domingo, 19 de junio de 2011

Breve Reflexión sobre la Paternidad


En mis épocas de primaria, el mes de junio era complicado. Tal vez el único que, más o menos, podía comprenderme era Rafael C. que, al ser huérfano de madre, pasaba por algo similar en octubre. Pero igual era diferente. Rafael había conocido a su mamá, en su casa había decenas de fotos de ella y toda la familia tenía la costumbre de llevarle flores al cementerio. En cambio, en mi casa, el señor que había puesto la semillita para traerme al mundo era un total y completo misterio. Yo nunca había visto una foto suya y estaba tácitamente vedado hablar de él. ¡Aunque estaba todo bien! (je). Los niños no son tan frágiles como suele suponerse y se adaptan a situaciones de todo tipo. Eso sí, mientras llega la hora de la verdad, tejen una realidad paralela, la cual no deja de ser un maravilloso incentivo para su imaginación. Y pónganle la firma a que yo fui un niñito particularmente imaginativo. ¡No saben cómo me las arreglaba para encontrar a quién regalarle los ceniceros, las billeteras y demás chucherías que la maestra de manualidades nos hacía elaborar para estas fechas! Las maestras del pleistoceno no habían caído todavía en la cuenta de que existen las familias que no se ajustan a la tradicional occidental y cristiana y faltaba mucho para que se instituyera el Día de la Familia.

No obstante, la vida es una constante evolución y llegó el día en que, después de tantos pretendientes, el sitio vacante del “papá” en nuestro hogar encontró un titular dispuesto a quedarse (para más detalles, remitirse al posteo donde cuento la historia de mis tres padres). Fue justo a tiempo. A los diez añitos todavía tenía algunos afectos disponibles y, si bien no era el ideal, tuvo algunos aciertos dignos de ser destacados. A saber:

- laburaba mucho y traía plata a casa.

- me ayudaba con algunas tareas del cole.

- cuando llegó el momento, me enseñó a afeitarme.


Pero sus dos mayores logros (y lo digo con toda la buena onda) fueron:

1) ESTAR y ahorrarme el trabajo de tener que inventar historias cada vez que alguien me preguntaba por mi papá. Desde que él llegó, gustara o no, fue mi viejo y listo. Era lo que había y seguro que no salí tan desfavorecido en el reparto.

2) SER UNA REFERENCIA. Decía mi bisabuela que todos servimos para algo, cuanto menos como mal ejemplo, y en ese sentido, a falta de un padre biológico a mano, debo admitir que mi viejo postizo fue una gran inspiración a la hora de hacerme cargo de mi propia paternidad.

¡Y eso de que no salí del todo desfavorecido es la purísima verdad! ¡Cuántos tipos conocemos que son criminales, alcohólicos violentos, golpeadores... PEDERASTAS!!!!!! Y muchos de esos tipos tienen hijos. ¿Qué duda cabe? El que me tocó en suerte no estuvo tan mal.

El tema es qué hace uno con todo eso que le ha acontecido.

Yo no creo que haya nadie que se pase por el forro del traste su propia historia. Todo lo que hacemos lo hacemos desde la perspectiva que, para bien o para mal, nos sintetiza. Por ejemplo, de adolescente, cuando empecé a soñar con la posibilidad de tener hijos, me imaginaba como un padre perfecto. Claro que primero tuve que superar mis propios prejuicios por eso de que los gays no podemos procrear y que les tenemos asco a las mujeres. Obviando la posibilidad de adoptar legal o ilegalmente, que yo sepa, la orientación sexual no tiene nada que ver con la biología y, por muy marica que uno pueda ser, los espermatozoides ni se enteran, de modo que si alguno llega a ponerse en contacto con un óvulo lo más seguro es que lo fecunde. Para que quede más claro: LOS GAYS NO SOMOS ESTÉRILES. Por otra parte, la gran mayoría de los gays adoramos a nuestra madre (que, en el caso de ser madre biológica, será necesariamente una mujer) y, en la medida que nos lo permitamos, hasta podemos enamorarnos de una fémina. Que al fin y al cabo, cuando uno se enamora, lo hace de una persona y no exclusivamente de lo que tiene en la entrepierna. Recordemos que la orientación sexual es una preferencia, no una incapacidad. Del mismo modo en que muchos heterosexuales, de tanto en tanto (o no), gustan de acostarse con una persona de su mismo sexo. Lo demás es cultural. Las represiones, digo. O sea, para tener hijos, los gays no necesitamos hacer la gran Ricky Martin y podemos recurrir a los métodos tradicionales. De hecho, muchos lo hemos llevado a la práctica y tan felices que estamos de que así haya sido. Insisto: solo tenemos que permitírnoslo y, después, amar a nuestros hijos sin condiciones sin esperar que ellos nos paguen con la misma moneda.

Como era de esperarse, el padre perfecto de mis sueños adolescentes se disolvió en las idas y venidas a las que nos somete la experiencia. La vida también suele ser como un ácido para ciertas ilusiones. No me corresponde a mí juzgarme. Para eso están los propios hijos que, tarde o temprano, terminan pasándole a uno la factura. No obstante, supongo que los míos podrán presentarme unas cuantas pendientes de pago y, llegado el momento, me tendré que hacer cargo de lo que he hecho y de lo que no. Entretanto y por si acaso, yo no indago. Lo importante es que, tanto ellos como yo o los demás, tengamos en claro que nada de lo que se me pueda reprochar o aplaudir tendrá que ver con mi elección a la hora de compartir mi vida con otra persona.

Esto ha sido todo por hoy. Desde las lluviosas callecitas de la siempre misteriosa Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires, se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que (sin buscar justificaciones por ello) hace lo que puede pero ama hasta lo imposible.


¡¡¡¡¡FELIZ DÍA PARA TODOS LOS PADRES!!!!!


Y PARA MÍ TAMBIÉN ¡QUÉ CARAMBA!


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