domingo, 29 de mayo de 2011

Odios y Barrios


Nunca fui un tipo muy dado a los odios pero, si alguna vez llegué a odiar a alguien, tengan por seguro que ese alguien fue Jorge Barrios.

Los dos teníamos doce años y cursábamos en la Escuela N°26 de Lomas del Mirador. Hasta su aparición, yo había sido el mejor alumno, el que siempre estudiaba, el que siempre hacía la tarea, el que nunca daba problemas o generaba controversia. Claro que, como contrapartida, tampoco figuraba entre los populares y era el blanco fácil de todas las bromas. Para no andar con eufemismos: el gordo nerd de la clase y, para colmo, medio mariconcito. ¿Para qué profundizar más en el asunto? Estoy seguro de que ustedes ya se deben dar una idea de lo que estoy diciendo.

El caso fue que, de la nada (no tengo recuerdos de él anteriores a ese año), en séptimo grado apareció Barrios y, sin decir agua va, me borró del Cuadro de Honor con insospechada facilidad. Encima, el muy jodido era lindo y deportista, tenía mamá y papá, vivía en una casa que no era alquilada y siempre estaba impecable, su familia tenía auto... ¡y el turro encima quería ser mi amigo!

Envenenado por la rabia y la envidia, me negué a toda relación cercana con él pero, consciente de que una actitud abiertamente hostil no me beneficiaría, disimulaba con gran esfuerzo mi animadversión y trataba de mostrarme amigable. En tanto, me esforzaba el triple y más por superar sus notas y trabajos, pero mi odio era tal que mis capacidades se veían notoriamente vulneradas. Conclusión: terminé la primaria sumido en una gran depresión que fue tema de terapia diez años después.

Recordaba mi enrevesada historia con Barrios la otra noche, mientras miraba “678”, uno de mis programas favoritos cuyo debate con la escritora Beatriz Sarlo derivó en insospechadas repercusiones. Lo de “insospechadas” no alude al hecho de que me pareciera poco importante la participación de la Sarlo, conocida detractora de la línea editorial y de las ideas políticas que defienden los panelistas y la producción del programa, sino todo lo contrario. Las derivaciones me resultaron insospechadas porque yo esperaba otro tipo de repercusión.

La emisión me pareció excelente y así lo expresé a la mañana siguiente en el muro de mi Facebook. Que un programa de marcada línea oficialista (que además sale al aire por el canal público) convoque al debate a una opositora que, para más datos, es una reconocidísima intelectual de fuste, no me pareció moco de pavo. Mérito compartido: de la producción por convocarla y de la escritora por haber asistido.

No voy a meterme a deshilar los distintos momentos del encuentro porque de eso ya se ha hablado y se sigue hablando demasiado. Me limitaré a decir lo que ya he dicho en diversas oportunidades y que también roza el lugar común: que el debate me pareció muy enriquecedor y que cada quien tuvo la posibilidad de expresarse libremente con mayor o menor acierto en sus dichos.

La batahola que sobrevino después fue lo que me descolocó.

La actitud de los medios de prensa hegemónicos no me tomó por sorpresa. De todo lo que dijo Sarlo, solo tomaron las dos o tres frases que les servían y en la cabeza de sus fieles seguidores dejó plantada la certeza de que la escritora había sido la vencedora del match (porque para ellos esto fue tan solo uno más de los rounds en su lucha contra el gobierno nacional). Nada dijeron de las declaraciones de Sarlo acerca de la necesidad de hacer el examen de ADN a los hermanos Noble Herrera ni mencionaron siquiera un par de burradas proferidas por la señora, que no por intelectual deja de ser humana. Hablo de aquello de que en la Argentina el 70% de las personas no habla de política NUNCA (como si putear al gobierno a cada rato no fuera hablar de política) o aquello de que los medios de comunicación no influyen en las ideas de la gente. Muy por el contrario, la señora fue recibida en la radio para la que trabaja (integrante del multimedio anti K, por supuesto) como se recibe a una campeona de lucha libre, al son de “Sarlo sí, Barone no”. Se hicieron ringtones y camisetas con la ya célebre frase “¡A mí no, Barone!” y no pocos portavoces del grupo mediático asumieron como propio el supuesto triunfo. “Aramos” dijo el mosquito.

Mi sorpresa, por un lado, vino de parte de la misma Sarlo que, ante el aluvión de alabanzas, pareció perder el centro y en una entrevista llegó a decir que los panelistas de “678” no estaban al nivel de poder debatir con ella. La querida Beatriz borraba con el codo lo que había escrito con la mano. Su actitud durante el programa había sido tan especialmente respetuosa que no merecía ese exabrupto de innecesaria soberbia. Soberbia que indefectiblemente la llevó a meter la pata en más de una oportunidad cuando quiso explicar lo expresado ante cámaras. Pero esto no hace más que demostrar algo que muy pocos parecieron tener en cuenta a la hora de ensalzar a la señora: lejos de ser una censora infalible de los actos gubernamentales y la pureza periodística de las producciones televisivas, Beatriz Sarlo no necesitó ayuda de nadie para dejar en claro que es como cualquier hijo de vecino, capaz de cometer errores y de defender causas por lo menos cuestionables.

Mi sorpresa (decía) vino de parte de la misma Sarlo y, por otro lado, de algunos miembros de la oposición, que la adoptaron, de buenas a primeras, como la Mujer Maravilla anti K. Pobreza intelectual y espiritual de una casta pretendidamente política que ha perdido el rumbo.

Pero mi sorpresa se torna en indignación cuando escucho a tantas personas, ideológicamente enroladas en la llamada izquierda progresista, haciéndose eco de los mensajes de Clarín y sus secuaces, propalando chistes y consignas que nada tienen que ver con los lineamientos que siempre defendieron. Y no es que uno no tenga sentido del humor. Quienes me conocen, leen de vez en cuando las columnas que escribo o incluso visitan el muro de mi Facebook podrán dar fe de que tengo cierta veta de comediante. El caso es que el humor es humor en tanto se haga con buena leche (y me perdonará aquí la señora Sarlo por no especificar fuentes académicas, puesto que se trata de una apreciación puramente intuitiva de mi parte).

Me provoca una gran tristeza y un enorme desencanto comprobar que tantas personas honestas y de buenas intenciones se dejaran deslumbrar por los brillos fatuos y los cantos de sirenas. Hasta cierto punto puedo comprender y hasta compartir los cuestionamientos que le hacen al actual gobierno nacional, pero de ninguna manera me puedo sumar a los cacareos de una oposición barata y sin planteos claros y concretos. Señoras y señores, la oposición está desvencijada y no es bajo el liderazgo de Beatriz Sarlo que va a encontrar el modo de llevar a la nación adelante. En ese sentido, los K les llevan años luz y, a mi entender, el suyo es el único modelo que ofrece garantías de que el país no se irá barranca abajo otra vez, como ya lo hizo en el pasado no tan lejano. Desde el retorno de la democracia, ningún otro gobierno ha estado más cerca de los ideales progresistas que el de Cristina. Incluso el de ella ha superado al de su marido, que en paz descanse. No es relevante si las medidas por ella implementadas en beneficio de la población fueron ideas originales de Juan, Pedro o José. Acá no se trata de regalías políticas. Lo importante es que las medidas están vigentes y, si Juan, Pedro o José no las implementaron en persona, deberían cuestionarse qué es lo que están haciendo mal para que este gobierno, elegido democráticamente por la mayoría de la ciudadanía, no cuente con una oposición capaz de tomar la posta. No deberían perder el tiempo en planteos bizantinos, estériles e inconducentes. El sistema democrático no se construye ni se destruye por la sola voluntad de un mandatario.

En las elecciones de octubre, mi voto y el de muchos podrá ser considerado un voto cantado. Por primera vez en mis casi cincuenta años voy a votar a un candidato (candidata, en este caso) salido de las huestes peronistas (las razones ya han sido expuestas) pero me duele y me preocupa la falta de opciones. Cristina no podrá ser reelecta en el 2015 y, aunque sí pudiera, tampoco quiero un kirchnerismo eterno. Quiero tener la posibilidad de votar otras propuestas, pero que sean serias y pasibles de ser puestas en práctica. No quiero que me digan que el gobierno nacional es una mierda porque pacta con los barones del Conurbano. Quiero que me digan cómo planean gobernar el país sin ellos. No quiero que me digan que el gobierno nacional no ha sabido o no ha querido profundizar la redistribución del ingreso. Quiero que me digan claramente cómo planean hacerlo ustedes si llegan a la Rosada. ¡Convénzanme! Yo y muchos otros queremos ser convencidos. Pero tengan la certeza de que no lo van a lograr despotricando contra el kirchnerismo. No todo lo que han hecho Cristina y Néstor está mal. Por más que les pese, las administraciones de los Kirchner han sido las mejores que ha tenido nuestro país desde que tengo memoria. De nada sirve oponerse por oponerse. Somos muchos los que veríamos con muy buenos ojos al candidato opositor que tuviera la bonhomía de reconocer los logros y presentar las propuestas capaces de superarlos. Esa es la única ruta posible. Lo demás es un agujero negro.

Esto ha sido todo por hoy. Desde las otoñales callecitas de la siempre misteriosa Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que, de no haber estado tan preocupado por la competencia con Barrios, quién dice si no hubiera alcanzado el primer lugar en el Cuadro de Honor del séptimo grado.




Novelas de Carlos Ruiz Zafón