domingo, 6 de julio de 2008

Labios con partido

Pasó el 28 de junio y siempre la misma historia. Miles de mails discutiendo sobre si las personas LGBT tenemos que sentir orgullo de serlo. Que si el orgullo esto. Que si el orgullo aquello. Que si las organizaciones me representan. Que si no...

Paralelamente, la ciencia hace su aporte a la confusión general y sigue investigando sobre las causas y los orígenes de la atracción entre personas del mismo género. ¡Como si tuviera alguna relevancia! Ahora resulta que los gays varones tenemos el cerebro como el de las féminas heterosexuales y las chicas lesbianas, como el de los machos cabríos. ¡Siéntanse felices, personas trans! Al menos por esta vez no han sido incluídas en estas clasificaciones discriminatorias que no suman pero restan y dividen. Parece que a la ciencia le sigue molestando que existamos y que seamos un "problema" a resolver.

Por mi parte, trato de no engancharme en este tipo de discusiones irrelevantes. No me interesa saber por qué soy gay, del mismo modo que a los varones heterosexuales no les interesa saber por qué les gustan las mujeres. Por lo tanto, no siento ningún orgullo particular en relación a mis preferencias afectivas pero sí me siento orgulloso de mi actitud ante el mundo y de mi decisión de afrontar la vida con dignidad y sin ocultar quién soy en realidad. Como corolario de lo expuesto (y para no hacerla tan larga), les dejo simplemente un poema que escribí hace unos años y que está inspirado en otro, escrito por Pedro Lemebel, llamado Manifiesto (Hablo por mi diferencia). Si no son muy afectos a la lectura o a la poesía y tienen que optar entre un poema u otro, les recomiendo que lean antes el de Pedro, que no tiene desperdicio.


ORGULLO
(Beso en verso para Pedro Lemebel)

Ay Pedro, Pedro...
¿sos o te hacés?
¿Siempre fuimos o nos hicimos?
Vaya preguntas.
Encaramados sobre los tacos
con el cabello verde
quebrando la muñeca
depilados hasta la raja
o quemando el arroz
llega un momento en el que ya no importa
si aflautamos la voz
o si la cadera nos bailotea más de la cuenta
cuando vamos al mercado.
Yo también tengo tantas cicatrices en la espalda
que ya las risas no me dañan
y cuando alguno por la calle me mira como a un sapo
lo increpo con el gesto
y el muy cobarde me esquiva la mirada.
Porque los maricones, Pedrito, somos nosotros
pero son ellos los que nos tienen miedo.
Miedo a que les guste que les miremos el bulto.
Miedo a que les guste que les toquemos el traste.
Miedo a que les guste mordisquear la almohada.
¿A qué viene, si no, tanto reparo a dirigirnos la palabra?
¿Por qué tanto asco
tanto estigma desvalorizante
o en el mejor de los casos
tanta tolerancia?
¿Acaso tendríamos que besarles los pies
cada vez que nos cruzan sin apalearnos?
Somos diferentes y no es una vergüenza.
Tengo marido ¿y qué?
Soy tal vez más hombre que los hombres
que nos gritan maricón a la distancia
más que los que nos golpean
sólo para que no les contagiemos la caidita de ojos
más hombre que los hombres que nos castigan
saciándose los pitos en nuestros culos.
Nosotros somos más hombres que ellos.
Porque con supina dignidad nos bancamos
esta naturaleza nuestra a contramano
y el oprobio innecesario que nos viene de regalo.
Porque no importa si nacemos así o nos hacemos.
Al fin y al cabo
si somos el resultado de un molde mal diseñado
ya encontrarán ellos la manera de abortarnos.
Y si nada más elegimos
si esto no es más que optar por el gusto de que nos soplen la nuca
les bastará con encender de nuevo las antorchas
para seguir quemándonos por brujas.
Por eso si los dejamos, Pedro,
si no hacemos oir nuestra voz de pito
si no los señalamos con las uñas esmaltadas
a ellos y a su error de creernos una lepra
si no alborotamos los despachos oficiales
con el taconeo de nuestras demandas
vamos a estar jodidos.
Mucho más aún de lo que ya estamos.
Yo sé que vos lo sabés.
De alguna manera vos mismo me lo enseñaste
y no sé por qué te lo digo.
Por ahí no es a vos al que se lo estoy diciendo.
Pero tenemos que juntarnos, Pedro,
reirnos de los que se ríen
salir a la calle como las locas que somos
y demostrarles que tenemos labios con partido
que no tenemos el futuro solo en la bragueta..
Tenemos que invitarlos a que nos pierdan el miedo
a nosotros
o a calzarse la medibacha si se les da la gana.
Pero sobre todo
tenemos que juntarnos y codo a codo
enseñarnos a no tenerles miedo
a no hacernos eco de su macha ignorancia
y querernos así
tan maricas
tan tortas
tan travas
tan putos como somos.

---------------------Buenos Aires, 1 de junio de 2006



Esto es todo por ahora. Desde las callecitas de la siempre misteriosa y hoy particulamente gris ciudad de Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que ya no se esconde ni se miente.

Novelas de Carlos Ruiz Zafón