lunes, 5 de enero de 2009

Memorias del corazón


Entre quienes me conocen no falta el o la que me tilda de "pensante", cuando en realidad soy un ser esencialmente "sintiente", si se me permite el neologismo. Lo que sucede es que la mayoría de las personas tenemos la tendencia a simplificar y a quedarnos con el análisis superficial. En mi caso, dicha falta de profundidad se ve plenamente justificada ante la ausencia de vetas dignas de estudio pero hay muchas personas que merecerían ser conocidas más a fondo. Y no viene a cuento dar nombres.

El tema es que pocas veces ahondamos en los hechos y solemos contentarnos con el título de la noticia y eventualmente asomarnos al copete.

Yo me cuento entre las gentes para quienes LAS FIESTAS representan un dolor de ovarios (evadiendo la clásica metáfora machocéntrica). He ahí la causa por la que este fin de año no pasé horas interminables frente a la computadora deseando paz y prosperidad a media humanidad. Las personas que quiero ya saben que las quiero y que les deseo lo mejor en todo momento y no solo cuando la tradición lo impone.

"¡Qué amargo!", opinarán algunos. Y estarían en lo cierto tal vez. Si algo me han enseñado los años que llevo gastando asfalto es que uno no puede ser una campanita a lo largo de las veinticuatro horas del día. Para ello es necesario calzarse una armadura muy pesada que inevitablemente irá desluciéndose con el tiempo a falta de lustre y por exceso de abolladuras.

Pienso que está bárbaro eso de reunirse con la familia, compartir, brindar, reir, llorar, abrazarse y olvidar con un poco de alcohol lo duro de la existencia. Pero siento una profunda frustración ante el tufillo a "puesta en escena" que subyace en todas estas celebraciones. Además de ser una época en la que me resulta inevitable recordar a lxs tantxs que ya no están y que he querido tanto. Tal vez resulte un poco chocante decirlo de este modo pero tengo una inefable capacidad para acumular muertos en el corazón. Para mí quedaron definitivamente atrás aquellas navidades en que todo era alegría y festejo. Hoy tengo muy presentes las sillas vacías, los besos ausentes, los abrazos perdidos, los amores truncados... Y es curioso: mi mente sabe que no están pero mi corazón se empeña en verlos. Mi vieja con su infaltable bittel toné y sus esfuerzos por que todo saliera perfecto, sin máculas que evidenciaran que nuestra familia era tan humana como la que más. Mi viejo y su sangría, fruto de horas y horas de exprimir limones junto a la olla de vino para que al final del festejo todxs elogiaran su esfuerzo con frases de dudosa sintaxis. Mi hermano mayor que, tras treinta y dos años de ausencia, sigue siendo el joven morrudo y melenudo que se gastaba el sueldo en pirotecnia y se reía y disfrutaba como el pendejito de seis que siempre fue. Mi adorada bisabuela, doña Carmen Viera, que con sus cien años de soledad a cuestas presidía la mesa como un Buendía. Y mi amado Jogy, cuyo beso y cuyo amor alegró mis fines de año hasta que se lo llevó el bicho allá por el '86...

Y la lista sigue...

No crean, sin embargo, que soy de esos aguafiestas incapaces de disimular. Lxs demás no tienen la culpa de mis recuerdos. Cierta innata vena actoral me asiste en estas ocasiones y puedo representar (sin estridencias) el papel del padre jocoso, el marido atento y el amigo jodón. Pero mis queridos muertos siguen en mí como siempre y pienso y siento que está muy bien que así sea. Ellos se lo merecen por cuanto me han amado y cuanto los amo todavía.


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Esto ha sido todo por ahora. Desde las tórridas callecitas de la siempre misteriosa y mágica Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires, se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad del que podrán decirse muchas cosas, podrán enrostrársele miles de defectos pero jamás con justicia que su corazón carece de memoria.

Y FELIZ 2009... ¡qué rayos!

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