viernes, 22 de septiembre de 2017

Tacle irlandés


"Todos tenemos algo de lo que nos avergonzamos. El recuerdo de un momento tan bochornoso que no sabemos si algún día podremos superarlo. Un momento que sigue desvelándonos a las cuatro de la madrugada. 'MARICA'... Cuando ocurrió mi momento terrible tuve miedo. Tuve miedo porque perdí al único amigo de verdad que jamás había tenido. La gente hace cosas malas por miedo".

Con estas palabras inicia Ned el relato que cautivará nuestra atención durante la siguiente hora y media. Ned es un esmirriado cabeza de zanahoria cuyos problemas no se agotan en lo debilucho de su físico ni en el color de su pelo. Ned es un huérfano de madre cuyo padre ha vuelto a casarse y lo ha depositado en un colegio pupilo de la vieja Irlanda (de esos bien caros) mientras él vive en Dubai junto con su nueva esposa. Y lo peor para Ned es que, en ese colegio tan prestigioso, todos son fanáticos del rugby, deporte que nuestro colorado protagonista no detesta tanto como a todos los descerebrados que lo acosan, lo violentan y lo "acusan" de marica. Porque ya se sabe que, tanto en Irlanda como en Argentina o cualquier otro sitio del mundo donde el macho sea el ideal de hombre, todo aquel que no guste de los "deportes viriles" será "sospechoso" y, ante la duda, "culpable". El mismo Ned aclara los conceptos al principio de la historia: "Gay significa 'mierda', 'malo', 'diferente', y el miedo a ser diferente por lo que fuera recorría el internado de arriba a abajo".





Este año parece que las cosas comienzan mal para Ned. No solo deberá compartir cuarto con un alumno nuevo sino que ese alumno nuevo es precisamente una "máquina de rugby".

El nuevo se llama Connor y lo único que se nos dice de él es que es una estrella deportiva y que fue expulsado de su anterior colegio por pendenciero, cualidad que (a pesar de su marcada belleza) nos predispone a suponer que su relación con Ned será (cuanto menos) complicada. Básicamente porque el colorado es un tipo sensible, posee un mundo interior que nadie está interesado en conocer, gusta de la música de los setenta (¡puto! ¡puto! ¡puto! Nótese que en la pared de su habitación ha pegado un fragmento de la letra de "Changes" de David Bowe) y tiene una visión apocalíptica del mundo que lo rodea, al punto de mantener bien aceitados todos sus métodos de defensa. Quien haya sentido alguna vez ese ahogo profundo, esa angustia sin nombre, ese pánico humillante que nace del hecho de no "encajar" sabe de lo que estoy hablando.

Completan el cuadro:

  • un director "adulto que desea volver a ser niño",
  • un entrenador de rugby que es medio humano y medio bestia (o tal vez 1/4 y 3/4 respectivamente) que, curiosamente, es un clon de nuestro Peter Lanzani y 
  • un nuevo profesor de lengua que cuestiona a sus estudiantes ("Si se la pasan siendo otros, ¿cuándo van a ser ustedes mismos?") y tratará de inculcarles el deseo de ser auténticos; con resultados dispares, claro, pero que (de partida) le enseña a Ned lo suficiente como para ser capaz de tocar dos acordes en su guitarra.

No esperen una obra maestra de esas que nos conmueven hasta la devastación. No se entiende muy bien el por qué del título (Handsome devil sería algo así como Hermoso diablo) pero aun así vale la pena verla (lo cual equivale a decir que verla no es una pena). Más bien se trata de una película sencilla que bucea sin pretenciones en un mar de clichés bastante conocidos (eso de que "sigues a la manada o sigues a tu corazón" es un buen ejemplo). Sin embargo, bucea pero no se ahoga. Algo hace que la historia funcione. Quizá sea una excelente dirección a manos de un tal John Butler (que no es el cantante australiano y es también responsable del guión), quien logra un ritmo oscilante entre la comedia y el cine catástrofe sin dar lugar a las miserias de la telenovela clásica. Quizá sean las muy buenas actuaciones de sus dos protagonistas: en el rol de Connor, el príncipe Nicholas Galitzine (que, por si no lo sabían, en la vida real es descendiente de una encumbrada familia de aristócratas rusos que logró escapar a las purgas de la revolución bolchevique) y un inefable Fionn O’Shea (Ned) que, con tan solo una mirada, es capaz de desnudar los más profundos temores y desafíos de quienes aprenden a sobrevivir en un mundo hostil. Quizá sea la magnífica interpretación de Andrew Scott como el profe que (cual columna vertebral para la historia) proclama "Nunca jamás en la vida usen una voz prestada". Quizá sea una delicada combinación de todo ello. O quizá sea la muy particular visión de alguien que ha vivido cincuenta años de su vida con la mierda hasta el cuello y hoy sabe que, para que la vida de los que no "encajamos" llegue alguna vez a ser felizmente respirable, antes habrá que hacer olas.

Tampoco esperen que todo resulte ser lo que parece. Al fin y al cabo, lo mejor de la vida puede ser dejar que la maravilla nos sorprenda.

Y si hay escolares cerca, véanla con ellos. Seguramente les mostrará una realidad que viven a diario y que, bajo ningún aspecto, deberían naturalizar.








Esto ha sido todo por hoy. Desde las primaverales callecitas de la siempre misteriosa Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que sabe que sumergirse hasta el fondo para alcanzar el tapón de desagote no es tarea para una sola persona. Ni siquiera para una sola generación.


1 comentario:

Pepe dijo...

Excelente sinopsis de la peli, realmente me diste muchas ganas de verla. Un placer leer algo tan bien escrito.

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