jueves, 20 de septiembre de 2007

Gays que tienen pelota


Como muchos sabrán (y los que no, se enteran ahora), entre el 23 y el 29 de septiembre (o sea, la semana que viene), se desarrollará en la siempre misteriosa Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el Campeonato Mundial 2007 de Fútbol Gay. Lo organiza la IGLFA (International Gay and Lesbian Football Asociation) y contará con la participación de numerosas delegaciones de distintas partes del mundo. Quien quiera más detalles sobre el evento puede dirigirse a la página web de la IGLFA.

Mi idea de hoy es otra.

Cuando me puse al tanto de este torneo, lo primero que me pregunté fue: "¿desde cuándo las maricas sabemos de fútbol?". Sin duda respondiendo al heterotipo.

Ya sé que hay de todo en la viña del señor. Incluso he tenido contacto (no físico ¡válgame dios!) con cierto tristemente célebre personaje que alardea de sus simultáneas condiciones de gay e hincha fanático del "fuchibol". Conozco otros que son capaces de ver un partido completo sin concentrarse exclusivamente en las piernas, los culos y los bultos de los jugadores. ¡Y a otros que hasta pueden diferencias las camisetas de Platense y de Chacarita! Pero convengamos que la pasión futbolística no suele ser lo nuestro. Si habláramos de tenis o de natación sería otra cosa. ¿Gimnasia artística? Totalmente de acuerdo. ¡Ni hablar si se trata de patinaje! Pero ¿fútbol...?

El fútbol entraña una extraña mística que, cual si fuera un dogma sin libro sagrado (el libro de Sebrelli que lee mi amigo Bellota no cuenta), alienta y exacerba los aspectos más irracionales y miserables del macho universal.

Al respecto, hay varios artículos interesantes en el número de agosto de la revista
GUAPO. Se los recomiendo.

Quien más, quien menos, las historias de todos los gays tienen elementos que se repiten. En el caso de los gays latinos y europeos (habida cuenta del fervor que despierta en esos pueblos el hecho de pegarle a la pelotita), nuestro acercamiento traumático a las pasiones futbolísticas puede ser uno de ellos.


Recuerdo las clases de educación física durante la primaria. La total y absoluta falta de coordinación entre mis piernas era el hazmerreir de todo el colegio y generaba burlas que iban de lo mordaz a lo lisa y llanamente denigrante. En cuanto a fútbol se refiere, no le está permitido al varón carecer de una mínima destreza para manejar la pelota (la de cuero, se entiende). El que juega mal recibirá de inmediato insultos más o menos violentos y siempre relacionados con su supuesta falta de masculinidad. Así pues, cuando uno es chico y ya experimenta (muchas veces sin conciencia) los conflictos de su identidad sexual, epítetos tales como "puto", "comilón", "culiado" y similares tienen el mismo efecto que una lluvia de puñetazos. Supongo que el niño hétero también puede llegar a padecerlos, en la medida del desarrollo de su sensibilidad (no sé porque nunca lo fui), pero en el niño homosexual genera una reverberación perniciosa y traumática. Es una etapa en la que uno no desea ni siquiera oir hablar de esas cosas. En consecuencia, opta por emular al León Melkiades y conlcuye que no le gusta el fútbol, para orientarse hacia el mundo de la danza clásica donde la gracia y la delicadeza comulgan con la necesidad de belleza y armonía.

En cada patido de fútbol se pone en juego nada más y nada menos que la hombría, tanto de los jugadores como de los espectadores. Lo importante es humillar al contrario. De este modo, el que gana "le rompe el culo" al que pierde, tal como lo manifiesta la mayoría de los cantitos domingueros, siempre predispuestos a hacer uso de la metáfora sexual para completar la deshonra los derrotados. Al fin y al cabo, el juego consiste en "meterla atrás". Es tal vez una forma de disimular sentimientos que deben mantenerse en las sombras. Otras veces, incluso, la violación que representa la derrota se paga con muertes.

Junto a la escuela, la iglesia y el ejército, el fútbol es una herramienta más que la sociedad machista y homofóbica emplea para criarnos "bien machitos". Sin embargo, es evidente que genera "admiraciones" peligrosamente lindantes con el amor de un hombre hacia otro hombre. ¿Será por eso que hay que enmascarar estos sentimientos tras el cuestionamiento de la sexualidad del perdedor? ¿Todo es una fachada, como cuando dos amigos se encuentran y se golpean como demostración de afecto? ¿El fútbol resulta entonces un deporte de putos que no han salido del armario?


Será quizás para ahuyentar estas ideas que, hasta el momento, el Comité Organizativo de la IGLFA World Championship 2007 no ha contado con el apoyo (¡chan!) más que verbal de la AFA (Asociación del Fútbol Argentino). Nadie conoce las caras de los Dogos (miembros del seleccionado argentino gay) ya que los medios casi no se ocuparon del evento y los pocos que lo hicieron optaron por la burla y la ridiculización. Tampoco han aprovechado la ocasión las grandes marcas para sponsorear al equipo nacional. Como dijo Tomás Gómez, presidente de la IGLFA: "Es decepcionante que las empresas privadas de vuestro país (Argentina) hayan decidido no participar. Yo les diría que autoanalizaran su departamento de marketing, ya que en estos momentos la mejor publicidad en el mundo es la relacionada con nuestra comunidad".

Es evidente que el mandato cultural pesa más que los billetes. Máxime si tomamos en cuenta que los campeonatos de la IGLFA incluyen también a equipos femeninos. ¡Horror de horrores! Es como si los gays y lesbianas llegáramos para derribar cuanto ícono machista permanezca en pie.

Para cerrar, transcribo parte del final de una de las notas publicadas por la revista GUAPO:

"La necesidad de la existencia de un Mundial de Fútbol Gay (...) pone de manifiesto el estatus hmofóbico del ambiente futbolístico (...). Y a pesar de que un mundial de jugadores gays corre el riesgo de transformarse en una especie de ghetto de exhibición, sin embargo, puede servir para hacer visible una obviedad como que los manzanos dan manzanas y los naranjos, naranjas: que el fútbol jugado por gays y el fútbol jugado por heterosexuales es el mismo juego".



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Esto ha sido todo por hoy. Desde las callecitas de la siempre misteriosa Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que se apresta, después de varias décadas, a pisar las gradas de un estadio para ver a 22 personas peleando por una pelota.


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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente artículo, Huije.
Sos periodista???? deberías serlo, si no.

Saludines

Violeta z dijo...

Víctor:
Cuántas otras cosas son parte de la socialización machista y homofóbica. A mí me parece interesante que,desde los códigos rígidos de estas dominaciones comunicacionales, se ponga en cuestión los concepto de masculinidad. Creo que existen masculinidades, diversas, como sin duda ocurre con la experiencia futbolística...
Tras lo aparentemente obvio hay mucho aún que descubrir...
Gracias por tus visitas sismpre geniales en mis blog!
Besos
desde el laberíntico Valparaíso, hoy la geografía de la nostalgia

Novelas de Carlos Ruiz Zafón