domingo, 15 de octubre de 2006

FELIZ DÍA DE LA MADRE

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La mía se llamaba Emma Rosa y los que son memoriosos y frecuentadores de este flog desde sus comienzos sabrán que ella y yo teníamos concepciones del mundo prácticamente opuestas. Pasamos la mayor parte de nuestro tiempo discutiendo, recriminándonos, ladrándonos, enojándonos... bueh, ya todos sabemos cómo son estas cosas.

Ayer leía a Sandra Russo en el Página 12: "En algún libreto intangible está escrito que la maternidad por sí sola mejora a una mujer. Por si los supuestos judeocristianos fueran poco, vivimos en un país en el que el culto a la madre fue abonado por la música porteña: en el tango, la madre es madrecita, y es más, es pobre madrecita. Comparada con las gatas en celo de los burdeles y la noche, la pobre madrecita era sellada como la estampilla oficial de la beatitud femenina, que puede resumirse en un único y poderoso rasgo. La abnegación.
El culto a la madre argentina copula con la capacidad femenina de negarse a sí misma para pensar en los demás. Reivindica la retirada masiva del deseo en una mujer, para predisponerla de buen humor a la satisfacción de los deseos ajenos. Ensaya un adoctrinamiento social en base a esos valores y asegura vínculos de eterna gratitud. Es como si las mujeres pudiéramos vivir nuestras vidas impulsadas apenas por las deudas que tienen con nosotras, y que como somos buenas hemos decidido no cobrar".

Más allá de lo que digan los que no la conocieron tan de cerca como yo, mi madre no fue tan abnegada como lo exige la cultura occidental y cristiana. Tuvo una vida muy dura pero jamás se privó de amores (furtivos y de los otros), hizo de su vida lo que quiso, intentó hacer lo propio con la de su famila y siempre dejó claro que, a cambio de todo lo que ella hacía por nosotros (sus hijos y sus maridos sobre todo), esperaba una recompensa que excedía holgadamente el mero gesto de cariño. Aun así, no fue desamorada y (cuando se le daba la gana) nos hacía saber que nos quería y que se preocupaba por nosotros. Todo a SU estilo, por supuesto.

Murió hace casi 11 años y entonces experimenté una especie de alivio: ya podía ser yo mismo sin recibir (o prever) sus desaprobaciones. Sé que pasó los últimos veinte años enojada conmigo (aunque la llegada de la nieta dulcificó en gran medida ese enojo) y más aún porque yo no hacía nada, o muy poco, por corregir mis "malas costumbres" (que su óptica tan particular no las reducían solo al campo sexual). Sé que conspiró contra mis anhelos, que premeditadamente me atacó por donde sabía que más me dolía. Sé que estaba equivocada en más de una cuestión y acertada en otras tantas. Pero no obstante, fue ella la que me enseñó (con el ejemplo involuntario, claro está) a ser yo mismo más allá de toda circunstancia, a defenderme, a quererme. Tal vez fue por eso que la quise tanto y alguna vez le escribí el poema que a continuación transcribo.

Se lo di para el día de su cumpleaños número 61 y apenas me dijo gracias, como de compromiso. Días después, encontré la hoja de papel en el bote de la basura y sentí (por única vez en mi vida) un odio que amenazó con carcomerme el alma. Pero como yo soy yo y no otro, tal sentimiento no me pudo doblegar. Afortunadamente.
Cuando murió mi padre (en abril de 2004), revisando papeles viejos, en una cajita pequeñita encontré algunas fotos mías y de mis hermanos y, en el fondo, bien dobladita, una copia de su propio puño (el de mi madre) del poema que le escribí aquella vez.

Esa era mi vieja y éste es el poema.

CARTA A MI MADRE

No te asustes
si de noche voy perdido entre recuerdos
como un raro visionario de caminos.
No te asustes si mi cama
amanece bien tendida en la mañana.
Es la vida que me lleva de la mano
a buscar mi destino entre otras sábanas.
No te asustes por favor si en un decuido me he olvidado de comer.
Es el sonido de la música el que me nutre
el que me fluye y me entusiasma.
Necesito que comprendas
porque la felicidad no está a la vuelta de la esquina
y es preciso que logremos el milagro
de poder hallar la paz de tu cocina
sin ponernos a buscarlo.
Ya no sufras por favor que mi deseo
no se lleva muy bien con la tragedia.
Y además
nunca se sabe
si la muerte anda rondando por mi pieza.
Pero si es que sucediera
lo que tanto te da miedo
no te asustes por favor
que a pesar de amar el cielo
y vagar sobre baldosas que salpican
aunque siempre me esté yendo
no me alejo.


Buenos Aires, 5 de mayo de 1983.

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Eso es todo por hoy. Desde las callecitas de la Misteriosa Buenos Aires se despide Víktor Huije, un hijo que, como padre, se esfuerza por no cometer algunos errores demasiado conocidos.
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2 comentarios:

Señorita Cosmo dijo...

¡¡Cha de la loooora Vic!!! ¡Cómo me hiciste llorar con lo del "poema copiado de su propio puño"!!!

Anónimo dijo...

Imagínese cómo lloré yo, Seño Cosmo. Creo que lloré durante días y días. Y por momentos la odié como no había podido odiarla en aquella época. Pero ya todo está superado. "Del derecho o del revés, uno solo es lo que es y anda siempre con lo puesto" (Nano dixit).
Me alegro de que haya pasado a visitarme.

Novelas de Carlos Ruiz Zafón