sábado, 14 de marzo de 2020

La mosca de Virgilio


Hoy voy a compartir un fragmento de un libro que estoy leyendo, que trata de las falsas noticias históricas y de cómo, ya en tiempos de los romanos, los historiadores (los periodistas de la época) y la propaganda oficial de los emperadores desvirtuaban la realidad a fin de llevar agua para sus molinos. Una historia tan vieja como el mundo que hoy nos sigue pareciendo nueva.

El fragmento pertenece al libro "Fake News de la Antigua Roma", de Néstor F. Marques, el cual pueden descargar gratuitamente desde AQUÍ.
Existe un relato que nos cuenta cómo Publio Virgilio Marón, en tiempos del emperador Augusto, tuvo por mascota queridísima una simple mosca. Cuando esta falleció, el poeta celebró en su honor un fastuoso funeral que tuvo lugar en su casa del monte Esquilino. Aquella triste celebración le costó cerca de ochocientos mil sestercios, pero todo era poco para su mosca. Destacadas figuras del mundo de la cultura acudieron a apoyarle en su terrible pérdida e incluso Cayo Cilnio Mecenas recitó la oración fúnebre acostumbrada para los humanos. Por último, se construyó un gran monumento funerario en el terreno de su propiedad y se colocó la siguiente inscripción: "Mosca: Séate ligera esta urna y descansen en ella tus huesos". 
El comportamiento de Virgilio puede parecernos exagerado y extravagante, pero todo tiene una explicación. Resulta que en aquellos momentos los miembros del Triunvirato, Marco Antonio, Lépido y el futuro Augusto, estaban confiscando tierras de diversos ciudadanos para asentar a veteranos de guerra y recuperar el dinero invertido en las campañas militares. Los terrenos de Virgilio se encontraban entre los afectados, pero el astuto poeta buscó la tampa en la ley. Se había dicho que no serían expropiados aquellos terrenos o edificios que contuvieran monumentos funerarios de seres queridos. Al no especificar la ley que aquellos seres queridos tenían que ser necesariamente humanos, Virgilio había escenificado todo ese montaje con una simple mosca como protagonista, librándose así de tan terrible ley y burlándose de Augusto y de sus secuaces. 
Hasta aquí el relato, que podemos encontrar en diversos libros de curiosidades y blogs de internet copiados unos de otros palabra por palabra. La astucia de Virgilio nos habla del engaño cometido y de que tal vez la cosas no siempre son lo que parecen. 
Pero, ¿y si os dijera que esta explicación también es una mentira y, más aún, que toda esta historia es falsa de principio a fin? Hace ya tiempo, harto de encontrar siempre este relato reproducido en tantos lugares distintos sin que nadie mostrara de dónde había salido, decidí investigar más a fondo el asunto para ver qué autor de la Antigüedad atestiguaba la curiosa historia. 
En primer lugar, el odio de Virgilio contra Augusto -quien sería el patrono de su arte, como veremos a lo largo del libro-, parece extraño y poco realista. Pero, siendo críticos, debemos buscar el origen, la fuente que pudo crear esta historieta, incluso con fines malintencionados. Sin embargo, descubrí que no existe ni una sola fuente clásica que mencione el episodio u otro similar. Su origen debe ser posterior. 
Para facilitar la búsqueda comencé con la entrada del blog en el que lo había leído, que me llevó a otra web de la que este lo había copiado y de esta a un libro de datos insólitos de dudosa credibilidad científica e histórica. Finalmente di con un nombre: R. Ripley, un caricaturista estadounidense que durante la primera mitad del siglo XX se hizo famoso por recopilar datos curiosos y difíciles de creer. La serie Believe it or not ("Aunque usted no lo crea") se popularizó en forma de cómic, libro, emisión de radio y televisión, y en todos estos formatos Ripley contó esta historieta. Una escueta grabación en video de 1931 es el documento más antiguo en el que se menciona la narración de la mosca de Virgilio -aunque seguramente se publicaría con anterioridad en forma de viñeta de periódico-. 
El rastro del relato se pierde con Ripley pues, en su forma escrita, remite al lector como referencia a las Vidas de los doce Césares de Suetonio, obra en la que no aparecen por ninguna parte el fuenral ni la mosca. Fuera malintencionada o no, esta pista falsa hace que la veracidad del relato se tambalee, a pesar de que el propio Ripley decía tener un equipo trabajando sin descanso para comprobar que todos y cada uno de los datos que publicaba eran totalmente ciertos. Aunque quizá podríamos pensar que todo fue una invención suya o de alguien que le contó aquel relato fantasioso, lo más interesante es que esta historia todavía se puede complicar mucho más. 
Virgilio fue uno de los hombres más famosos de la Antigüedad, especialmente gracias a la Eneida, que se convirtió en uno de los libros más reconocidos de su tiempo. Su fama se extendió ampliamente con el paso de los siglos, tanto que en la Edad Media todavía se le recordaba como un hombre importante. Poco después de su muerte comenzaron a surgir obras atribuidas al gran literato que, aunque hoy sabemos que no fueron escritas por él, en aquella época se le asignaron dada su gran fama. 
Una de ellas era un poema que en cierta medida copiaba algunos elementos de la Eneida, con la salvedad de que su protagonista no era humano sino un mosquito. Culex -el nombre de este insecto en latín y también el del poema- trataba sobre un pastor que se hallaba descansando a la sombra sin percatarse de que una serpiente estaba a punto de morderle. Un mosquito que lo observaba decidió despertarle de la única forma que sabía, picándole. El pastor se despertó por el dolor y evitó la mordedura de la serpiente, pero a la vez aplastó con la mano al mosquito que le había picado. Aquella misma noche el fantasma del mosquito se le apareció en sueños y le recriminó el inmoral acto de su asesinato cuando había sido él quien le había salvado la vida. El pastor, arrepentido, después de escuchar el relato de las peripecias del mosquito en el inframundo -similares a aquellas del propio Eneas-, decidió dedicarle un túmulo de mármol y flores en el que escribió: "Pequeño mosquito, el pastor de los rebaños a tí, merecedor de ello, ofrece este monumento a cambio del regalo de su vida". 
Esta curiosa narración ya recoge los dos elementos fundamentales de nuestro bulo, el insecto -en este caso un mosquito- y su monumento funerario, dedicado por el pastor. 
Pero la relación de Virgilio con los insectos y específicamente con las moscas, no acaba aquí. Para que surgiera, fue necesario que la figura del poeta se fuera deformando cada vez más con el paso de los siglos. En Nápoles, donde se le enterró, estaban especialmente orgullosos de él, por lo que fue allí donde más rumores y leyendas extravagantes surgieron sobre su persona. 
Desde la tardoantigüedad Virgilio comenzó a ser considerado como un mago, uno muy poderoso, relacionado con las fuerzas del mal. Esta fama le aportaba un nuevo aire misterioso al que ya era considerado como el protector de la ciudad. En el siglo XII se plasmó por escrito por primera vez una leyenda que, con seguridad, llevaba tiempo circulando oralmente entre los napolitanos. Juan de Salisbury -un obispo inglés- fue el primero que, en su obra Policrático (1159), escribió una anécdota en la que Virgilio le presentaba a Marcelo -sobrino de Augusto- dos posibilidades entre las que debía elegir: un pájaro con el que capturar todos los pájaros o una mosca que acabara con todas las moscas. Marcelo eligió la segunda opción para librar a Nápoles de una plaga de moscas, escogiendo el bien común por encima de sus deseos personales -pues ansiaba salir a cazar pájaros-. Virgilio, según esta leyenda medieval, complació los deseos del joven y colocó una mosca de bronce -que otros relatos describen del tamaño de una rana y hecha de oro- en una de las puertas de la muralla, haciendo que no pudiera entrar ni una sola mosca en toda la ciudad. 
Este nuevo cuentecillo moralizante nos muestra una vez más a Virgilio como un mago capaz de conjurar todas las moscas. Historias similares se reprodujeron en otras ciudades como Roma, donde se decía que Virgilio había convocado al moscone, el diablo al que obedecían todas las demás moscas, y había hecho un pacto con él para expulsarlas de la Ciudad Eterna. 
Virgilio el mago, que también se nos muestra conjurando otros animales, como los caballos, era indiscutiblemente "el señor de las moscas". No en vano, ese es el apelativo que los cristianos asociaban a menudo con el diablo: Belcebú, del hebreo baal zebub, que significa literalmente "señor de las moscas". Hoy en día se considera que el nombre real de este dios era Baal Zebul -tal y como atestiguan algunos manuscritos-, que se traduce como "Baal el Príncipe", una divinidad semítica del inframundo que era invocada para curar enfermedades. Aunque existen diversas teorías, esta dualidad se podría deber a un juego de palabras jocoso creado por los judíos con el fin de mofarse de la divinidad, considerada como un falso dios -un demonio-. Fuera cual fuere su nombre real, lo importante es que la tradición cristiana posterior comenzó a asociar el mal con las moscas a partir de los textos del Antiguo Testamento. 
En este punto, todos los elementos parecen encajar en un delicado pero equilibrado caos en el que encontramos a Virgilio y la leyenda del mosquito y su tumba, Virgilio el "señor de las moscas" y Virgilio el héroe que salvó a Nápoles, Roma y otras ciudades de la misma forma en la que había salvado sus tierras en nuestro relato inicial. Es difícil saber si la historieta del funeral de la mosca existía con anterioridad a Ripley, pues no se encuentra plasmada por escrito en ninguna otra obra antes que en la suya, de comienzos del siglo XX. Lo que parece claro es que todo este bulo se amalgamó a partir de diversos elementos de la tradición literaria y popular que se asociaron a Virgilio a lo largo de muchos siglos. 
La figura de Virgilio como uno de los poetas más celebrados de la Antigüedad fue recuperada a partir del siglo XIV con Dante como exponente principal. En su Infierno, Virgilio es el guía del inframundo, como la Sibila lo fue para Eneas. Ya no como un hechicero, sino como el gran poeta latino que fue en vida. 
Así es como se formó la historia que difundió Ripley, copiada posteriormente por otros autores sin comprobar su origen y que, a su vez, tantos otros plagiaron en internet. De esta manera se ha expandido esta gran invención que, por suerte para nosotros, nos ha enseñado dos cosas importantes: la primera es que los bulos históricos pueden estar en cualquier parte y debemos combatirlos, y la segunda, que, mientras lo hacemos, podemos descubrir historias fascinantes escondidas tras ellos.

Esto ha sido todo por hoy. Desde las lluviosas y casi otoñales callecitas de esta Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que, de tanto en tanto, se dedica a tomar prestados textos de otros, en este caso, para dar otro testimonio (como si ya no hubiera suficientes) de que no hay que creer todo lo que nos dicen los medios de (in)comunicación.


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