Muchos se sorprenderían si les contara que paso la mitad de mi tiempo imaginando cómo les relataría a los demás cada cosa que me pasa. Aun las más intrascendentes. Incluso las vergonzosas. La otra mitad no me queda más remedio que vivirla de modo efectivo (o al menos del modo que la gente normal considera como tal).
Es muy raro. Lo sé. Y se debe notar, porque me lo dijo mi propio hijo cuando tenía tan solo diez años: "Sos raro, papá". Y yo me hice el tonto, por supuesto. Pero en un cuartito perdido de mi cerebro, alguna pluma de aminoácidos describía la escena con lujo de detalles.
Todo es raro. Pero lo más sorprendente, lo que me alucina incluso a mí, que ya me conozco y tengo claros mis secretos, es que paso la mitad de mi vida escribiendo relatos que, obviamente, nunca he de escribir.
Es tan raro que hasta me da vergüenza confesarlo. La gente va a pensar que estoy loco. La gente va a pensar que soy tonto. O algo peor: la gente va a saber que...
... que paso la mitad de mi vida pensando cómo contarles la otra mitad.
Y justamente por eso no se la cuento a nadie.
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