jueves, 25 de febrero de 2016

La Otra Malena


La Malena que cuento me atrevería a sospechar que no tiene nada que ver con el tango, que más bien se debe inclinar por la cumbia y que (de hacerlo) la canta como cualquier otra. Una mina que, a fuerza de golpes, ya no debe tener corazón para poner en versos y los yuyos del suburbio con que perfuma su voz son los de paco y de la coca.

La vi por primera vez hace unos meses, cuando apareció en la cuadra del negocio haciendo la calle como tantas otras que pululan por el barrio de Flores.

Con una mano en el corazón, no es linda. Pero la primera impresión es la de una nena. Una nena fea y atormentada. Apenas levanta el metro y medio del suelo y suele andar despacio, algo sucia, despeinada y con la mirada perdida. Tampoco destaca por su vestimenta, que es poca y deslucida y a veces muestra las estrías en un vientre que, evidentemente, ha pasado por más de un embarazo. 

Malena pasa la noche a fuerza de alcohol y bocinazos que no siempre son para negocio. He escuchado a más de uno que la llama para burlarse y ella (con su vocecita de muñeca aguardentosa) los putea y los amenaza como lo haría cualquier camionero borracho.

Hace unas semanas, Malena apareció con la carita moreteada y los ojitos llorosos. Estúpido de mí, le pregunté si estaba bien y por toda respuesta recibí una sonrisita forzada en una sola comisura de los labios. Me pidió una petaca, como siempre, y después me confesó que "ya no la dejaban trabajar en la cuadra".

Desapareció por un par de semanas y volvió a dejarse ver por el barrio en la noche de ayer. La vi más pequeña que de costumbre y me pidió su petaca como si el tiempo no hubiera pasado. El olor a sudor se percibía a la distancia y los dientitos amarillos eran casi marrones. Antes de seguir su camino le dio un largo trago a la botellita y, casi sin mirarme, se despidió con un gesto de su mano. Cuando regresó, estaba metiéndose unos billetes de diez pesos todos arrugados en el seno desvalido. Me llamó para que me acercara a la reja y, con una mirada profundamente triste, me preguntó si conocía algún hotel barato donde pudiera bañarse. Y por supuesto que lo necesitaba, pero imaginé que también buscaba un refugio donde poder aislarse.

Le di la única referencia que poseía con la esperanza de poder serle útil. Sin embargo, su respuesta me demostró que no había sido así. Los ojitos de nena vieja se le llenaron de lágrimas y apenas en un susurro me dijo:

- Pero ahí piden documentos...

Luego se fue sin decir más. 

Y yo me quedé mudo. 

Eso es todo por hoy. Desde las tórridas callecitas de esta Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que a veces atina y alcanza a comprender la importancia de un respetuoso silencio.



1 comentario:

Luckitas dijo...

La verdad que la ciudad esconde tantas y tan variadas realidades que es de no creer. Malena no deja de ser una representante de lo que pudo ser y no fue. Una pena realmente, porque no va a ser la primera ni tampoco será la última...

Besos!

Novelas de Carlos Ruiz Zafón