sábado, 30 de septiembre de 2006

QUERER Y PODER




Mi hija tiene debilidad por los lóbulos de mis orejas (asunto que a su debido tiempo habrá de solucionar con su analista). Le fascina mordérmelos. Dice que son gorditos como una milanesa (insisto: mi hija es carne de diván). “Quiero morderte la oreja” me advierte cuando está aburrida. (sí, soy una especie de chupete).
"Pero no podés" le respondo. A lo que ella me retruca: "Querer es poder". Y ahí es cuando yo intento explicarle que QUERER no siempre es PODER, que para que la voluntad se transforme en acto se necesita oportunidad, esfuerzo, constancia, etc., etc.

Como el caso presentado por la revista VIVA de Clarín, en agosto pasado.

En la Universidad de Buenos Aires (UBA), hay unos 1000 estudiantes que viven en villas de emergencia (villas miseria en Argentina o callampas en Chile). Son chicos de condición social muy humilde y, con el afán de superarse, afrontan obstáculos imposibles que a muchos de nosotros (más preparados, mejor alimentados) nos harían bajar los brazos. Al millar que estudia actualmente se le agregan 1300 que ya se recibieron. Representan el 1% de la población mayor de 17 años de las villas.

Melisa Millani tiene 24 años y vive en la Villa 20, al sur de la ciudad. Estudia arquitectura y trabaja en un plan de viviendas para sus vecinos. Ella nació en Oruro, Bolivia, y terminado el secundario, fue por más pero todo se tornó mucho más difícil. Para terminar el Ciclo Básico Común (CBC) en la UBA tiene que hacer changas y acostumbrarse al sacrificio extremo. Para llegar a la Ciudad Universitaria, debe tomar dos colectivos y tarda hora y media y otro tanto al regreso, rondando la medianoche. Se sabe que arquitectura es una carrera para gente de plata, pero ella afirma que nunca se sintió discriminada, aunque confiesa que no habla mucho sobre su lugar de pertenencia.
Carmen Chocobar tiene 30 años, es soltera y madre de 4 varones. Trabaja desde los 8 y fue mamá por primera vez a los 15. Hoy vive en la Villa 21 de Barracas y es empleada doméstica. Este año empezó el CBC para cursar Administración de Empresas. Uno de sus patrones la incentivó y la ayuda con los estudios. Terminó la secundaria hace un año y no tenía la menor idea de lo que era el álgebra. La pasó muy mal pero se resiste a bajar los brazos. “Tengo toda la esperanza de poder levantar mi nivel. Sé que puedo, aunque muchas veces me bajones”, dice.
En general, el villero universitario tiene, tras de sí, una familia que ajusta su presupuesto hasta lo indecible para que uno de sus miembros llegue donde ninguno de ellos pudo. Sin embargo, no es la norma y, aun así, los obstáculos son innumerables.
En principio, para poder estudiar necesitan un empleo que les permita afrontar los gastos más elementales. Para ello deben ocultar su verdadera dirección. Si dicen que viven en la villa, jamás serán convocados. En el caso de obtenerlo, deben compatibilizar los horarios de trabajo con los de sus clases, teniendo en cuenta que Buenos Aires es una ciudad en la que las distancias y el tránsito pueden desalentar al más emprendedor. Además, si bien la universidad es gratuita, los gastos son más que considerables: fotocopias, libros, viáticos, alimentos fuera de casa... y, en especial, las pocas horas que pueden dedicar al estudio propiamente dicho.
Leonardo Molinas tiene 25 años y es hijo de inmigrantes paraguayos. Para solventar sus estudios de abogacía hace changas como albañil. Quiere especializarse en Derecho de Familia. Cuando se gradúe, piensa abandonar la villa pero asegura que seguirá brindando asesoramiento jurídico en el barrio, “porque es donde hace falta”. Es claro, allí los problemas no conocen límites: desde procesos delincuenciales hasta casos de explotación laboral, violencia intrafamiliar, drogas, trata de blancas y todos los males que uno pueda imaginar.
Argentina es un país extraño, signado por los claroscuros. Pero incluso en un país copado por la corrupción y la mezquindad del “sálvese quien pueda”, que entroniza el desaliento y desprecia los esfuerzos, incluso aquí es posible bregar en pos de un sueño (con permiso de Tinelli, jeje). Y esto es así porque alguna vez fuimos un país solidario, un país que ofreció a sus habitantes (hijos de la tierra y de los barcos) igualdad de oportunidades. En ese país todo era posible: la libertad, la solidaridad, la educación, la salud, la convivencia... Desgraciadamente, también hubo sitio para la violencia y la traición, que aun hoy son moneda corriente.
Si mi hija hubiera nacido en aquella Argentina que yo conocí de pequeño, seguramente hubiera colmado sus anhelos con expectativas más edificantes que las que busca satisfacer mordiéndome la oreja.

Esto ha sido todo por hoy. Desde la Misteriosa Buenos Aires y mientras Jorge Julio López sigue sin aparecer, se despide Víktor Huije, solo un padre con orejas gordas.

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