sábado, 3 de febrero de 2007

¿QUÉ SE SIENTE? (2da PARTE)


Muchos días sin actualizar y un torrente de temas en la cabeza que no encuentran salida. Meses atrás publiqué un artículo en el que me preguntaba "¿Qué se siente?". ¿Qué se siente al ser hermoso y sentir que todas las miradas de admiración y envidia se posan sobre uno? Era una inquietud que, por aquellos días, no me quitaba el sueño pero sí me intrigaba. Por estas épocas, mi curiosidad carece del glamour de entonces y vuelvo a hacerme la misma pregunta, pero cambiando el objeto de la duda.

Los vericuetos de mi mente son insondables y cualquier contacto con el mundo me arrastra hacia abismos discursivos insospechados. Días atrás viajaba hacia el trabajo en el subterráneo (el metro, para los amigos no argentinos) y, como es común, se presentó uno de los tantos vendedores ambulantes que pululan por los medios de transporte público. El joven era de mediana edad, aspecto muy (pero muy) humilde, una dentadura devastada por la descalcificación, manos huesudas, desprolijo y todos los etcéteras que puedan imaginarse. Vendía revistas de crucigramas amarillentas a 50 centavos y las ofrecía tratando de imitar el lenguaje afectado y pretencioso de los vendedores de fuste. No le salía muy bien. Ni siquiera un poquito bien. Su prosa era un verdadero acto subversivo de la gramática y la ortografía. ¡Sí! Porque hablaba con faltas de ortografía.

Muchos de los presentes se sonreían por lo bajo a raíz de su discurso tan despojado de luces. Yo por el contrario (y no quiero con esto ponerme en un sitial superior al resto de los mortales que viajaban en aquel vagón) traté de bajarme hasta su realidad.

Lo imaginé pequeño y criado en un hogar miserable (de los que abundan desde no hace muchas décadas en los alrededores de Buenos Aires), con una falta de instrucción básica, sin ejemplos ni incentivos, con hambre crónico, ese hambre que suele tener su escape en el alcohol o en las drogas (de las baratas, por supuesto, como el paco que les quema el cerebro en pocos meses a la mayoría de los chicos pobres de nuestros suburbios). Y entonces me pregunté: ¿Qué se siente? Porque yo y mis hijos y mis amigos y mi marido y casi todos los que me rodean en mi vida cotidiana, todos nosotros nos hemos criado en hogares en los que (algunos más y otros menos) nunca faltó lo indispensable. Cuando yo fui pequeño, la heladera estaba siempre llena de todo lo que quisiéramos comer mis hermanos y yo. A mis hijos les cantaba todas las noches cuatro o cinco canciones antes de que se durmieran. Mi mamá, a pesar de lo severa que podía ser a veces, tenía el hábito de la caricia y siempre me expuso a la educación y la preparación para el futuro como un valor de primer orden. Yo trato de hacer lo mismo con mis hijos y veo situaciones similares en mi entorno de clase media.

De modo que la realidad de ese muchacho que no debía superar los 25 años, aunque su aspecto fuera el de un viejo, me es absolutamente ajena e impensable. ¿Qué se siente al nacer, vivir y morir en el despojo? Y no es que tenga una malsana necesidad de experimentar en carne propia los efectos devastadores de la miseria. Mi pregunta es (tal vez) un intento tímido o cobarde de solidaridad, de compasión, de misericordia. Quisiera en verdad poder hacer algo por gente como él pero no sé qué ni cuál sería el costo.

A veces me siento un poco miserable. Espiritualmente miserable, más allá del factor económico que me impidió comprarle siquiera la revistita de crucigramas a 50 centavos porque yo también vivo con lo justo como tantos de los que viajaban aquella tarde conmigo (no como él, que tendrá que sobrevivir con menos de lo necesario). Miserable porque lo que sé y lo que siento no sirve para mucho.

Mañana festejo mi cumpleaños en MUSAS con amigos, comiendo, bebiendo, subiéndome al escenario y cantando. Entregando lo mejor de mí como ser humano. Y de qué sirve mientras haya gente que no tiene qué llevarse a la boca para saciar el hambre.

Tal como reza el afiche que publico hoy, el 14 de febrero Caravaggio y yo presentamos un espectáculo dedicado al AMOR DIVERSO, que hemos estado preparando durante el verano con toda nuestra pasion y nuestras buenas intenciones... pero estas cuestiones me llevan a preguntarme una vez más si sirve para algo luchar por los derechos de los seres humanos que sentimos el amor de un modo diferente, cuando existen otros seres a los que se les ha arrebatado de un plumazo la calidad de humanos.

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Esto ha sido todo por hoy. Desde las callecitas de la siempre misteriosa y mágica Ciudad de Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que mañana cantará con una duda que tal vez jamás dejará de acosarlo.

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3 comentarios:

ReinaDeSalem dijo...

Cuánta razón tienes...

Eso que sentiste en aquel metro, lo he sentido yo misma muchas veces...

La verdad es que, como siempre digo, muchos intentamos luchar contra este mundo herido e injusto. Y la impotencia sentida tras ver los resultados, nos llevan a preguntarnos una y otra vez la razón de esto y de lo otro.

Es imposible ser feliz viendo a nuestro lado todo eso que vemos..., por ello, para mí, la felicidad no es más que algo momentáneo. Momentos en los que por cualquier razón, no razonamos. Momentos..., porque tras pasar..., volvemos al punto de partida, volvemos a luchar contra este mundo herido e injusto.

Mil besos..., y disfruta al máximo de esos dos momentos de los que hablas en tu Post ;-)

Gustavo López dijo...

Lo de hablar con faltas de ortografía es es una licencia poética que bien describe a los parlantes.

Araña Patagonica dijo...

Creo que a la mayoría de los que nos hemos criado como vos contás.. ni con excesos ni con faltas, nos pasa lo mismo.
Lamentablemente no siempre podemos ayudar a este tipo de personajes y no se tampoco si es la solución, si eso sirve.
Duele mucho, por cierto, saber que hay personas que mueren de hambre y frío, cuando a uno no le falta ni la comida ni el abrigo.
Beso grande y por lo que he leído tuviste un cumple a full!!!

Novelas de Carlos Ruiz Zafón