martes, 26 de agosto de 2008

COSA DE CHINOS


Han terminado los Juegos Olímpicos de Beijing y comienza así una nueva Olimpiada. Estoy seguro de que (al igual que yo) todxs habrán quedado deslumbradxs por la magnificencia de las ceremonias (de apertura y de cierre) y por la belleza y originalidad de un espectáculo que ya brilla en los anales de la historia. Cosa de chinxs.

En medio de tanto asombro y admiración, debo confesar una pizca importante de sana envidia (si es que tal sentimiento existe). Miles y miles y más miles de chinxs trabajando mancomunadamente, aportando lo mejor de sí, conscientes de que el éxito de todxs dependía del desempeño de cada unx, para brindar al mundo una muestra inigualable de talento y puro arte.

Es cierto que el estado chino invirtió mucho dinero para organizar los juegos más fastuosos que pueda recordar la humanidad, pero lo que allí se vio rebasa holgadamente el límite de lo que pueda conseguirse solo con billetes. El oro no compra creatividad desde la nada. El vil metal no engendra imaginación ni buen gusto, sino tan solo la posibilidad de concretarlos. Siempre y cuando lo asista la inteligencia para desarrollar la tecnología necesaria. La infraestructura edilicia, la administración de los recursos humanos, la campaña mediática, las ceremonias, todo el trabajo emprendido en pos del lucimiento en estos Juegos da pruebas de una capacidad organizativa lindante con la perfección. Aun a sabiendas de sus contradicciones y miserias, mis sinceros respetos a una nación cuya cultura ya iluminaba los anhelos de la humanidad cuando América y Europa todavía se debatían entre la piedra y el garrote.

De puro asombro, disfruté la ceremonia de apertura sin poder cerrar la boca. Los ojos no me alcanzaban para aprehender tanto detalle. Mi comprensión era incapaz de abarcar tanta hermosura... Y como una voz en off dentro de mi cabeza, mi costado masoquista preguntando cuál habría sido el resultado si nosotrxs (lxs argentinxs) hubiéramos sido lxs organizadores. De haberlo tenido, habríamos gastado la misma cantidad de dinero (o más) pero para presentar algo mucho más opaco y deslucido. Millones y millones engordando las cuentas bancarias de los funcionarios de turno, contratos fraudulentos, artistas mal pagados y todos los etcéteras que puedan imaginar, para terminar echándole la culpa a lxs demás por los errores cometidos y asignándose a sí mismos cada acierto. Cosa de argentinxs.

Como nación (si es que lo somos) tenemos mucho que aprender. Lástima que (en estos casos) haya tan pocxs argentinxs dispuestxs a tomar apuntes. Y en medio de esa ensalada tragicómica también lxs miembrxs de la comunidad LGBT tenemos asignado nuestro bolo. Porque en éste, como en tantos otros aspectos, los gays, las lesbianas y lxs trans somos como todxs lxs demás.

Toda generalización es por lo menos injusta (cuando no antojadiza o malintencionada). Sin embargo, dado que lo mío no es la sociología sino apenas una opinión personal (tan subjetiva como falible) siento que tenemos un especial talento para construir barreras infranqueables a base de pura mezquindad e intolerancia. Nos cuesta unir fuerzas para lograr un objetivo común o, cuando lo hacemos, nos arrancamos los ojos para ser reconocidxs como lxs únicxs adalides en la lucha. El grueso de la comunidad se limita a criticar lo que se hace y lo que no sin comprometerse demasiado y una minoría se asocia en decenas o cientos de organizaciones en defensa de los derechos LGBT, todas por separado e incluso enemistadas entre sí. Surgen de ese modo dirigentes atornilladxs a sus cargos que se confunden a sí mismos con la institución a la que debieran servir, otrxs para quienes dicha institución es más importante que las bases que (se supone) representan o (escudadxs en ello) personajes que se olvidan de su rol de activistas y se limitan a buscar errores en la tarea de los demás.

El espectáculo de lxs chinxs fue maravilloso y (más allá de que para lxs occidentales todxs lxs chinxs parecen iguales) ninguno de ellxs se destacó en el conjunto. Sabiéndose cada unx parte fundamental del todo, ningunx alzó la voz para reclamar el crédito. Humildad y conciencia de grupo que le dicen... Cosa de chinxs.


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Esto ha sido todo por hoy. Desde las callecitas de la siempre misteriosa Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que, a pesar de lo que opine, es tan argentino como el que más.

1 comentario:

Gustavo dijo...

En todos lados se cuecen habas, mi amigo.
Pero los chinos son inigualables, sin duda. (Y no estoy hablando únicamente de las olimpíadas).

Le dejo un besote desde la otra orilla.

Novelas de Carlos Ruiz Zafón