viernes, 29 de junio de 2012

Chau, Juan


Que me estoy poniendo viejo ya se sabe... Es más: habrá muchos que sostengan que YA ME PUSE. Pero el caso es que, de un tiempo a esta parte, estoy más llorón que de costumbre y hoy, 29 de junio de 2012, con los cincuenta ya cumplidos y varios kilos engordados, me sorprendí moqueando más de la cuenta.

Se preguntarán por qué y... ¿yo qué sé por qué? Cosas que a uno le pasan cuando se pone flojo. Cuando uno se empieza a dar manija al pedo y piensa en lo que fue, lo que es y lo que pudo haber sido o no... Cuando uno empieza a darse cuenta de que el que será va a ser, indefectiblemente, el mismo que ya es... que ya no queda mucho tiempo para un cambio.

A los veinte, la idea del mañana era algo que iba a pasar “dentro de mucho” y no caía en que ese mañana “tan lejano” apenas si estaba a la vuelta de un sueño. Sin embargo, hubo algo que sí tenía claro desde el primero momento: el mañana no me interesaba demasiado pero yo quería ser un buen tipo HOY, AHORA, YA. Y si algo hice a lo largo de este medio siglo que llevo a cuestas, eso fue esforzarme por ser buena persona. Creo que al final lo logré, aunque, sin olvidar que lo que vale siempre cuesta, los errores cometidos, las agachadas y este miedo pertinaz (que me ha privado de tantas y tantas alegrías) han elevado la cotización del logro hasta el límite de mis posibilidades. No quiero decir que haya pagado un “elevado costo” por ser buen tipo, porque (si vale la pena) el costo nunca es demasiado, pero sí lo entregué todo para alcanzar la meta y ahora como que me quedé sin resto. Y se me da por pensar que, por ahí, digo, este berretín por no ser garca, esa especie de obsesión que me ha ocupado diez lustros enteritos, no es otra cosa que el ansia por no repetir historias ancestrales. Y así, uno, por no vivir la vida de otro (de un padre, por decir algo), termina no viviendo tampoco la propia, dejando incluso de lado intuiciones y vocaciones que (de haberlas desarrollado) hubieran contribuido a alcanzar el objetivo con mayor fluidez. Claro que decir esto es como jugar al prode con el diario del lunes en la mano.

A mí me costó y me sigue costando ser buena persona. Es casi un laburo.
Sin embargo, hay algunas personas (pocas, muy pocas) a las que la misma tarea parece no costarles nada. Hay gente luminosa que parece no esforzarse a la hora de compartir su brillo, a la hora de tender su mano o aportar con su silencio. Juan era uno de ellos.

Él me demostró que se puede disentir sin faltar el respeto; que se puede ir por la vida sin ganarse enemigos; que se puede sonreír aun desde el dolor; que se puede soñar con los ojos abiertos...

Conocí a un solo tipo que, hace algunos años, tuvo la osadía de hablarme mal de Juan. Y justo esa persona era de esos que van por la vida regalando bosta. “¿Qué decís, gritaba, si está donde está porque lo acomodó el padre”. Un tipo muy pequeño, claro está, cuyo ego y mezquidad jamás le permitirían ver todo lo que Juan había hecho, hacía e iba a hacer tan humildemente. De hecho, a Juan todavía lo quiero y de ese tipo ni siquiera me recuerdo el nombre. Y fue el único. El resto del universo que he conocido coincide conmigo en que Juan representa la esencia misma de la generosidad y el respeto.

El cáncer ha de ser un bicho muy potente. A muchos que lo miramos en varias oportunidades directamente a los ojos se nos frunce de solo pensar que no perdona. Por eso mismo, porque sé de lo que hablo, el amor que sentí siempre por ese tipo que nunca supo de mi existencia se agiganta todavía más y se me llena el pecho de gratitud por alguien (¡al menos alguien!) que siempre y en toda circunstancia eligió ver el vaso medio lleno y no medio vacío.

Muchas veces me pregunté (sobre todo en los últimos tiempos, en que los días se me vuelven semejantes unos a otros) por qué él pudo y yo no... ¿y yo qué sé? Será porque él era buen tipo de verdad y no un advenedizo como uno, que solo puede aspirar a parecerlo, luchando día a día con (y siendo muchas veces derrotado por) las propias mezquindades, la rabia, la falta de perspectiva, el egocentrismo, la ruindad. Aun así, tocado por la varita mágica y todo, hubo quienes no trepidaron en sacar provecho de la sospecha de su muerte. Gente baja y pequeña que supone que el mundo se reduce apenas a un intercambio de papeles pintados.

Hoy se nos fue Juan Alberto pero permanecerá entre los que lo queremos hasta que el aliento también nos abandone.

Esto es todo por hoy. Desde las tristes callecitas de la siempre misteriosa Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que bien poco habrá de dejar cuando también se marche, vaya uno a saber hacia qué rumbo. Hasta entonces, vivirá en mí el recuerdo de ese Juan que se nos fue y nos dejó tanto. Porque Juan Alberto Badía no fue solo un ícono de la radio y la TV. Él será siempre un símbolo de la bondad.



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