miércoles, 18 de febrero de 2009

Todes Unides Triunfaremos


Décadas atrás, durante mi paso por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, tuve el privilegio de ser alumno de la Doctora Ofelia Kovacci. Era una mujer bastante parca, de inmutable rodete y trajecito channel, tan atildada que parecía un maniquí. Sin embargo, en lo suyo era insuperable. La gramática y la lingüística son un mundo fascinante en el que ella se movía con total soltura, contrariamente a lo que le sucedía en el mundo real. Con ella descubrí los pro y los contra de las teorías estructuralistas, aprendí a leer y a criticar a Ferdinand de Saussure y conocí aspectos del idioma que jamás hubiera imaginado.

Entre todos esos conocimientos, figuraba el descubrimiento de algunas particularidades de algunas lenguas muy diferentes a la nuestra (o a "las nuestras" puesto que las lenguas occidentales tienen bastante en común, aunque muchas no lo parezcan). Supe, por ejemplo, de la lengua de una tribu de aborígenes de Oceanía que tenía más de un "nosotros". Es decir que para manifestar nuestra única primera persona del plural ellos empleaban tres palabras diferentes, según el caso:

a) Un NOSOTROS que significaba "vos y yo solamente".
b) Un NOSOTROS que significaba "vos, yo y ellos".
c) Un NOSOTROS que significaba "yo y ellos (pero no vos)".

¿Me explico?

Ellos y ellas (que para tantos y tantas de nosotros y nosotras pueden ser individuos de un nivel cultural menor) tenían un idioma mucho más rico que el nuestro, en muchos aspectos. Y este es solo un ejemplo de los tantos que podrían citarse. A pesar de haber rendido el final de Gramática I con diez (modestia aparte, jeje), nunca fui (ni lo intenté siquiera) un erudito en la materia y la mayoría de esos ejemplos se me han olvidado. Pero si alguien quiere investigarlos, no le será difícil encontrarlos.

Claro... Ustedes se preguntarán a dónde quiere llegar el puto este con toda esta palabrería que (en el caso de que no hubieren desistido ya de la lectura) habrá hecho bostezar a más de uno o una. Bueno... la respuesta tiene que ver justamente con el modo en que expresé esta última frase y alguna otra con anterioridad en este mismo texto. Paso a explicar.

Nuestro idioma castellano, al igual que los demás idiomas grecolatinos y anglosajones (de las otras familias lingüísticas carezco de información pero supongo que ya con estos ejemplos basta para presentar el tema) es radicalmente machista y suele ignorar lo femenino cada vez que se le presenta la posibilidad. O sea que esa frase que escribí más arriba ("habrá hecho bostezar a más de uno o una") en el habla cotidiana se simplifica y se elimina directamente la mención de lo femenino, quedando solo "habrá hecho bostezar a más de uno". Ese "uno" (masculino) engloba supuestamente a todos y todas, funcionando de ese modo cada vez que alguien quiere mencionar a las personas en general incluyendo ambos géneros. Cuando se quiere hablar de la humanidad, suele decirse "el hombre" del mismo modo en que si hablamos de "nosotros", ese "nosotros" masculino puede representar también una parcialidad femenina que no está representada directamente en el pronombre. Un "nosotras" se utilizaría exclusivamente en el caso en que TODAS las personas mencionadas fueran del género femenino. Si hablamos de un grupo de 999 mujeres y un solo y único varón, cualquiera de los miembros de ese grupo de mil personas se referirá a ellos mismos como "nosotros". ¿Acaso en la proporción inversa (999 varones y una sola mujer) los machos tendrán la caballerosidad de mencionarse como "nosotras" en honor a la única fémina mezclada entre ellos? ¡MINGA! Si hay algo que causa pánico entre los machos es que se los confunda con una mujer, que se les atribuya alguna cualidad femenina. De modo que para la cultura machista que nos gobierna, un solo falo tendrá más peso que millones y millones de vaginas. SIEMPRE.

Cualquier desprevenido podrá pensar que esa "simplificación" a la que hago referencia es producto de la vagancia y la economía de palabras. Es cierto que resulta engorroso eso de emplear ambos géneros al hablar. Imaginen un párrafo como el que sigue:

"Todos y todas estamos de acuerdo en que cada uno/a de nosotros y nosotras necesitamos estar preparados y preparadas para un cambio radical que nos incluya como merecedores y merecedoras de ejercer nuestros derechos".
¡Un bolonqui!

Y si a esto le sumamos el genuino reclamo de tantas y tantas personas que no se ven identificadas con un género en particular, la cosa se complica aun más.

Sin embargo, si queremos que el respeto por la diversidad sexual se imponga en nuestra sociedad, será imprescindible que la manifestación del mismo se refleje en todos los aspectos de la vida cotidiana (¡que eso también es cultura, caramba!). No es antojadizo que los dirigentes de las organizaciones LGBT y otras gentes igualmente comprometidas con las cuestiones de género hayan adoptado este modo de hablar, por molesto que resulte.

En lo escrito, muchos y muchas hemos optado por el uso de la "@" o de la "x" para manifestar esa inclusión de género. De esa manera, "nosotr@s" o "nosotrxs" sería un buen intento de enunciar la dualidad y la no discriminación que merecemos. El problema es que, al leerlas, indefectiblemente esa "@" o esa "x" se pronuncian como "o". En los hechos, "nosotr@s" y "nosotrxs" se lee "nosotros". Es decir que la lengua oral termina reproduciendo la exclusión de lo femenino que buscábamos evitar.

De esto se habla bastante poco en las reuniones militantes (desconozco por qué, pero ya se lo da por sobrentendido) y no recuerdo haber leído un texto que lo mencione. Será tal vez por eso que no se avanza en relación a este punto y nunca logramos ponernos de acuerdo sobre qué nos conviene más, si entorpecer el discurso con la sobreabundancia de palabras (nosotros y nosotras), si usar la dichosa barra que después nadie sabe cómo leer (nosotros/as) o emplear "@" o "x" que derivan fatalmente en lo masculino.

Si se me permite, a mí me gustaría refrescar una cuarta opción, que ya se le ha ocurrido a alguien antes que a mí e inexplicablemente no ha tenido la aceptación que se merece: modifiquemos derechamente el idioma. ¡Así nomás! Si hasta ahora la "o" era marca de lo masculino y la "a" de lo femenino, impongamos una "e" que sea inclusivo de los dos géneros. Incorporemos el "nosotres" que incluya a todo el mundo, a les masculines, a les femenines y a quienes no se consideran ni une ni otre. No es tan complicado ni tan difícil de implementar. Solo es cuestión de dar el primer paso. Si todes les miembres de la comunidad LGBT logramos incorporar el cambio (lo cual equivale a aceptar que no todo en esta vida es blanco o negro) estoy segure de que les demás empezarán a ver cada día con menos sorpresa (y/o repulsión) la idea de que nosotres también tenemos derechos, como humanes que somos. La fe cristiana dice algo así como que lo primerofue la palabra ¿no?.

Ya sé que este sistema también presenta sus inconvenientes pero se me ocurre que no son tan insalvables. Solo hay que ponerse las pilas y generar cambios de raíz. Al fin y al cabo, no es necesario un fusil al hombro para realizar una revolución. Todo es cuestión de convicción.

Esto ha sido todo por hoy. Desde las callecitas de la siempre misteriosa Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que, a partir de hoy, incorpora a su lenguaje el género inclusivo a través del uso de la "e". Espero críticas constructivas con los pro y los contra de la propuesta.

lunes, 2 de febrero de 2009

Tía Maruca y la monjita


Sí. Como todo puto que se precie, yo tuve una tía Maruca. En realidad no era mi tía-tía. Era una muy buena amiga de mi vieja que hacía las veces de. ¡Como si me hubieran faltado tías! Porque si hay algo que yo tuve fueron tías.

Sucede que mi abuela era soltera cuando nació mi mami. ¡Válgame Dios! Imaginen el escándalo familiar y barrial. Entonces, para no hacer más revuelo (supongo), la niñita fue criada por su abuela materna (mi amada y nunca bien ponderada bisabuela, a quien yo suelo llamar simplemente como la abuela Carmen) y eso trajo aparejada una terrible confusión de parentescos. Mi vieja fue criada como una hija más de mi abuela Carmen (en realidad mi bisabuela) y lxs tíxs de mi vieja se transformaron en hermanxs, lxs primxs en sobrinxs y asi sucesivamente. Pero los hermanxs-hermanxs siguieron siendo hermanxs. De modo que, para mis propixs hermanxs y para mí, las tías y los tíos se multiplicaron por dos. Y a esa multitud indescifrable de tíxs hay que sumarle otro batallón de tíxs postizxs que, afectivamente, estaban al mismo nivel que lxs otrxs.

Una de ellxs, la tía Maruca.

Alguna vez quizá me decida a contarles la historia de por qué mi vieja me crió solita su alma, sin el apoyo económico-afectivo de un marido. Pero por ahora baste saber que, para llenar la heladera, la pobre laburaba de sol a sol, mientras a mí me cuidaba la tía Maruca. Mis hermanos mayores iban a colegio de doble escolaridad y ya eran bastante más grandes que quien suscribe y se podían arreglar sin baby-sitter.

El caso es que yo vivía prácticamente en casa de la tía Maruca. Ella a su vez tenía dos hijas, que también eran primas postizas: una que se llama Emilia (y terminó casándose con mi primo-primo Juan) y la otra que se llama Flora pero le dicen Chiquita (sí, como a la Legrand). La tía Maruca me llevaba al jardín de infantes, me preparaba la comida, me leía las novelas de Corin Tellado (salvo esas partes picantes que no eran para "los oídos de un niño") y me dejaba jugar con los juguetes que había en la casa. Imaginen: en la casa solo había hijAs. O sea: ni pensar en un autito ni en una pelota número cinco ni nada que se asemejara ni por lejos a un juego de varones. La casa estaba prácticamente tapizada de muñecas. Claro que no era época de Barbies ni de Kenes. Aquellas muñecas eran verdaderas muñecas, con cara de muñeca, manos de muñeca y piecitos de muñeca. Mis primas eran chicas muy puntillosas y a cada una de las muñecas le habían cosido una ropa particular, de modo que cada una tuviera su propia personalidad. Y entre todas ellas, mi preferida era una que estaba ¡vestida de monja! No me pregunten por qué, pero aquella monjita todavía se me aparece de tanto en tanto en algún sueño, como símbolo de lo más tierno de mi infancia. Yo pasaba el día prendido de la monjita. Por las tardes, después del almuerzo, mis primas jugaban a la maestra, me sentaban en una silla y, con un cuaderno GLORIA delante, me iban enseñando las primeras letras. Porque la monjita y yo éramos sus mejores alumnos. Tanto que mi primer año de primaria fue un total aburrimiento porque yo ya sabía leer y escribir a la perfección desde dos años antes. Luego venía la hora de la merienda y la monjita se sentaba a mi lado. Hasta que llegaba el momento más esperado y temido de la jornada.

Cuando caía la noche, en la vieja pantalla del Canal 7, en blanco y negro, aparecían las historias de Boris Karloff. Mis primas se iban a su cuarto porque no les gustaban las historias de terror y yo me quedaba en la sala junto a la tía Maruca que (al igual que yo y aun siendo ella una mujer bien adulta) se hacía encima de miedo pero no podía dejar de mirar la tele. Yo imagino que cada capítulo de la serie no debía durar más de media hora, pero parecían eternos y cuando terminaban mi tía y yo quedábamos temblando. Claro que yo tenía el auxilio de la monjita, que no me dejaba ni a sol ni a sombra.

A eso de las ocho de la noche regresaba mi vieja y la tía Maruca me llevaba de vuelta a casa. Era el momento más triste del día porque tenía que dejar a la monjita (¡ni ahí que mis primas me la iban a regalar!). Eran pocas cuadras entre su casa y mi casa. Y como el susto todavía nos duraba, solíamos hacerlas al trotecito. No fuera cosa que alguno de los monstruos de la pantalla se hubiera escapado y nos acechara oculto en algún zaguán. Muchas veces la tía no se animaba a volver sola y mamá la tenía que acompañar de regreso. ¡Semejante boludona! De aquella época datan mis primeras historias de hombres lobo y de momias que eran vencidos indefectiblemente por una heroína de hábito negro.

Después me hice grande. Ya no necesité que me cuidaran (o eso dijo mi vieja) y le perdí la pista a mi muñeca preferida. Pero no perdí el gusto por escribir historias ni esa atracción extraña por las películas de terror. Mi vieja se murió hace trece años y la tía Maruca anda con ganas de seguirle los pasos, según me han dicho.

Algunas veces me pregunto si esto que soy hoy no es consecuencia directa de esas "peculiaridades" de mi crianza. Vaya uno a saber. No lo podría asegurar puesto que nunca sabré lo que habría sucedido si mi familia hubiera sido como la de los Ingalls. Pero aun así, no dejo de agradecerle a la tía Maruca que me haya presentado a la monjita, la gran amiga de mis primeros años, ni que me haya llenado el pecho con todo ese cariño que necesité para llegar casi a los cincuenta sin riesgos de convertirme en uno más de esos putos viejos y amargados que pululan por ahí. Puto, sí. Viejo, por supuesto. Pero orgulloso de haber vivido sin pedir permiso.


Esto ha sido todo por ahora. Desde las callecitas de la siempre misteriosa Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que ignora todas las causalidades que lo trajeron hasta aquí pero intuye que en esta página hay una pista importante.


Novelas de Carlos Ruiz Zafón