lunes, 2 de octubre de 2006

HOY: CATARSIS



***************************************************************************
Cuando yo tenía unos ocho años, en una fiesta familiar (de esas en la que uno se encuentra con parientes que no ve desde hace años o no ha visto nunca), la tía Luisa vino a saludarme y, apretándome los cachetes, me dijo: "Sos todo un proyecto de hombrecito". Comentario pelotudo si los hay. Mi hermano Alberto (8 años mayor que yo) me miró con una sonrisa y me abrazó al tiempo que me decía jocoso: "Bueno, siempre hay proyectos que no se cumplen". Conociéndolo, sé que en sus palabras había mucho más que un simple chiste oportuno. Con el paso de los años, comprendo que, ya en aquella época, él podía ver algo que yo aún no. Y aquel abrazo y aquella sonrisa no tenían ni el más mínimo atisbo de burla. Eran su manera de decirme: "Está todo bien, siempre vas a ser mi hermano, pase lo que pase". Casi olvidé aquel episodio, hasta que, seis años después, un cáncer fulminante se lo llevó sin que yo me atreviera a confesarle que, en aquella oportunidad, no había estado tan errado. Hoy sé que en algo se equivocó: LOS GAYS TAMBIÉN SOMOS HOMBRES. Pero siempre me reproché no haberle dado las gracias por aquel y tantos otros gestos de amor y compañerismo.

Años más tarde, mi santa madre descubrió lo que Alberto ya había descubierto más de una década atrás. Melodrama total: "¿Qué me hiciste? ¿Qué me hiciste?" vociferaba mientras caminaba en círculos alrededor de la mesa de la cocina. "Sólo te pido que no me LOS traigas a casa". Y si, en el imaginario popular siempre reinó la idea de que los gays somos incapaces de tener una vida sexual monogámica. Lo que ella no sabía (porque no quiso saberlo, no hay otra explicación) es que le había estado sirviendo el desayuno a mi novio casi todas las mañanas durante los anteriores seis años. Mi padre jamás pudo hablar del asunto conmigo. Sí me consta que lo habló con al menos dos de sus compañeros de trabajo que, en una noche de fiesta en casa, entonados por el tinto, me confesaron (casi como un elogio) que yo "no parecía marica". Mi otro hermano mayor, cuando se enteró de la "novedad" me retiró el saludo durante diez años. Recién me llegó la redención cuando me casé y nació mi primera hija. Habrá pensado que me había convertido en otra persona de la noche a la mañana... no sé. Lo que sí sé es que yo nunca olvidé aquella "proscripción" y solo lo readmití en mi vida por pedido, casi ruego, de mi madre (sobre todo porque tuve en cuenta que mi señora progenitora era casi incapaz de rogarle nada a nadie).

Pasaron los años y creí que esas controversias familiares habían pasado a la historia. Mi madre murió en el '96 y mi padre en el 2004. Yo me separé de mi esposa y volví a distanciarme de mi hermano por otras razones. Mi familia se redujo entonces a mis dos hijos y a mi hermana Carolina, que hoy tiene 24 años y siempre sostuvo que no tenía problemas con mi sexualidad.

Por cuestiones que no vienen al caso, mi hermana y yo (cada uno con sus respectivas parejas) tuvimos que compartir la casa paterna, en tanto pueda venderse y cada uno hacer su vida.

Todo marchaba bien hasta entonces entre nosotros. Pero las fricciones comenzaron cuando Víctor (mi marido) se mudó a Buenos Aires desde su Chile natal. La homofobia afloró en ella como nunca antes, al punto de confesarme su miedo de que las mamás de las compañeritas de su hija de tres años se enteraran de que yo era gay y no dejaran a sus nenas venir a casa a jugar. Ni los reproches y recomendaciones de mi madre, ni el silencio de mi padre ni la "excomunión" de mi hermano me dolieron tanto como este "temor" de Carolina. Es un dolor que lo atraviesa todo. Tal vez porque, en cierta manera, ella fue como mi primera hija.

Ayer fue el cumpleaños de mi sobrina y yo no fui invitado. La fiesta no se hizo en casa para que los asistentes no vieran al tío amoral, habida cuenta de que no podía pedírseme que me ausentara durante la celebración.

Podrá parecer macabro, pero guardo las cenizas de Alberto en una urnita, en mi habitación. Ayer se me dio por hablarle, agradecerle y decirle que (aun después de treinta años) lo sigo extrañando.

¿Y a veces se me da por pensar si alguna vez tampoco seré invitado al cumpleaños de mis nietos? La vida tiene tantos sinsabores... Pero solo el tiempo me dará una respuesta.

***************************************************************************
Eso es todo por ahora. Desde la lluviosa Buenos Aires, se despide Víktor Huije, hoy con el ánimo en concordancia con el clima: gris, profundamente gris.

***************************************************************************

3 comentarios:

Anónimo dijo...

A veces no nos damos cuenta del daño que podemos hacer con nuestras palabras o acciones... tu familia que se que te queire y los que no estan en este mundo se que tambien te amaron... a su manera, pero lo hicieron. Son las costumbres o las creencias muchas veces no por nuestra propia voluntad... si no por la volunta de otros lo que nos hace estar ciegos ante la realidad y al no aceptar las cosas como son, tu familia, tus amigos, tu pareja, tus hijos son muy afortunados de tenerte en sus vidas.. yo aca estoy orgullosa y me siento afortunada de estar en este momento aqui contigo.. porque se que leeras esto... me gusta mas leerte tu blog y saber de tu vida y de como estas y de lo que pasa alla en Buenos Aires que charlar con amigos mas cercanos.. eres una persona que cualquiera estaria orgulloso de tener en su vida.. en la manera que sea.. y los que no lo vean asi.. pues ellos se lo pierden.
Te queiro mucho y felíz martes.
Tu orgullosa amiga mexicana.
azeneth

Gustavo López dijo...

Vik, la pelotudez anda suelta disfrazada de miedos, temores, y otros caprichosos y absurdos motivos. Solo la ignorancia del otro casi justifica, aunque nunca llegue a justificar realmente.

Menos lógico lo de Carolina teniendo en cuenta que es más chica y de una generación más cercana a la diversidad.

Pero la pelotudez anda suelta.

Tu hermana y sobrina no son tus hijos, por suerte. No creo tus hijos te discriminen, en tanto y en cuanto la madre haga un buen papel enseñando y el padre sea un excelente padre, cosa que no dudo.
Si bien nadie tiene la vida de otro comprada, se podría decir que los hijos actúan como les enseñaron y cómo son genética y potencialmente. Pero la enseñanza casi que reglamenta lo genético.

Por suerte hoy día hay más tolerancia y comprensión. Ojalá un día tu hermana se de cuanta de cómo las cosas son, y no se culpe demasiado por ello.

Saludos!!

Araña Patagonica dijo...

Creo que tu hermana, algún día, se dará cuenta de todo el sufrimiento que te provoca hoy y ojalá tu sobrina sea un poco más piola y sepa darse cuenta a tiempo que a un ser querido no se lo juzga por su sexualidad, solo por sus valores.
Pero, en fin, solo puedo darte desde aquí mi apoyo para que sigas luchando por todo esto, porque creo que así es de la única forma que toda esta estupidez de la discriminación se terminará de una vez. Juntos, unidos y sin bajar los brazos.
Un beso y que estés bien.

Novelas de Carlos Ruiz Zafón