lunes, 1 de diciembre de 2014

Hablemos de algo importante



¿QUÉ ES EL VIH?


El Virus de la Inmunodeficiencia Humana (vih) es -justamente- un VIRUS que afecta a las células del sistema inmunológico.

¿Y qué es el sistema inmunológico? Es un conjunto de órganos y mecanismos del que dispone nuestro cuerpo para defendernos de las enfermedades. De manera que, cada vez que nos enfermamos, es porque nuestro sistema inmunológico ha fallado en algo. Si la falla es leve, el riesgo también será leve y la persona a lo sumo contraerá un resfrío o una gripe. Ahora, si la falla del sistema inmunológico es más compleja, las enfermedades que podrán ingresar dentro del organismo serán más peligrosas.

Sin embargo, el vih es uno de los pocos gérmenes que, en determinadas y muy concretas circunstancias, tienen la posibilidad de burlar la vigilancia e ingresar dentro del organismo, aun cuando el sistema inmunológico se halle en perfecto estado. En el caso particular del vih, la oportunidad le llegará siempre de la mano de un error humano, tal como trataré de explicar más adelante.

Sucederá entonces que las personas que contraigan una infección por vih verán debilitadas sus defensas y, a medida que pase el tiempo y el virus se multiplique, serán propensas a contraer enfermedades cada vez más peligrosas. Este deterioro de las barreras naturales que nuestro organismo opone a las enfermedades es lo que llamamos INMUNODEFICIENCIA. Y hablamos siempre de INMUNODEFICIENCIA HUMANA porque este virus es capaz de infectar, sobrevivir y multiplicarse SOLAMENTE dentro de células humanas.

NO HAY PERROS, NI GATOS, NI MOSQUITOS, NI GUSANOS, NI NINGÚN OTRO ANIMAL O INSECTO QUE PUEDA TENER VIH. EL VIH ES UN VIRUS QUE PUEDE INFECTAR EXCLUSIVAMENTE A LOS SERES HUMANOS.

¿Por qué tanto énfasis para destacar esta frase? Porque esto significa que el vih nunca se transmite a través de insectos o animales sino DE PERSONA A PERSONA, de manera directa y sin intermediarios.


Diferencias entre vih y sida

Sida significa Síndrome de InmunoDeficiencia Adquirida y es la etapa más complicada de la infección causada por el vih. Es decir que el sida es una eventual consecuencia de la infección por vih y para que alguien pueda llegar a tener sida, primero tendrá que tener vih. Es un error muy grosero afirmar que "fulano se contagió el sida", ya que nadie puede contraerlo directamente: primero se infectará con vih y, luego de mucho tiempo, en el peor de los casos, ingresará en la etapa sida.

Decimos además que esta inmunodeficiencia es adquirida porque no es hereditaria ni genética. Es una inmunodeficiencia generada en algún momento de la vida de la persona por causas perfectamente evitables que también explicaré más adelante.

El sida tiene lugar cuando la infección ha avanzado lo suficiente como para permitir que la persona contraiga alguna enfermedad grave que pueda poner en riesgo su vida. Estas enfermedades reciben el nombre de oportunistas porque aprovechan el debilitamiento de las defensas causado por el virus. En este sentido, cabe destacar que
toda persona que haya contraído vih pero no haya ingresado en la etapa de sida NO es considerada una persona enferma (el vih no es una enfermedad sino una infección) y, por lo tanto, no presenta síntomas de ninguna índole vinculados a la presencia del virus ni tampoco discapacidades derivadas de ella, pudiendo desarrollar su vida con absoluta normalidad, muchas veces sin saber que se han infectado.
También hay que aclarar que el sida tampoco es una enfermedad en sí misma. O al menos no una enfermedad tal y como la imaginamos en nuestra cotidianeidad. Como ya dije, es solo una etapa de la infección por vih: justamente la etapa en la que el virus se combina con una enfermedad oportunista. O sea:

vih + enfermedad oportunista = sida

En la Argentina y la mayor parte del cono sur del continente americano, estas enfermedades oportunistas son predominantemente cinco: tuberculosis, hepatitis C, meningitis, neumonía y toxoplasmosis. No son las únicas que puedan aprovechar el debilitamiento del sistema defensivo pero sí las más comunes. Tampoco quiere decir que toda persona que padezca alguna de estas enfermedades tenga necesariamente sida. Si bien es cierto que enfermedades tan graves responden siempre a un caso serio de inmunodeficiencia, hay muchas razones no vinculadas al vih por las cuales las defensas del organismo pueden debilitarse.

Para que quede más que claro:
1) Si alguien tiene vih pero no ha contraído alguna enfermedad oportunista, entonces NO tiene sida.
2) Si alguien tiene alguna de estas enfermedades graves pero no tiene vih, TAMPOCO tiene sida.

¿Cómo sé si tengo vih?

Mucha gente suele ilusionarse con eso de que "el vih no es una enfermedad". Sin embargo, ese es uno de los grandes problemas. Al no ser una enfermedad, no presenta síntomas. Y al no haber síntomas, no hay conciencia de la afección. Por ejemplo, si yo me engripo, empiezo a tener mocos, me duele la garganta, me sube fiebre, etc., etc. Todos esos son los síntomas de la gripe que me avisan que estoy enfermo y, de ese modo, yo puedo hacer algo para combatir la enfermedad.

El vih no avisa.

¿Por qué? Porque no es una enfermedad. Es solo una infección, la presencia de un elemento extraño dentro del organismo, algo que no debería estar allí y que el sistema inmunológico tratará de eliminar (aunque esta vez sin resultados). En algunos casos, durante las primeras horas de producida la infección, la persona podrá experimentar una leve alza de temperatura, pero cualquiera lo tomaría por un inocente estado febril que pronto desaparece.

La infección por vih es silenciosa y por eso hay solo una manera de detectarla: el análisis de sangre.

En la República Argentina, gracias a lo estipulado por la Ley Nacional de Sida, los análisis de sangre para detectar el vih (así como todos los tratamientos, medicinas y demás gastos relacionados a la infección por vih) son totalmente gratuitos en los centros públicos de salud. Esa misma ley establece además que el examen debe ser voluntario y confidencial, como un modo de paliar la gran discriminación que todavía hoy afecta a las personas con vih.

En la actualidad, lo que hasta no hace mucho era una infección mortal, gracias a los avances de la medicina, ha pasado a ser una infección crónica que no pone en riesgo la vida de la persona. Los tratamientos empleados hoy para controlar el vih son mucho menos tóxicos y mucho más amigables respecto de los métodos empleados hasta no hace mucho tiempo. Si bien por muy diversas razones cada día son más y más las personas infectadas, los tratamientos de última generación logran que el virus pierda efectividad en su acción de desmantelamiento del sistema inmunológico, reparando además los daños provocados por la infección, logrando así que las defensas se mantengan altas y sean capaces de bloquear el ingreso de enfermedades oportunistas. Hoy en día, cumpliendo con las pautas básicas recomendadas por el médico, cualquier persona que vive con vih puede desarrollar una vida plena y sin limitaciones de importancia.

Por otra parte, tal como sucede con todos los virus, no todos los vih son iguales. Hay diferentes clases o "cepas". Por eso es indispensable que las personas que ya se han infectado se cuiden de una reinfección que pueda poner en riesgo la eficiencia de su tratamiento.


¿Cómo se puede transmitir?

En primer lugar, diré que somos muchos los que preferimos no hablar de contagio en lo referente a la infección de vih. Para muchos, el uso de determinadas palabras es tan solo un problema semántico sin importancia. Por fortuna, también somos muchos los que vemos en el uso apropiado de ciertas palabras una herramienta fundamental para hacer frente a la gran desinformación que reina todavía en estas cuestiones.

¿Hay diferencia entre decir que el vih se contagia y decir que se transmite? Yo pertenezco al grupo de personas que creemos que sí hay diferencia. El uso de determinadas palabras no es inocuo.

El vih no se contagia.
El vih SE TRANSMITE.

Nos guste o no, la palabra "contagio" está comúnmente asociada a afecciones idiscutiblemente "contagiosas" como la gripe, por ejemplo, una de las enfermedades infecciosas más fáciles de transmitir. Enfermedades como la gripe, la viruela, la escarlatina, etc., se propagan entre las personas sin que se pueda hacer demasiado para evitarlas. Son enfermedades contagiosas cuya transmisión es muy rápida y sencilla y, en muchos casos, inevitable. Con el vih, en cambio, sucede todo lo contrario. Veamos por qué.

Todos los virus son vulnerables al aire, la luz natural y la temperatura ambiente, pero algunos son más resistentes que otros.

El vih es el menos resistente.

Mientras virus como los de la gripe son capaces de sobrevivir diez o doce horas expuestos a la luz, el aire y la temperatura ambiente, el vih no soporta más que unos pocos minutos. Esto solo ya reduce enormemente las posibilidades de transmisión, ya que el traslado desde una persona infectada hacia otra debe producirse muy rápidamente para que la transmisión se produzca.

Por otra parte, como el vih no dispone de un "medio de transporte" propio, no tiene patas ni alas, ese traslado de persona a persona se efectuará a través de líquidos. Varios líquidos orgánicos generados por el cuerpo humano ofrecen al vih el mejor ambiente para su superviviencia y servirán como vehículo de transmisión. Si bien el vih se halla en todos los líquidos orgánicos de la persona infectada, no en todos se lo hallará en la misma proporción y, en la mayoría de ellos, la concentración será tan pequeña que no podrán ser considerados como líquidos de riesgo.

Los únicos seis líquidos orgánicos que son capaces de transmitir la infección de vih son:
1) SANGRE
2) LECHE MATERNA
3) PUS
4) SEMEN
5) PRESEMEN
6) FLUIDOS VAGINALES
O sea que, para que se produzca una transmisión de vih, se necesita un intercambio de líquidos y, entre los cientos y cientos de líquidos que hay dentro del organismo humano, solo estos seis son capaces de transmitir el virus. Hasta acá, el tema de la transmisión parece bastante compleja. Pero se complica más todavía.

El virus "viaja" sumergido en alguno de esos líquidos que mencioné pero ese "viaje" no es suficiente para que la infección se produzca. Para ello hace falta que el líquido (que lleva el virus desde la persona infectada) ingrese dentro del organismo de la otra persona. ¿Y cómo puede suceder eso si el cuerpo humano está cubierto casi completamente por piel (primer elemento del sistema inmunológico) que no permite el acceso de elementos extraños? Pues, está claro que el simple contacto con el líquido infectado no es suficiente. Este líquido deberá entrar en contacto directo con alguna herida abierta o cualquiera de los orificios naturales que posee el cuerpo humano. A saber: boca, ojos, nariz, oídos, ano, vagina o pene.

Para resumir y no hacerla tan larga, podemos afirmar entonces que el vih se puede transmitir tan solo por alguna de las siguientes tres vías:

1) TRANSMISIÓN SEXUAL: por relaciones sexuales (orales, anales o vaginales) en las que no se haya utilizado correctamente un preservativo.

2) TRANSMISIÓN SANGUÍNEA: por uso compartido de agujas hipodérmicas, tucas o canutos (en el caso de consumo de sustancias) o por la no utilización de material descartable en prácticas sanitarias que involucren elementos cortopunzantes.

3) TRANSMISIÓN MATERNA: por no tomar los recaudos necesarios durante el embarazo, el parto o el período de lactancia.


¿Cómo NO se puede transmitir?

El vih es una infección para nada sencilla de adquirir y NO se transmite en la casi totalidad de los actos cotidianos de las personas. Esto hace que sea imposible hacer una lista completa de las diversas situaciones en las que NO estaremos en riesgo de contraer la infección. Por eso mismo, recomiendo tener muy en cuenta los casos mencionados anteriormente, en los que SÍ puede producirse una transmisión.

Sin embargo, es conveniente hacer hincapié en las siguienets situaciones que muchos suelen exponer como riesgosas aunque NO lo son:

1) El vih no se transmite por el intercambio de fluidos distintos a los seis ya mencionados.
2) El vih no se transmite por besos y/o abrazos.
3) El vih no se transmite por picaduras de mosquitos o cualquier otro insecto o mordeduras de cualquier animal.
4) El vih no se transmite por compartir el mate, vasos, cubiertos, cepillos de dientes, máquinas de afeitar, etc.
5) El vih no se transmite por el solo hecho de utilizar un baño público.


¿Cómo puede prevenirse?

En términos generales, diré que la mejor prevención es la información. Y en ese sentido es importante que tengamos siempre en cuenta los siguientes consejos.

a) TRANSMISIÓN SEXUAL

En la Argentina y en muchos otros países de occidente, la vía de transmisión más habitual es la sexual (aprox. 90% de los casos). Por eso es indispensable hacer un uso correcto del preservativo toda vez que se tengan relaciones íntimas con otra persona.

El uso correcto del preservativo implica:

- adquirirlos exclusivamente en lugares confiables (farmacias, hospitales o centros públicos de salud).
- mantenerlos alejados de toda fuente de calor que pudiere deteriorar el látex (estufas, cocinas, motores, etc.) e incluso es recomendable no colocarlos por demasiado tiempo en los bolsillos.
- antes de abrir el envase, verificar que mantenga el colchón de aire.
- abrir el envase utilizando exclusivamente los dedos.
- antes de poner el preservativo en contacto con el pene, verificar cuál es el lado correcto para hacerlo y, en caso de error, desecharlo.
- Colocar el preservativo utilizando siempre dos manos: con una mano se oprime el reservorio destinado a alojar el semen y con la otra se desenrolla el látex hasta la base del pene.
- Una vez producida la eyaculación, ANTES DE QUE SE PIERDA LA ERECCIÓN, retirar el pene del orificio y quitar el preservativo con cuidado.

Si se toman estos recaudos mínimos, no existe razón por la cual no debamos mantener relaciones sexuales, incluso con una persona que vive con vih. La mejor prueba de ello es el incremento, durante los últimos años, del número de parejas serodiscordantes (aquellas en las que solo un miembro de la pareja vive con el virus). Se trata de parejas que desarrollan una vida sexual normal sin que la persona no infectada vea modificada su serología.

b) TRANSMISIÓN SANGUÍNEA

En nuestro país, la transmisión por sangre no es la más habitual. Sin embargo, es indispensable tomar medidas que nos mantengan libres de riesgo.

Estas medidas pueden ser:

- No compartir agujas, tucas o canutos (en referencia a personas usuarias de drogas). En este caso, para evitar la infección, se recomienda que cada persona utilice sus propios elementos, SIN COMPARTIRLOS. Estos cuidados también son recomendables a otras personas (diabéticas, por ejemplo) que, por una causa u otra, deban inyectarse algún medicamento de manera periódica.
- Exigir el uso de material descartable y correctamente esterilizado al hacerse tatuajes, piercings o implantes, o cuando reciban una vacuna o una inyección, recurriendo (en todos los casos) a profesionales capacitados para realizar la tarea responsablemente.

c) TRANSMISIÓN MATERNA

A través de una política de estado responsable impulsada por la Ley Nacional de Sida, durante los últimos quince años, la Argentina ha logrado que la transmisión materna sea casi inexistente dentro de sus territorios y que la transmisión sanguínea se reduzca considerablemente en relación a los tiempos iniciales de la pandemia. Dicha ley obliga al Estado (en sus distintos niveles: nacional, provincial y municipal) a hacerse cargo de todo gasto vinculado con la infección de vih (análisis, tratamientos, etc) y esto incluye también la leche maternizada para el recién nacido de una madre con vih. De modo que en nuestro país, cualquier persona tiene acceso libre y gratuito al tratamiento. En el caso puntual de las mujeres embarazadas, si desconoce su serología, es importantísimo que se realice un test de vih al inicio de la gestación. Si la embarazada tiene vih, el médico tratante hará todo lo que sea necesario para mantener al bebé libre de la infección. Esto es algo perfectamente posible con los tratamientos actuales.


VIH Y HOMOSEXUALIDAD


Durante muchos años, se fomentó el mito de que la infección por vih era un mal preferencialmente vinculado a las comunidades de homosexuales o de personas trans. Esto nos así. El vih puede afectar a cualquier ser humano, más allá de su orientación sexual o identidad de género. Contrariamente a lo que muchos vienen pregonando desde hace décadas, no existen grupos de riesgo sino prácticas de riesgo. Por ejemplo: mantener relaciones sexuales sin usar correctamente un preservativo es una práctica que nos expone a la infección, tanto cuando lo hacemos en compañía de una persona de nuestro mismo sexo como cuando elegimos una pareja del sexo opuesto.

Los argumentos falaces utilizados son siempre los mismos y, si uno no está atento a la coherencia de lo que se dice o no está lo suficientemente informado, puede caer en la confusión y adherir a ideologías discriminatorias que solo pretenden sumar un nuevo ítem a su mensaje de odio hacia los homosexuales.

Suele decirse que los varones homosexuales corren más riesgo de contraer vih porque la mucosa anal es más frágil que la vaginal y esto favorece la transmisión. La comparación entre ambas mucosas es cierta, pero este argumento omite dos cosas fundamentales: la penetración anal no es práctica exclusiva de los homosexuales y, tanto entre unos como entre otros, el riesgo se elimina usando correctamente un preservativo (en este caso, el uso correcto también incluye abundante lubricación para suplir la que sí existe naturalmente en la penetración vaginal).

También se aduce que los varones homosexuales están más expuestos a la infección por vih porque tienen una vida sexual mucho más activa que los heterosexuales y porque sus prácticas se caracterizan por la promiscuidad. Este argumento básicamente discriminatorio y prejuicioso, que mete a todos los homosexuales en una misma bolsa como si todos se comportaran de la misma manera, en el supuesto caso de que fuera cierto (que no lo es), también omite dos cosas fundamentales. Por una parte, que las personas heterosexuales también pueden (y algunos suelen) tener una vida sexualmente activa y promiscua y, por otra, que el riesgo puede evitarse si en todos sus encuentros sexuales utilizan correctamente un preservativo.

Podríamos seguir enumerando los argumentos esgrimidos para endilgarles a los homosexuales la responsabilidad por la epidemia de vih, pero todos son igualmente rebatibles y resultaría tedioso.

Lo cierto es que el vih no discrimina.

domingo, 17 de agosto de 2014

El otro general y el otro laberinto


Tal vez algunos recuerden que el feriado del 17 de agosto, antes que un día no laborable para algunos (este año, incluso, fin de semana largo), es una conmemoración del fallecimiento de don José Francisco de San Martín, ese hombre de figura anquilosada por el BILLIKEN y por su nefasto biógrafo, Bartolomé Mitre.

Todos saben que San Martín era militar y que se inició en la carrera de las armas en España. Don Bartolo se ocupó exitosamente de ensalsar sus hazañas en el norte de África y sus condecoraciones en la batalla de Bailén. Lo que ocultó (y el BILLIKEN ignoró) fue que el gran prócer siempre tuvo claro cuál era su verdadera patria y, a principios del siglo XIX, ingresó a la Sociedad de los Caballeros Racionales (también llamada Logia Lautarina), una logia masónica creada para impulsar el regreso a sus países de origen de todos los americanos que vivían en Europa y así participar del proceso emancipador iniciado en 1809, con la fallida Revolución de Chuquisaca. ¿San Martín era masón entonces? Yo diría que sí y no.

En 1812, ante la seguidilla de movimientos revolucionarios en América (de los que solo se mantenía el iniciado en Buenos Aires el 25 de mayo de 1810), San Martín renuncia finalmente a su cargo en el ejército español y (luego de pasar por Londres, donde se entrevistó con otros americanos partidarios de la emancipación) se embarcó hacia el Río de la Plata. Aquí, la situación era más bien complicada. El gobierno de Buenos Aires (personificado por los miembros del Primer Triunvirato y su secretario Bernardino Rivadavia) no se atrevía a llevar adelante acciones emancipadoras y pretendía imponer a las provincias políticas de libre comercio que no hacían más que perjudicar las economías locales. Los recién llegados, con San Martín a la cabeza, organizaron entonces una filial de la logia a la que pertenecían y le dieron el nombre de Logia Lautaro, en honor al caudillo mapuche que sublevó a su pueblo contra los conquistadores españoles en Chile durante el siglo XVI. En la historia oficial de Don Bartolo, este hecho es apenas una referencia del fervor libertador de Don José Francisco.

En general, las logias masónicas fueron un instrumento muy útil para universalizar la influencia británica en todas las latitudes conocidas. Sin embargo, el lema de la Logia Lautaro (escrito de puño y letra por San Martín) decía: "Nunca reconocerás como gobierno legítimo de la patria sino a aquel que haya sido elegido por la viva y espontánea voluntad del pueblo". O sea que la Logia Lautaro (y también San Martín) era masónica en las formas (ritos de iniciación, accionar secreto, etc.) pero no en los objetivos. En cumplimiento de estos objetivos fue que San Martín recibió de inmediato el encargo de organizar un regimiento disciplinado que pusiera fin a las incursiones realistas que el frustrado virrey Francisco Javier de Elío (nombrado por la Junta de Sevilla en reemplazo de Cisneros) enviaba periódicamente hacia las costas de Buenos Aires y el Litoral. La idea era que las nuevas tropas asumieran una función similar a las de una guardia costera pero, sin embargo, Don Bartolo también se ocupó de ocultar su verdadero bautismo militar.

Para la historia oficial, la primera acción de fuego protagonizada por el Regimiento de Granaderos a Caballo fue el famoso Combate de San Lorenzo, harto divulgado y loado por las maestras de primaria, con la muy discutida participación y muerte del soldado Bautista Cabral, quien fue ascendido a sargento post mortem, por más que la marchita diga lo contrario. En cambio, la realidad nos cuenta que la primera intervención de San Martín al frente de sus granaderos fue un golpe de estado.

¿Cómo que San Martín era un subversivo? Sí señor. Más allá del hecho de que todos aquellos que lucharon contra el poder monárquico no estaban haciendo otra cosa que subvertir el poder instituido (¿habían pensado en esto alguna vez?), San Martín y los miembros de la Logia Lautaro usaron a sus soldados para derrocar al Primer Triunvirato. Pero sobre todo a Rivadavia, que era quien efectivamente gobernaba. El gobierno fue reemplazado por el llamado Segundo Triunvirato, integrado por figuras más afines a las ideas revolucionarias. ¿Se imaginan al BILLIKEN diciendo que el Padre de la Patria era un sedicioso? ¡HORROR! (si quieren divertirse un poco, recomiendo el capítulo de El Mundo de Zamba en el que se presenta el evento. No tiene desperdicio).

Claro que las cosas nunca son tan sencillas y claras. No todos los miembros de la Logia Lautaro comulgaban con la idea plasmada por San Martín. Muchos masones estaban ligados al proyecto británico. Basta mencionar la actitud política de su amigo Carlos María de Alvear. Devenido Director Supremo, su gobierno terminó en un completo desastre y, cuando el poder se le escapaba de las manos, trabajó por la instauración de un protectorado británico en nuestro territorio. Por supuesto que la historia oficial de Don Bartolo omitió ese detalle y es así como el gran Carlitos tiene su avenida y su monumento, como si en verdad hubiera sido un gran patriota. San Martín nunca trabajó para los ingleses, aunque sus planes de emancipación coincidieron con los intereses comerciales de Londres. Aun así, la diplomacia inglesa desconfiaba de San Martín y pretendió usarlo para alcanzar sus propios fines. De hecho, luego de libertar Chile, la escuadra formada para bloquear el puerto de Lima fue puesta al mando de Lord Cochrane, un marino escocés impuesto por los emisarios de Su Real Majestad. Hoy diríamos que San Martín se tuvo que comer un sapo. Nunca se llevó bien con Cochrane y supo desde el principio que el almirante tenía la misión de seguir e informar todos los movimientos del general. Tan ríspida fue la relación entre ambos que, apenas establecido el bloqueo a Lima, las desavenencias fueron en aumento hasta que el almirante renunció y se retiró con parte de la flota hacia Valparaíso, poniendo en riesgo el éxito de la campaña.

Pero Lord Cochrane no fue la única piedra en el zapato (o más bien en la bota) para San Martín. Tal como ha sucedido siempre en nuestra historia (hasta los días actuales incluso), los poderes fácticos se valieron también de personajes locales para poner palos en la rueda de los proyectos nacionales. Obvio que Don Bartolo tampoco lo dice.

Uno de los grandes enemigos de San Martín fue aquel cuyo nombre fue dado a la avenida más importante de Buenos Aires: Bernardino Rivadavia.

Después de su derrocamiento en 1812, Berny demostró que era un tipo de muy buena memoria. A pesar de su alejamiento del poder político, Rivadavia era astuto y se mantuvo siempre cerca de los poderosos, atento al momento en que pudiera volver a tener la sartén por el mango.

Tras la caída de Alvear, la Logia Lautaro perdió influencia pero sus miembros se mantuvieron activos hasta imponer a otro de sus hombres en el cargo ejecutivo de mayor jerarquía. En 1816, el Congreso de Tucumán, por influencia de la logia, nombra a Juan Martín de Pueyrredón como Director Supremo. Éste reorganiza la logia con el nombre de Gran Logia o Logia Ministerial. Liderada por el propio Pueyrredón y por sus ministros Gregorio García de Tagle y Tomás Guido (amigo y confidente de San Martín), la logia se puso al servicio de la gesta libertadora y su papel en la recuperación de Chile fue fundamental. En noviembre de 1816, el Director Pueyrredón le escribe a San Martín: "Van los 200 sables de repuesto que me pidió. Van las 200 tiendas de campaña, y no hay más. Va el mundo, va el demonio, va la carne. Y yo no sé cómo me iría con las trampas en que quedo para pagarlo todo, a bien que, en quebranto me voy yo también para que usted me dé algo del charqui que le mando, y ¡carajo! No me vuelva usted a pedir más, si no quiere recibir la noticia de que he amanecido ahorcado en un tirante de la Fortaleza".

Lamentablemente, los demás aspectos de su gobierno no tuvieron igual brillo. Pueyrredón desterró a la mayoría de sus enemigos políticos y combatió (con todos los medios a su alcance) contra los defensores del federalismo. Tal era la idea originaria de la Logia Lautaro: la creación de un estado constitucional, liberal y unitario.

¿San Martín estaba de acuerdo con estas ideas? Todo lleva a pensar que, al principio, sí. Pero era un hombre lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de que no se puede ir en contra de los deseos del pueblo y que no siempre es malo adecuarse a los tiempos que corren. En cambio Pueyrredón se mantuvo firme en sus convicciones y (tal vez sin darse cuenta) terminó transitando hacia la ideología rivadaviana, que prefería "un país pequeño pero culto". Incapaz de derrotar a Artigas, Pueyrredón invitó al gobierno de Brasil a invadir la Banda Oriental. Estaba dispuesto a perder una provincia a cambio de poder gobernar centralizadamente a las demás. Para evitar nuevos conflictos, ordenó trasladar el Congreso de Tucumán a Buenos Aires y expulsó a los diputados que se opusieran a su política. Desesperado e ignorante de los pactos secretos entre Buenos Aires y Río de Janeiro, Artigas rogó por ayuda militar al Director Supremo, pero éste le respondió que le era imposible, dado que todas las fuerzas disponibles habían sido enviadas al Ejército de los Andes. Pero la hipocrecía de su respuesta se vio develada cuando, acto seguido, despachó numerosas tropas contra las provincias opositoras (principalmente Santa Fe y Entre Ríos). Para eso sí que tenía recursos. No obstante, el Director Supremo no pudo doblegar a los caudillos federales y, cuando la sopa se le puso espesa, renunció a su puesto y fue reemplazado por José Rondeau, un general de actuación penosa en el Ejército del Norte.

El nuevo Director mantuvo su política beligerante contra los federales y demostró ser tan necio como su antecesor, o aún más. Para salvaguardar la supremacía de Buenos Aires hizo uso de todos los recursos, salvo negociar con sus enemigos y cederles un poco de la autonomía que reclamaban. Así fue que, como última opción, ordenó a San Martín que trajera el Ejército de los Andes a luchar también en la guerra civil. Por supuesto que el general se negó diciendo que él jamás desenvainaría su espada en contra de sus hermanos. Entonces Rondeau lo relevó del mando y envió al general Juan Ramón González Balcarce en su reemplazo. Pero las tropas del gobernador Estanislao López lo interceptaron y el relevo nunca se produjo. Curiosa y loable filosofía sanmartiniana. Sobre todo para uno, que se ha criado en un momento histórico en el que los militares que usurpaban el poder se autoproclamaban como "ejército sanmartiniano" a la par que masacraban violentamente a sus opositores políticos y ponían sus armas al servicio de los intereses extranjeros. Claro que de esto no le vamos a echar la culpa a Don Bartolo (que ya estaba seco bajo una lápida) pero vale mencionar la responsabilidad (y la complicidad) de sus descendientes, tanto sanguíneos como ideológicos.

Luego de este cortocircuito con Rondeau y sus lides contra Lord Cochrane, San Martín pudo finalmente concretar su cruzada libertadora, siendo nombrado (a pesar de sus deseos) como Protector del Perú, con la suma del poder público. Corría ya 1821 y habían sucedido muchas cosas en el Río de la Plata, una tierra que (al parecer) siempre vivió a los saltos.

Acosado por los realistas que se reagrupaban en el interior del Perú y por la crisis económica que trajo aparejada la caída del régimen virreinal, San Martín no tuvo más remedio que pedir ayuda a Buenos Aires, donde Bernardino Rivadavia estaba nuevamente en el poder, como Ministro de Gobierno y de Relaciones Exteriores del gobernador Martín Rodríguez. Adivina adivinador: ¿Rivadavia recibió de inmediato al enviado de San Martín y le dio todo el apoyo que necesitaba o lo hizo esperar durante más de un mes para recibirlo y al final le negó toda ayuda? Si eligieron la primera opción, PERDIERON.

Cuando su emisario regresó a Lima, San Martín asumió lo que ya sabía: que estaba solo. En esas condiciones acudió a la entrevista de Guayaquil con Simón Bolivar, quien no podía (o no estaba dispuesto a) entregarle los nueve mil soldados que necesitaba para aniquilar el poder realista en el Perú. Aquí, una vez más, Don Bartolo y sus secuaces hicieron de las suyas. Presentaron una versión difusa y controversial del encuentro entre los libertadores, dando a entender que no se sabía qué habían hablado entre ellos. La verdad es que no hubo tal misterio y San Martín no tenía muchas alternativas. Es cierto que su pensamiento era opuesto al del venezolano. Él era partidario de que cada pueblo americano se gobernara según sus decisiones, mientras Bolivar pretendía formar un gran estado bajo su mando personal. Pero las situaciones políticas de ambos eran también muy diferentes y San Martín carecía de apoyo real para hacer prevalecer sus ideas. Esta imagen de un Libertador vencido por la mezquindad de sus compatriotas era algo que los artífices de la historia oficial no podían permitir. Mucho menos si tenían en mente enaltecer la imagen de un Rivadavia como un adelantado adalid del progreso y la cultura nacional.

De regreso a Lima, San Martín renuncia a su cargo y deja en manos de Bolívar la culminación de la guerra, en parte también cansado de escuchar y leer las acusaciones que lo presentaban como un político interesado solo en afianzar su poder personal. Imposible no traspolar este tipo de opiniones a tiempos más recientes ¿verdad? Si hasta me parece escucharlos...

Tampoco cuentan (los mitristas en su historia) lo sucedido al regreso de San Martín al territorio nacional. La historia oficial se limita a decir que el Gran Libertador regresa de Perú y, ante el fallecimiento de su esposa, se embarca rumbo a Europa con su pequeña hija Mercedes y ahí se regodea con la grandeza del héroe que escribió las máximas y bla, bla, bla, bla...

De regreso en Cuyo, San Martín se afinca en su chacra de Mendoza y, tal como estaban las cosas, pide permiso al gobierno porteño para regresar a Buenos Aires, donde su esposa estaba gravemente enferma. Rivadavia no solo le niega el permiso sino que organiza una red de espionaje para controlar los movimientos del general. El caso fue que la salud de Remedios empeoró y su marido decidió desobedecer una vez más las órdenes de Buenos Aires. Los doctorcitos del puerto lo acusaban de tener aspiraciones políticas y lo consideraban un peligro para su hegemonía, razón por la cual apostaron partidas de maleantes en el camino con el objeto de liquidarlo. Lo salvó (una vez más) la intervención de Estanislao López, gobernador federal de Santa Fe, quien amenazó con invadir Buenos Aires y pasar por las armas a los responsables de cualquier daño que pudiera sufrir el Libertador. Esto tampoco lo cuenta Don Bartolo, en cuya versión de la historia, los caudillos federales tenían que ser malos, sucios y feos... Ah, y Rivadavia y sus amigos, buenos, perfumados y, por lo menos, simpáticos.

Francamente descorazonado por ese cóctel de adversidades y habiendo llegado tarde para volver a ver con vida a su mujer, San Martín efectivamente se embarca hacia Europa junto a su hija Merceditas, a la que le escribe las máximas y bla, bla, bla...

En 1829, San Martín regresó de Europa, llamado por el Gobernador Manuel Dorrego. Desde su partida, había estallado la Guerra contra el Brasil y Rivadavia había sido elegido como el Primer Presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata (1826). Sin embargo, el flamante mandatario pretendió seguir con su política de unitarismo a ultranza. Además de reforzar la enemistad que las provincias ya le prodigaban desde hacía más de una década, la crisis financiera padecida por el bloqueo del puerto por parte de la escuadra brasileña y las presiones británicas para terminar con la guerra en favor de la reanudación del comercio, Rivadavia decidió hacer lo posible por terminar con el conflicto contra el Brasil. La negociación encargada a Manuel José García fue vergonzosa e inaceptable para los miembros del Congreso y los caudillos federales. Cercado políticamente, el presidente pretendió desconocer el acuerdo y echarle la culpa a García, pero su situación ya era insostenible: presentó su renuncia el 27 de junio de 1827 y se retiró a un exilio del que ya nunca regresaría.

El gobierno nacional quedaba nuevamente disuelto y la provincia de Buenos Aires retomaba su autonomía con Dorrego (un antiguo granadero de San Martín) en el gobierno. El conflicto con Brasil continuó, razón por la cual llamó a San Martín en su auxilio. Pero el viaje desde Europa en aquellos años tardaba varios meses y, para cuando el Libertador llegó a Río de Janeiro, los ingleses habían obligado a Dorrego a firmar la paz y a aceptar la independencia de la República Oriental del Uruguay. Es más: cuando San Martín llegó a Montevideo, Dorrego ya había sido derrocado y fusilado por otro de sus granaderos: el "sable sin cabeza" de Juan Lavalle. El general estrella de la Guerra contra el Brasil había actuado instigado por los seguidores de Rivadavia, quienes también le entregaron la gobernación. En el puerto de Buenos Aires, San Martín ni siquiera bajó del barco, pero recibió a varios emisarios de uno y otro bando que le rogaron hacerse cargo de la situación. El propio Lavalle le cedió su puesto, pero el Libertador no quiso hacerse cómplice de lo sucedido y retornó a Europa para siempre. Sabía que las cosas habían llegado demasiado lejos y que solo un nuevo baño de sangre pondría fin al conflicto. En una carta a su amigo Tomás Guido, explica las razones de su decisión:

Partiendo del principio de ser absolutamente necesario que desaparezca uno de los dos partidos de unitarios o federales, por ser incompatible la presencia de ambos con la tranquilidad pública, ¿será posible sea yo el escogido para ser verdugo de mis conciudadanos y, cual otro Sila, cubra a mi patria de proscripciones? No, amigo mío, mil veces preferiré envolverme en los males que ser yo el ejecutor de tamaños horrores. Por otra parte, después del carácter sanguinario con que se han pronunciado los partidos contendientes, ¿me sería permitido que quedase vencedor de una clemencia que no sólo está en mis principios, sino que es del interés del país y de nuestra opinión con los gobiernos extranjeros, o me vería precisado a ser el agente de pasiones exaltadas que no consulten otro principio que el de la venganza? Mi amigo, es necesario que le hable la verdad: la situación de este país es tal que al hombre que lo mande no le queda otra alternativa que la de someterse a una facción o dejar de ser hombre público... Ud. conocerá que en el estado de exaltación a que han llegado las pasiones es absolutamente imposible reunir los partidos en cuestión, sin que quede otro arbitrio que el exterminio de uno de ellos”

La historia oficial casi no mencionará el incidente. De hecho, aun hoy, las maestras de primaria (que siguen recortando las figuritas de la Genios, sucesora del Billiken) se siguen salteando el período que va desde 1820 hasta 1853 como si en ese tiempo no hubiera pasado nada importante en el país.

Es que el bando triunfante en la batalla de Caseros sintió la necesidad política de generar un mito, un espejismo que mostrara una patria naciente en la que nada había salido mal. Todos los patriotas serían buenos y en especial San Martín, que había sido elegido para cumplir con el rol de "Padre de la Patria". El "Santo de la Espada" (¿a alguien se le ocurre un oxímoron más potente que este?) no podía ser tan solo un hombre. Pero ya que era imposible mostrarlo como un verdadero superhéroe, optaron por convertirlo en una caricatura, en el Gran Capitán de los Andes, tan prístino e inmaculado como un arcángelImaginen a la maestra diciéndoles a los chicos que San Martín era enemigo de Rivadavia (al que Don Bartolo presentara como "el más grande hombre civil de la tierra de los argentinos"); que San Martín había conspirado para derrocar al Primer Triunvirato; que admiraba a Juan Manuel de Rosas (el malo más que malo de la historia, ese al que ni siquiera se mencionaba antes de que su cara fuera imprimida en los billetes de 20 pesos) y que le dejó en herencia el sable corvo que usara durante su campaña libertadora. Al decir de Fermín Chávez: "Ya no podría ser El Santo de la Espada y se tornaría en una figura contradictoria e inmanejable porque estaría vinculada con la política. Sería OTRO San Martín, estaría demasiado vivo y se tornaría peligroso". Ciertamente, hubiera sido una figura que hoy aterrorizaría a ciertas clases ignorantes que vuelven a ver en la política a la fuente de todos nuestros males.

Esto es todo por hoy. Desde las extrañamente cálidas callecitas de esta Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que no siente simpatía alguna por los militares... pero ya sabemos que San Martín fue mucho más que eso.



viernes, 25 de julio de 2014

Eulogio


Los niños suelen magnificar las cosas. Una simple cuestión de perspectiva. Cuando uno tiene que mirar el mundo desde abajo, todo parece más grande. Aunque a veces también eso puede ponerse en tela de juicio.

Yo tendría quizá seis o siete años. Ocho, con toda la furia.Mi hermano andaba entonces por los quince, año más, año menos. Eulogio me parecía por entonces un hombre enorme y su voz profunda me parecía única y poderosa. Sería por eso que me asustaba tanto cuando lo escuchaba discutir con mi vieja. No es que llegaran a la violencia. Ni siquiera se insultaban. Pero discutían cada noche. ¿Por qué? No lo sé. Supongo que los chicos nunca comprenden por qué pelean los mayores. Por eso, cuando tuve mis propios hijos, hice cuanto pude para que no me vieran pelear con su madre. Y también ella, por supuesto.

Vivíamos en un departamentito diminuto. Apenas dos habitaciones, cocina y baño minúsculos y un patio que tiempo después mi vieja hizo techar con un toldo de aluminio para que obrara como un ambiente más. Pero por aquellos tiempos era solo patio. Quiero decir: era imposible que, en tan escaso territorio la pareja pudiera discutir airadamente sin que nosotros, mi hermano y yo, los escucháramos.

Mi hermano se llamaba Alberto y siempre pareció mayor de lo que era. No sé qué ha sido de ellas pero podría jurar que he visto fotos de aquella época en la que parecía un tipo de veinte. Él era mayor, ya lo dije, y sin dudas sí comprendía por qué discutían los mayores. Dormíamos los dos en la misma habitación. Aunque eso de “dormir” es solo una manera de decir. Hacía rato que a los dos nos costaba conciliar el sueño. El vozarrón de Eulogio y la cólera difícilmente reprimida de mi vieja eran mucho más efectivos que el tilo y la valeriana juntos.

Eulogio era un buen tipo. Yo lo sabía entonces y lo supe años más tarde cuando volví a verlo. Me compraba caramelos Media Hora, que eran mis preferidos después de los masticables Sugus. Pero mi vieja no quería que comiera muchos masticables porque decía que me carcomían los dientes. Supongo que tenía razón. Por eso Eulogio me compraba siempre los Media Hora, con la condición (de acuerdo con lo impuesto por mi vieja) de que no los masticara. La consigna era dejar que se fueran deshaciendo dentro de la boca, así duraban mucho más, uno comía muchos menos caramelos y el efecto del azúcar no era tan devastador. Confieso que no siempre me era posible cumplir con lo pactado. Sin embargo, fue un buen entrenamiento para hacerme, desde chiquito,una idea de lo que era un sacrificio. Eulogio también me hacía dibujos. Yo solo tenía que elegir un tema y él lo plasmaba sobre la hoja en blanco. Aunque eso de “en blanco” también era una manera de decir, porque siempre los hacía sobre las hojas rayadas de un cuaderno y a mí me daba bronca porque me parecía que afeaba lo que, para mí, era una obra de arte. Eulogio dibujaba lo que yo le pedía. Incluso cuando la solicitud transgredía las rígidas normas de la moralina reinante. Digo esto porque una vez le pedí que dibujara un tipo cagando y él no tuvo ningún problema: dibujó un tipo en cuclillas con un soretito que le salía por detrás. Todavía hoy lamento haber perdido aquel dibujo.

Como podrán darse cuenta, yo lo quería mucho a Eulogio. Aunque nunca se lo dije. Como tampoco les dije a tantas otras personas que las quería y que las quiero (soy medio discapacitado en ese aspecto). En cambio mi hermano no lo quería nada. Yo me enojaba con él pero, ahora que yo también soy grande, se me hace que por ahí tenía sus razones. Por lo pronto, seguro que Alberto comprendía muy bien por qué no lo quería.

Pero Alberto era ariano y se la bancaba. Era un maestro en eso de tragarse las cosas. Estuviera triste o alegre, cansado o lleno de vitalidad, mi hermano siempre se veía igual: mayor de lo que en realidad era.

Sin embargo, siempre hay una excepción a la regla.

Una noche, la vieja y Eulogio discutieron más fuerte de lo habitual. Lo recuerdo perfectamente porque había luna llena. No, no es que fuera a aparecer el lobizón. Lo de la luna llena viene a cuento porque, a pesar de ser de noche y estar las luces apagadas, como todavía no estaba el toldo sobre el patio, la habitación donde dormíamos no estaba completamente a oscuras. Estaba bastante caída de pintura (eso sí) y yo me había abocado a la tarea de descascarar el revoque, buscando alguna forma. El cuarto estaba pintado de rosado pero debajo pude encontrar una capa de pintura celeste y otra amarilla. Mientras tanto, mi hermano se revolvía en su cama como un endemoniado y, justo en el momento en que yo plasmaba la silueta de un caballo en la pared, él se levantó como una tromba y se metió en la habitación de al lado.

Solo en dos oportunidades vi como mi hermano perdía los estribos. Una fue cuando un noviecito de mi prima me quiso pegar (eso da para una historia aparte) y otra fue aquella noche de luna llena. Alberto se metió en la habitación y les escupió todo lo que venía leudando desde hacía tiempo. Que estaba harto de escucharlos pelear; que él ya era grande y sabía lo qué pasaba; que patatín, que patatán. Imaginarán que yo me quedé quietito quietito en mi cama, me cubrí hasta la cabeza y esperé que pasara la tormenta. Después de que Alberto terminó de escupir lo que tenía dentro, creo que mi vieja dijo algo, pero no recuerdo qué. Lo que sí recuerdo es lo que dijo Eulogio:

– Tenés toda la razón, Albertito. –el diminutivo no era despectivo sino cariñoso– Ustedes no merecen esto.

Dicho lo cual, Eulogio se calzó su abrigo y se fue. Mi vieja trató de frenarlo, pero él de fue igual. Mi hermano volvió a su cama y, hasta donde yo me aguanté el sueño, no se pudo dormir.

A la mañana siguiente, todo parecía más o menos normal. El ambiente estaba tenso pero se bancaba. Los dos fuimos a la escuela y mi vieja se fue a trabajar. Por la tarde, unos señores trajeron una máquina de coser automática, super moderna para aquellos años, de esas que bordaban, hacían ojales, zurcían y la mar en coche. Era de marca Godeco y el último regalo de Eulogio. Por la noche, cuando mi vieja regresó del laburo, no era mi vieja. Era un fantasma que se le parecía bastante pero no era ella. Estaba pálida como nunca había estado. De hecho, solo volví a verla tan profundamente demacrada en otras dos oportunidades: cuando, diez años más tarde, murió mi hermano y, en el año 95, cuando estaba en la terapia intensiva después de su operación de corazón.El espectro de mi madre llegó a casa y ni se fijó en la máquina de coser. Pasó directamente a su cuarto y le ordenó a Alberto que fuera con ella, que tenían que hablar. Yo me puse a espiar por la ventanita que daba al patio. Se dejó caer sobre la cama, al borde de sus fuerzas, y desde allí dejó salir la retahíla más espeluznante de insultos que jamás le escucharía. Usó palabras que nos tenía prohibidas, unas que yo había escuchado alguna vez pero cuyo significado desconocía y otras que ni siquiera conocía. Pero las palabras no eran lo peor. Todavía hoy me duele y me hace hervir la sangre el tono de desprecio y odio con que las dijo. Todavía hoy refuerzo la idea de que aquella no era ella. Era un ente que se había apoderado de mi madre. Como después le pasaría a Linda Blair, poseída por un demonio. Con la diferencia de que mi vieja (al menos que yo sepa) no vomitó verde aquella noche, no giró la cabeza ciento ochenta grados, ni habló en lenguas desconocidas. Muy por el contrario, todo lo que dijo se pudo comprender perfectamente. Y mientras el súcubo de mi madre se despachaba a gusto contra su hijo incontinente, él se limitaba a escuchar estoicamente mirando al suelo, junto a la cama y las manos cruzadas a la espalda.

En esa oportunidad aprendí algo que pude corroborar con creces a lo largo de mis años: que el amor y el odio no son incompatibles, uno puede experimentarlos simultáneamente hacia la misma persona y no por eso transformarse en un enfermo siquiátrico. Aquella noche odié a mi madre y odié a mi hermano. A ella, porque no pude imaginar una razón valedera para tanta violencia. A él, porque no hallé manera de justificar su mansedumbre. Pero, claro, yo era solo un mocoso y había muchas cosas que no podía comprender. En las siguientes décadas, me fui transformando en una especie de vengador anónimo que intentaba lavar aquella afrenta con discusiones interminables e inútiles que terminaron dificultando nuestra relación. En el fondo, la consigna era que a mí no me iba a hacer lo mismo y, si ella me decía hasta la c, yo me conocía el abecedario completo. Quién sabe, hoy soy capaz de ver las cosas desde otra perspectiva…

Después de un tiempo las cosas se fueron reacomodando. Mi vieja pasó una semana en cama, sin levantarse ni para darse una ducha. A la fuerza, Alberto tuvo que poner en práctica los pocos conocimientos culinarios que poseía. Por fortuna, no era mucho lo que tenía que cocinar: a él se le atragantaban los bocados y mi vieja no abrió la boca hasta que se pudo recuperar de la depresión. Yo creo que le debemos la vida a una vecina amiga,que terminó haciéndose cargo de nosotros hasta tanto volviera a salir el sol.

Y el sol salió. No me pregunten cómo ni cuándo. Los chicos suelen pasar por alto algunos detalles importantes. Mi vieja volvió a ser la madre abnegada (quizá excesivamente rígida pero cariñosa) que siempre había sido, aunque la nueva versión había empezado a fumar. Mi hermano nunca más volvió a ser tan… extrovertido. Y yo volví a quererlos como lo que eran: mi única familia. Quizá lo único que cambió fue que Eulogio ya no estuvo para comprarme los Media Hora ni para dibujarme tipos cagando. La máquina de coser todavía existe y sigue funcionando.

El 14 de diciembre de 1976, a las cuatro de la madrugada,Alberto murió de cáncer en el hospital Santojani. La enfermedad se lo llevó en solo seis meses. Tenía 22 años y yo 14. También recuerdo aquella noche con amarga claridad. Yo estaba acostado en la misma cama pero no había luna llena sino que llovía a cántaros y la forma del caballo en la pared se había transformado, con el paso de los años, en algo parecido al continente asiático, por la forma y el tamaño.

Mi vieja también se murió. A todos nos va a llegar. Fue el 13 de enero de 1996. Pero unos meses antes de que se fuera, una noche después de la cena nos quedamos los dos solos y ella solita sacó el tema de aquella noche de luna llena en la que perdió la cabeza por un hombre y se terminó desquitando con su hijo mayor. En una reunión familiar había vuelto a ver a Eulogio y me contó que él también se había casado. Y que tenía una hija. Y ya que estábamos, con la última pitada al cigarrillo, me pudo confesar que lo peor que le había sucedido en la vida era que Alberto se hubiera muerto sin que ella encontrara la manera de pedirle perdón por ese mal trago. Curioso paralelismo, porque, ahora que lo relato, no voy a decir que fue lo peor ni de cerca, pero fue muy turro de mi parte no hallar tampoco el modo de consolarla.

Era una mina difícil, de eso no hay duda, pero hoy me queda clara su fragilidad y su inconmensurable humanidad. Por ahí tienen razón los que sostienen que en algo nos parecemos. A veces, la imposibilidad de pedir perdón no es una cuestión de orgullo. También puede ser un exceso de vergüenza.

Esto es todo por hoy. Desde las callecitas de la fría Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que, de tanto en tanto, les da vía libre a las viejas historias… aunque nunca se sabe quién manda a quién en estas cuestiones… Sea como sea, es una buena forma de que las historias no mueran con uno.


sábado, 14 de junio de 2014

De padres y de hijos

En vísperas del Día del Padre y habiendo tenido tres (a falta de uno), la lógica indicaría que estas líneas me llevaran al amoroso recuerdo de al menos uno de ellos. Sin embargo, me acuerdo de mi madre.

Será seguramente que ninguno de los tres tuvo méritos suficientes como para ocupar un sitio destacado en mi memoria.

Mi bisabuela solía decir que "no siempre abulta lo que abunda" y, en este caso, doy fe de que haber tenido tres padres no ha redundado en beneficio alguno. No obstante, como la misma benemérita viejita solía decir: "todos servimos para algo, aunque más no sea como mal ejemplo".

Del que puso la semillita aprendí que la biología tiene poco y nada que ver con el amor y que el abandono algunas veces puede resultar una ventaja, aun cuando esté fundado en un rancio egoísmo y en una furibunda cobardía.

Del que puso el apellido aprendí que los fantasmas existen; que no todos habitan Canterville y hasta pueden ser simpáticos como Casper (en tanto permanezcan enfrascados en su ectoplasma, claro está).

Del que puso el dinero aprendí que la presencia y la cotidianeidad no son suficientes y, tal vez, ni siquiera necesarias. Si uno no tiene la voluntad de asumir el rol a pie juntillas, de nada sirve que se aprenda los parlamentos. Salir por las mañanas y regresar por la noche para pagar las cuentas, hacer el asado los domingos y encadenarse después a la tele para ver el fútbol pueden ser méritos insuficientes a la hora de evaluar paternidad.

Uno aprende aunque no quiera. Pero aprender no significa necesariamente poner en práctica lo aprendido. Esto de vivir suele ser tan complejo que los errores y las incapacidades andan siempre a la pesca del incauto. No es que sean mala gente, tienen su laburo y para eso están. Somos nosotros los que deberíamos estar atentos para prevenirnos.

Como padre, creo que no he sido y no soy mucho mejor que los tres que me tocaron en la repartija. Tal vez, a la hora de los reclamos, sea una ventaja para mis hijos el hecho de ser uno solo. Por lo demás, también he estado lejos, he sido (y soy a veces) una sombra y, si de cuentas se trata, mis arcas jamás han rebosado.

En mi defensa alegaré que siempre los he amado (con todas las imperfecciones de mi precaria humanidad) y que casi nunca les mentí.

Respecto de lo primero (curiosamente) tengo poco que decir. Por lo general, cuando uno habla mucho del amor corre serio riesgo de meter la pata. Si algo he aprendido de la vida en mis diez lustros es que prefiero ponerlo en práctica antes que relatarlo.

En cuanto a lo segundo, nunca se me ha dado bien eso de mentir. Por eso, cuando no tuve el coraje de hablar con la verdad ante mis hijos, al menos tuve la decencia de dejar la puerta abierta para que ellos mismos fueran por ella. A los pobres les ha tocado un padre que, más que padre, parece una mansión embrujada llena de habitaciones oscuras, muchas de las cuales ni yo mismo he explorado todavía. Pero ninguna cerrada a cal y canto. Por ahí no es agradable lo que encuentren, pero ahí está, listo para que revuelvan si quieren revolver. Pasen y vean. No soy tan mala gente, así que lo que encuentren (sea lo que sea) para algo va a servir.

Hace un tiempo, recordando sus infancias y mis métodos tan peculiares para imponer disciplina en el hogar, Lukas me pidió (con esa sonrisa cristalina que le es tan propia) que alguna vez le dejara por escrito un decálogo de las cosas que hay que hacer para criar un hijo. Tal vez fue solo una broma y él ya ni recuerde que fue capaz de tan descabellada solicitud. Pero para mí fue un halago. Uno enorme. Tan gigantesco como inmerecido. Si existiera ser humano capaz de hacer semejante cosa, seguro que no soy yo. Y no es falsa modestia. Tal vez sí algo de insatisfacción, de ilusiones frustradas y un poquito más de culpa (sentimiento que reservo pura y exclusivamente para ellos dos). En el momento no tuve el coraje de dejarle todo esto en claro (he ahí otra habitación a oscuras que espera a ser explorada, hijito) pero cualquier sicoanalista de café puede darse cuenta de que todavía me resuenan las palabras en la mente.

En otra oportunidad, tomando helados en Morón y en medio de una conversación que no viene al caso detallar, fue Lara la encargada de plantar posiciones en el tema. "Cuando yo era chica, si mi papá decía que NO, yo sabía que era NO y no había vuelta", dijo. Lo dijo con firmeza y (diría yo) casi con orgullo. Con un estilo diferente al de su hermano y tal vez sin darse cuenta (aunque sacaría el "tal vez" porque seguro que, si se hubiera percatado, no lo habría expresado con tanta vehemencia), me estaba diciendo: "Todo bien, viejo, no había otra". Y es cierto que no había otra. Que no hay otra.

Porque el decálogo que me pedía Lukas es, en realidad, innecesario. No hay diez reglas a seguir sino una sola: A LOS HIJOS HAY QUE AMARLOS. Tan sencillo, tan difícil y tan cursi como eso: SOLO AMOR.

De ahí en más, cada quien sabrá hacer los ajustes que considere necesarios de acuerdo a su propio estilo. Recomiendo, eso sí, el uso permanente de un piloto al que todo le resbale, porque las críticas externas jamás han de cesar, se haga lo que se haga. En mi caso, las sugerencias serán siempre bienvenidas pero los reclamos solo están habilitados para los dos interesados y para la única persona con la que comparto responsabilidades.

Esto es todo por hoy. Desde las frías callecitas de esta mágica Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires, se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que, en la víspera del Día del Padre, opta por no llorar por la leche derramada y recordar las palabras de su madre, cuando decía:

Si la vida te hizo mal, 
metete un dedo en el culo 
y cantá el tango "En Carne Propia".




miércoles, 14 de mayo de 2014

17 de Mayo: Algo para recordar


El Día Internacional contra la Homofobia y la Transfobia se celebra el 17 de mayo coincidiendo con la eliminación de la homosexualidad (en 1990) de la lista de enfermedades mentales por parte de la Asamblea General de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Sin embargo, es preciso aclarar que la transexualidad aún es parte de los manuales de psiquiatría, en donde se la define como "trastorno de la identidad sexual".

Hoy alrededor de 80 países en el mundo criminalizan la homosexualidad y condenan los actos sexuales entre personas del mismo sexo con penas de prisión; nueve de estos países (Afganistán, Mauritania, Nigeria, Pakistán, Arabia Saudí, Emiratos Árabes y Yemen) mantienen para estos casos la pena de muerte y nada sorprendería que, en poco tiempo, Rusia se agregare a esta lista infame. La discriminación basada en la orientación sexual y en la identidad de género no está oficialmente reconocida por los Estados miembros de las Naciones Unidas (a pesar de que organismos de derechos humanos como el Comité de Derechos Humanos han condenado repetidamente la discriminación basada en la orientación sexual y la identidad de género).




¿Qué es la homofobia?

Podría decirse que la homofobia es un conjunto de actitudes que pueden llevar al rechazo y a la discriminación de forma directa o indirecta hacia hombres gay, lesbianas, personas bisexuales, personas transexuales o transgénero, o hacia cualquiera cuya apariencia física o comportamiento no encaje con los estereotipos masculinos o femeninos impuestos por los actuales cánones sociales.

La palabra homofobia apareció en la década de 1960 y George Weinberg, un psicólogo norteamericano, parece ser el primero que la utilizó en un estudio en 1969. Posteriormente reaparece en 1972 en su libro “Sociedad y el homosexual saludable”. K.T. Smith también la utilizó en 1971, en un artículo llamado “Homofobia: Un perfil tentador de la personalidad”.

Weinberg definió la homofobia como: “El miedo expresado por los heterosexuales en la presencia de homosexuales y la aversión que las personas homosexuales se tienen a si mismas”. Quizá por una cuestión de mero estilo, yo modificaría en parte esta definición:

La homofobia es el rechazo, por parte de algunas personas heterosexuales, hacia la presencia o existencia de homosexuales, o bien la aversión que algunas personas homosexuales manifiestan en contra de sí mismas y de sus pares.

Más allá de los detalles, tal definición asume claramente que la homofobia no es un patrimonio exclusivo de los heterosexuales. Tampoco es patrimonio exclusivo de una época, dado que es un hecho que ha existido siempre. Lo novedoso es tal vez que en las últimas décadas la existencia de la homosexualidad ha alcanzado mayor nivel de controversia gracias a un cambio de actitud por parte de los mismos homosexuales, que hemos tomado el toro por las astas y hemos salido a la calle a exigir respeto, en franco desafío a los prejuicios que individual, social y sistemáticamente nos han avasallado a lo largo de tantos siglos.

La homofobia está basada en la ignorancia (madre de todos los prejuicios y todos los odios) y está emparentada estrechamente con otras manifestaciones de la discriminación, como el sexismo, la misoginia, el racismo o la xenofobia. En ese orden de cosas, toda esta familia de aberraciones comparten el hecho de carecer completamente de fundamentos válidos y provenir de una profunda incapacidad para aceptar las diferencias respecto de los otros, las cuales son percibidas como una amenaza contra los individuos, y en consecuencia, contra la sociedad.

La homofobia en acción

Una de las manifestaciones más comunes de la homofobia es el heterosexismo, o sea la falsa creencia de que la heterosexualidad es "lo normal" y, por tanto, la única opción aceptable y legitima. En este marco, todo aquel que se aparte de la norma merecerá ser apuntado con el dedo y, eventualmente, recibir un castigo, bajo la acusación de ser enfermo, delincuente, pecador y un largo etcétera. Ese castigo puede llegar a través del lenguaje y ciertas expresiones (que van desde la burla al insulto) pero también a través de una condena social avalada por la ley, como ya se ha dicho. Este tipo de legislaciones constituyen una homofobia sistémica que deja a gays, lesbianas y trans en un plano de desigualdad respecto del resto de las personas. Esta desigualdad, además, suele servir de excusa para aquellos que se arrogan el derecho de poner en práctica la violencia que "ponga en vereda" a los supuestos réprobos.

No abundan estudios sobre las consecuencias de la homofobia en las sociedades latinoamericanas, pero sí se sabe que Brasil y México se hallan a la cabeza en el ranking de los crímenes homófobos. En Brasil, por ejemplo, se estima que se produce al menos un asesinato diario por causas vinculadas a la discriminación por orientación sexual, siendo las más afectadas las mujeres trans. En 2013, la opinión pública brasilera se vio consternada por la noticia de un hombre que mató a golpes a su hijo de ocho años, tan solo porque al chico le gustaba lavar los platos y ponerse la ropa de sus hermanas. Por otra parte, en México, hay un registro de más de 1.800 asesinatos homofóbicos en la última década, 42% de los cuales se perpetuaron mediante el uso de arma blanca, el 22% por golpes y el 19% por ¡envenenamiento! En el relato de los demás casos, las crónicas policiales hablan incluso de torturas, empalamientos y lapidaciones, como si estuviéramos todavía en el medioevo. Estas cifras son aun más consternantes si damos cabida a la sospecha de que, por cada caso denunciado como crimen de odio, existen dos que reciben el tratamiento de un delito común.

En el resto de América Latina, los números son menos elevados pero igual de alarmantes. En Argentina, tomó particular notoriedad el asesinato de Natalia "Pepa" Gaitán, en 2010, a manos del padrastro de su novia. A fines de 2011, el asesino fue condenado a 14 años de prisión por el delito de “homicidio simple agravado por el uso de arma de fuego”. Es decir que los mismos jueces, teniendo a su disposición las herramientas legales necesarias, se negaron a agravar la pena por considerar que no se había tratado de un crimen de odio vinculado a la sexualidad de la occisa. Vergonzoso. Por otra parte, en Chile, en marzo de 2012, el joven Daniel Zamudio fue torturado y asesinado por cuatro individuos presuntamente vinculados a una agrupación neonazi. El caso conmocionó a toda la sociedad chilena e internacional y puso contra las cuerdas a la dirigencia política que, desde 2005, cajoneaba en el congreso una ley antidiscriminatoria que pretendía castigar severamente este tipo de crímenes. La ley fue finalmente sancionada en julio de 2012, se la conoce como Ley Zamudio y pone en evidencia la inoperancia inaceptable de cierta clase política que, cuando quiere o se ve suficientemente presionada por la opinión pública, sabe trabajar en favor de sus representados.

No obstante, estas historias no son más que la punta de un enorme iceberg invisibilizado por la cultura en la que estamos inmersos. La misma que nos ha llevado, a través de los siglos, a naturalizar toda manifestación de la homofobia.

A la par de estos casos tan notorios, día a día se suceden un sinfín de otros casos que jamás alcanzarán los titulares de los diarios pero constituyen una tenaz telaraña que sirve para amedrentar y desalentar a todo aquel que quiera alzarse en contra del prejuicio. La gran mayoría de las personas homosexuales o trans tienen su primer contacto con la homofobia en el seno de sus propias familias. En diversas encuestas, más de la mitad de los entrevistados asegura que, en algún momento de sus vidas, optaron por fingir heterosexualidad para ser aceptados por padres y hermanos. La homofobia intrafamiliar también figura entre las principales causas por las que una persona LGBT abandona el hogar paterno. Fuera de este hogar, la sociedad tampoco nos la hace fácil. Sobre todo en el caso de las y los adolescentes, frecuentes víctimas del acoso escolar por discriminación sexual. Según un sondeo realizado en México en el año 2010, al menos un 43% de los hombres homosexuales de 15 a 25 años de edad se han planteado el suicidio como escape para el acoso que sufren en sus familias, escuelas y entorno social. Este acoso escolar homofóbico es persistente y prolongado en el tiempo y conduce con frecuencia a dolorosos sentimientos de desesperanza que pueden desembocar en una planificación e intento de suicidio. El 17% de los jóvenes que sufren acoso escolar llega a atentar contra su vida. De los casos de suicidio relacionados con el acoso escolar (conocido como bullying), el 24% tiene su origen en la homofobia.

En otro aspecto de la misma temática cabe destacar que un informe de 2007 de la OIT ha señalado que las personas LGBT suelen ser discriminadas en el ámbito laboral sufriendo especialmente violencia verbal, física y psicológica, debido en gran medida a la falta de legislación en la mayoría de países.

El amplio espectro en el que actúa la discriminación excede mis capacidades y sin dudas hay mucho más para decir e investigar sobre el asunto. Recomiendo enfáticamente la lectura y la difusión de los Principios de Yogyakarta, un documento redactado en dicha ciudad indonesa, en noviembre de 2006, por un grupo de expertos en Derechos Humanos y Derecho Internacional de varios países. En él se establecen 29 recomendaciones en cuestiones de orientación sexual e identidad de género, para ser aplicadas en el derecho internacional.

Esto es todo por hoy. Desde las otoñales callecitas de la siempre misteriosa Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Víktor Huije, un humilde cronista de su realidad que, a pesar de los pesares, mira con optimismo hacia un futuro donde todas estas cuestiones terminen por ser consideradas como lo que son: pura barbarie.



Novelas de Carlos Ruiz Zafón