viernes, 23 de junio de 2017

Lo contrario a XENOFOBIA



Hoy subo al tren y, detrás de mí, un chico de unos 17-18, muy rubio él y de físico contundente, como de esos que se matan en el gym (no, en el gimnasio NO, ellos se matan en el GYM). Yo me siento y él encuentra, justo detrás de mí, a una conocida. Obvio que inician una conversación. A ella no la veo pero tiene voz de unos veintitantos y se da el siguiente diálogo:

- ¿Qué tal esa estadía en Berlín?
- Genial. No quería volver.
- Seguro que en algún momento ibas a extrañar.
- ¿Acá? ¡Ni en pedo! Yo me quedaría a vivir en Berlín sin remordimientos.
- Ay, yo no. -le dice la mina, con tonito paciente- A mí me gusta Buenos Aires. Las calles arboladas...
- Que te asalten, que te maten... -la interrumpió el pendejo.
- Allá también te pueden asaltar o matar.
- ¡No! Allá es re-seguro.
- Eso lo decís porque no habrás salido de los circuitos turísticos pero si vas por... (ahí le mencionó una serie de lugares cuyos nombres me resulta imposible reproducir) verías las cosas con otros ojos.
- Bueno, pero allá no está lleno de negros de mierda como acá, que te afanan en vez de laburar. -comentó el rubio, que seguro no ha trabajado en su conchetísima vida.
- No. Allá lo más seguro es que te mate algún neonazi que vive en tu mismo piso y al que no le gusta tu cara.
- Ah, pero con eso no tengo problema: Yo soy bien ario.

Mi acuario me falló en ese momento, porque no encontré una manera sarcástica como para darme vuelta y mandarlo bien a la mierda al pendejo del orto. Pero sobre todo, no se lo dije porque, justo en ese momento en que el forrito decía esa última barbaridad, como si el conductor del tren hubiera estado escuchando la conversación y quisiera jugar con la paranoia del pendex, se oye por los altoparlantes un audio:

- "Por su seguridad, cuide sus objetos personales"

Y el audio no se escuchó una sola vez, como hubiera sido lo esperable. ¡NO! El mismo audio se escuchò SIETE veces seguidas y... ¿la verdad?... me quitó las ganas de pelearlo al pendejo pelotudo.

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Al regresar a casa, como ya eran más de las diez de la noche, tuve que volver en colectivo. Y ahí me tocó vivir otra experiencia de esas que demuestran que vivir en la zona norte del GBA es muy lindo... lástima la gente.

Una mina, detrás de mí, iba hablando por teléfono y le contaba a su interlocutor (y a juzgar por el volumen de su voz, también a cuantos del pasaje quisiéramos oirla) que venía de hacerse unos "injertos dentales" (sic) y que se sentía molesta. Pero no por la operación en sí, sino porque había tenido que discutir con la secretaria (del establecimiento, supongo yo), quien pretendía que la operación la llevara a cabo "un tal Doctor Dominguez" cuando ella había dejado bien claro que quería que la realizara el "Dr Waldenberg" (o algo parecido).

- ¡No! ¡Mirá si voy a dejar que me opere ese Dominguez! ¡Yo qué sé si es de verdad doctor o se recibió en una de esas universidades nuevas del conurbano! Waldenberg, en cambio, es una eminencia. Dicen que estudió en Europa.

Al borde de la hipertensión, rogué a los dioses que le enviaran un rayo fulminante o, al menos, que la privaran del habla durante lo que me quedaba de trayecto. Por un momento, creí que Osiris, Odin, Zeus o alguno de esos me había escuchado y compadecido de mí, porque la mina se quedó callada durante un rato largo. Pero resulta que solo estaba escuchando lo que le decía su interlocutor desde el otro lado de la línea. Y esa persona quizá tuviera sus mismas ideas porque la conversación siguió con esta frase:

- No, mi amor. En ese momento te tuve que cortar porque estaba en la parada del colectivo y venía un grupo de cartoneros. Y me dije: "Lo único que me falta es que me quieran robar el celular".

Verdaderamente asqueado, me quedó más que claro que la mina no tenía idea de lo que labura un cartonero diariamente para juntar unos mangos y, justamente, no salir a robar. Me levanto del asiento para descender. Recién estaba en Puente Saavedra y faltaban 15 cuadras para mi parada, pero seguir allí ya era insalubre. Al ponerme de pie, la miro a los ojos con todo mi desprecio y luego alzo la mirada hacia el techo preguntándole a la nada:

- ¿Por qué dejarán subir animales al transporte público? ¿Acaso no tienen limusinas para ir al veterinario?

Un muchacho que estaba de pie y una señora que estaba sentada en el asiento contiguo a la puerta me sonrieron.

Yo me bajé del colectivo y me dispuse a caminar. Mala cosa. Porque tenía más tiempo para pensar y hacerme mala sangre. Entre el pendejo de la ida y la vieja de la vuelta, ya tenía el día hecho. Insisto: hermoso Vicente López, Olivos, San Isidro... ¡pero cuánta gente de mierda!

La duda que me queda (como buen amante de las palabras que soy) es: ¿cuál sería el antónimo de XENOFOBIA? O sea: así como xenofobia es el rechazo u odio hacia los extranjeros, ¿existe alguna palabra que represente el rechazo u odio hacia los compatriotas?

Esto ha sido todo por hoy. Desde las húmedas y siempre misteriosas callecitas de la Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires, se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que, cualquier día de estos, queda seco en un transporte público a causa de un ACV.

2 comentarios:

Luckitas dijo...

La xenofobia es propia de nuestro país desde tiempos inmemoriales. Ya desde el siglo XVIII los porteños hacían diferencias entre el criollo y el español. Eso se fue acentuando y profundizando a medida que transcurrió el tiempo hasta el momento actual donde la "grieta" ya no es sólo étnica sino también social, cultural y económica. Y particularmente no creo que esta situación mejore sino que irá empeorando a medida que el tiempo pase...

Saludos.

Anónimo dijo...

Concuerdo con tus dichos, pero acá lo que se plantea no es la xenofobia sino todo lo contrario. Aquí yo hablo del fuerte desprecio por la gente de nuestro país, un sentimiento bastante común entre nosotros y para el cual no encuentro nombre.

Novelas de Carlos Ruiz Zafón