sábado, 29 de julio de 2006

SÍ, QUIERO... ¡SÍ, PUEDO!



Mi ausencia en el día de ayer estuvo maravillosamente justificada. La razón vino de la mano de los dos sujetos que aparecen en la foto.

Ellos se conocieron el 20 de diciembre de 1997. Los presentaron durante una reunión de SIGLA (Sociedad de Integración Gay Lésbica Argentina) y, desde entonces, siguen juntos.

Se llaman Adolfo y Raúl los protagonistas de esta historia que ya lleva casi nueve años. Años de paciencia, de reacomodamientos, de concesiones, de acuerdos, de consideraciones... pero, más que nada, de amor. Porque, si algo los caracteriza, es el amor que cada uno siente por el otro.

En un mundo signado por la falta de compromiso, por la frivolidad, por la mezquindad y el desapego, ellos se dan permiso para AMAR (así, con mayúsculas), como una manera de desmentir a todos aquellos que (acorazados dentro de su propio egoísmo) proclaman la imposibilidad de la completa y amorosa entrega. Porque Raúl y Adolfo conforman una pareja singular. Pero singular no tanto en el sentido de su excepcionalidad como en el de su oposición a la pluralidad. Para que se entienda: a pesar de ser dos, son uno. A partir de sus propias e indiscutibles individualidades, para los que los conocemos, es imposible pensar en uno sin pensar también en el otro. Raúl lo dice a su modo: "Antes de conocer a Adolfo, amor era solo una palabra sin contenido, inasible, algo que les sucedía a los otros. Pero desde el 20 de diciembre del '97, el amor también es cosa mía".

¿Y será ese mutuo amor la única razón por la cual, en el día de ayer, mis dos amigos decidieron acogerse a los beneficios de unión civil? Sin duda, no. Porque, además de ser buenos tipos ("La cara los vende", dijo la jueza que los casó), los mueve una profunda necesidad de militancia y de dejar constancia de su existencia y de su valor. Valor como contrapartida de precio y también de cobardía. Adolfo es el encargado de disipar las dudas: "La unión civil es lo que hay. Y tomamos lo que hay para dar testimonio de lo que tenemos pero también de lo que nos falta". Y lo que nos falta es, justamente, una ley que contemple nuestros derechos hereditarios y patrimoniales a nivel nacional y que nos abra las puertas a la adopción. Es decir, que equipare nuestras uniones con las de los heterosexuales.

Adolfo y Raúl tienen una postura firme ante la vida, cimentada con corajuda humildad y con humilde coraje ("que no es lo mismo pero es igual", Silvio dixit). Sin caer en categorías capitalistas, ellos saben que para ganar hay que arriesgar. Amor es riesgo. Una lotería, dirían las abuelas. Porque cuando uno ama y se atreve a vestir ese amor con el abrigo de la convivencia, se puede ganar o se puede perder. Aunque en realidad siempre se gana, pues el solo intento ya es riqueza.

Amar es atreverse, darse permiso para amar y para dejarse amar. Lo demás es pura cháchara. Apenas cobardía disfrazada de desilusión. Los que se regalan la posibilidad de amar son dueños de sí mismos. Seres capaces de saltar sin red. Y allí está la magia.

Porque en el amor no hay garantías y, sin embargo, tampoco hay azar. La construcción de una pareja perdurable involucra un continuo y sustancial esfuerzo por superar escollos. Esfuerzo que dota de significado a la labor misma. Y si alguno de los dos integrantes de la pareja falla (ya sea por falta de convicción o por humana falibilidad), los dos fallan. Y aquí aparece una curiosa variante del coraje: cuando uno no puede aportar a la pareja lo que la pareja necesita, ambos deberían tener la valentía necesaria para afrontar y decidir el alejamiento (para no hablar de ruptura, que me suena a fracaso). Después de cuatro décadas de amor ininterrumpido, sé perfectamente que "adiós" también puede significar "te quiero" o (redoblando la apuesta) "me quiero".

Claro está que esta situación de alejamiento nada tiene que ver con la realidad actual de Raúl y Adolfo. En un mundo en el cual "para siempre" quiere decir "por un rato", ellos se comprometen responsablemente ante la ley y la sociedad a seguir adelante con un proyecto que se fue gestando durante los últimos ocho años y contempla una convivencia para el resto de sus vidas. Una convivencia huérfana de coerción. O sea que ellos están juntos porque quieren y no porque un papel se los imponga. Y eso también es magia.

Dice Rafael Freda (alma "pater" de SIGLA) que la homosexualidad es una elección; que uno elige por esa identificación entre ser y sentir. De modo similar, mis amigos eligen hacer pública su unión: para que lo que sienten SEA ante los ojos del mundo.

Que quede claro: el que quiere puede.

1 comentario:

Señorita Cosmo dijo...

Pasé por acá para saludar nomás, porque comentar te comenté allá.
Ahora que tenés dos blogs, te sobra espacio!
igualmente, no sé por qué, pero los fines de semana, los blogs es como que ni se mueven.

Novelas de Carlos Ruiz Zafón