martes, 31 de marzo de 2009

Comiendo Caníbales

"Si querés que el canibal deje de comer carne humana, podés hacer cualquier cosa... menos comértelo".

Entre las tantas frases que mi bisabuela solía repetir, esta es una de mis preferidas y resonó en mi mente una y otra vez con notoria intensidad en las últimas semanas. Concretamente, desde el luctuoso asesinato de Gustavo Lanzavecchia.

Si se hubiera tratado de otra persona, de cualquier hije de vecine, no me caben dudas de que su muerte habría sido solo una entre tantas y nunca nos habríamos enterado siquiera de su existencia. A Gustavo Lanzavecchia la notoriedad le llegó gracias al título de "amigo de" que había ostentado hasta entonces sin demasiada trascendencia. La muerte de un simple "negrite" no vende y solo sirve para abultar estadísticas. En cambio, si la víctima es une amigue de une famose del espectáculo (a falta de la del propie famose, que vendería aun más) la cosa cambia. Mucho más si la Diva de los Teléfonos aparece por la televisión consternada, destrozada por el dolor, despotricando contra les que creemos en la necesidad de la vigencia de los derechos humanos, clamando mano dura y pena capital.

"El que mata tiene que morir" fue la frase de la Diva y ya se ha ganado un sitial preferencial en la vasta galería de pensamientos que la Diva nos viene regalando desde hace décadas. Después quiso corregirse y desmintió que fuera partidaria de la pena de muerte. Sin embargo, sus aclaraciones no hicieron más que oscurecer. "La gente no puede vivir encerrada y los ladrones sueltos" afirmó después, sin tomar en cuenta que las cárceles argentinas están superpobladas y que les ladrones también deberían ser incluidos en el concepto de "gente". A continuación, afirmó que "el pueblo argentino siempre ha sido muy manso" y que "en otros países la gente reacciona más". Conceptos discutibles si consideramos hechos históricos tales como la Semana Trágica, el Día de la Lealtad Peronista, el Cordobazo o las protestas de diciembre de 2001 que (según afirman muches) provocaron la caida de un gobierno. Remató, sin embargo, la Diva con un "la mayoría del país piensa como yo", declaración que me tienta a refutarla con el conocido chiste de los millones de moscas y sus preferencias gastronómicas.

Según me han dicho, la Diva siguió hablando y, por fortuna, yo dejé de escucharla. De pronto, recordé sus vínculos con el Padre Grassi, el Mercedes oculto bajo la paja y tantos otros delitos a los que se asoció su nombre y su fortuna y me hice una pregunta que muches deberían hacerse: ¿qué me importa lo que diga la Diva? Ella y todes les que llegaron después colgades de su discurso facho tienen cero autoridad moral para hablar de ciertos temas. Si piensan que la solución llegará de la mano de les militares y las matanzas en masa, deberían estar declarando en un juzgado y no en la televisión.

¡Cuanta locura! ¡Cuánta hipocresía! ¡Cuántes hijes de yuta!

Es que las palabras ya no significan nada y cada cual ejerce su irresponsabilidad como mejor cuadre a sus propios intereses. En el medio de la polémica, los medios hacen su agosto dándole cámara a estes personajes de moralidad e ideología dudosas como si de reconocides expertes se tratara y les vecines entran en pánico sacando afuera lo peor de sí mismes. Paralelamente, se incurre en un empleo incorrecto de ciertas palabras y este error es aprovechado aviesamente por les manipuladores profesionales, que saben que sus dichos serán repetidos hasta el infinito sin cuestionamiento alguno. De ese modo, la vida termina siendo solo un capítulo de Los Simpson.

¿Nadie se ha dado cuenta de que el problema que nos aqueja como sociedad no es la INSEGURIDAD sino la VIOLENCIA?

La INSEGURIDAD de la que tanto se habla no es más que una de las escenas finales de la película. Si nos limitamos a la inseguridad, nos concentramos exclusivamente en la consecuencia sin ahondar en las causas, como si la rabia se acabara con la muerte del perro. Hablar solo de inseguridad es, además, reducir la discusión a lo que me sucede o pueda sucederme A MÍ. Al resto que lo parta un rayo. La muerte del otre me preocupa en tanto y en cuanto quepa la posibilidad de que yo sea la próxima víctima. Los medios conocen muy bien estas pequeñas miserias populares y explotan en su beneficio y con asombrosa eficiencia esta identificación.

El concepto de VIOLENCIA, en cambio, es mucho más abarcativo y nos lleva necesariamente a reflexionar en un contexto que nos incluye de manera diversa: no es lo mismo sentirse inseguro a sentirse violentado y por supuesto que mi propuesta también incluye la posibilidad de ser violento.

Todes vivimos en un marco de violencia y en él, muchas veces, las diferencias entre víctimas y victimarios se desdibujan peligrosamente. Como dice un excelente corto publicitario que se ve en las pantallas argentinas por estos días: "Violencia no es solo el golpe". Ese es el nudo gordiano que debería ocuparnos y que nadie sabe, puede o quiere desatar. El problema no es solo el adolescente drogado que mata por monedas. El problema es también la pobreza, el hambre, la desnutrición infantil, el analfabetismo, la indiferencia, la falta de solidaridad, la degradación de los valores, la falta de contensión... y la lista sigue y sigue. Es violente quien te mata para robarte el celular pero también lo es quien te explota laboralmente, quien te niega el acceso a la salud, a la educación, quien con solo una firma destruye las ilusiones de un pueblo entero, quien se burla de tu condición (cualquiera fuere), quien carece de límites en su carrera hacia el poder... y esta lista también puede ser interminable.

Está tan claro como el agua y quien no lo considere así debería revisar honestamente su escala de valores. Cada une de nosotres debería replantearse seriamente la necesidad de profundizar estos temas en el marco de sus propias convicciones y dejar de permitir que otres nos digan lo que debemos pensar, por más dives de la tele que fueren. Cada une de nosotres debería alzar la voz y contribuir CON HECHOS a que se termine con la violencia. Pero también deberíamos marchar contra la pobreza, contra el hambre y contra la miseria de espíritu que nos ha invadido y no nos deja ver más allá de nuestra conveniencia.

Seguir hablando de la INSEGURIDAD es sinónimo de lavarnos las manos y de buscar una venganza que solo ha de profundizar las heridas. Abrazar la cruzada contra la VIOLENCIA será, por el contrario, abrir el juego y empezar a caminar hacia una solución duradera y justa para todes.

No permitamos que les manipuladores de siempre nos sigan llevando de las narices a sus mesas de caníbales para hacerles el coro en la Canción del Odio.


Esto ha sido todo por hoy. Desde las callecitas de la siempre misteriosa Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que hace lo posible por darle a cada palabra su significado correcto.


Novelas de Carlos Ruiz Zafón