lunes, 21 de febrero de 2011

La única historia


Tal vez muchos o algunos de ustedes puedan compartir conmigo la experiencia adolescente de haber estudiado historia con el libro del inefable José Cosmelli Ibáñez. Yo no lo percibía por entonces pero, a la luz de los años, pude darme cuenta de que aquel no era un libro de historia propiamente dicho sino más bien la versión impresa del programa de Rial extrapolado a la Antigüedad. Sí, el texto de Ibáñez resultaba un compendio de chismes sobre las aventuras de los dioses del Olimpo y las controvertidas vidas de los emperadores que aun así (o tal vez por eso mismo) me apasionaba leer. Aunque la incompleta información (el muy turro siempre nos escamoteaba los detalles más morbosos) me llevaba a investigar otras fuentes, gracias a lo cual hoy puedo decir con orgullo que no me considero un lego en el terreno de la historia.

"Todos sirven para algo -decía mi finada bisabuela- aunque màs no sea como mal ejemplo". Y quién dice que este no fuera el caso.

¿Alguna vez se les dio por imaginar cómo era la vida en otras épocas o cómo fueron en verdad los personajes que pueblan los libros de historia? Yo sí. Sin ponerlo necesariamente en palabras, cientos de veces me pregunté si Alejandro Magno (el de verdad, no Colin Farrell) o Napoleón o Belgrano hicieron lo que hicieron con la conciencia de que sus actos serían recordados por la posteridad como cimientos de una era. Y al mismo tiempo me fascinaba la idea de un Plutarco todopoderoso capaz de imponer a los que vinieran luego su propia visión de lo que había sido su mundo. Así las cosas, cebado en preguntas, llegué incluso a preguntarme hasta qué punto cada ser humano puede ver que (en mayor o menor escala, por acción o por omisión) todos y cada uno de nosotros somos constructores de este mundo en que vivimos.

Por ejemplo, en la madrugada del 15 de julio de 2010, la realidad de los argentinos cambió para mejor. Después de años de trabajo duro, de pugna de intereses, de insultos recibidos y de reconfortantes apoyos, tras un debate iniciado en la tarde anterior, coincidiendo con un nuevo aniversario de aquella revolución que proclamaba "Libertad, Igualdad y Fraternidad", el Senado de la Nación Argentina aprobaba por fin la Ley de Matrimonio Igualitario. A partir de ese momento, las personas que pertenecemos a la heterogénea comunidad LGBT quedamos en pie de igualdad con el resto de la ciudadanía en relación a nuestro derecho a contraer matrimonio y a formar familias debidamente reconocidas por el Estado. Me consta que muchas personas éramos conscientes del enorme paso que acabábamos de dar como sociedad. Y nos consta también que semejante logro no fue obra de algún iluminado que impuso el poder de su varita mágica, ni fue que los congresistas, imbuidos por un angelical espíritu de beatitud, dispusieron de buenas a primeras que una parte de la población pudiera alcanzar la dignidad que siempre nos había sido negada. La sanción de la ley fue el resultado de tantísima gente (gays, lesbianas, trans e incluso heterosexuales) que puso el hombro para que un hecho de tal magnitud, bisagra en la historia del respeto hacia nuestros derechos, llegara a ver la luz. Sin dudas, hay en esta epopeya decenas y decenas de seres que merecen quedar en la memoria de todos los argentinos, resguardados en el más cálido rinconcito de nuestra gratitud. El tema es que, para que tal anhelo pueda tener la posibilidad de realizarse, es indispensable la intervención de alguien dispuesto a documentar los hechos. Y llegado al punto, los años venideros sabrán reconocer el invaluable aporte que, en tal sentido, nos ha obsequiado el querido y admirado Bruno Bimbi.

Su libro "Matrimonio Igualitario" llegó a mis manos como regalo de navidad y, transcurridos ya dos meses, me lo leí enterito y lo releí dos veces más, exprimiéndolo cada vez como si fuera una naranja a la que siempre le queda un poco de jugo. Es que el estilo de Bruno es como el agua que fluye y encuentra siempre el cauce adecuado para llegar al mar. Con lenguaje claro y preciso, nos trae el recuerdo (o nos pone al tanto) de una historia que nos pertenece a todos. En lo personal, desde la primera página, el libro me ha resultado un diálogo con el Bimbi de carne y hueso que me cuenta sus vivencias (que en muchos casos son también las mías) sin ninguna pretención de objetividad pero sí con el firme compromiso de plasmar los hechos honestamente. Línea a línea, Bruno se muestra a sí mismo tal como es, en su múltiple faceta de espectador, cronista y artífice de los acontecimientos. Sereno en su discurso docente y temperamental en la defensa de sus ideas, Bruno no le hace asco a la ironía ni reprime las broncas. Y justamente allí radica el enorme valor de su trabajo.

A lo largo de casi seiscientas páginas, nos relata los orígenes y los conflictos de esa lucha desigual contra un sistema político y social que se negaba al cambio.

"Seamos realistas, pidamos lo imposible". Esa fue la bandera y punto de partida. El prólogo de María Rachid ya lo adelanta: "Lo que al principio parece imposible puede llegar a ser inevitable". Porque para que esta ilusión llegara más acá del plano de lo utópico fue menester adoptar un diccionario en el cual esta palabrita ("imposible") no tuviera cabida. También fue necesario que María y Claudia asumieran el enorme sacrificio de relegar los intereses propios a los de la causa. Y fue invaluable el aporte de la experiencia española, así como el consejo del misterioso "Rodolfo", a quien (tanto los que lo conocemos como los que no) le estaremos eternamente agradecidos.

Todo está plasmado en el libro de Bruno: el apoyo transversal de todos los sectores políticos y públicos, el trabajo ciclópeo de Vilma Ibarra y de Silvia Augsburguer, la piedra fundacional impuesta por Eduardo Di Pollina, el postrero pero contundente compromiso del kirchnerismo y, por sobre todas las cosas, la firmeza de la FALGBT, un conglomerado bien heterogéneo que supo aunar voluntades para que la construcción de esta nueva realidad fuera una obra colectiva y no el mero regalo de algún héroe oportunista.

Fiel a sí mismo, Bruno tampoco se priva de desenmascarar las bajezas de ciertos políticos que, desde siempre, han privilegiado la seguridad de sus bancas antes que la defensa de los intereses de sus representados. En ese aspecto, este libro es también un manual ilustrativo de cómo entienden la política algunos de los tristes personajes a los que la misma ciudadanía ha encargado la custodia del gobierno, la ley y la justicia.

Tampoco están ausentes en el relato las iniquidades perpetradas en nombre de la fe. Con pretendido halo de santidad y buenas intenciones, Bergoglio, Teresita, Hotton y demás secuaces asumen roles miserables (cual villanos de historieta) con sus ridículos y fofos discursos en PRO del odio y la discriminación.

Y si de iniquidades hablamos, Bruno también descorre el velo de la que sea quizá la peor de todas: el lastimoso papel desempeñado por una pequeña pero significativa facción de nuestra comunidad LGBT, más empeñada en defender su quiosquito de supuesto liderazgo que en bregar por la defensa de nuestros derechos. Personajes impresentables que hubieran sido capaces de aceptar dádivas vergonzantes antes que unirse a la causa de todos sin exigencias de protagonismo. En ese sentido, se resalta la honestidad y la ética de otros sectores que, a pesar del inicial desacuerdo con los objetivos y las estrategias de la FALGBT, se permitieron escuchar los argumentos para finalmente sumarse a la tarea de remar todos para el mismo lado.

No cabe duda de que llegará el día en que el debate que nos dividió como sociedad (y aun nos divide en gran medida) pierda por completo su sentido. El matrimonio entre personas del mismo sexo dejará de ser objeto de controversia, las personas trans podrán asumir su identidad sin que nadie las cuestione y la educación sexual será un hecho en todas las escuelas respetando la diversidad y el deerecho a elección. Será el día en que la militancia LGBT desaparezca. Pero aun entonces habrá historiadores necesitados de testimonios fidedignos que les permitan reconstruir nuestro presente, devenido ya en un pasado barbárico en el cual el mismo Estado se encargaba de humillar día tras día a una parte de la población. Afortunadamente, esos historiadores futuros han de contar con el aporte ineludible de este libro de Bruno Bimbi.

Esto ha sido todo por hoy.

Desde las sofocantes callecitas de la siempre misteriosa Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Viktor Huije, un cronista de su realidad que hoy sabe más que nunca que, aun cuando la historia la escriben los que ganan, al menos en este caso no hay otra historia.

Novelas de Carlos Ruiz Zafón