lunes, 24 de julio de 2006

DE SEÑORAS, LOCAS, SEÑORAS LOCAS Y OTRAS YERBAS.



Resultó que algunos gays que conozco y me conocen (nótese el plural) se molestan o, al menos, se sorprenden (¡!) porque me "mujereo". O sea, porque digo (por ejemplo) que soy "una señora casada". Aducen, con plena autoridad, que antes nunca lo hacía. Y eso es inobjetablemente cierto.
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Partamos de la base de que siempre hice lo que quise. Muchas veces pedí opinión, pero jamás permiso. De modo que, si quiero referirme a mí mismo como "señora", lo hago y ya. ¿Soy acaso menos hombre por eso? ¿Se resiente en alguna medida mi masculinidad? Respuesta: NO.
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A lo largo de cuatro holgadas décadas, los que tuvimos la suerte de gozar de una mente amplia hemos aprendido que el que es no necesita parecer. Yo soy hombre y lo soy aunque no lo parezca. Y soy puto también (en el sentido argentino, que equivale a homosexual, sin ninguna referencia a algún tipo de prostitución). Soy un hombre puto. Y aunque me hiciera el macho, lo seguiría siendo.
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Eso sí, soy tan raro que incluso entre los putos doy la nota. Detesto la música tecno. Madonna no me va ni me viene. No suelo frecuentar las discotecas. Desconozco por completo qué es lo IN y lo OUT en cuanto a moda. Cuando cocino, uso ajos y no echalots. No me calientan los tipos con uniforme. Nunca pisé un gimnasio. Soy un desastre en la costura. Me caracterizo por mi desorden. Puedo salir a la calle aun cuando los zapatos no me combinen con el color de la camisa... Y la lista podría extenderse ad infinitum.
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Debo aceptar, no obstante, que en ciertos aspectos me identifico con el estereotipo de la marica clásica. No me gusta el fútbol. Mucho menos la mecánica. Tengo una voz ligeramente aflautada y se me quiebra un poco la muñeca. Algún iluso/a podría confundirme con un tipo delicado, pero la verdad es que se me nota lo mariposa. Y será porque no hago nada por ocultarla. En las contadas ocasiones en que voy a una disco, bailo como loca con Thalía y su "¿A quién el importa?". Me encantan los sahumerios y las velitas aromáticas... Y no sé si esta lista se extiende mucho más allá.
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Pero la diva mejicana tiene razón: ¿qué importancia tiene no encajar (o sí hacerlo) en el paradigma de la marica pasiva? Yo opino sin pelos en la lengua (e imagino la sonrisa de Bellota ante semejante locución) que la "molestia" o la "sorpresa" ante determinadas elecciones dialécticas y/o estéticas responden pura y exclusivamente a una marcada y omnipresente homofobia. Porque, no nos engañemos, los homosexuales también podemos ser homófobos.
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Días atrás, participando de un grupo de reflexión, en la marcha surgió el tema de las marchas del orgullo. Una vez más tuve que escuchar frases tales como "A mí no me representan", "a mí no me gusta el escándalo", "yo no tengo nada que ver con las locas que se trasvisten". Vaya, vaya. ¿Qué quieren decir esas palabras? Sencillamente: "desprecio a los que se salen de la norma". O lo que no es lo mismo, pero es igual: "me da miedo que me confundan con ellos". Y eso es homofobia. Es no respeto por lo diverso.
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Hace algunas décadas, los integrantes del mítico FLH ya padecieron segregaciones semejantes cuando participaban en manifestaciones políticas. Eran una isla en medio de la multitud, un grupito de locas alrededor de las cuales se generaba un doloroso vacío. Porque, por aquellos años, nadie quería que lo confundieran con esos degenerados que, encima, pretendían reivindicar derechos muy cuestionados.
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¿Qué ha cambiado hoy en día? Mucho y nada.
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Mucho porque, en la actualidad, solo una minoría de canallas cuestiona seriamente los derechos de los miembros de la comunidad GLTTTBI. Eso sí, canallas pero poderosos y, por tanto, influyentes.
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Y poco porque la reivindicación de esos derechos, aun hoy, se ve obstaculizada además por la falta de concientización y compromiso de los propios interesados. Situación ésta que se sostiene sobre tres pilares fundamentales: el miedo, la comodidad y la homofobia que reinan dentro de nuestras propias filas.
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Por cierto que no se trata aquí de organizar innovadoras cacerías de brujas (novedosas puesto que seríamos justamente las brujas las que nos cazaríamos entre nosotras mismas). La idea no es instaurar la dictadura del dedito acusador. Tantos siglos de sometimiento cultural dejaron una huella muy profunda en los postulados educativos de nuestra sociedad y no podía esperarse una respuesta diferente por parte de los gays contemporáneos.
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La idea es iniciar un lento proceso de toma de conciencia. Plantear las vicisitudes de nuestras diversas realidades para generar debate, para permitir esa libre expresión que es tan cara a los ideales democráticos. Sin juzgar, instemos a los homófobos (propios y ajenos) a fundamentar sus posiciones adversas a la diversidad. Instémolos a pensar y, en la medida de lo posible, a debatir. No caben dudas de que un debate honesto y sin chicanas no puede menos que concluir en el desenmascaramiento de los prejuicios. Y una vez allí, las conductas homofóbicas no tendrán más remedio que batirse en retirada.
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1 comentario:

Anónimo dijo...

te tengo loco con los comentarios... jajajaja
este es para decirte que: te queda linda la mini, che! Tenés buenas patas!.. jajaj.. es lo que siempre les voy a envidiar a ustedes.. que no tienen celulitis en las piernas..
Un eso

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