domingo, 17 de agosto de 2014

El otro general y el otro laberinto


Tal vez algunos recuerden que el feriado del 17 de agosto, antes que un día no laborable para algunos (este año, incluso, fin de semana largo), es una conmemoración del fallecimiento de don José Francisco de San Martín, ese hombre de figura anquilosada por el BILLIKEN y por su nefasto biógrafo, Bartolomé Mitre.

Todos saben que San Martín era militar y que se inició en la carrera de las armas en España. Don Bartolo se ocupó exitosamente de ensalsar sus hazañas en el norte de África y sus condecoraciones en la batalla de Bailén. Lo que ocultó (y el BILLIKEN ignoró) fue que el gran prócer siempre tuvo claro cuál era su verdadera patria y, a principios del siglo XIX, ingresó a la Sociedad de los Caballeros Racionales (también llamada Logia Lautarina), una logia masónica creada para impulsar el regreso a sus países de origen de todos los americanos que vivían en Europa y así participar del proceso emancipador iniciado en 1809, con la fallida Revolución de Chuquisaca. ¿San Martín era masón entonces? Yo diría que sí y no.

En 1812, ante la seguidilla de movimientos revolucionarios en América (de los que solo se mantenía el iniciado en Buenos Aires el 25 de mayo de 1810), San Martín renuncia finalmente a su cargo en el ejército español y (luego de pasar por Londres, donde se entrevistó con otros americanos partidarios de la emancipación) se embarcó hacia el Río de la Plata. Aquí, la situación era más bien complicada. El gobierno de Buenos Aires (personificado por los miembros del Primer Triunvirato y su secretario Bernardino Rivadavia) no se atrevía a llevar adelante acciones emancipadoras y pretendía imponer a las provincias políticas de libre comercio que no hacían más que perjudicar las economías locales. Los recién llegados, con San Martín a la cabeza, organizaron entonces una filial de la logia a la que pertenecían y le dieron el nombre de Logia Lautaro, en honor al caudillo mapuche que sublevó a su pueblo contra los conquistadores españoles en Chile durante el siglo XVI. En la historia oficial de Don Bartolo, este hecho es apenas una referencia del fervor libertador de Don José Francisco.

En general, las logias masónicas fueron un instrumento muy útil para universalizar la influencia británica en todas las latitudes conocidas. Sin embargo, el lema de la Logia Lautaro (escrito de puño y letra por San Martín) decía: "Nunca reconocerás como gobierno legítimo de la patria sino a aquel que haya sido elegido por la viva y espontánea voluntad del pueblo". O sea que la Logia Lautaro (y también San Martín) era masónica en las formas (ritos de iniciación, accionar secreto, etc.) pero no en los objetivos. En cumplimiento de estos objetivos fue que San Martín recibió de inmediato el encargo de organizar un regimiento disciplinado que pusiera fin a las incursiones realistas que el frustrado virrey Francisco Javier de Elío (nombrado por la Junta de Sevilla en reemplazo de Cisneros) enviaba periódicamente hacia las costas de Buenos Aires y el Litoral. La idea era que las nuevas tropas asumieran una función similar a las de una guardia costera pero, sin embargo, Don Bartolo también se ocupó de ocultar su verdadero bautismo militar.

Para la historia oficial, la primera acción de fuego protagonizada por el Regimiento de Granaderos a Caballo fue el famoso Combate de San Lorenzo, harto divulgado y loado por las maestras de primaria, con la muy discutida participación y muerte del soldado Bautista Cabral, quien fue ascendido a sargento post mortem, por más que la marchita diga lo contrario. En cambio, la realidad nos cuenta que la primera intervención de San Martín al frente de sus granaderos fue un golpe de estado.

¿Cómo que San Martín era un subversivo? Sí señor. Más allá del hecho de que todos aquellos que lucharon contra el poder monárquico no estaban haciendo otra cosa que subvertir el poder instituido (¿habían pensado en esto alguna vez?), San Martín y los miembros de la Logia Lautaro usaron a sus soldados para derrocar al Primer Triunvirato. Pero sobre todo a Rivadavia, que era quien efectivamente gobernaba. El gobierno fue reemplazado por el llamado Segundo Triunvirato, integrado por figuras más afines a las ideas revolucionarias. ¿Se imaginan al BILLIKEN diciendo que el Padre de la Patria era un sedicioso? ¡HORROR! (si quieren divertirse un poco, recomiendo el capítulo de El Mundo de Zamba en el que se presenta el evento. No tiene desperdicio).

Claro que las cosas nunca son tan sencillas y claras. No todos los miembros de la Logia Lautaro comulgaban con la idea plasmada por San Martín. Muchos masones estaban ligados al proyecto británico. Basta mencionar la actitud política de su amigo Carlos María de Alvear. Devenido Director Supremo, su gobierno terminó en un completo desastre y, cuando el poder se le escapaba de las manos, trabajó por la instauración de un protectorado británico en nuestro territorio. Por supuesto que la historia oficial de Don Bartolo omitió ese detalle y es así como el gran Carlitos tiene su avenida y su monumento, como si en verdad hubiera sido un gran patriota. San Martín nunca trabajó para los ingleses, aunque sus planes de emancipación coincidieron con los intereses comerciales de Londres. Aun así, la diplomacia inglesa desconfiaba de San Martín y pretendió usarlo para alcanzar sus propios fines. De hecho, luego de libertar Chile, la escuadra formada para bloquear el puerto de Lima fue puesta al mando de Lord Cochrane, un marino escocés impuesto por los emisarios de Su Real Majestad. Hoy diríamos que San Martín se tuvo que comer un sapo. Nunca se llevó bien con Cochrane y supo desde el principio que el almirante tenía la misión de seguir e informar todos los movimientos del general. Tan ríspida fue la relación entre ambos que, apenas establecido el bloqueo a Lima, las desavenencias fueron en aumento hasta que el almirante renunció y se retiró con parte de la flota hacia Valparaíso, poniendo en riesgo el éxito de la campaña.

Pero Lord Cochrane no fue la única piedra en el zapato (o más bien en la bota) para San Martín. Tal como ha sucedido siempre en nuestra historia (hasta los días actuales incluso), los poderes fácticos se valieron también de personajes locales para poner palos en la rueda de los proyectos nacionales. Obvio que Don Bartolo tampoco lo dice.

Uno de los grandes enemigos de San Martín fue aquel cuyo nombre fue dado a la avenida más importante de Buenos Aires: Bernardino Rivadavia.

Después de su derrocamiento en 1812, Berny demostró que era un tipo de muy buena memoria. A pesar de su alejamiento del poder político, Rivadavia era astuto y se mantuvo siempre cerca de los poderosos, atento al momento en que pudiera volver a tener la sartén por el mango.

Tras la caída de Alvear, la Logia Lautaro perdió influencia pero sus miembros se mantuvieron activos hasta imponer a otro de sus hombres en el cargo ejecutivo de mayor jerarquía. En 1816, el Congreso de Tucumán, por influencia de la logia, nombra a Juan Martín de Pueyrredón como Director Supremo. Éste reorganiza la logia con el nombre de Gran Logia o Logia Ministerial. Liderada por el propio Pueyrredón y por sus ministros Gregorio García de Tagle y Tomás Guido (amigo y confidente de San Martín), la logia se puso al servicio de la gesta libertadora y su papel en la recuperación de Chile fue fundamental. En noviembre de 1816, el Director Pueyrredón le escribe a San Martín: "Van los 200 sables de repuesto que me pidió. Van las 200 tiendas de campaña, y no hay más. Va el mundo, va el demonio, va la carne. Y yo no sé cómo me iría con las trampas en que quedo para pagarlo todo, a bien que, en quebranto me voy yo también para que usted me dé algo del charqui que le mando, y ¡carajo! No me vuelva usted a pedir más, si no quiere recibir la noticia de que he amanecido ahorcado en un tirante de la Fortaleza".

Lamentablemente, los demás aspectos de su gobierno no tuvieron igual brillo. Pueyrredón desterró a la mayoría de sus enemigos políticos y combatió (con todos los medios a su alcance) contra los defensores del federalismo. Tal era la idea originaria de la Logia Lautaro: la creación de un estado constitucional, liberal y unitario.

¿San Martín estaba de acuerdo con estas ideas? Todo lleva a pensar que, al principio, sí. Pero era un hombre lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de que no se puede ir en contra de los deseos del pueblo y que no siempre es malo adecuarse a los tiempos que corren. En cambio Pueyrredón se mantuvo firme en sus convicciones y (tal vez sin darse cuenta) terminó transitando hacia la ideología rivadaviana, que prefería "un país pequeño pero culto". Incapaz de derrotar a Artigas, Pueyrredón invitó al gobierno de Brasil a invadir la Banda Oriental. Estaba dispuesto a perder una provincia a cambio de poder gobernar centralizadamente a las demás. Para evitar nuevos conflictos, ordenó trasladar el Congreso de Tucumán a Buenos Aires y expulsó a los diputados que se opusieran a su política. Desesperado e ignorante de los pactos secretos entre Buenos Aires y Río de Janeiro, Artigas rogó por ayuda militar al Director Supremo, pero éste le respondió que le era imposible, dado que todas las fuerzas disponibles habían sido enviadas al Ejército de los Andes. Pero la hipocrecía de su respuesta se vio develada cuando, acto seguido, despachó numerosas tropas contra las provincias opositoras (principalmente Santa Fe y Entre Ríos). Para eso sí que tenía recursos. No obstante, el Director Supremo no pudo doblegar a los caudillos federales y, cuando la sopa se le puso espesa, renunció a su puesto y fue reemplazado por José Rondeau, un general de actuación penosa en el Ejército del Norte.

El nuevo Director mantuvo su política beligerante contra los federales y demostró ser tan necio como su antecesor, o aún más. Para salvaguardar la supremacía de Buenos Aires hizo uso de todos los recursos, salvo negociar con sus enemigos y cederles un poco de la autonomía que reclamaban. Así fue que, como última opción, ordenó a San Martín que trajera el Ejército de los Andes a luchar también en la guerra civil. Por supuesto que el general se negó diciendo que él jamás desenvainaría su espada en contra de sus hermanos. Entonces Rondeau lo relevó del mando y envió al general Juan Ramón González Balcarce en su reemplazo. Pero las tropas del gobernador Estanislao López lo interceptaron y el relevo nunca se produjo. Curiosa y loable filosofía sanmartiniana. Sobre todo para uno, que se ha criado en un momento histórico en el que los militares que usurpaban el poder se autoproclamaban como "ejército sanmartiniano" a la par que masacraban violentamente a sus opositores políticos y ponían sus armas al servicio de los intereses extranjeros. Claro que de esto no le vamos a echar la culpa a Don Bartolo (que ya estaba seco bajo una lápida) pero vale mencionar la responsabilidad (y la complicidad) de sus descendientes, tanto sanguíneos como ideológicos.

Luego de este cortocircuito con Rondeau y sus lides contra Lord Cochrane, San Martín pudo finalmente concretar su cruzada libertadora, siendo nombrado (a pesar de sus deseos) como Protector del Perú, con la suma del poder público. Corría ya 1821 y habían sucedido muchas cosas en el Río de la Plata, una tierra que (al parecer) siempre vivió a los saltos.

Acosado por los realistas que se reagrupaban en el interior del Perú y por la crisis económica que trajo aparejada la caída del régimen virreinal, San Martín no tuvo más remedio que pedir ayuda a Buenos Aires, donde Bernardino Rivadavia estaba nuevamente en el poder, como Ministro de Gobierno y de Relaciones Exteriores del gobernador Martín Rodríguez. Adivina adivinador: ¿Rivadavia recibió de inmediato al enviado de San Martín y le dio todo el apoyo que necesitaba o lo hizo esperar durante más de un mes para recibirlo y al final le negó toda ayuda? Si eligieron la primera opción, PERDIERON.

Cuando su emisario regresó a Lima, San Martín asumió lo que ya sabía: que estaba solo. En esas condiciones acudió a la entrevista de Guayaquil con Simón Bolivar, quien no podía (o no estaba dispuesto a) entregarle los nueve mil soldados que necesitaba para aniquilar el poder realista en el Perú. Aquí, una vez más, Don Bartolo y sus secuaces hicieron de las suyas. Presentaron una versión difusa y controversial del encuentro entre los libertadores, dando a entender que no se sabía qué habían hablado entre ellos. La verdad es que no hubo tal misterio y San Martín no tenía muchas alternativas. Es cierto que su pensamiento era opuesto al del venezolano. Él era partidario de que cada pueblo americano se gobernara según sus decisiones, mientras Bolivar pretendía formar un gran estado bajo su mando personal. Pero las situaciones políticas de ambos eran también muy diferentes y San Martín carecía de apoyo real para hacer prevalecer sus ideas. Esta imagen de un Libertador vencido por la mezquindad de sus compatriotas era algo que los artífices de la historia oficial no podían permitir. Mucho menos si tenían en mente enaltecer la imagen de un Rivadavia como un adelantado adalid del progreso y la cultura nacional.

De regreso a Lima, San Martín renuncia a su cargo y deja en manos de Bolívar la culminación de la guerra, en parte también cansado de escuchar y leer las acusaciones que lo presentaban como un político interesado solo en afianzar su poder personal. Imposible no traspolar este tipo de opiniones a tiempos más recientes ¿verdad? Si hasta me parece escucharlos...

Tampoco cuentan (los mitristas en su historia) lo sucedido al regreso de San Martín al territorio nacional. La historia oficial se limita a decir que el Gran Libertador regresa de Perú y, ante el fallecimiento de su esposa, se embarca rumbo a Europa con su pequeña hija Mercedes y ahí se regodea con la grandeza del héroe que escribió las máximas y bla, bla, bla, bla...

De regreso en Cuyo, San Martín se afinca en su chacra de Mendoza y, tal como estaban las cosas, pide permiso al gobierno porteño para regresar a Buenos Aires, donde su esposa estaba gravemente enferma. Rivadavia no solo le niega el permiso sino que organiza una red de espionaje para controlar los movimientos del general. El caso fue que la salud de Remedios empeoró y su marido decidió desobedecer una vez más las órdenes de Buenos Aires. Los doctorcitos del puerto lo acusaban de tener aspiraciones políticas y lo consideraban un peligro para su hegemonía, razón por la cual apostaron partidas de maleantes en el camino con el objeto de liquidarlo. Lo salvó (una vez más) la intervención de Estanislao López, gobernador federal de Santa Fe, quien amenazó con invadir Buenos Aires y pasar por las armas a los responsables de cualquier daño que pudiera sufrir el Libertador. Esto tampoco lo cuenta Don Bartolo, en cuya versión de la historia, los caudillos federales tenían que ser malos, sucios y feos... Ah, y Rivadavia y sus amigos, buenos, perfumados y, por lo menos, simpáticos.

Francamente descorazonado por ese cóctel de adversidades y habiendo llegado tarde para volver a ver con vida a su mujer, San Martín efectivamente se embarca hacia Europa junto a su hija Merceditas, a la que le escribe las máximas y bla, bla, bla...

En 1829, San Martín regresó de Europa, llamado por el Gobernador Manuel Dorrego. Desde su partida, había estallado la Guerra contra el Brasil y Rivadavia había sido elegido como el Primer Presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata (1826). Sin embargo, el flamante mandatario pretendió seguir con su política de unitarismo a ultranza. Además de reforzar la enemistad que las provincias ya le prodigaban desde hacía más de una década, la crisis financiera padecida por el bloqueo del puerto por parte de la escuadra brasileña y las presiones británicas para terminar con la guerra en favor de la reanudación del comercio, Rivadavia decidió hacer lo posible por terminar con el conflicto contra el Brasil. La negociación encargada a Manuel José García fue vergonzosa e inaceptable para los miembros del Congreso y los caudillos federales. Cercado políticamente, el presidente pretendió desconocer el acuerdo y echarle la culpa a García, pero su situación ya era insostenible: presentó su renuncia el 27 de junio de 1827 y se retiró a un exilio del que ya nunca regresaría.

El gobierno nacional quedaba nuevamente disuelto y la provincia de Buenos Aires retomaba su autonomía con Dorrego (un antiguo granadero de San Martín) en el gobierno. El conflicto con Brasil continuó, razón por la cual llamó a San Martín en su auxilio. Pero el viaje desde Europa en aquellos años tardaba varios meses y, para cuando el Libertador llegó a Río de Janeiro, los ingleses habían obligado a Dorrego a firmar la paz y a aceptar la independencia de la República Oriental del Uruguay. Es más: cuando San Martín llegó a Montevideo, Dorrego ya había sido derrocado y fusilado por otro de sus granaderos: el "sable sin cabeza" de Juan Lavalle. El general estrella de la Guerra contra el Brasil había actuado instigado por los seguidores de Rivadavia, quienes también le entregaron la gobernación. En el puerto de Buenos Aires, San Martín ni siquiera bajó del barco, pero recibió a varios emisarios de uno y otro bando que le rogaron hacerse cargo de la situación. El propio Lavalle le cedió su puesto, pero el Libertador no quiso hacerse cómplice de lo sucedido y retornó a Europa para siempre. Sabía que las cosas habían llegado demasiado lejos y que solo un nuevo baño de sangre pondría fin al conflicto. En una carta a su amigo Tomás Guido, explica las razones de su decisión:

Partiendo del principio de ser absolutamente necesario que desaparezca uno de los dos partidos de unitarios o federales, por ser incompatible la presencia de ambos con la tranquilidad pública, ¿será posible sea yo el escogido para ser verdugo de mis conciudadanos y, cual otro Sila, cubra a mi patria de proscripciones? No, amigo mío, mil veces preferiré envolverme en los males que ser yo el ejecutor de tamaños horrores. Por otra parte, después del carácter sanguinario con que se han pronunciado los partidos contendientes, ¿me sería permitido que quedase vencedor de una clemencia que no sólo está en mis principios, sino que es del interés del país y de nuestra opinión con los gobiernos extranjeros, o me vería precisado a ser el agente de pasiones exaltadas que no consulten otro principio que el de la venganza? Mi amigo, es necesario que le hable la verdad: la situación de este país es tal que al hombre que lo mande no le queda otra alternativa que la de someterse a una facción o dejar de ser hombre público... Ud. conocerá que en el estado de exaltación a que han llegado las pasiones es absolutamente imposible reunir los partidos en cuestión, sin que quede otro arbitrio que el exterminio de uno de ellos”

La historia oficial casi no mencionará el incidente. De hecho, aun hoy, las maestras de primaria (que siguen recortando las figuritas de la Genios, sucesora del Billiken) se siguen salteando el período que va desde 1820 hasta 1853 como si en ese tiempo no hubiera pasado nada importante en el país.

Es que el bando triunfante en la batalla de Caseros sintió la necesidad política de generar un mito, un espejismo que mostrara una patria naciente en la que nada había salido mal. Todos los patriotas serían buenos y en especial San Martín, que había sido elegido para cumplir con el rol de "Padre de la Patria". El "Santo de la Espada" (¿a alguien se le ocurre un oxímoron más potente que este?) no podía ser tan solo un hombre. Pero ya que era imposible mostrarlo como un verdadero superhéroe, optaron por convertirlo en una caricatura, en el Gran Capitán de los Andes, tan prístino e inmaculado como un arcángelImaginen a la maestra diciéndoles a los chicos que San Martín era enemigo de Rivadavia (al que Don Bartolo presentara como "el más grande hombre civil de la tierra de los argentinos"); que San Martín había conspirado para derrocar al Primer Triunvirato; que admiraba a Juan Manuel de Rosas (el malo más que malo de la historia, ese al que ni siquiera se mencionaba antes de que su cara fuera imprimida en los billetes de 20 pesos) y que le dejó en herencia el sable corvo que usara durante su campaña libertadora. Al decir de Fermín Chávez: "Ya no podría ser El Santo de la Espada y se tornaría en una figura contradictoria e inmanejable porque estaría vinculada con la política. Sería OTRO San Martín, estaría demasiado vivo y se tornaría peligroso". Ciertamente, hubiera sido una figura que hoy aterrorizaría a ciertas clases ignorantes que vuelven a ver en la política a la fuente de todos nuestros males.

Esto es todo por hoy. Desde las extrañamente cálidas callecitas de esta Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que no siente simpatía alguna por los militares... pero ya sabemos que San Martín fue mucho más que eso.



Novelas de Carlos Ruiz Zafón