martes, 22 de mayo de 2018

Cuesta abajo


Desde fuera, este tema de la enseñanza se ve mucho más sencillo de lo que es por dentro...

CASO 1:


Mauro es un chico de 18 años. En diciembre último terminó de cursar 5to año en un colegio exclusivísimo del barrio de Núñez, en CABA. Él y su familia viven en un edificio muy paquete en la calle Cuba, en Belgrano. El padre es un mequetrefe de alcurnia que habla y fanfarronea como el personaje de Fidel Pintos en "Polémica en el Bar" (dato quizá significativo). Mauro tiene pinta de nerd, pero parece que su "nerditud" se limita a las materias vinculadas con lo social. Con las exactas no da pie con bola. Ya en la primera clase tuve arranques asesinos cuando fue incapaz de calcular mentalmente 19-12 (¡UNA SIMPLE Y SENCILLA RESTA!) y se vio obligado a recurrir a la calculadora. Mis ganas de arrojarlo al vacío por el balcón surgieron cuando me dijo (luego de usar la calculadora) que 19-12=8. Me lo dijo con cara de superación, casi de orgullo, y me vi obligado a lacerar su autoestima indicándole que había digitado mal las cantidades (que para marcar 19 tiene que presionar un 1 y un 9 y que para marcar un 12 es necesario presionar un 1 y un 2). Mauro se había llevado matemáticas a exámen y tenía que rendir temas de análisis matemático (límites, derivadas e integrales). Queda claro que no sabía nada. No ya de integrales... ¡No sabía las operaciones básicas! ¿Cómo había hecho Mauro para llegar a quinto año sin manejar medianamente las cuatro operaciones básicas? Solo se me ocurre una posibilidad. No hace falta decir más... Lo que no está de más aclarar es que Mauro (que no sabía nada de nada y no estaba en condiciones de superar una prueba de cálculos elementales de 3er grado de primaria), en el turno de diciembre último, "aprobó" el exámen de límites, derivadas e integrales.

CASO 2: 


Tomás era compañero de Mauro y por su intermedio llegó hasta mí. Mismo colegio exclusivísimo de Núñez, mismo 5to año, mismo exámen de límites, derivadas e integrales. Tomás tiene un poco más de noción sobre el tema. Es capaz de hacer cálculos sencillos mentalmente y no me mira con cara de alucinado cuando descubre el signo de una raíz cuadrada en la hoja de ejercitación. Es un pibe muy fachero que vive en una casona de Libertador, enorme y en la que los pasos hacen eco. En los meses que visité su casa, nunca vi a nadie más. Pero además de fachero, Tomás es un tipo inteligente, de esos que te cazan la explicación al vuelo. Sin embargo, la naturaleza es sabia y todo lo compensa; de modo que Tomás también es de esos que lo dejan todo para último momento, jamás se preocupan en practicar y dan por sentado que, si hoy lo entendieron, la semana próxima lo seguirán teniendo claro como el agua. Tomás, además, es un chico popular entre sus congéneres, de los que viven a 2000 revoluciones por segundo y tienen la cabeza en mil asuntos a la vez. Imposible tener una clase en calma. El celular suena constantemente y él siempre tiene una distracción en la punta de la lengua. ¡Encantador el pendejo! Y peligroso: si no estás atento, te da vuelta como una media. Pero para las matemáticas hay que ser un poco más metódico. No voy a decir que, llegado el día del exámen, Tomás no sabía nada; pero estoy seguro de que sus conocimientos pendían en un broche. Aunque no había mucho de qué preocuparse (él lo sabía mejor que nadie), pues en ese colegio tan exclusivo del barrio de Núñez, el cúmulo de nociones no es lo que más cuenta. Ergo, Tomás también aprobó su exámen de límites, derivadas e integrales.

CASO 3: 


Ana era compañera de Mauro y de Tomás. Ya vieron cómo son los adolescentes: si un profe particular les cae en gracia, ellos mismos se pasan el dato. Ana tenía más o menos la misma preparación matemática de Mauro, pero con más estilo. Ella asumía sus "baches" intelectuales y les restaba importancia, convencida de que "todo tiene solución en esta vida" (sic). De hecho, su total desconocimiento de todo aquello que le enseñaron después de las fracciones la tenía sin cuidado en la medida que no afectara su ingreso a carrera de Administración de Empresas en la UADE. Es más, se comunicó conmigo para preparar el exámen de límites, derivadas e integrales pero casi todo el tiempo lo empleó para hacerme consultas sobre los temas del exámen de matemáticas que debía aprobar para entrar en la universidad. A duras penas pude lograr que comprendiera los rudimentos del álgebra, la trigonometría y las probabilidades. El exámen en la UADE se lo tomaron dos días después del exámen en el colegio. El del colegio lo aprobó aunque casi no lo preparara. El de la universidad, no lo sé, porque nunca se dignó a responderme el whatsapp donde la consulté por el tema.

CASO 4: 


Dámaris es una chica de 18 años que viven en la localidad bonaerense de San Miguel. Nada que ver con los tres casos anteriores. En diciembre último también se contactó conmigo, pidiendo ayuda desesperadamente. En primer año reprobó matemáticas y le quedó previa. En segundo año tuvo una profe "re buena" que no les exigía y casi no daba clases y las pruebas eran super sencillas y si no sabías ella te decía las respuestas. Obvio que Matemáticas de 2do no se la llevó. Pero al llegar a 3er año, se vio en una marisma de polinomios, casos de factoreo y la mar en coche. ¡No entendía nada! De modo que, al finalizar ese año, ya tenía dos previas: la de primero y la de tercero. El año pasado, cursó 4to año y la historia volvió a repetirse, con el agravante de que ahora tenía que aprobar al menos la de primero para no repetir cuarto. ¿Hace falta aclarar que Dámaris estaba al mismo nivel académico que Mauro y Ana? Todavía hoy (que ya ha superado el primer exámen), Dámaris es incapaz de realizar cálculos sencillos sin auxilio de una calculadora. Hoy podríamos decir que ya es tema relativamente superado, pero, cuando yo la conocí, no sabía siquiera las tablas de multiplicar y, clase a clase, se las tenía que tomar como a los niños de primaria. Muy a duras penas logramos ponerla al día con los temas de primer año y todavía seguimos lidiando con el álgebra sin que pueda tomar noción de qué es un polinomio o cómo aplicar el Teorema de Pitágoras. El Teorema de Thales ya es como la física cuántica para ella.


Los cuatro casos se me presentaron de modo casi simultáneo en el mes de diciembre último. Pero hoy tuve la sensación de un deja vu.


CASO 5: 


Felicitas (nombre típico de las familias de alcurnia que ahora es adoptado por las familias de clase media alta con pretenciones de cagar más alto de lo que les da el culo... tan típico de esas familias como Yanina es de las clases bajas, pero sin que represente estigma) es una chica de quince años a la que le está yendo pésimamente en matemáticas y en todas las materias que estén remotamente vinculadas con los números. Por el momento no tiene que rendir exámen. Mi labor es lograr que no tenga que rendir en diciembre. Tarea para nada sencilla. El miércoles último, la profe de química les tomó una prueba sorpresa que consistía en un solo problema consistente en calcular la composición centesimal de un compuesto. Felicitas se sacó 1 (UNO) en esa evaluación. Ese único punto, claro está, era la puntuación por haber firmado la hoja, ya que Felicitas NO HIZO NADA. La razón: no tenía calculadora. En uno de los items, solo tenía que realizar una simple suma (22,4 + 9,6). En ningún momento se le pasó por la cabeza la posibilidad de hacer las cuentas a mano. Cuando se lo hice notar esta tarde, me respondió que (aunque no se le ocurrió en el momento) lo hubiera podido hacer "si las cantidades no tuvieran coma" (sic), pero esos "números con coma" le complicaban la vida.

CASO 6: 


Luego de la clase con Felicitas, en el instituto me esperaba Darío (19 años y a las claras perteneciente a una familia de bajos recursos). Es un chico adorable y muy empeñoso, pero tampoco tiene una base sólida en exactas y está preparando el ingreso a la carrera de Medicina en la UBA. Me desespera el pésimo nivel con que egresó de la secundaria. La física y la química son campos del conocimiento por los que apenas ha deambulado, sin levantar siquiera el polvo de lo elemental en sus zapatillas. Se esfuerza por aprender y ojalá lo logre (este año o el próximo) y no logren vencerlo el desánimo o las urgencias de la cotidianeidad.


Regresé a casa angustiado. Recordé un artículo seudoperiodístico de hace unos meses en el que se denostaba a la educación pública, endilgándole la culpa de todas nuestras penurias como país. El autor, sin ningún tipo de disimulo, se esforzaba por justificar la migración de los alumnos de clase media hacia la escuela privada que, supuestamente, suma ventajas por el hecho de estar al margen de las huelgas docentes y de mantener un nivel de excelencia "monitoreado desde cerca" por sus autoridades responsables.

Tal era mi angustia que opté por no pensar más y sumergirme en el texto de la novela de Ruiz Zafón que estoy leyendo. Sin embargo, los nombres de los protagonistas de los seis casos que detallé más arriba no dajaron de dar vueltas por mi cabeza y estas líneas son solo un manotón de ahogado con el que pretendo ahuyentarlos. Ya es tarde y no tengo ganas ni energías para deshilar la trama de responsabilidades que nos han traído al abismo cultural que nos asfixia en el presente.

Tal vez ustedes tengan alguna reflexión. ¿La culpa es de la escuela pública? ¿Para qué sirve la escuela pública? ¿De quién es la escuela pública?

Solo sé que, en otro momento de nuestra historia, la escuela pública era un ámbito donde las clases sociales (con todas sus diferencias) hallaban un denominador común. En la escuela pública, el hijo del obrero estudiaba junto al hijo del patrón y no son pocos los casos en que ese hijo de obrero llegaba a ocupar cargos de importancia y decisión en la República.

En el total marasmo que sufre nuestra educación actual, educación denigrada al rango de mercancía por estos mercachifles con poder que desde hace tiempo nos gobiernan, me cuesta imaginar a Dámaris o a Darío en un puesto decisivo demtro de nuestra sociedad.

Por el contrario, me resulta cada día más sencillo imaginar a Mauro en algún ministerio, a Tomás en el Congreso o a Ana o a Felicitas en puestos semejantes...

Y mucho menos me resulta complicado verme a mí y a todo el resto de la gente común (en general ignorante, emponzoñada y a veces inocentemente confiada) puestos a merced de la mediocridad de esos niñatos cuyo único mérito fue el de haber nacido en cuna de oro. 




Esto es todo por hoy. Desde las otoñales callecitas de esta Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que, cada día que pasa, tiene más preguntas y menos respuestas.



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Novelas de Carlos Ruiz Zafón