viernes, 1 de septiembre de 2006

CUESTIONES DE PESO

Hoy en la tarde, después de que Víctor se fuera a trabajar, me senté en la soledad de la cocina y, té de por medio, encendí la tele, como parte del ritual diario que me permite embrutecerme un poco antes de salir al mundo. Hice zapping y al final dejé donde la suerte quiso.
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Apareció en la pantalla Andrea Polliti, conductora de "Cuestión de Peso", un reality de la televisión vernácula, que reúne a personas que decidieron cambiar su cuerpo y sus vidas enfrentando el desafío de llegar a un peso ideal. Un grupo de expertos conformado por nutricionistas, sicólogos y especialistas en estética los ayuda durante todo el proceso. Desde afuera, el público tiene la oportunidad de opinar, por medio del voto, quiénes considera que cumplen los objetivos.
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No está mal el programa. Pone en el tapete una cuestión que es fundamental en el tema salud, en estos tiempos en que la obesidad le corre una carrera a la bulimia y a la anorexia por lograr el podio de las enfermedades más "taquilleras".
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Hoy le tocó irse a Eduardo, un muchacho de unos 28 ó 30 años, que empezó en el programa hace unos cinco meses con un peso de 200 kg y hoy se retira con 130. Obvio que estamos hablandoi de televisión y el efecto cebolla no puede estar ausente. El joven asumió sus responsabilidades por no haber bajado los kilos que el programa le exigía para permanecer en la competencia. Hubo llanto (con madre y hermana incluídas prometiendo apoyo moral y tratando de influir en la moral de los productores para que Eduardo fuera perdonado), hubo golpes bajos (a cargo de vecinos que declaraban su cariño por el joven), hubo recriminaciones varias y angustias por parte de los demás concursantes (que saben positivamente que a ellos también les llegará el momento). Sin embargo (insisto), el programa no está nada mal.
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Según cifras extraoficiales, el 57% de los argentinos sufre de sobrepeso u obesidad. La mayoría de los chicos de 9 a 13 años, de clases media alta y alta, comen alimentos pobres en nutrientes, aunque de elevado aporte calórico. El consumo de golosinas, galletitas dulces, bebidas azucaradas, facturas y snacks les provee hasta el 20% de las calorías diarias, proporción que en una dieta sana no debería superar el 8%. Más de la mitad come más de lo necesario y, además, casi uno de cada diez chicos de estos niveles sociales no desayuna. Estos defectos se potencian por el hecho de que pasan más de cuatro horas ante la pantalla de la TV o de la computadora, mientras que sólo hacen una o ninguna hora diaria de ejercicio físico. Si así están los ricos, ¿cómo estarán los pobres? En efecto, en los niveles socioeconómicos más bajos hay todavía más tendencia a la obesidad. Hoy, en la Argentina, el problema principal no es la desnutrición, sino la mala calidad de la dieta.
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El pobre Eduardo se la bancó con dignidad. A pesar de que los ojitos le brillaban, aceptó sus "culpas" por no haber bajado todo lo que el programa le exigía para continuar en competencia y prometió seguir con la dieta, los ejercicios y el cambio de hábitos necesarios para que los 70 kilos bajados no sean solo un recuerdo.
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Lo veía en la pantalla, peleando contra el deseo de llorar o de moler la pared a puñetazos, y traté de meterme en su cabeza. Sin dudas, debería sentirse un fracasado (a cualquiera de nosotros podría sucedernos lo mismo). Sentiría que se falló a sí mismo y a todos los que lo apoyaron. Claro, en estos momentos le debe ser difícil asumir que 70 kilos menos no es moco de pavo. Todavía más difícil comprender que, de ninguna manera, ha llegado al final del camino. Pero si es un luchador, ya llegará el momento.
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Allá por el año 2000, yo pesaba 96 kilos. Una barbaridad para mi estatura y mi contextura. Como buen gordo, evitaba mirarme en las vidrieras de las grandes tiendas, hice desaparecer todos los espejos de la casa, no podía dejar de comer y trataba de justificarme con argumentos pueriles. Hasta que una tarde, caminando por el centro, me vi reflejado en el escaparate de C&A. Me quedé atónito frente a mi propia imágen, como si hubiera sido la primera vez que me veía. "No puede ser que yo sea esa bola de grasa que me mira desde la vidriera" me dije. Y desde ese día comencé a bajar de peso, hasta llegar a los exiguos 65 que muchos conocieron.
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Lo mío fue sencillo porque solo era cuestión de dejar de comer y afrontar los conflictos y frustraciones sin recurrir a la comida. Desgraciadamente, no para todos es así. En casos como los de Eduardo, además de psiquis, influyen factores genéticos y glandulares que no se deben soslayar. Tampoco dejemos de lado las presiones sociales de las que todos somos responsables, en función de este culto desmedido por los cuerpos perfectos.
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Ojalá llegue el día en que podamos hacer (entre todos) algo concreto para poder ayudar a los que padecen de esta terrible enfermedad.
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Eso es todo por hoy. Desde las costas del Río de la Plata, se despide Víktor Huije, quien aun hoy no puede resistirse a un buen chorizo
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1 comentario:

bullet with butterfly wings dijo...

aish ni me digas que es uno de los problemas con los que tengo que lidiar a diario, y no soy una flaquikta tratando de verse mejor, soy una gorda linda tratando de estar sana, gimnasio dieta y todas esas cosas son mi patíbulo de cada día.
Y que lindo por fin un flaco que no dice "con lo fácil que es hacer dieta" o "es cosa de hacer un poco más de ejercicio"

Novelas de Carlos Ruiz Zafón