domingo, 22 de junio de 2008

"Todo tiene que ver con todo"

Hace algunos meses, una persona que yo quiero entrañablemente (conocedor de mi pasión por dicurrir respecto de los más variados temas de actualidad) criticaba con buenos argumentos mi repentino y monotemático giro hacia la cuestión LGBT. Palabras más, palabras menos, decía extrañar a aquel Víktor cuya óptica iba más allá de la homosexualidad y la homofobia. En mi defensa (si es que tuviera que plantear alguna) puedo aducir que todo ser humano suele transitar a lo largo de su vida por diferentes etapas y que a mí me llegó el momento de comprometerme de lleno con una temática que no solo es cara a mis sentimientos, sino que además se ha transformado en una cuasi obligación moral y espiritual. Después de tantos años de inaccion, es para mí una necesidad contribuir a la causa por medio de la simple exteriorización de mi pensamiento, ineludiblemente mixturado con ese sesgo emotivo e intimista que me caracteriza.

No obstante, ello no significa que el resto del universo haya dejado de tener peso en el conjunto de mis intereses. Muy por el contrario, sigo atento a todo aquello que desde siempre atrajo mi atención. Los años y la experiencia suelen machucarnos la carrocería pero el chasis que la sustenta no se modifica en mayor grado.

Sin ir más lejos, por estos días leía sobre la aprobación de la llamada "Directiva Retorno" por parte del Parlamento Europeo y se me dio por pensar hasta qué punto el mundo no nos está dando inequívocas señales de que está girando al revés. La mencionada disposición establece que, a partir del 2010, lxs inmigrantes indocumentadxs que residan en el territorio de la Unión Europea deberán aceptar el "abandono voluntario" de los países comunitarios o, de lo contrario, ser expulsadxs. Esta medida afectará a más de 8 millones de personas y, por supuesto, ha dividido a la opinión pública internacional. Hugo Chávez amenazó con no comercializar el petróleo venezolano con los países que adhieran a la que denominó "Directiva Bochorno", aunque el más duro fue su par boliviano quien recuerda que las últimas disposiciones migratorias europeas violan nada menos que la Declaración Universal de los Derechos Humanos, con la que lxs europexs suelen llenarse la boca cada vez que pavonean sus principios “democráticos”. Dice Evo: “Estamos bajo intensa presión de la Comisión Europea para aceptar condiciones de profunda liberalización para el comercio, los servicios financieros, propiedad intelectual o nuestros servicios públicos. Además a título de la ‘protección jurídica’ se nos presiona por el proceso de nacionalización del agua, el gas y telecomunicaciones realizados en el Día Mundial de los Trabajadores. Pregunto, en ese caso ¿dónde está la ‘seguridad jurídica’ para nuestras mujeres, adolescentes, niños y trabajadores que buscan mejores horizontes en Europa? Promover la libertad de circulación de mercancías y finanzas, mientras en frente vemos encarcelamiento sin juicio para nuestros hermanos que trataron de circular libremente... Eso es negar los fundamentos de la libertad y de los derechos democráticos”.

Tema arduo si los hay en el que quedan expuestas las más bajas miserias humanas, cuyo objetivo explícito en este caso es el de entronar la xenofobia y el deprecio por quienes alguna vez supimos brindarles (a lxs europexs) un espacio donde resarcirse de sus propios agobios.

Recordé de inmediato las palabras de Pedro Zerolo (el pasado 17 de mayo en ocasión de la celebración del Día Internacional contra la Homofobia y la Transfobia, acto que yo mismo comentara en estas mismas páginas hace un mes): "En Europa se empieza a ver de nuevo la garra de la ultraderecha política y del integrismo religioso. En esa Europa a la que siempre hacemos referencia como el paraíso de las libertades, empiezan a escucharse discursos ultraconservadores, homófobos, machistas, racistas y xenófobos. Pero no por gente desconocida sino que esos discursos se escuchan en boca incluso de presidentes de república o gente de gobiernos de esa Europa que tenemos como referente".

Cabe preguntarse entonces cuánto tiempo les llevará a los miembros de esa ultraderecha integrista desbaratar los logros que nuestra comunidad LGBT ha conquistado (con mayor o menor éxito) en los distintos puntos del orbe. Porque (no nos engañemos) esta es una ideología que no sabe de fronteras, religiones, color de piel y (me atrevería a afirmar que) ni siquiera de orientación sexual. La ultraderecha ha plantado su pezuña a lo largo y a lo ancho de todo el espectro político y de pensamiento. Hoy son lxs inmigrantes indocumentadxs. Mañana ¿quién sabe? Tal vez les llegue la hora (como ya ha sucedido en el pasado) a lxs que profesen tal o cual religión, o a lxs que gusten de vivir en carpas, o a lxs que prefieran llevar el pelo verde. Es obvio que dentro de esa lista también estaremos lxs que disfrutamos del amor con personas de nuestro mismo sexo.

Y en tanto nos llega la hora de enfrentarnos a la mordaza ¿qué? ¿Nos quedamos de brazos curzados viendo como son avasallados los más elementales derechos de las personas? ¿Miramos para el otro lado con la exsusa de que esa es una cuestión que no nos atañe? Se cae de maduro que no será esa la mejor postura. Ya lo decía el afamado filósofo de pacotilla contemporáneo, don Pancho Ibañez: "Todo tiene que ver con todo". Y nunca más a cuento la perogrullada como en este caso, donde lo que está en juego es la legitimación (por medio del silencio) de conductas y filosofías a todas luces discriminatorias. Y no interesa el objeto específico de la discriminación. Apelando a una expresión grosera pero estrictamente específica para esta cuestión, racismo, xenofobia y homofobia son la misma mierda con distinto olor. Olor y esencia de locura, odio, muerte y destrucción. Fobias que debemos enfrentar con compromiso y sin medias tintas. Fobias que, en realidad, no son tales, en tanto responden a ideologías perversas y no a una patología... pero eso dará para otra discusión.


Esto es todo por ahora. Desde las callecitas de la siempre misteriosa Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que en esta oportunidad lxs invita a reflexionar sobre esta aversión que, más temprano que tarde, también recaerá sobre nosotrxs, si no hacemos algo para impedirlo.

miércoles, 18 de junio de 2008

Bien de Familia


Sucedió a fines del '81 y lo recuerdo como si hubiera sido ayer. Eran tiempos sin sida en los que la palabra gay todavía no tenía la carga mediática que actualmente tiene. Mi vieja, con su mejor cara de tragedia griega me invitaba a sentarnos en la sala porque "teníamos que hablar". Fiel a su filosofía, según la cual era menester afrontar los disgustos sin rodeos, me espetó un "hijo, ¿vos sos homosexual?", moviendo la cabeza como esos perritos que suelen poner de adorno en los autos.

Yo tenía casi veinte años y acababa de romper una relación que ya había superado los siete aniversarios.

En ese momento pasaron por mi mente miles, millones de imágenes: mi primera vez, los miedos iniciales, la primera noche que él se quedó a dormir en casa como un "amigo", el día en que nos dimos el titulo de "novios", los tantos y tantos desayunos que mi misma madre nos servía contenta porque el nene no era uno de esos "tarúpidos" (neologismo que ella usaba con frecuencia) que no tenían vida social... las discusiones familiares tan cargadas de expresiones homofóbicas (aunque por entonces yo desconociera la existencia de esa palabra), las burlas de mi hermano ante mi total ineptitud para los deportes...

"¿Qué le digo?" me pregunté muy asustado. Y unas décimas de segundo después mi acuariano nato me ganó de mano y largó un certero y contundente "SÍ" como única respuesta a lo que se me había preguntado. Luego vino el silencio más absoluto. Dramatismo y desconcierto en la mirada desorbitada de mi madre para estallar de pronto en un desgarrado "¿Qué me hiciste? ¿QUÉ ME HICISTE?".

No reproduzco mi respuesta porque fue una de las más bestiales intemperancias de mi historia y no me enorgullezco de ella. Baste con declarar que fui directamente al choque y que solo su inconmensurable amor de madre taurina evitó males mayores. De todos modos, no se privó de hacerme padecer todas las maldiciones destinadas a las "personas que son como vos". En pocos días pude reproducir toda la historia de la homosexualidad en mi misma persona, al ser considerado como pecador, delincuente y finalmente como enfermo, para luego volver a recorrer el vía crucis de atrás para adelante y de adelante para atrás. Calvario que, en lo concreto, se tradujo en obligadas sesiones de terapia (porque "no me entra en la cabeza que eso no se pueda curar"), en el silencio cobarde de mi padre (que cuando las papas quemaban prefería dejarlo todo en manos de su señora esposa) y en una década casi completita durante la cual mi hermano mayor no me dirigió la palabra. Fue duro pero lo que no mata fortalece. Sobreviví. Difícilmente se sucumbe cuando se tiene la convicción profunda de que el amor nunca puede ser algo reprobable. Después pasaron muchas cosas. Reencuentros y nuevos desencuentros fueron la constante de nuestra difícil relación familiar. Sin embargo, hoy que también soy padre, puedo comprender (aunque no justificar) tales reacciones. Sobre todo la de mi madre. Los prejuicios, los miedos, las inseguridades, los sentimientos de culpa, las frustraciones y vaya uno a saber cuántas pálidas más se le mezclaron en la coctelera para generar un brebaje explosivo que ni siquiera ella (que estaba habituada a manejar el universo que la rodeaba con pericia inigualable) pudo controlar.

Hoy que los años han pasado y puedo ver las cosas desde otro ángulo e incluso salir de mí mismo y confrontar con lo que les sucede a los demás, me doy cuenta de que muchos son los cambios, aunque la película de la homofobia parezca más bien una foto retocada.

Me habría gustado saber cuál hubiera sido el devenir ideológico de mi señora madre, de haber tenido la posibilidad de vivir estos años actuales en los que el desprecio por lo diverso comienza a perder (con timidez) su status de pensamiento políticamente correcto. Cada día son más las personas que se dan cuenta de que lxs integrantes de esta comunidad tan heterogénea como es el colectivo LGBT somos seres humanos, sujetos de derecho, tan falibles y meritorios como cualquier hijx de vecinx. Cada día son más las personas que se brindan el beneficio de poner en duda los valores ancestrales y se permiten la idea de una convivencia basada en el respeto y la comprensión.

Esto no significa que las familias de hoy en día sean más abiertas y respetuosas de la orientación sexual de sus hijxs. Tal vez debieran serlo, habida cuenta de la mayor información disponible y la creciente exposición de muchxs de nosotrxs que (en algunos casos) mostramos un perfil francamente reñido con el estereotipo dominante en la conciencia colectiva. No sé si el mundo de hoy es mucho mejor que el de hace veinte años. Pero sí se me ocurre que la responsabilidad de lograr una cada vez mayor aceptación de nuestras elecciones de vida también depende de nosotrxs, de lxs hijxs de esas madres y esos padres que se han educado en el odio y la desvalorización de lo diferente. "Debemos ser el cambio que queremos ver" decía Gandhi. Nosotrxs, los gays, las lesbianas y lxs trans deberíamos defender nuestros reclamos con el ejemplo. Y más aun: animarnos a salir del armario frente a nuestras respectivas familias a fin de demostrarles que nada cambia por el hecho de "blanquear" una sexualidad que pretendía estar oculta. La persona que comparta mi cama no va a cambiar lo que yo soy. Si hoy me amás, no hay razones para que mañana me desprecies, habiendo mediado solamente una manifestación honesta de mi ser más íntimo.

Sepan quienes lo intenten que nadie puede garantizarles un jardín de rosas. Puede que el destino les haya puesto como prueba una familia como la mía. Puede que sea aun peor. Pero también cabe la posibilidad de que les suceda lo que a un amigo mío cuya madre, al enterarse de su homosexualidad, lo abrazó y lo besó aliviada: habiendo llegado "el nene" a los treinta sin haber presentado ni una novia, ella ya pensaba que tal vez tuviera "algún problema". Como verán, hay de todo como en botica. Lo cierto es que, fuere cual fuere la reacción de nuestro entorno, siempre será mejor afrontar la vida con la verdad y sin vergüenzas. Sentirse un poco Supermán, pero sin lentes ni capa. Por lo general, las cosas no suelen ser tan terribles como unx se las imagina. Y aun si lo fueran, nada se iguala a la paz que emana del simple hecho de encarar la brisa fresca con el orgullo de haber enaltecido la propia dignidad.

Eso es todo por ahora. Desde las callecitas de la siempre misteriosa Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que aprendió a sobrevivir a las taras familiares.

viernes, 6 de junio de 2008

Y se nos fue "redepente"

Cuando yo era chico, mi bisabuela solía contarme la historia del elefante del circo. Se trataba de un elefantito al que unos domadores ataban a un poste con una cadena. Al principio, el animalito tiró y tiró de la cadena para liberarse pero sus esfuerzos fueron inútiles. No tenía tanta fuerza como para romper sus ataduras. Sin embargo, lo intentó hasta agotar sus fuerzas y terminó por convencerse de que ya no había caso. Así creció y murió encadenado al pequeño poste sin volver a intentarlo.

Recordé esta historia cuando recibí la triste noticia de la muerte de Martín.

En el ambiente gay de la zona oeste del Gran Buenos Aires se lo conocía mejor como Tetera (¿es necesario explicar el por qué de su peculiar apodo?). Con sus sesenta y tantos, ya era un hombre grande pero, por sobre todo, era un verdadero gran hombre, uno de los tantos y tantas que sobrevivieron a una época en la que estaba terminantemente prohibido mostrarse ante el mundo tal cual unx era. Una época en la que era menester jugar a las escondidas y ganar como el gallego del chiste, que terminaba como una bolsa de huesos detrás de una puerta. Un juego sórdido y peligroso en el que tampoco estaba permitido librar a todxs lxs compañerxs.

Pequeño y moreno, de ojitos achinados y mirada pícara, su sonrisa sempiterna supo lidiar con los sinsabores de su tiempo. Porque el buen humor fue su salvoconducto en ese virtual campo minado que algunos llaman "sociedad". Con el alma encallecida llegó a las puertas del tercer milenio resignado a su rol de paria homosexual en un mundo dominado por el machismo y el desprecio por lo diferente. Como el elefante del cuento, así lo había aprendido, así se lo habían enseñado y él nunca puso en tela de juicio los mandatos ancestrales. Nunca hasta el día en que la vida lo puso en contacto con otros elefantes que ya habían iniciado el proceso crítico y ya empezaban a promover la resistencia a las cadenas.

En esas circunstancias lo conocí. Primero en forma virtual porque no se animaba a salir de su armario oscuro por temor al qué dirán. Desde el anonimato de una dirección de correo electrónico nos contaba sus experiencias, sus fantasías y sus miedos, siempre acompañados por muestras de su simpatía y su buena onda. Costó convencerlo, pero finalmente llegó el día del gran paso y se presentó ante todxs tal cual era, iniciando así un breve viaje interior que lo transformó en el mejor ejemplo de que siempre se puede salir airoso en la lucha contra ese mundo de ideas prejuiciosas que nos ha alienado durante siglos.

Martín fue un hombre que se rehizo a sí mismo en el último lustro de su vida. Décadas y décadas construyendo cimientos que, a la postre, dieron basamento al modesto templo de la autoestima y de una sola convicción: la de que el cambio siempre debe empezar dentro de nosotrxs mismxs.

Como suele suceder en estos casos, no hubo aquí familiares compartiendo la fatal noticia con lxs amigxs del difunto. Fue necesaria la sospecha ante una sorpresiva ausencia en los correos y, luego de varios días de ronda alrededor de su casa, un vecino comedido puso negro sobre blanco respecto de su suerte.

Como diría la gloriosa Niní Marshal (que junto a Osvaldo Pacheco y otrxs tantxs grandes de la escena formaba parte de su parnaso privado), Tetera se nos fue "redepente" sin poder darnos el abrazo amigo al que nos tenía acostumbradxs. Y como es posible que el fantasma del olvido haya rondado alguno de sus sueños, he aquí estas líneas a través de las cuales pretendo dar testimonio de su paso por la vida. Querido Martín, los que te conocimos guardaremos tu recuerdo en un rinconcito cálido de nuestro corazón y el cine de Ciudadela perpetuará por siempre el eco de tus pasos.

Esto es todo por ahora. Desde las callecitas de la siempre misteriosa ciudad de Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que hoy invita a todxs lxs amigxs y conocidxs de Tetera a levantar un vaso de cerveza en su memoria. Estoy seguro de que los gays, las lesbianas y lxs trans tenemos nuestro sitio en algún cielo y, desde allí, Martín habrá de sonreirnos y brindará con nosotrxs, satisfecho de haberse permitido amar y desear más allá de los convencionalismos y de la hipocresía.

domingo, 1 de junio de 2008

El maestro de los tiernos adolescentes


Cuando yo tenía veinte años, hablar de pornografía era un verdadero pecado mortal, aun para las mentes más liberales de nuestro medio queer. No como ahora, que el tema está más instalado y pocos son los que no han incursionado alguna vez en un cine porno. A pesar de ya no ser tan inocente, por aquel entonces mi experiencia dentro del mundo gay era limitada y aun me creía miembro de una selecta minoría de seres que nadaban contra la corriente, en un mundo donde lo heterosexual era "lo correcto". Sin embargo, el deseo pudo más y me fue posible así quebrar una barrera que me impedía ser yo mismo: la del prejuicio respecto de mis propios sentimientos.

Fue un 26 de enero del '83. El país todavía estaba bajo el yugo de las botas militares, aunque la derrota de Malvinas ya había puesto fecha de vencimiento al Proceso de Reorganización Nacional. Recuerdo muy bien la fecha porque fue un regalo de cumpleaños que me hice a mí mismo.

No recuerdo cómo lo descubrí pero un día supe que ese local oscuro que había en la calle Urquiza, entre Alsina y Moreno, no era otra cosa que un cine porno. Tardé meses en decidirme a entrar y, cuando lo hice, sentí que mi vida ya no sería la misma de allí en más. Es decir que, a partir de ese nuevo "alumbramiento" puedo asegurar que el 26 de enero de 2009 cumpliré veinticinco años... de puto asumido.

El lugar era sórdido (¿para qué negarlo?) y me dio un poquito de miedo trasponer ese telón negro que oficiaba de entrada a la sala. La oscuridad era casi total y lo único que se podía ver con nitidez era la pantalla, en la que se desarrollaba una escena de sexo entre dos adolescentes. Lejos de todo morbo, la imagen me generó ternura. No había primerísimos planos, ni violencia, ni música enlatada. Los chicos parecían disfrutar verdaderamente de lo que estaban haciendo, con dulzura, con una iluminación natural y no agresiva y un piano suave que contrastaba fuertemente con los jadeos ahogados que me circundaban. Era un film donde lo erótico tenía una potencia en verdad remarcable. Todo inmerso en un medio en el que el olor a sexo desvirtuaba toda poesía que pudiera emanar de la pantalla. Sin dar detalles de mi experiencia personal de aquella tarde, ese fue mi primer contacto con un mundo que, en el futuro, me demostraría que yo no era tan diferente a tantas y tantos otras y otros que hallaron en el sexo un modo de expresión. Con el tiempo supe que aquella película que me había impresionado tan positivamente se llamaba "Tendres Adolescents". Se trataba en realidad de un corto que no superaba la media hora y su director era un francés de nombre tan dulce como su opera prima: Jean Daniel Cadinot.

Huelga la aclaración de que, de allí en más, me hice habitué del mencionado sucucho y que mis experiencias con la pornografía tomaron cierta distancia de aquel bucólico primer acercamiento. Conocí el cine americano (muchísimo más explícito y carente de poesía) y el cine alemán (en el que la berretada era tan notoria como la minoridad de sus "actores"). No obstante, yo seguí fiel a Cadinot, liberé mi imaginación y me permití plagiarlo en mis encuentros amorosos (más de unx debería estarle agradecidx).

Para quien supo ver más allá de lo evidente, JDC fue un maestro en todo sentido. Fue una fuente inagotable de fantasías eróticas, impulsor de un nuevo lenguaje para la pornografía (que casi dejó de ser una mala palabra para transformarse en una nueva faceta del arte) y, sin duda, un activista gay muy poco convencional que desde la lente de su cámara plasmó un mundo en el que nosotrxs también teníamos derecho a ser. Por todo ello, a lo largo de sus sesenta y cuatro años, cosechó admiradores y detractores, entre propios y ajenos, dando como pocos un particular sentido a aquella expresión del Quijote: "Ladran, Sancho...".

Y no caben dudas de que cabalgó en contra de improperios y condenas.

El pasado 23 de abril, un paro cardíaco apagó para siempre su cámara. Una muerte ciertamente dulce si las hay. Y podría suponerse que es el fin de su historia. Sin embargo, los que conocemos su trayectoria bien sabemos que su obra está presente (y lo seguirá estando) en la de otros realizadores para quienes el sexo no es solo fuente de divisas, sino también un modo de decirle al mundo que el placer es tan humano como respirar.

El mismo Cadinot, a modo de despedida en su blog, plasmó su filosofía en una frase: «Un falo erguido es un símbolo de vida, una cruz es un símbolo de muerte».

Esto es todo por ahora. Desde las callecitas de la siempre misteriosa Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que hoy ha querido rendirle homenaje a un hombre que hizo del placer una bandera.

Novelas de Carlos Ruiz Zafón