domingo, 21 de septiembre de 2008

UNA GRAN DEUDA PENDIENTE

De izquierda a derecha: Alex Freyre, coordinador general de FBAS, Marcela Romero, Valeria Ramírez, Ingrid Pellicori y Facundo García, responsable del Área de DDHH y Diversidad Sexual del CIPSBA. (Fotografía de Inés Giménez).

Yo la conozco. Al nacer, sus padres le dieron un nombre que no era para ella y, después de algunos años, tuvo que corregir el error y se llamó a sí misma Valeria. Igual yo le digo "hermanita putativa". Lo de "hermanita" es porque compartimos el mismo apellido y lo de "putativa" porque... ejem... al buen entendedor, pocas palabras.

Desde hace tiempo se la ve trajinar de aquí para allá por Constitución, un barrio que (sin ser oficialmente una zona roja) congrega a centenares de personas que buscan en el sexo callejero una fuente de subsistencia. Y entre todxs ellxs, las chicas trans se destacan ostensiblemente. Son ellas las que suelen acudir a la sede de la Fundación Buenos Aires Sida, donde Valeria y las otras chicas del equipo las reciben y las escuchan. Porque Valeria es de las pocas que prefieren ocuparse a preocuparse. Con la FBAS como marco institucional, ella se ocupa de que las chicas trans reciban su caja de alimentos; que tengan preservativos para trabajar; les gestiona subsidios habitacionales para que puedan dormir dignamente bajo techo; las aconseja y las insta a concurrir al Hospital Ramos Mejía donde funciona un servicio especialmente diseñado para ellas y, en general, se esfuerza por ESTAR al pie del cañón cuando se la necesita. Valeria trabaja en favor de sus pares y, hoy en día, sin buscarlo, se ha transformado en una activista por los derechos de esas chicas trans que todo el mundo pretende no ver. Una activista que va a los bifes, justamente. Porque a ella no le pidan elucubraciones teóricas, no le pidan discursos. Ella es de las que se arremangan y van a los hechos sin dar vueltas.

Aunque para todo hay excepciones.

El lunes 15 de septiembre, en el Salón Juan Domingo Perón de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, se llevó a cabo una actividad organizada por el CIPSBA (Centro de Iniciativas y Políticas del Socialismo para Buenos Aires). La idea era la de poner de manifiesto las condiciones de vida de personas travestis, transexuales y transgéneros en nuestro país en función de los prejuicios en las prácticas sociales más cotidianas. Una iniciativa más que altruista por parte de los dirigentes del Partido Socialista, el único partido político que hasta ahora se ha hecho eco de las necesidades de la comunidad LGBT.

La fecha no era propicia: ese mismo día, el modisto Roberto Piazza festejaba su unión civil con Walter Vásquez y toda la comunidad LGBT estaba conmocionada por el evento. Un evento que (curiosamente) se anunció con el rótulo de "casamiento", como si las personas de nuestra comunidad contáramos con el derecho legal de contraer matrimonio como cualquier hijo de vecino. A mi juicio, solo un fatuo despliegue de glamour devenido en una seudoreivindicación de nuestra lucha y nuestra plena ciudadanía. Sin embargo, la sala de la Legislatura fue colmada por quienes deseaban estar presentes en un evento de marcada relevancia: al fin y al cabo, era la primera vez que las chicas tomaban protagonismo en ese ámbito sin tener que recurrir a la denuncia airada y a la violencia.

En primer lugar, la actriz Ingrid Pelicori interpretó un monólogo de Griselda Gambaro, titulado “El nombre”, que formó parte del ciclo “Teatro x la Identidad”. A continuación, tomaron la palabra (a modo de charla-debate) Marcela Romero, Presidenta de la Asociación Travestis, Transexuales, Transgénero Argentinas (ATTTA) y mi querida Valeria Ramirez, Coordinadora de la sede Constitución de la Fundación Buenos Aires SIDA.

Era su primera vez (quién hubiera imaginado que a estas alturas a mi hermanita le quedaba algo virgen) y como en toda primera vez, hubo miedo, nervios, inseguridades y titubeos. Pero pudo sacar afuera una historia que llevaba muy adentro, reprimida y silenciada como ella misma lo estuvo en los años más oscuros de nuestra historia reciente. Valeria nos contó a todxs lxs allí presentes lo que fue para las personas trans sobrevivir en los calabozos del Pozo de Bandfield, uno de los centros de detención más cruentos de la última dictadura. Pocxs son lxs que hoy ignoran o niegan lo que sucedía por aquellos años en nuestro país convertido en una gran prisión donde una palabra podía ser la diferencia entre la vida o la muerte. Para todxs fue difícil pero para Valeria y sus pares la cosa fue peor. En el Pozo de Bandfield todo tenía un precio y en el caso de ellas la moneda de cambio no era otra cosa que su cuerpo. Con desgarradora simpleza, Valeria supo relatarnos el abuso, la humillación y la deseperanza que signó aquella época de su vida.

"A nosotras no nos torturaron con picana. Pero para poder comer, para poder tomar un vaso de agua, para poder ir al baño debíamos acceder a la violación. Violación a todo nivel: física, psíquica y moral" dijo. "Yo ejercí la prostitución porque no tenía trabajo y me duele que hoy siga pasando lo mismo en todo el país. Por lo tanto les pido políticas de empleo para las personas trans. Con nosotras hay una deuda pendiente que la democracia todavía no resolvió: hay políticas solidarias para adultos mayores, para niñas, niños y adolescentes, políticas para mujeres, para personas con discapacidad pero para nosotras nada hasta el momento. En todo caso, solo políticas represivas".

"Nosotras fuimos perseguidas políticamente por nuestra militancia o por nuestra identidad de género. Ninguna de mis compañeras de cautiverio sobervivió y hoy todavía siguen muriendo por la falta de acción de la democracia. Queremos una democracia que nos incluya y nos respete a todas".

Palabras más, palabras menos, esas fueron las ideas que Valeria expuso el lunes en la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, un órganismo público que debería velar por el bienestar de todxs sus ciudadanxs pero que hace la vista gorda ante muchos atropellos, amparados por el manto del prejuicio, el desprecio y la indiferencia de la sociedad.

Nada tengo yo para agregar. Salvo mi reconocimiento y la pública exteriorización de mi cariño hacia mi hermanita putativa que se la juega día a día por lo que considera justo.


Eso es todo por hoy. Desde las callecitas de la siempre misteriosa Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que quiere rescatar los esfuerzos cotidianos de personas como Valeria, para que pierdan su anonimato y alcancen el sitial que en verdad se merecen.

Novelas de Carlos Ruiz Zafón