domingo, 23 de agosto de 2020

¡Ah, malhaya, un trotecito!


¡AH, MALHAYA, UN TROTECITO! (#CancionesDeCuarentena N° 33) 

Hoy se viene preparando un día soleado y luminoso como el de ayer. Eso me predispone a cantar algo animoso. Y para eso no hay nada mejor que un pasaje llanero, de esos que se cantan sin respiro y apenas tiene uno tiempo para encajar la letra, jeje.
 
Este tema me acompaña desde hace décadas, cuando cayó en mis manos el primer disco de Cecilia Todd, la verdadera culpable de que me transformara en un miembro más de los comandos venezolano irani entrenados en cuba para dominar el mundo y derrocar la tiranía capitalista. 

En mi caso, el arma elegida es la poesía maravillosa de Alberto Arvelo Torrealba, poeta venezolano, musicalizada por Guillermo Jiménez Leal. Va dedicada especialmente para mi amiga Cristina Maria Cristina Lentini Farias y Pedro, su compañero, que me consta que gustan de estas melodías. 

Dije que este tema musical me acompaña desde hace años. No es extraño que, de la nada, me brote la melodía y vaya por la calle canturreándola o tarareándola. De hecho, tengo una anécdota muy singular de hace unos tres años. 

Yo vivía todavía en la Zona Norte, justo enfrente de la Estación FLORIDA del Ferrocarril Mitre. Era una cuadra muy peculiar porque NO TENÍA ASFALTO. La casa (por entonces propiedad de mi amiga Teresa Mitchell) tenía un jardincito al frente y, entre la vereda y la estación de trenes, había una hermoso parque donde los vecinos solían pasearse en los días soleados y se llenaba de chicos y de abuelitos. 

Una mañana, yo salí a barrer la vereda y, mientras revoleaba la escoba, me surgió la melodía. Quizá me entusiasmara en demasía y elevara el volumen de mis cantos. El caso es que una "señora mayor", que pasaba cerca, me saluda amablemente y con la vocecita de la abuelita del canarito Tweety me dice: 

- ¡Qué hermoso eso que está cantando, joven! 

Más envalentonado por lo de "joven" que por el elogio de mis cantos, le agradecí con cierta exageración. 

- ¿Usted es dominicano? -me preguntó. 

La pregunta era muy extraña y, por unos instantes, me quedé pasmado, sin saber qué contestar, cuando lo lógico hubiera sido responderle con un certero NO. Pero mi negativa llegó, acompañada de un "¿Por qué lo pregunta?". 

- ¡Por la canción! -me retrucó, como si la asociación de República Dominicana con un pasaje llanero tuviera la más absoluta de las lógicas. 

La expresión y la actitud de viejecita tierna se le degradó biológicamente cuando le expliqué que la canción no era dominicana sino de Venezuela. La siguiente palabra que salió de su boca tenía el mismo color verduzco de su cara de asco: 

- ¡Ve-ne-zo-la-na! -dijo arrastrando cada sílaba, como si quisiera disimular que la estaba pronunciando- Nunca pensé que pudiera haber algo bueno que viniera de esa gente. 

No me dio ni para putearla. Al menos admitió que la canción es linda y que los venezolanos son "gente". 


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