Cuando yo era chico, mi bisabuela solía contarme la historia del elefante del circo. Se trataba de un elefantito al que unos domadores ataban a un poste con una cadena. Al principio, el animalito tiró y tiró de la cadena para liberarse pero sus esfuerzos fueron inútiles. No tenía tanta fuerza como para romper sus ataduras. Sin embargo, lo intentó hasta agotar sus fuerzas y terminó por convencerse de que ya no había caso. Así creció y murió encadenado al pequeño poste sin volver a intentarlo.
Recordé esta historia cuando recibí la triste noticia de la muerte de Martín.
En el ambiente gay de la zona oeste del Gran Buenos Aires se lo conocía mejor como Tetera (¿es necesario explicar el por qué de su peculiar apodo?). Con sus sesenta y tantos, ya era un hombre grande pero, por sobre todo, era un verdadero gran hombre, uno de los tantos y tantas que sobrevivieron a una época en la que estaba terminantemente prohibido mostrarse ante el mundo tal cual unx era. Una época en la que era menester jugar a las escondidas y ganar como el gallego del chiste, que terminaba como una bolsa de huesos detrás de una puerta. Un juego sórdido y peligroso en el que tampoco estaba permitido librar a todxs lxs compañerxs.
Pequeño y moreno, de ojitos achinados y mirada pícara, su sonrisa sempiterna supo lidiar con los sinsabores de su tiempo. Porque el buen humor fue su salvoconducto en ese virtual campo minado que algunos llaman "sociedad". Con el alma encallecida llegó a las puertas del tercer milenio resignado a su rol de paria homosexual en un mundo dominado por el machismo y el desprecio por lo diferente. Como el elefante del cuento, así lo había aprendido, así se lo habían enseñado y él nunca puso en tela de juicio los mandatos ancestrales. Nunca hasta el día en que la vida lo puso en contacto con otros elefantes que ya habían iniciado el proceso crítico y ya empezaban a promover la resistencia a las cadenas.
En esas circunstancias lo conocí. Primero en forma virtual porque no se animaba a salir de su armario oscuro por temor al qué dirán. Desde el anonimato de una dirección de correo electrónico nos contaba sus experiencias, sus fantasías y sus miedos, siempre acompañados por muestras de su simpatía y su buena onda. Costó convencerlo, pero finalmente llegó el día del gran paso y se presentó ante todxs tal cual era, iniciando así un breve viaje interior que lo transformó en el mejor ejemplo de que siempre se puede salir airoso en la lucha contra ese mundo de ideas prejuiciosas que nos ha alienado durante siglos.
Martín fue un hombre que se rehizo a sí mismo en el último lustro de su vida. Décadas y décadas construyendo cimientos que, a la postre, dieron basamento al modesto templo de la autoestima y de una sola convicción: la de que el cambio siempre debe empezar dentro de nosotrxs mismxs.
Como suele suceder en estos casos, no hubo aquí familiares compartiendo la fatal noticia con lxs amigxs del difunto. Fue necesaria la sospecha ante una sorpresiva ausencia en los correos y, luego de varios días de ronda alrededor de su casa, un vecino comedido puso negro sobre blanco respecto de su suerte.
Como diría la gloriosa Niní Marshal (que junto a Osvaldo Pacheco y otrxs tantxs grandes de la escena formaba parte de su parnaso privado), Tetera se nos fue "redepente" sin poder darnos el abrazo amigo al que nos tenía acostumbradxs. Y como es posible que el fantasma del olvido haya rondado alguno de sus sueños, he aquí estas líneas a través de las cuales pretendo dar testimonio de su paso por la vida. Querido Martín, los que te conocimos guardaremos tu recuerdo en un rinconcito cálido de nuestro corazón y el cine de Ciudadela perpetuará por siempre el eco de tus pasos.
Esto es todo por ahora. Desde las callecitas de la siempre misteriosa ciudad de Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que hoy invita a todxs lxs amigxs y conocidxs de Tetera a levantar un vaso de cerveza en su memoria. Estoy seguro de que los gays, las lesbianas y lxs trans tenemos nuestro sitio en algún cielo y, desde allí, Martín habrá de sonreirnos y brindará con nosotrxs, satisfecho de haberse permitido amar y desear más allá de los convencionalismos y de la hipocresía.
Recordé esta historia cuando recibí la triste noticia de la muerte de Martín.
En el ambiente gay de la zona oeste del Gran Buenos Aires se lo conocía mejor como Tetera (¿es necesario explicar el por qué de su peculiar apodo?). Con sus sesenta y tantos, ya era un hombre grande pero, por sobre todo, era un verdadero gran hombre, uno de los tantos y tantas que sobrevivieron a una época en la que estaba terminantemente prohibido mostrarse ante el mundo tal cual unx era. Una época en la que era menester jugar a las escondidas y ganar como el gallego del chiste, que terminaba como una bolsa de huesos detrás de una puerta. Un juego sórdido y peligroso en el que tampoco estaba permitido librar a todxs lxs compañerxs.
Pequeño y moreno, de ojitos achinados y mirada pícara, su sonrisa sempiterna supo lidiar con los sinsabores de su tiempo. Porque el buen humor fue su salvoconducto en ese virtual campo minado que algunos llaman "sociedad". Con el alma encallecida llegó a las puertas del tercer milenio resignado a su rol de paria homosexual en un mundo dominado por el machismo y el desprecio por lo diferente. Como el elefante del cuento, así lo había aprendido, así se lo habían enseñado y él nunca puso en tela de juicio los mandatos ancestrales. Nunca hasta el día en que la vida lo puso en contacto con otros elefantes que ya habían iniciado el proceso crítico y ya empezaban a promover la resistencia a las cadenas.
En esas circunstancias lo conocí. Primero en forma virtual porque no se animaba a salir de su armario oscuro por temor al qué dirán. Desde el anonimato de una dirección de correo electrónico nos contaba sus experiencias, sus fantasías y sus miedos, siempre acompañados por muestras de su simpatía y su buena onda. Costó convencerlo, pero finalmente llegó el día del gran paso y se presentó ante todxs tal cual era, iniciando así un breve viaje interior que lo transformó en el mejor ejemplo de que siempre se puede salir airoso en la lucha contra ese mundo de ideas prejuiciosas que nos ha alienado durante siglos.
Martín fue un hombre que se rehizo a sí mismo en el último lustro de su vida. Décadas y décadas construyendo cimientos que, a la postre, dieron basamento al modesto templo de la autoestima y de una sola convicción: la de que el cambio siempre debe empezar dentro de nosotrxs mismxs.
Como suele suceder en estos casos, no hubo aquí familiares compartiendo la fatal noticia con lxs amigxs del difunto. Fue necesaria la sospecha ante una sorpresiva ausencia en los correos y, luego de varios días de ronda alrededor de su casa, un vecino comedido puso negro sobre blanco respecto de su suerte.
Como diría la gloriosa Niní Marshal (que junto a Osvaldo Pacheco y otrxs tantxs grandes de la escena formaba parte de su parnaso privado), Tetera se nos fue "redepente" sin poder darnos el abrazo amigo al que nos tenía acostumbradxs. Y como es posible que el fantasma del olvido haya rondado alguno de sus sueños, he aquí estas líneas a través de las cuales pretendo dar testimonio de su paso por la vida. Querido Martín, los que te conocimos guardaremos tu recuerdo en un rinconcito cálido de nuestro corazón y el cine de Ciudadela perpetuará por siempre el eco de tus pasos.
Esto es todo por ahora. Desde las callecitas de la siempre misteriosa ciudad de Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que hoy invita a todxs lxs amigxs y conocidxs de Tetera a levantar un vaso de cerveza en su memoria. Estoy seguro de que los gays, las lesbianas y lxs trans tenemos nuestro sitio en algún cielo y, desde allí, Martín habrá de sonreirnos y brindará con nosotrxs, satisfecho de haberse permitido amar y desear más allá de los convencionalismos y de la hipocresía.
2 comentarios:
Gracias a vos pudimos conocer su historia.. triste pero real.
Un beso y buen finde, amigo..
Esas cosas de la vida, Vik. Qué buena narración / descripción. Lamento su partida. En fin. Saludos.
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