé hasta quedar sin voz pero también escuché hasta superar transitoriamente mis problemas de audición, frente a un grupo de alumnos que necesitaban oír y ser oídos. Unos chicos que no sé cómo hacen para seguir peleándola en ese sitio olvidado y rodeado por un basural, una cárcel y un cementerio. Los que basan sus teorías sociales y económicas en la igualdad de oportunidades no tienen la más puta idea de lo que dicen. Cuando uno se aleja de la heladera llena y el aire acondicionado, la realidad se ve de otra manera. Pero si lo hace y tiene suerte, le puede pasar como me sucedió a mí aquel día, cuando una vocecita cantarina me sobaba el pecho diciendo “¿Viste por qué seguís en esto?”.
No obstante, al final de una de las charlas, uno de los alumnos se acercó para darme la mano. Obvio que no solemnemente como solemos hacer los adultos sino de esa manera tan especial que usan los jóvenes, entrecruzando los brazos y reteniéndote cerca, como si no quisieran dejarte ir. “Gracias por venir” me dijo. Y como si no hubiera sido bastante remató con un “Ojalá puedan venir el año que viene. Acá nunca viene nadie”.
Ya sé que la frase daba para emocionarse e incluso para liberar algún que otro moco. Pero no pude. Justamente yo que soy de moco predispuesto. No me animé a decirle que es bastante poco probable que volvamos. Que nuestro trabajo diario en escuelas está mal remunerado y además cobramos cada tres o cuatro meses, cuando los encargados de poner la plata se acuerdan de que existimos o se cansan de que les taladremos el cerebro a sus empleados por teléfono. ¿Alguien habría tenido el coraje de decirles a esos chicos, que carecen de casi todo, que ya no vanos a volver porque nosotros también necesitamos mantener lo que ellos tampoco tienen? Yo no. Y me siento todavía un miserable porque sé que esos chicos están hartos de promesas y de olvidos y están necesitados de cualquier esperancita que les dé una razón para no tirar la toalla. Sé que merecían de mi parte al menos una pequeña honestidad, pero no me animé a confesar que aquel era seguramente el último día del proyecto que, durante años hemos llevado adelante con tanto empeño y sacrificio.
Esa es (o era) nuestra guerra diaria. Extraña por demás. Porque nunca estamos cara a cara con los enemigos. Esos que son como los francotiradores de la película, que activan las bombas a distancia, aunque los iraquíes defendían su libertad mientras que los de acá tan solo protegen intereses que no siempre son propios. Rara también porque en esta guerra diaria de la que hablo no somos ni víctimas ni victimarios. No apretamos el gatillo ni perecemos bajo el impacto del imaginario misil. Tan solo somos la curita que intenta frenar la hemorragia que sucede al estallido. Y aún así, nada me quita de la cabeza la idea de que nuestro trabajo es (o era) importante. Porque así como el rubiecito de la peli no debería haber muerto en tierras extrañas, así como la rubia no tendría que haber perdido la mano y Jamal debería haber llegado a viejo con un trabajo digno y feliz de sus nietos; del mismo modo aquellos chicos y chicas que me ofrecieron su respeto aquel día merecen al menos que alguien les tire un cable de tanto en tanto.


Eso ha sido todo por hoy. Desde las tórridas y despobladas callecitas veraniegas de la Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que, a veces, no puede con su impotencia y otras se traga la rabia para poder continuar... Iba a terminar diciendo que ojalá podamos continuar, que ojalá podamos seguir yendo a esos lugares donde nadie va. Pero me acordé de que “ojalá” significa “dios quiera” y de que hace rato tengo la certeza de que dios tiene muy poco que ver en estos asuntos. Los que cortan el bacalao están mucho más cerca y son mucho más tangibles.



Novelas de Carlos Ruiz Zafón