lunes, 22 de enero de 2007

EDDALEGRIA


Lunes 22 de enero de 2007. Luego de muy poco sueño, con mucho calor, un dolor de cabeza insoportable y (¿por qué no decirlo?) cierto desaliento, llegué al consultorio bien temprano para escuchar lo que ya sabía que iban a decirme. La doctora fue cortés. Incluso diría que simpática. Pero teminante. La presión arterial me está jugando una mala pasada y era obvio: hace rato que me he dado cuenta de que este cuerpo mío está envejeciendo más rápido que yo.

Anoche fuimos con Víctor, MI MARIDO (lo aclaro porque después se enoja si lo llamo "esa personita que siempre está a mi lado")... fuimos (decía) a ver un espectáculo de Edda Díaz. Una hora de magia al aire libre, donde estuvieron presentes la ternura, la emoción y el infaltable humor de una actriz que abre su pecho para que todos nos nutramos de vitalidad, SU vitalidad siempre a flor de piel.
Porque Edda es de esas personas que no envejecen, de esas personas que siempre están en primavera. Curioso: cuando yo era chico (y con toda la buena onda lo digo) ya la veía en la tele y la esperaba con ansias. Por aquellas épocas la risa no me era tan habitual. Con el paso de los años fui aprendiendo a darle permiso a la alegría pero, en ese entonces, ella era de las pocas personas que me hacían reir. Recuerdo un sketch en el que hacía de embarazada. Un señor gordo (cuyo nombre no recuerdo pero creo que su apellido era Muñoz) hacía las veces del marido que, despertado a mitad de la noche, era chantajeado con los antojos más descabellados. En su estado de gravidez, a ella se le antojaba (por ejemplo) ¡un helado de sopresata! ¿Y dónde conseguir helado a esas horas? ¿Y dónde de un gusto tan bizarro???? Ella lo presionaba con su voz histérica:
- Claro, vos querés que el nene nos salga con nariz de cucurucho. Imaginate cuando la maestra le diga: "Cucurucho Rodríguez, pase a dar la lección".
Y el pobre marido, atormentado por la idea de ver a su hijo humillado por su diferencia, hacía lo que cualquier buen padre haría: salir a recorrer la ciudad hasta encontrar el helado de sopresata que lograría ahuyentar el oprobio de su prole. Ya tendría tiempo de dormir hasta la semana siguiente cuando, en otro episodio, Edda lo despertara con otro de sus antojadizos disparates.
Curioso decía porque, al verla anoche sobre el escenario, la misma Edda Díaz que me hacía reir tanto cuando chico resultaba ser más joven que yo.
Fue una noche de homenajes, algo que tal vez no todos comprendieron y algunos pudieron confundir con buenas imitaciones. En el escenario, anoche estuvieron China Zorrilla, la Campoy, Graciela Borges y algunas más, personajes todos de la escena porteña que ayudaron a construir con su talento y camaradería a esta Edda de hoy, que regala energía y emoción cada vez que se abre el telón. Hubo un homenaje también para García Lorca y su "Doña Rosita, la soltera". Y otro muy especial para su propio padre, tan andaluz y republicano como Federico. Esa fue para mí (que llevo los afectos familiares cubiertos de curitas) el momento más emotivo de la noche. ¡Qué maravilla ese amor, ese respeto y esa agradecida devoción (o devota gratitud) por el hombre que la quiso, la cuidó y le dio alas para llegar hasta nosotros con el alma llena de caricias.
De aquellos años idos, Edda Díaz y Osvaldo Pacheco son dos íconos de mis afectos artísticos. Justamente alguien mencionó a Pachequito durante la función. Otro día les hablaré de él y de cómo (en un tiempo en el que todavía no existía para mí una palabra que me definiera por lo que ya era) en él tuve un claro ejemplo de dignidad. Un hermoso payaso que me demostró que, aun siendo como soy, puedo ser libre y respetado, tanto como yo mismo me lo permita. Pero eso será otro día. Hoy estoy con Edda.
Tal vez no me reconoció cuando, después del espectáculo, Víctor y yo nos colamos entre bambalinas con el solo deseo de darle un beso y un abrazo. Tal vez me asaltó un extraño pudor y ese beso y ese abrazo no alcanzaron a dar cuenta de tantos años de cariño y admiración. Pero te juro, Edda que (hoy que he descubierto que soy más viejo que vos, hoy que esta máquina que sustenta mi alma de cigarra ha empezado a reclamar un poco de atención) sé que este destino de sentir y pensar que compartimos nos hace inmortales (a vos sobre todo) porque ¿cómo morir habiendo sido amados y habiendo amado tanto?

Por eso, Edda querida, GRACIAS. No puedo quejarme porque, a pesar de los pesares, no han sido escasas mis noches de felicidad. Pero la de anoche... ¡mierda que ha sido una noche de felicidad que recordaré por siempre!


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Esto ha sido todo por hoy. Desde las callecitas de la siempre misteriosa ciudad de Buenos Aires, se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que se enfrenta a nuevos y decisivos cambios en su dieta. Besos a todos los que pasen a visitarme.


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1 comentario:

ReinaDeSalem dijo...

No tengo el gusto de conocer a Edda..., pero sí me gustó leer lo que de ella dijiste. Es bonito ese sentimiento de admiración ;-)

"¿Cómo morir habiendo sido amados y habiendo amado tanto?". Me encantó esa frase. Pensándolo así, somos inmortales, todos y cada uno de nosotros.

En cuanto a esa dieta..., seguro que si te lo propones, no tendrás ningún problema para sacarla adelante ;-)

Mil besos.

Novelas de Carlos Ruiz Zafón