sábado, 24 de marzo de 2007

NO TE VAYAS SIN LEER


Seguramente sabés u oíste por ahí o alguien te contó que, en la madrugada del 24 de marzo de 1976 (estas cosas siempre suceden entre gallos y medianoche), en lo que (dijeron) era una "obligación irrenunciable", las Fuerzas Armadas usurparon la conducción del Estado. Pocos días después, Jorge Rafael Videla se hacía nombrar presidente y tomaba juramento a sus ministros, dos de ellos civiles: Ricardo Bruera en Educación y Alfredo Martínez de Hoz en Economía. Se disuelven la Corte Suprema y el Congreso Nacional, se interviene la CGT, se prohibe toda actividad política y sindical, se impone la pena de muerte y el gobierno pasa a controlar todos los medios de prensa.

Hasta aquí, nada que pudiera distinguir a la dictadura del 76 de las anteriores que hubiéramos padecido. Sin embargo, empiezan a aparecer cadáveres de los que nadie se hace cargo. Aparecen cadáveres y (obvio) desaparecen personas. Aparecen cuerpos en las riberas de los ríos y en las playas sin que hubiera barcos ni hundimientos. Nadie sabe quiénes son. De no creer. Te juro que era de no creer.

Junto con los cuerpos también apareció el miedo. Un miedo difuso, expandido, diferente. Un miedo que disciplina, hostiga, retrae, encierra, separa, diluye...

De ahí en más uno empezó a no salir sin documentos, a poner las manos contra la pared y a abrir las piernas casi sin que te lo ordenen, uno se somete a requisas permanentes, para el auto de inmediato ante cualquier uniforme, escapa de los Falcon verdes. La ciudad está sitiada por nuestras propias tropas. Prohibido caminar en compañía. Todo grupo es sospechoso. Por las noches se oyen ruidos extraños y a la mañana siguiente el barrio comenta que "entraron en la casa de Fulano, revolvieron todo y se los llevaron". La recomendación al familiar que sale de la casa es: "pase lo que pase, vos no te metas". Ni la biblioteca queda en pie. Se dice que lo primero que buscan son los libros y después las agendas. Se rumorea que hubo quien desapareció por tener un libro de Dostoievsky (si era ruso, seguro que era comunista).

El vicealmirante Lambruschini declara: Para obtener sus objetivos, la subversión ha de usar todos los métodos imaginables, las canciones de protesta, las historietas, el cine, el folklore, la literatura, la cátedra universitaria, la religión". Entonces los cantores se callan, se clausuran diarios y revistas, se militarizan las universidades y hasta se restringe el ejercicio profesional de la psicología. Se prohibe a los alumnos de escuelas públicas y privadas el uso del cabello largo, la barba y el pantalón vaquero. Es obligatorio el saco, la corbata y las camisas blancas o celestes. Los amantes ya no pueden besuquearse en público. Ni hablar de los homosexuales, que seguirán por siempre proscritos. Los hombres además no pueden usar pantalones cortos en la vía pública.

Los comentarios del barrio no cesan. "A la vecina solo le dejaron el nietito de cinco años. La de dos ya no está. La hija embarazada y el yerno tampoco. Pobre mujer, tan buena familia que parecía. Algo habrán hecho".

- El muchacho intentó escapar por la ventana pero un vecino le batió a la policía y lo bajaron a balazos. Lo metieron en un Falcon con los demás...
- ¿Pero vos viste todo eso?
- ¡Claro! Pero no digas nada o soy boleta.

Paralelamente, los argentinos acuñamos nuevos términos: guerra sucia, patria financiera, deuda externa, plata dulce, deme dos. La industria nacional era aplastada bajo toneladas de porquerías importadas. Hasta las banderitas del Mundial 78 eran Made in Taiwan.

Y en el barrio se seguía murmurando. "No me digas que es en serio que nos vamos a cagar a tiros con los chilenos. Es una locura".

Los argentinos éramos derechos y humanos pero unas señoras daban vueltas a la Plaza buscando a sus hijos y a sus nietos, mientras Europa le contaba al mundo lo que sucedía en la Argentina: secuestros, torturas, centros clandestinos de detención, terrorismo de estado y rapiña de los bienes de los desaparecidos por parte de sus desaparecedores. La Comisión de Derechos Humanos de la ONU visita el país, acumula todo tipo de denuncias y un uniformado aclara que "las urnas están bien guardadas".

Y eso que todavía nos faltaba la Guerra de Malvinas en la que los militares demostraron su ineptitud incluso en el cumplimiento de sus funciones específicas. La traición chilena abrió llagas que aun no cicatrizan pero a muchos nos dolió más la imbecilidad innata de los que llenaron la Plaza para vitorear a Galtieri, que encima tomaba whisky y no vino nacional. Íbamos ganado hasta que vino el Papa y nos dimos cuenta de que todo estaba perdido...

Cuando el velo se descorrió por completo, decenas de miles ya habían muerto. Lo que hicieron los cipayos fue una masacre. Y nunca podremos cuantificar cuántos, además, fueron paralizados por el miedo, con su sola y endemoniada presencia.

Desde el título te pedí que no te fueras sin leer. Es posible que nada de esto te resulte novedoso. En ese caso, unite a la necesidad de repetirlo hasta el cansancio. Si no estabas muy enterado de cómo fue la historia, no mires para otro lado y tratá de saber más.

EL OLVIDO ES LA SEMILLA MÁS FÉRTIL PARA QUE TODO SE REPITA.

2 comentarios:

ReinaDeSalem dijo...

Así dice la derecha..., habla de olvidar y no dar vida a los fantasmas...

¿Fantasmas?

Hay que saber qué pasó, qué ocurrió, hay que conocer para así sentir, y una vez sentido comprender. Y tras haberlo comprendido..., tenerlo siempre presente para no dejar que vuelva a ocurrir.

Mil besos directos a esas callecitas de la siempre misteriosa Buenos Aires.

Gustavo dijo...

Ambos sabemos que no solo pasó en la siempre misteriosa Buenos Aires. También pasó en Santiago ensangrentada y en mi Montevideo de biromes y servilletas.
Y lo más triste es que puede volver a pasar, como vos decís.
Pero no es solo por el olvido. Es también porque en el corazón nuestro seguimos discriminando. Discriminando a los que son diferentes, sean comunistas, tupamaros, homosexuales, judíos, etc, etc.

Basta vernos y sentirnos como hermanos, para que seamos una muralla, al decir de Guillén, impenetrable a los perversos de siempre.

Un abrazo grande.

Novelas de Carlos Ruiz Zafón