miércoles, 15 de junio de 2011

Lo invisibilizado

Las ilusiones políticas de mi madre terminaron con Don Alfredo Palacios. Ella lo llamaba “mi viejo” y, desde que fui chiquito y como quien no quiere la cosa, me enseñó que todo lo bueno que Perón había hecho en el gobierno había sido idea de este buen hombre de sombrero elegante y bigotitos pasados de moda. Con el tiempo, me enteré de que las ideas eran en realidad socialistas y habían sido forjadas por muchas otras personas, además de “su viejo”. Claro que mi madre apenas había podido aprender a leer y escribir correctamente en su mocedad gracias a la revista “El Alma que Canta” (con apenas rudimentos de lectura, escuchaba los tangos en la radio y trataba de seguir la letra impresa) porque, según la abuela, allá en la Tucumán de los treinta, las chicas solo querían ir a la escuela “para que los muchachos les llevaran los libros”. Una metáfora bastante lograda por culpa de la cual mi pobre vieja no pudo ir al colegio como hubiera querido. De modo que no tuvo demasiadas oportunidades para enterarse de qué era eso del socialismo, ni de quién había sido Juan B. Justo (el nombre de la calle en la que ella trabajaba, justamente) ni mucho menos de quién había sido Alicia Moreau.

Recuerdo una mañana (debía ser domingo porque era el único día en que ella estaba en casa a esa hora) en que yo comentaba con mucho entusiasmo los trabajos a los que se había abocado mi hermano. Él estudiaba en la Mercedes Benz y un grupo de profesores y obreros de la fábrica habían organizado un equipo para ayudar a construir casas para las gentes carenciadas o algo así. Recién comenzaban los ’70, claro está. Tal como dice mi hijo, yo era ya un tipo raro y, con mis tiernos ocho o nueve añitos, me dejé llevar y terminé proclamando el advenimiento de una nueva era en la que la justicia y la libertad reinarían sobre la maldad y la opresión. Estaba influenciado por Mafalda, por supuesto, pero no compartía su proverbial pesimismo.

Mi vieja me escuchó en silencio mientras revolvía la olla. Los cuarenta años que han pasado no han borrado aquella imagen de mi mente (o el amor se ha encargado de recrearla luminosa). El caso es que, cuando terminé, sin darles a sus palabras un tono que las marcara como importantes, me dijo:

- Yo no creo que esa época esté tan cerca. Más bien todo lo contrario. Pero yo soy grande y no te puedo decir muchas cosas que pienso porque así estaría matándote las ilusiones.

Humanas contradicciones de mi madre: no me lo podía decir pero me lo había dicho. Sin embargo, para su bien y para el mío, las ilusiones siguieron intactas. Solo un poco deslucidas tal vez, pero inquebrantables. Porque mi hermano murió en el ’76 y me dejó la posta, del mismo modo que otros tantos murieron y les encomendaron la lucha a sus hijos o a sus padres. O a sus madres.

Mi memoria es muy ladina y suele llevarme a pasear por sectores de mi mente que creía olvidados. La última semana, la traición de los Schocklender me hizo revivir aquella anécdota. Y no hay mucho para decir, en verdad. Hace ya quince días que no se habla de otra cosa y por ahí ya se ha dicho todo o casi todo. Más bien casi, porque suele suceder en estos casos que “lo invisible es esencial a los ojos”. Aunque en este asunto no deberíamos hablar de “lo invisible” sino de “lo invisibilizado”.

Debo decir que Hebe no es santa de mi devoción. Siempre la consideré inútilmente confrontativa, sincericida, violenta al cuete, soberbia y, en muchas oportunidades, irrespetuosa y maleducada. No obstante, soy de los que creyeron (y aun lo sostengo) que la “adopción” de los Schocklender, ese acto de amor que les permitió empezar de nuevo, la enaltecían. Más allá de todas las veces que la puteé por lo que hacía o lo que decía, siempre tuve claro que la labor de Las Madres no era más que continuar lo que quedara trunco hace cuarenta años. Y de esto nadie habla. Salvo honrosísimas excepciones, claro está.

Durante estas semanas he escuchado con indignación a muchos papanatas que hablan solo porque el aire es gratis. Personajes oscuros que jamás han arriesgado un moco para ayudar al prójimo y ahora salen a bardear a Bonafini como si estuvieran a su altura y tuvieran derecho a juzgar y sentenciar, cuando en realidad deberían ser humildes, aprender de qué se trata y, una vez informados correctamente, dar una OPINIÓN con el debido respeto que los Pañuelos Blancos se merecen. Porque lo que aquí debería primar no es una reverencial devoción por el nombre de Las Madres, sino un sincero reconocimiento por el valor de su obra. Una obra que, por otra parte, no se conoce o no se quiere conocer.

Por eso, me he tomado el atrevimiento de subir a Youtube el audio de un informe emitido el pasado 11 de junio de 2011 en el programa radial de Eduardo Aliverti. Creo que todo aquel que mire la vida con buena leche podrá sacar conclusiones positivas de lo que allí se escucha. Los que no, seguirán en la suya. Tirar mierda a los que hacen siempre ha sido más sencillo que comprometerse de veras.


En lo que a mí concierne, poco me importa si la labor de Las Madres se hace o no con fondos públicos. Lo importante es que se hace y consiste no solo en construirles casas a personas que las necesitan, sino en permitirles a ellas mismas que las levanten, aprendiendo un oficio, mejorando su calidad de vida y extendiendo su horizonte. Si debería ser el Estado el que llevara a cabo esa tarea es harina de otro costal y tal vez no haya discusión al respecto. Pero por ahora solo Las Madres, con Hebe a la cabeza, se han hecho cargo y los Kirchner son los únicos que se lo han facilitado.

Esto ha sido todo por hoy. Desde las frías callecitas de la siempre misteriosa Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que, ante la traición de un miserable, prefiere hablar de lo importante por más que no sea perfecto. Estoy convencido de que llegará el día en que otro gobernante nos demuestre que se puede hacer de otro modo. Pero para que eso suceda, ese futuro gobernante deberá construir poder y ganar elecciones que lo lleven a la Rosada. Si no lo hace, si pierde el tiempo en discusiones vanas, solo seguirá matando las ilusiones de todos.

2 comentarios:

Anamaría dijo...

¡Qué lindo post! acuerdo totalmente con lo que escribiste. También es de coraje escribir a favor de la tarea de las Madres, sobre todo en este momento en que se practica el deporte favorito de los argentinos: Patear al que está en el piso.
Esperaré más post tuyo y lleré de a poco los anteriores.

Anónimo dijo...

Gracias Anamaría. En mi caso no es cuestión de coraje. Yo no me juego nada. Hay otros que se juegan mucho más y lo hacen, con poca resonancia pero lo hacen.

Beso grande

Novelas de Carlos Ruiz Zafón