miércoles, 13 de septiembre de 2006

PALABRAS QUE MATAN

Sin dudas, ser intelectual no es tan importante como tener amigos que sí lo sean. Hay cientos de cuestiones importantes que a uno le pasan de largo, pero puede suceder que uno de esos amigos encienda la mecha (voluntariamente o no) y nos deje pensando. En mi caso, uno de los que cumplen esa función es Fernando, estudiante de psicología que alguna vez ha aparecido en este flog.

Esta vez, me entregó un artículo de Ernesto Meccia, llamado “Cuatro antinomias para una sociología de las minorías sociales”

“A partir de los años 90, –dice Meccia– con un énfasis hasta entonces desconocido, la vida de los homosexuales adquirió, de variadas formas, más visibilidad. Imaginada por las sociedades durante siglos como un conjunto de prácticas inmorales, necesitada de sitios ocultos e invisibles para desarrollarse, hoy en día se ha convertido en un fenómeno que tiene lugar sobre todo en las grandes ciudades…” Este fenómeno de visibilidad se debe a la labor de los medios de comunicación y, principalmente, a la de las organizaciones de las minorías sexuales que, además, propiciaron un cierto “interés científico” por el modo de vida de los homosexuales. Para su “estudio” se procedió a comparar los avatares de los gays con los de los miembros de otras minorías sociales (étnicas, raciales, religiosas, etc.), la percepción que la sociedad tiene de ellos, su autopercepción, su grado de visibilidad social, sus formas de organización y la construcción de su identidad colectiva. Sin embargo, las minorías sexuales presentan matices que las diferencian de las demás minorías, razón por la cual merecen ser analizadas desde una perspectiva particular.

Por ejemplo, se sabe que es durante la adolescencia tardía cuando los que luego se asumirán homosexuales sienten con claridad el peso de esa inclinación. Se produce entonces un quiebre.

“De pronto, las palabras disponibles durante siglos para designar (difamando) y hacer existir (difamados) a los integrantes de una categoría social sirven también para designarlos y hacerlos existir a ellos mismos (…) Desdecir lo dicho por un mundo que sigue diciendo y en el que se está inmerso sería, en rigor, el proceso de asunción de la homosexualidad”.

De acuerdo con esto, ¡qué tarea ciclópea nos toca a los gays!

Esta construcción de la identidad homosexual resulta entonces un cuento de nunca acabar. Porque ¿cómo eliminar de nuestra psiquis el cúmulo de matices despectivos que atesoran las palabras que desde siempre nos designaron? La disociación es inevitable porque “incluso antes de experimentar esas sensaciones (homosexuales), los sujetos ya tenían palabras para designarlas como algo no deseable y vergonzante, palabras que ahora no les corresponde solo a los otros”. Dicho de otro modo: cuando uno escucha las palabras “puto” o “trolo” (para los argentinos), “hueco” o “fleto” (para los chilenos) o los más universales “maricón” o “invertido”, es inevitable escuchar más que simplemente “hombre que se acuesta con otro hombre”. Siempre habrá en ellas una carga negativa, como de desvalorización, burla e incluso de reproche o acusación. No es inusual que, cuando un hétero quiere insultar a otro, lo llame “puto”. Es igualmente común que, cuando alguno pierde en un deporte o falla en alguna tarea, diga que “le rompieron el culo”. Porque parece ser que los putos somos siempre los que perdemos, los que no nos animamos, los que tememos, los que huimos…

El lenguaje, además, representa un orden de poder y de dominio. La heterosexualidad sería, en este caso, la categoría dominante y nosotros (los gays dominados) usamos las mismas palabras que nos proveen los heterosexuales, con toda su carga intacta. Al decir de Pierre Bourdieu, “esto puede llevar a una especie de autodepreciación, o sea, de autodenigración sistemática”.

¿Quién de nosotros no se ha sentido ofendido o molesto alguna vez por el simple hecho de ser llamado gay? Ese enojo convalida una violencia simbólica conocida (conscientemente o no) por el hétero. El ser designados como gays debería tener la misma carga que si nos llamaran “joven” o “alto” o “gordo”. Sin embargo, nosotros mismos damos lugar al insulto porque, al fin de cuentas, compartimos con la cultura héterodominante los matices desvalorizantes de los vocablos. Será éste quizás uno de los puntos de partida de la homofobia que evidencian tantos y tantos homosexuales.

Pero antes había hablado de un quiebre. Un quiebre al que solo nos enfrentamos los gays, en oposición a lo que les sucede a los miembros de las demás minorías sociales. Plantados ante el desafío de asumirnos como lo que somos, a los gays el lenguaje nos juega en contra. Un judío ha sido siempre judío, un negro ha sido siempre negro. Ninguno de ellos debe adaptarse a un “nuevo orden”, llegado un determinado momento de sus vidas. Han crecido estigmatizados y no padecen disociación alguna. No existe para ellos la “doble vida”. Tarea imposible para un negro (salvo que hablemos de Michael Jackson), cuya piel siempre será indisimulablemente oscura. Tarea impensada para un judío, o un evangélico o un musulmán, en los que el estigma es más orgullo que vergüenza y genera, antes bien, un fortalecimiento comunitario. No sucede tal cosa en el mundo de los gays, las lesbianas y los trans.

La disyuntiva entre el haber sido y el ser es propia de las minorías sexuales y el lenguaje héteronormativo juega un papel preponderante en este proceso sinuoso y muchas veces tortuoso de la construcción de la identidad sexual.

En los próximos días, seguiré hablando sobre este texto que me facilitara Fernando.

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Eso ha sido todo por hoy. Desde los pintorescos rincones de la Misteriosa Buenos Aires, se despide Víktor Huije, un reportero al que paradójicamente ya no le hacen mella las palabras.

3 comentarios:

Señorita Cosmo dijo...

Fer!!!! A mi también me leyó el artículo. Excelente.

Cambiando de tema, calculo que con tus chicos habrás ido a ver "V de venganza". Y si no la viste, te la recomiendo altamente (tiene escenas violentas y bizarras, eso si) y te adelanto que es profunda y abiertamente pro-gay. Y muy simple y bien tratado el tema.

facu. dijo...
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facu. dijo...

MECCIA ERA MI PROFESOR DE SOCIOLOGÍA EL CUATRIMESTRE PASADO! más casualidades!

Me parecio muy interesante lo del lenguaje como "orden de poder"
la misma idea detras del lenguaje no sexista, que intenta no usar palabras pluralizadoras en masculino (ej: hermanos,padres etc..) entre otras cosas.cPorque sostieneque la estrucutua del lenguaje construye las ideas (y los prejuicios) y no alverre. Es decir no hablamos como pensamos,sino que pensamos como nos enseñan a hablar....

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