lunes, 17 de mayo de 2010

De ciegues y de elefantes


Habrá sido allá por el ’66 ó ’67. Todavía vivíamos en Tucumán, en el barrio de Villa Urquiza, cerca de la cárcel,, en la casa de la bisabuela que albergaba a gran parte de la familia. Como gallina clueca, Doña Carmen cobijaba a hijes, nietes y bisnietes con la única condición de que se le permitiera hacerse cargo del cuidado de les más pequeñes. Y lo hacía muy bien. Mi vida (y supongo que también la de mis primes) habría sido muy diferente, si ella no se hubiera ocupado de mi crianza durante mis primeros años. Por lo pronto, esa tarde nos habló sobre les ciegues y les elefantes.

Mis primes y yo nos habíamos enojado furiosamente, unes con otres, por alguna razón que no recuerdo. Seguramente fue una tontería pero, a esa edad, hasta lo más intrascendente cobra dimensiones extraordinarias. Al principio, se mantuvo al margen pero, al ver que la situación se salía de madres, Doña Carmen intervino a su estilo:

- Imaginen a los changuitos que han nacido cieguitos. ¿Cómo pueden saber lo que es un elefante si nunca lo han podido ver?

La pregunta era por demás extraña pero nosotres ya estábamos acostumbrades a situaciones parecidas. Sin embargo, ella tenía ese don de captar nuestra atención. Cuando la bisabuela hablaba se detenía el tiempo.

- Los ciegos ven con las manos –dijo uno de los primos mayores.

- Ajá... Entonces el cieguito que se ponga junto a la trompa del elefante y la toque va a pensar que un elefante es una gran manguera... –todes nos reímos porque nosotres sí sabíamos cómo era un elefante- el que le toque la pata pensará que es una enorme columna, el que esté junto a la panza tendrá la impresión de que es una pelota descomunal... ¿Cuál de todos tendría la razón?

- ¡Ninguno! –dijimos algunes.

- ¡Todos! –aseguraron otres.

Fue entonces que Doña Carmen nos explicó que todes estarían en parte acertades y en parte equivocades. Conclusión de la bisabuela: la solución sería que todes expusieran sus propias impresiones y así todes tendrían un panorama más amplio de lo que es un elefante, o que se tomaran el trabajo de recorrer al animal para tener una idea más acabada. ¡Qué vieja sabia mi bisa! Por eso, cuando murió, sentí que una parte de mí se iba con ella. Aunque desde entonces la mantengo siempre viva en mis recuerdos.

Esta anécdota en particular me ronda la cabeza desde que empezó el debate fuerte por la Ley de Medios Audiovisuales y más recurrente se tornó con el de la modificación del Código Civil para permitir el Matrimonio Civil Igualitario. Y a medida que escuchaba o leía las diversas posturas, me daba cuenta de que muches de les involucrades en la discusión no eran más que ciegues tocando un elefante. Incluso aquelles que tienen una visión menos limitada y pueden ver más allá de sus manos. Cuánto más les que, pudiendo percibir la diversidad, se empeñan en negarla para defender sus privilegios e intereses sectarios. Mi bisa hubiera dicho que estes últimes son les más ciegues porque son incapaces de ver con el corazón. Yo tengo que hacer un esfuerzo para no emplear términos más fuertes...

Caso similar presentan otras discusiones como la política de derechos humanos, las medidas económicas, los códigos contravencionales, la corrupción, el aborto, la minería a cielo abierto, las relaciones internacionales y decenas de otros temas en los que la gran mayoría toca de oído. Lo malo es que, ante las reiteradas desafinaciones, nadie está dispueste a abandonar la orquesta.

Les integrantes de la llamada comunidad LGBT (si es que tal cosa existe) no estamos fuera de esa norma, lo cual refuerza la idea de que no deberíamos ser considerados de un modo diferencial. Aburre tener que repetirlo (incluso a les mismes integrantes de la cofradía, que solemos tender a sacarnos los ojos ante cualquier divergencia) pero somos tan diversos como el resto de la humanidad, con virtudes y defectos, aciertos y errores, dudas y certezas. Humanos, bah. Por eso resulta inadecuado meternos a todes en la misma bolsa y hacer de cuenta que todes hacemos, pensamos y sentimos del mismo modo. Y esta inconveniencia se torna infame maledicencia cuando se la emplea para demostrar, justamente, que la bolsa, con nosotres dentro, es una bolsa de gates.

En los últimos tiempos, he leído, escuchado y presenciado muchos (¡demasiados!) discursos orientados a poner de manifiesto diferencias que, a las claras, resulta improcedente si de derechos se habla. A ver si soy claro: el hecho de preferir a una persona de nuestro mismo sexo a la hora de ir a la cama (o donde fuere que une lo hace) no nos hace menos humanes. Resulta incomprensible que aun existan gentes aferradas a prejuicios medievales que siguen negando tozudamente una realidad que cada día es más y más patente. Repitiendo hasta el hartazgo las palabras de Osvaldo Bazán: “la homosexualidad no es nada”. Dice el refrán que no hay peor ciegue que le que no quiere ver y somos tan humanes, tan idéntiques al resto de la humidad que incluso personas LGBT se ubican en la vereda de enfrente a la hora de defender nuestros derechos. O mejor dicho: a la hora de trabajar por el reconocimiento jurídico y social de nuestros derechos. Porque no debemos olvidar ni por un instante que somos tan personas que también nosotres ya tenemos derecho a amar, a ser amados, a formar una familia, a criar y educar a nuestres hijes adoptades o biológiques, a tener un seguro social, a recibir pago por nuestro trabajo, a acceder una pensión por viudez y un larguísimo etcétera que me llevaría demasiadas líneas detallar. Y muches de nosotres ya ejercemos algunos de esos derechos sin pedirle permiso a nadie. Claro que sin el respeto ni el reconocimiento que merecemos.

Lo indignante es comprobar que los seudoargumentos por la negativa pretenden tomarnos, a nosotres y a la sociedad toda, por idiotes. Ya no estamos en épocas en las que sea necesario recurrir a los cuentitos infantiles para hacernos ver la realidad. Así como no es cierto que Eva fuera creada a partir de una costilla de Adán y que el mundo no se construyera en siete días, tampoco es cierto que el matrimonio sea una institución legada por el buen Dios a los hombres para perpetuar la especie. ¿Acaso el matrimonio no existía en las culturas anteriores a la judeo-cristiana, cuando Moisés y Jesucristo no eran siquiera una cigota? ¡Un elefante no es una columna maciza! Tampoco es cierto que la modificación del Código Civil para permitir el matrimonio entre personas del mismo sexo sea una condena para la perpetuación de la especie. ¿Desde cuándo un derecho es una obligación? Supongo que todo ser humano tiene el derecho de comer pescado frito los sábados de agosto de los años bisiestos, sin embargo, imagino que poques hacemos uso de él y siempre según nuestro libre albedrío. ¡Un elefante no es una gran manguera! ¿Es necesario seguir enumerando excusas inconsistentes? Si no fuera una propuesta sórdida, me reiría de aquelles bienpensantes que dicen estar de acuerdo con el matrimonio pero no con la adopción. Afirman que les niñes necesitan tener padre y madre (así, con el macho adelante porque, al fin y al cabo, es lo que más importa). A ver, mi amor, el mundo está lleno desde tiempos inmemoriales de niñes huérfanos de papá y/o de mamá sin que nadie se rasgara las vestiduras por ello. Y da la casualidad que, algunes de eses padres heterosexuales, maltratan, abusan, abandonan y hasta matan a sus propies hijes. ¿Qué garantías dan, por lo tanto, las impolutas familias occidentales y cristianas? ¿Se entiende que un elefante no es una pelota descomunal?

“Esto sería un muy buen chiste si no fuera una joda bárbara” decía Tato Bores. Y siempre lo cito porque se adapta a toda situación donde la sinrazón se asocie a la injusticia, a la violencia y a la discriminación. Cóctel que puede desembocar incluso en la muerte (ejemplos sobran).

Pero si hablamos de adopción, hay un par de consideraciones que nadie debería pasar por alto y, sin embargo, casi nadie menciona en el debate.

1) La modificación del Código Civil que permitirá el matrimonio entre personas del mismo sexo no hace ninguna referencia a la adopción. La adopción por parte de personas homosexuales, en la Argentina, ya está permitida por la legislación correspondiente. LES HOMOSEXUALES YA PODEMOS ADOPTAR EN LA ARGENTINA. Lo que la modificación del Código Civil permitiría, de modo implícito, es que las adopciones puedan realizarse en forma conjunta por ambos miembros de la pareja, con todos los beneficios sociales que gozan actualmente les hijes de parejas heterosexuales. Sin esta modificación, les hijes de parejas homosexuales (que ya existen) seguirán siendo “hijes de segunda”, como lo son ahora y como eran antiguamente les hijes extramatrimoniales (aberración que felizmente se corrigió hace décadas y tiene un correlato directo con la situación expuesta).

2) HABEMOS MUCHES HOMOSEXUALES QUE YA TENEMOS HIJES (biológiques o adoptades) y nuestra orientación sexual no nos quita mérito como madres o padres. Somos tan capaces de desempeñar un buen papel como un papel desastroso, al igual que el común de les mortales. Hay quien afirma que nuestres hijes van a “heredar” nuestra orientación gracias a (o por culpa de) los “ejemplos” que recibirán en nuestros hogares. Aburre, cansa recordarles a esas personas que la mayoría de nosotres se ha criado en el seno de una familia heteroparental y sin embargo... Lo curioso (por decirlo de un modo amable) es que todes quienes pretextan estos reparos sostienen que no tienen nada en contra de les homosexuales, pero coinciden en suponer que serlo es un disvalor. ¿Qué problema habría, si no, en que la gente tuviera hijes gays?

Los elefantes son mucho más que un simple cuerno de marfil.

¿Hasta cuándo vamos a seguir discutiendo estos asuntos que ya deberían haberse superado? Las mismas excusas (me niego a otorgarles el rango de argumentos) fueron esgrimidos antaño para negar otras cuestiones igualmente discriminatorias. Hubo una época en la que les cristianes discutían si la mujer era una criatura de dios o del demonio (y en realidad la discusión aun no termina, a juzgar por los numerosos impedimentos que padecen las féminas dentro de la jerarquía clerical). De hecho, en lo civil solo pudieron ejercer sus derechos de sufragio a partir del siglo XX. Se puso en tela de juicio también la humanidad de les negres, para justificar de ese modo que se los esclavizara en el seno de las comunidades seguidoras de la doctrina de Cristo. Nazismo, apartheid y aberraciones similares defendieron, en diversos momentos de la historia, la superioridad de unas razas por sobre las demás con las consecuencias que ya todes conocemos (o sería esperable que conociéramos). Hace un par de décadas, sin ir más lejos, las facciones cristianas de nuestro país vaticinaban el fin de la familia y de la civilización ante la inminencia de la aprobación de la Ley de Divorcio Vincular.

Las teorías conspirativas y las predicciones agoreras no son más que palos en la rueda que pretenden detener un proceso que no tiene marcha atrás. Todas las cuestiones mencionadas fueron felizmente superadas y hoy ya nadie se atrevería a defenderlas con seriedad. Ni el mundo ni la sociedad han sucumbido todavía y, cuando la modificación al Código Civil sea aprobada finalmente por ambas cámaras parlamentarias (hecho que sucederá más temprano que tarde) los mismos pretextos han de servir a los oscurantistas de siempre para oponerse a otros asuntos que aun quedan pendientes: la necesaria legislación sobre aborto responsable, la ley de identidad de género y la idónea implementación de la ya aprobada ley de educación sexual, por ejemplo.

Cansa, aburre, harta tener que repetir una y otra vez los mismos fundamentos, pero está visto que nunca será suficiente. Las pruebas al canto. Incluso en estas páginas, (donde sería de esperar que todes les lectores estuviéramos de acuerdo respecto de estos planteos) se torna imprescindible machacar y machacar.

Esto ha sido todo por hoy. Desde las callecitas de la siempre misteriosa Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Víktor Huije,, un cronista de su realidad que se esfuerza por darle varias vueltas al elefante (y a veces me llevo cada sorpresa....

Novelas de Carlos Ruiz Zafón