Blumberg: Y cuando asuma la Gobernación voy a meter bala a los piqueteros, se va a acabar la inseguridad, voy a...
Enfermera: Sí, claro, ingenie... digo... sr. Blumberg... Bueno, tómese la pastilla y métase en la camita que ya apagan las luces.
Encontré este artículo en "La Lectora Provisoria" y me pareció piola compartirlo con todas y todos. La foto es del inefable Doctor Lecter.
El ingeniero Blumberg
Lo que hay que tener en política
por Tomás Abraham
Hay que saber en dónde se mete uno cuando ingresa en la política. Hay que tener banca en serio. Un señor que usa el título en asesorías textiles es un asunto frecuente. Recuerdo que cuando trabajaba en la empresa familiar también del rubro textil, debía compartir horas de trabajo con un ingeniero italiano que asesoraba en sistemas de trabajo. Mi viejo pensaba que de ingeniero sólo tenía la distinción pero no le importaba. Era un modo de categorizarse y de tener tarjetita. El otro día cuando le pregunté qué pensaba del asunto Blumberg, me dijo que no veía en dónde estaba la sorpresa, ya sabía que podía no ser ingeniero por su especialidad en el rubro fabril.
Pero cuando se ingresa en la política, decía, hay que saber en qué terreno uno se mueve. Cuando se tiene poder y verdadera banca, lo que hizo y deshizo un Aníbal Fernández en Quilmes, no se habla de eso, o cuando se lo hace es letra chica. Lo que llevó a cabo el presidente y su esposa, con sus títulos en regla de la Universidad de La Plata en Río Gallegos para quedarse con las propiedades a disposición de los abogados por la estafa de Martínez de Hoz en la época de la juventud maravillosa, es letra chica. Qué hizo con los billetes de la gente de toda una provincia, unos mil millones de dólares, en dónde están y qué se hizo centavo por centavo en diez años, es letra chica. Las funciones de Alberto Fernández con Cavallo y Menem, de Filmus con Decibe y Grosso, es letra chica. La mano de Maradona en el 86 es letra enorme y glorioso recuerdo. Para quienes creen que este blog es tendencioso, agrego, para que los espíritus equitativos se llenen la panza con rico antipasto, que también es letra chica lo que hizo el auténtico ingeniero Macri en Morón y otras dependencias.
El no título del ingeniero trucho es lo que es. Una boludez. Pero el lamentable suceso quizás sea un favor que le hace la diosa Fortuna, a él, y a los bonaerenses. Quizás, con un poco de suerte, lo aleje de la política, porque no basta ser un padre desesperado, para lo que tiene un diploma con todas las de la ley –ley de la mafia claro–, sino además saber con quién uno se mete y de qué se trata.
Blumberg mintió, le creció la nariz. Su mala praxis no parece haber tenido víctimas porque sus empleadores lo han respetado por su trabajo. Pero nos mintió a nosotros, ingenuos ciudadanos –como repiten hasta el hartazgo en Radio 10 la virgencita Feinmann y el obispo Oro.
Pensar que el juicio por el jardinero de De la Rúa sigue su curso y los ladrones de gallinas tanta piedad producen en los espíritus progresistas. Hay dos sanas lecciones que nunca se dejan de aprender. Un espíritu puritano, rigurosamente kantiano y severo, puede pisar una banana. La otra, que meterse en la política exige tener buenos amigos, de los pesados. No alcanza con una tribu de usadores de apellido de un hombre perdido y dolido para ascender a la gobernación de la provincia.
Enfermera: Sí, claro, ingenie... digo... sr. Blumberg... Bueno, tómese la pastilla y métase en la camita que ya apagan las luces.
Encontré este artículo en "La Lectora Provisoria" y me pareció piola compartirlo con todas y todos. La foto es del inefable Doctor Lecter.
El ingeniero Blumberg
Lo que hay que tener en política
por Tomás Abraham
Hay que saber en dónde se mete uno cuando ingresa en la política. Hay que tener banca en serio. Un señor que usa el título en asesorías textiles es un asunto frecuente. Recuerdo que cuando trabajaba en la empresa familiar también del rubro textil, debía compartir horas de trabajo con un ingeniero italiano que asesoraba en sistemas de trabajo. Mi viejo pensaba que de ingeniero sólo tenía la distinción pero no le importaba. Era un modo de categorizarse y de tener tarjetita. El otro día cuando le pregunté qué pensaba del asunto Blumberg, me dijo que no veía en dónde estaba la sorpresa, ya sabía que podía no ser ingeniero por su especialidad en el rubro fabril.
Pero cuando se ingresa en la política, decía, hay que saber en qué terreno uno se mueve. Cuando se tiene poder y verdadera banca, lo que hizo y deshizo un Aníbal Fernández en Quilmes, no se habla de eso, o cuando se lo hace es letra chica. Lo que llevó a cabo el presidente y su esposa, con sus títulos en regla de la Universidad de La Plata en Río Gallegos para quedarse con las propiedades a disposición de los abogados por la estafa de Martínez de Hoz en la época de la juventud maravillosa, es letra chica. Qué hizo con los billetes de la gente de toda una provincia, unos mil millones de dólares, en dónde están y qué se hizo centavo por centavo en diez años, es letra chica. Las funciones de Alberto Fernández con Cavallo y Menem, de Filmus con Decibe y Grosso, es letra chica. La mano de Maradona en el 86 es letra enorme y glorioso recuerdo. Para quienes creen que este blog es tendencioso, agrego, para que los espíritus equitativos se llenen la panza con rico antipasto, que también es letra chica lo que hizo el auténtico ingeniero Macri en Morón y otras dependencias.
El no título del ingeniero trucho es lo que es. Una boludez. Pero el lamentable suceso quizás sea un favor que le hace la diosa Fortuna, a él, y a los bonaerenses. Quizás, con un poco de suerte, lo aleje de la política, porque no basta ser un padre desesperado, para lo que tiene un diploma con todas las de la ley –ley de la mafia claro–, sino además saber con quién uno se mete y de qué se trata.
Blumberg mintió, le creció la nariz. Su mala praxis no parece haber tenido víctimas porque sus empleadores lo han respetado por su trabajo. Pero nos mintió a nosotros, ingenuos ciudadanos –como repiten hasta el hartazgo en Radio 10 la virgencita Feinmann y el obispo Oro.
Pensar que el juicio por el jardinero de De la Rúa sigue su curso y los ladrones de gallinas tanta piedad producen en los espíritus progresistas. Hay dos sanas lecciones que nunca se dejan de aprender. Un espíritu puritano, rigurosamente kantiano y severo, puede pisar una banana. La otra, que meterse en la política exige tener buenos amigos, de los pesados. No alcanza con una tribu de usadores de apellido de un hombre perdido y dolido para ascender a la gobernación de la provincia.
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