sábado, 1 de marzo de 2008

Complejo de Macho


Les propongo una especie de encuesta.

1) En una reunión social ¿de qué modo se sientan habitualmente?
a) Con las piernas bien abiertas.
b) Apoyando el tobillo de una pierna sobre la rodilla de la otra.
c) Cruzando las piernas y manteniéndolas bien juntas con el torso en perfecto ángulo recto.

2) ¿Cómo hacen pis?
a) De pie y apoyando una mano en la pared.
b) De pie y sosteniéndose el pene con las dos manos.
c) Sentado.

3) Cuando ven un partido de fútbol por TV, ¿a qué le prestan más atención?
a) Al deseo de que pierdan los “patadura” del equipo contrario.
b) A la belleza y la riqueza táctica del juego.
c) A las piernas de los jugadores.

4) ¿Qué es lo que más detestan de las películas de amor?
a) Simplemente que existan.
b) Que generalmente muestren una visión edulcorada de la realidad.
c) Que siempre logren que se les corra a ustedes el maquillaje.

Todos sabemos que existe una especie de catálogo respecto del comportamiento de los gays. Desde una perspectiva radicalmente machista y a causa de haber hecho de otros hombres el objeto de nuestro deseo, se espera de nosotros que adoptemos actitudes femeninas. Cae así sobre nuestras humanidades todo lo execrable que el macho común depara a las féminas, sin gozar necesariamente de los aspectos positivos que la honda misoginia le permite admitir. De este modo, los que respondieron preferentemente con las opciones “a” podrán considerarse verdaderos machos y los que respondieron con las opciones “c” serán considerados unas locas irredentas. Una simplificación escandalosa que, sin embargo, suele dejar a todos tranquilos, seguros de mantener el control de cierto “orden establecido” en el que lo masculino es una categoría dominante.

Sin embargo, la vida cotidiana nos puede presentar el caso (por dar solo un ejemplo) de algún barrabrava que, después del partido, busca sexo en el baño público de alguna estación de trenes. O el de alguna loca de tacos altos que noquea de un cross de izquierda a algún agresor homófobo. Porque la vida real tiene la libertad de no regirse por los estereotipos y hace de la diversidad su mejor perfil.

A juicio de quien suscribe, a lo largo de los siglos esta concepción de la masculinidad no ha sido más que un arma política en manos de los elementos retrógrados de la sociedad para segregar a aquellos que se apartaran de la norma. Una mera forma de reprimir conductas que la ignorancia y el mesianismo les señalaban como pecaminosas, decadentes, corruptas e inmorales. Y como arma, muchas veces, ese pretendido disvalor conduce (aun hoy) a hechos de sangre y de muerte. Los ejemplos abundan.

No obstante, cabe preguntarse: ¿qué posición asumimos nosotros mismos, miembros de esta comunidad LGBT tan ecléctica, ante esta categorización que nos estigmatiza?

Mi experiencia (siempre limitada a la porción del mundo con el cual tengo contacto diario) no es muy alentadora y supongo que la de ustedes habrá de correr la misma suerte: la mayoría de los gays con los que he tratado el tema se hacen eco del discurso discriminatorio.

No hace mucho, en una reunión social, uno de los asistentes (sentado con las piernas bien cruzadas y apretadas y formando perfecto ángulo recto con el torso) afirmaba: “Yo respeto a los que les gustan las plumas, pero no los soporto”. “Si quieren ser locas, tienen todo su derecho pero que no se me acerquen”. “Si uno nació hombre, es antinatural querer ser otra cosa”. Perfecto resumen de un discurso que he escuchado demasiadas veces y sitúa a la homofobia como una patología difundida también entre los gays.

Si alguien opina que se trata de un caso aislado, se equivoca. Este tipo de actitudes es por demás habitual. Las palabras se distancian de los hechos y se pretende adoptar una posición políticamente correcta, sin darnos cuenta de que todo es solo una pantalla para no asumir que caímos en la trampa de confundir dignidad con prejuicio.

¿Qué importancia tiene la masculinidad? ¿A partir de qué lógica o ética se estableció el catálogo de las actitudes que son masculinas y las que no lo son? ¿Es un hombre más o menos hombre por ser más o menos masculino? ¿La masculinidad nos hace mejores personas?

A ver si nos entendemos: no existe idea más reñida con el concepto de “macho” que la de un hombre teniendo sexo con otro hombre. Entonces, ¿a qué viene ese denuedo de muchos gays por defender una ideología que nos perjudica y, sobre todo, no podrá representarnos jamás como seres humanos que somos? Porque confiar en que una manifiesta masculinidad nos hace menos vulnerables ante el atropello de quienes nos estigmatizan es negar la esencia misma de quienes somos. Es vivir una realidad paralela. O padecerla, ya que cualquier traspié nos pondrá cara a cara con ese escarnio al que tanto tememos. ¿O acaso algún gay puede afirmar que jamás se le cae alguna pluma?

Mi idea no es la de traer respuestas esclarecedoras porque no las tengo. Es más: cada quien tendrá las suyas. Considero, eso sí, que aquellos gays que hacen causa común con quienes nos discriminan no se han dado el tiempo de reflexionar acerca de la temática y no se animan a (o no quieren por vaya uno a saber qué razones) cuestionar esas “verdades” dogmáticas que nos han inculcado desde la más tierna infancia. ¿Pereza? ¿Miedo? ¿Idiotez? ¿Extraña conveniencia? Fueran cuáles fueran las razones, está claro que somos nosotros mismos (los gays) los que tenemos el desafío de empezar a romper con la cultura que nos han impuesto para poder vislumbrar un entorno más amigable (el de nuestros pares) en miras de alcanzar el logro mayor: un mundo en el que lesbianas, heterosexuales, gays, travestis, afrodescendientes, personas con capacidades diferentes y un larguísimo etcétera podamos vivir en paz, siendo valorados solo por nuestra condición humana, más allá de nuestras capacidades o elecciones de vida.

Esto ha sido todo por hoy. Desde las callecitas de la siempre misteriosa Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad al que le gustaría mucho conocer sus opiniones.

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