viernes, 23 de julio de 2010

Cosas



Cosas de niñes

Los dos teníamos apenas doce años y una osadía que rayaba la temeridad. Aunque (visto ahora a la distancia) en lo nuestro había mucho de inocencia. Lo habíamos hecho por primera vez en una tarde lluviosa, mientras mi familia pasaba horas y horas haciendo la fila para ver el cuerpo del recién fallecido General, expuesto en el Congreso Nacional. Para elles, la espera había sido desesperante y desgarradora. Para nosotros, un prematuro y seductor salto al vacío. En medio de la noche, alumbrados apenas por la tenue lamparita de la mesita de luz, Jogi, a falta de uno dorado, tomó un marcador Sylvapen color naranja (de esos que venían adornados con florcitas) y me dibujó un anillo en el dedo anular. “Desde hoy somos novios y algún día nos vamos a casar” me dijo. Yo lo miré sin entender mucho lo que me estaba diciendo, pero cuando lo comprendí no pude reprimir la carcajada. Claro que él también se rió. Pero de todas maneras me extendió la mano para que yo le dibujara un anillo en su dedo y quedara de ese modo sellado nuestro compromiso.

Estoy hablando del año ’74, cuando el sexo era apenas un descubrimiento reciente pero no así la certidumbre de ser diferentes.

En los siguientes doce años, todo fue confuso y descontrolado. Nuestra relación tuvo muchas idas y venidas (como sucede en cualquier vínculo adolescente) pero el ’86 nos encontró unidos, aunque ya sin esperanzas. En su vida había aparecido el fantasma de una enfermedad casi desconocida hasta entonces y, después de haberlo cuidado amorosamente cada vez que lo vencía la fiebre y la debilidad, después de haberle perdonado todo el dolor que me causara su “espíritu libre”, después de haber logrado que las enfermeras del Muñiz hicieran la vista gorda y me dejaran visitarlo en terapia intensiva “como si fuera su esposa”, después de todo ese sufrimiento y de ese escarnio, encima tuve que rogarle a su familia para que se hicieran cargo de los restos e impidieran que fueran enterrados en la fosa común. Para la ley yo no era nadie.

Veinticuatro años han pasado desde entonces y cuántas cosas han cambiado.

Cosas de soñadores

Hace apenas unos días, meses después de la media sanción de la Cámara de Diputades, el Senado de la Nación finalmente ha convertido en ley la modificación del Código Civil que hubiera hecho realidad los sueños de Jogi. Esta semana, la Presidenta procedió a la correspondiente promulgación mediante un acto solemne en la Casa Rosada. Pero para llegar a eso, hubo que recorrer un largo (muy largo) camino a través del cual fue menester enfrentarse a les detractores de siempre e incluso a les que, desde dentro mismo de la comunidad homosexual argentina, pusieron palos en la rueda.

Cuando se logró la aprobación de la Ley de Unión Civil en la Ciudad de Buenos Aires, tan solo pensar en el Matrimonio Igualitario era una estupidez (si no una locura). Les mismes dirigentes que habían impulsado la medida negaban por entonces la importancia de un casamiento legal para nosotres les LGBT, aduciendo que no se trataba de un tema que formara parte de nuestra agenda. Y lo hacían con tanta convicción que muches nos tragamos el sapo y desestimamos la idea. Hasta que otras voces se hicieron oír.

Vale aquí un corto paréntesis para hacer un mea culpa: yo fui une de aquelles que apoyaron la postura de la eses dirigentes. Sin dudas, basado en mis propias necesidades, supuse que el derecho a contraer matrimonio carecía de peso para la opinión pública homotransexual. Craso error. Primero, porque atribuí a toda la diversidad sexual una postura que era meramente personal. Segundo (y mucho más grave de mi parte), porque fui incapaz de percibir la discriminación flagrante contenida en esa exclusividad de la palabra “matrimonio” para las parejas heterosexuales.

El cambio empezó a gestarse en el 2005, con el surgimiento de un discurso diferente (que pretendía darle a las palabras su justo valor) y la posterior creación de la FALGBT. Recuerdo un encuentro en Rosario en el que quedó más que claro que el Matrimonio Igualitario era una reivindicación imprescindible para el respeto de nuestra dignidad. Muchas personas opinaron que lo propuesto por la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans era una utopía, que era algo que nunca se lograría, que la sociedad argentina no estaba preparada para semejante giro, que el poder de la iglesia católica no lo permitiría, que el conservadurismo de las provincias lo hacían inviable... y ya lo ven: habemus legem.

Cosas de la gratitud

La estrategia me pareció novedosa: forzar a la sociedad a tomar partido mediante los amparos y la mediatización del reclamo. Luego supe que no era una idea original (puesto que replicaba los caminos andados por las organizaciones españolas) pero no por eso era menos válida. Las pruebas al canto.

Surgieron así algunos nombres que, sin dudas, aparecerán en los libros con los que han de estudiar en un futuro nuestres hijes y nietes. María Rachid y Claudia Castro fueron las que hicieron punta y luego vinieron muches más presentando amparos y desenmascarando una legislación vergonzosamente discriminadora.

He oído por ahí muchas veces que con la aprobación de la Ley del Matrimonio Igualitario se ha hecho historia en nuestro país y en nuestra región. Y, además de estar de acuerdo con ello, me pregunto si María, Claudia, Alex Freyre, José María Di Bello, Alejandro Vanelli, Ernesto Larrese, Norma y Cachita y las demás parejas que presentaron amparos o lograron la certificación de sus matrimonios por vía judicial son conscientes del rol trascendental que les ha tocado desempeñar en esta gesta verdaderamente revolucionaria. No creo estar exagerando. ¿Se dará cuenta Esteban Paulón de que nada de esto hubiera sido posible sin su ciclópeo trabajo en el interior del mismo palacio legislativo? ¿Sabrá Bruno Bimbi que su tezón, su compromiso, su erudición y su claridad de conceptos, además de su indiscutida idoneidad periodística, fueron un cimiento irreemplazable para el logro de este objetivo, pilar de los muchos que todavía quedan por delante? ¿Tendrán conciencia de lo invalorable de su trabajo tantes militantes de tantísimas organizaciones vinculadas a la FALGBT, muchas de ellas conformadas a raíz de esta nueva perspectiva que unes poques fueron capaces de instaurar en el debate nacional? No tengo respuesta para estas preguntas porque me es imposible entrar en la psiquis de cada quien pero, ante la magnitud de la labor por elles realizada, se me hace que un simple “GRACIAS” no alcanza para transmitir la gratitud. Yo, que me considero también un defensor del valor de las palabras, no encuentro todavía alguna que esté a la altura de las circunstancias.

Cosas de gente digna

No faltará quien me tilde de “absorbecalcetines” pero muches de les que menciono saben que la complacencia no es, ni de lejos, algo que me caracterice. Alex, por ejemplo, preside la institución en la que trabajo y nadie ignora nuestras diferencias. Sin embargo, sería yo un malnacido si no reconociera el valor de su actuación a lo largo de estos arduos cinco años de pelea. Aguerrido, fiel a los principios impuestos por la defensa de nuestras dignidades, dueño de una claridad y un dominio de la palabra verdaderamente envidiables, sus apariciones en público no podían menos que generar mi orgullo y mi admiración. Es una de las pocas personas que conozco capaces de fumar bajo el agua y hoy celebro que hayamos podido contarlo de nuestro lado usando sus “poderes mágicos” (sutileza seudohumorística que me permito para no tratarlo derechamente de “bruja”, jeje).

En un sentido similar me animo incluso a valorar y felicitar la actitud de SIGLA. Por todes es sabido que esta organización, una de las “hermanas mayores” entre las defensoras de los derechos de la diversidad sexual, no apoyaba inicialmente el proyecto de Matrimonio Igualitario. Incluso llegó, hace algunos años, a presentar en el Congreso Nacional un proyecto de ley que buscaba la instauración de la tan mentada unión civil. Como elles, otras “hermanitas mayores” tomaron caminos similares pero sin iniciar campañas de concientización nacional ni encarar un esfuerzo orientado al tratamiento de la norma en el recinto. Pero a diferencia de estas, SIGLA reconoció la importancia del trabajo que la Federación estaba llevando adelante y, dejando de lado las discrepancias pretéritas, se unió a la cruzada sin afán de protagonismo (lo cual, si diéramos por cierto el prejuicio que preconiza el divismo propio de nuestra comunidad, no sería moco de pavo). A mi modesto entender, la institución dirigida por el querido Rafael Freda dio cátedra de integridad y es justo que se diga.

Por fortuna, en nuestra comunidad homolesbotrans estamos todes unides y tiramos todes para el mismo lado. Es impensable la existencia de una organización capaz de conspirar desde las sombras en contra de nuestros propios intereses; capaz de presentar, en medio del encarnizado debate por el matrimonio, un proyecto de unión civil que restaba fuerzas a los planteos de la FALGBT y regalaba argumentos a nuestres detractores; capaz de aprovechar cada cámara encendida para ensalzar lo denodado de la lucha, asumida como de su exclusiva pertenencia e invisibilizando el esfuerzo de les federades... Sabemos todes que eso nunca podría acontecer en nuestra comunidad translesbohomosexual argentina. ¿A quién se le ocurre pensar en la existencia de alguna organización capaz de remitir a las agencias de noticias un resumen del proceso histórico que desembocó en la aprobación de la ley sin mencionar a les verdaderes artífices de la medida (léase la FALGBT)?. Si une quisiera ser cizañere, diría que es una lástima que estas cosas no sucedan porque, de haber sido posibles, la actitud de SIGLA hubiera sido infinitamente más meritoria.

Cosas de laburantes

Hace semanas que vengo escuchando y leyendo numerosas comparaciones con otros hitos de nuestra historia, de esos que marcan un antes y un después en la vida de un país. En la radio, la televisión y los medios gráficos se habló de la primera ley de matrimonio civil, de la ley de educación universal, de la instauración del voto femenino, de la ley de divorcio y otras más que no me vienen ahora a la memoria. Cada una de ellas mereció, en su momento, un debate muy similar al que ahora se generó en torno a nuestro derecho a contraer matrimonio, utilizando curiosamente les opositores casi los mismos argumentos que esgrimieron en esta oportunidad. Algo así como “objeciones multifunción” que sirven para oponerse a todo aquello que vaya en detrimento de los intereses de unes poques. De esto se ha comentado hasta el hartazgo. No obstante, hay un detalle para nada nimio que casi nadie ha mencionado.

Mientras el divorcio y el voto femenino, por ejemplo, eran logros que se caían por sí solos (pues nadie cuestionaba su legitimidad más allá de los límites de la propia mezquindad machista o la conveniencia de clase y todes sabían que, a la larga, sería un beneficio para las mayorías), la modificación del Código Civil que habilita el matrimonio en términos igualitarios para toda la sociedad fue el resultado de la unión y el esfuerzo mancomunado y pudo lograrse a fuerza de convicción y tenacidad. Más allá de lo que pueda decirse por ahí, la sociedad argentina no nos ha regalado nada. Muy bien pagada tenemos cada lágrima de felicidad que, de ahora en más, podamos dejar caer ante la emoción del objetivo alcanzado. No le debemos nada a nadie. Es cierto que les verdaderes artífices del “milagro” son las personas que participaron activamente de la gesta. Pero no es menos cierto que cada une de nosotres tiene una mínima cuota de merecimiento a fuerza de aguante frente al oprobio, la desvaloración y los riesgos inherentes a ser quienes somos en una sociedad como la nuestra. Riesgos y padecimientos pasados, presentes y también futuros, porque no debemos engañarnos: este ha sido solo el primero de los pasos pero en modo alguno representa un punto final para la discriminación. Los que se avecinan son tiempos que estarán signados por la continuidad de la lucha. Es mentira que ya seamos ciudadanes de primera. Hemos logrado apenas uno de los objetivos para que esto pueda concretarse. En adelante, deberemos ir por la Ley de Identidad de Género, garantía del derecho a la identidad y a la inclusión social a las personas trans y de su acceso a tratamientos y cirugías de reasignación de sexo. También nos espera la culminación de la guerra contra los códigos de faltas y la instauración de una educación que incluya la temática de la diversidad sexual desde una perspectiva respetuosa hacia quienes la vivimos. Aunque no todo son leyes. Una vez que el marco legal nos ampare en todas nuestras necesidades, tendremos que trabajar para que la sociedad toda haga suyo el respeto por lo diverso. Y cuando digo “la sociedad toda” también nos incluyo a nosotres, las personas LGBT que, en eso de discriminar, no le vamos en saga al común de la gente. ¡Menudo laburo el que nos queda por delante!

Cosas de viejes

Son las seis de la madrugada y yo sigo frente a la compu. A mi lado, mi marido duerme incómodo (la luz encendida, mi carraspera, los ruidos inevitables) y en la ventana me parece ver el reflejo de la sonrisa de Jogi que, después de veinticuatro años no se cansa de regresar una y otra vez para recordarme la inocencia de un sueño adolescente. Veinticuatro años que parecen nada y, sin embargo, marcan la diferencia entre el que fui y el que soy. No sé si puedo considerarme hoy más sabio que entonces pero tanto traqueteo a une le da chapa para creer que sí. Y una de las cosas que me han quedado claras con el paso del tiempo está relacionada con la importancia que tiene la memoria.

¿Quiénes fueron les que bregaron arduamente por la instauración del divorcio vincular? ¿Quiénes les que estuvieron en contra? ¿Alguien les recuerda? Yo no y ese es mi error, mi grandísimo error (uno entre tantos).

Hagamos un esfuerzo por no olvidar lo que ha sucedido en este año del Bicentenario. No olvidemos lo actuado por Vilma Ibarra, Silvia Ausburguer, la gente de la FALGBT y las demás organizaciones que acompañaron el proyecto. No olvidemos lo que vendrá en favor de nuestras reivindicaciones. No olvidemos las palabras de Luis Juez (“Los derechos humanos no pueden reconocerse en mensualidades”) ni las de tantos legisladores que comprendieron nuestros reclamos de un modo cabal y genuino. No nos olvidemos del diputado socialista Eduardo Di Pollina, el primero en hacerse eco de nuestras necesidades en el Congreso. No nos olvidemos de María, de Alex, de Bruno, de Esteban. ¡No nos olvidemos de Nicolás Alesio! La lista es larga, una larga lista de personas a las que debemos estar por siempre agradecides. Lamento ser injusto y no mencionarles a todes pero comprenderán que ya he pasado varias horas sin dormir y que estoy viejo.

No olvidemos a quienes han permitido las alegrías presentes.

Pero tampoco olvidemos a quienes nos las hicieron, nos las hacen y nos las harán ver negras (ni a les ajenes ni a les propies). Bergoglio, Aguer, Negre de Alonso, Chiche Duhalde, el diputado impresentable de apellido Olmedo, la diputada CHotton, Cecilia Pando, ¡la Legrand!... Otra lista larga. La consigna es NO OLVIDARLES tampoco a elles. Pero en este caso no con espíritu de revancha sino con la certidumbre de que nunca estarán de nuestro lado y siempre harán cuanto puedan para perjudicarnos. Elles sí buscarán cobrarse la derrota. Por eso, el buen ejercicio de la memoria tiene dos caras: la gratitud y prevención.


Esto ha sido todo por hoy. Desde las frías callecitas de la siempre misteriosa Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Viktor Huije, un cronista de su realidad que hoy vive la fortuna de pertenecer a una sociedad más justa, aunque todavía falte tanto por hacer.


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