Repito el posteo del año pasado en mi fotolog porque nunca lo había publicado aquí y, además, porque sigo pensando y sintiendo lo mismo (por más que me pese, soy bastante conservador).
Como buen acuariano, lo mío ha sido siempre la originalidad. Lustros y lustros de esfuerzo para alcanzar la vanagloria de ser diferente al resto de los mortales. Aunque debo admitir que no siempre lo he logrado. Pero ya es demasiado tarde para lágrimas.
Sin embargo, gracias al voluble temperamento de mi madre, hay un aspecto en el que decididamente he conquistado el lúdico podio de lo irrepetible: ¡Qué rayos! Que el mundo se entere: YO TUVE TRES PADRES.
Atenti, que semejante confesión no alimente vanas envidias. Yo tuve tres padres, pero de los tres no hago uno.
El primero de mis padres fue el señor C., quien puso la semillita y huyó raudamente para reaparecer en mi vida tras 24 años de ausencia, lleno de culpa y remordimiento. De él aprendí que uno debe hacerse cargo de sus errores y que el tiempo perdido nunca se recupera. Tal vez ya haya muerto. No lo sé. Tal vez nunca existió y fue solo un sueño de mi madre para que yo naciera.
Mi segundo padre fue el señor V., quien me dio el nombre y el apellido. Al parecer fue un fantasma que solo se corporizó para dejar su huella endoplasmática en mi partida de nacimiento. De todos modos, fuera quien fuera, de él aprendí a ser solidario y desinteresado. A dar sin esperar recompensa.
Pero el más importante de mis padres fue, sin dudas, el señor J., quien con todas sus limitaciones y cortedades supo contribuir a mi alimentación, a mi educación, a mis alegrías y a mis rencores. De él aprendí (por psicología inversa) que nunca hay que callarse; que uno debe comprometerese siempre con lo que piensa pero aun más con lo que siente; que no es vergüenza el demostrar cariño; que no es tan relevante que los demás vean que uno es macho.
Con todos los contras que se me ocurren, él fue mi verdadero padre. Al fin de cuentas, el único que tuve. El único al que me hubiera gustado contarle frente a frente quien soy. Lástima que él (por macho que pareciese) nunca tuvo los cojones suficientes para escucharme. Un gran escapista mi viejo. Pero aunque parezca mentira, con sus actitudes esquivas y mezquinas, me ayudó a ser el padre que soy. Y sé que, desde la nube que le tocó en suerte, ha de estar mirándome con un poquito de orgullo.
Mirando este video lo recordé con una lágrima y también me vi en él como un fantasma que alguna vez dejó su castillo en busca de un regreso a la vida.
Sin embargo, gracias al voluble temperamento de mi madre, hay un aspecto en el que decididamente he conquistado el lúdico podio de lo irrepetible: ¡Qué rayos! Que el mundo se entere: YO TUVE TRES PADRES.
Atenti, que semejante confesión no alimente vanas envidias. Yo tuve tres padres, pero de los tres no hago uno.
El primero de mis padres fue el señor C., quien puso la semillita y huyó raudamente para reaparecer en mi vida tras 24 años de ausencia, lleno de culpa y remordimiento. De él aprendí que uno debe hacerse cargo de sus errores y que el tiempo perdido nunca se recupera. Tal vez ya haya muerto. No lo sé. Tal vez nunca existió y fue solo un sueño de mi madre para que yo naciera.
Mi segundo padre fue el señor V., quien me dio el nombre y el apellido. Al parecer fue un fantasma que solo se corporizó para dejar su huella endoplasmática en mi partida de nacimiento. De todos modos, fuera quien fuera, de él aprendí a ser solidario y desinteresado. A dar sin esperar recompensa.
Pero el más importante de mis padres fue, sin dudas, el señor J., quien con todas sus limitaciones y cortedades supo contribuir a mi alimentación, a mi educación, a mis alegrías y a mis rencores. De él aprendí (por psicología inversa) que nunca hay que callarse; que uno debe comprometerese siempre con lo que piensa pero aun más con lo que siente; que no es vergüenza el demostrar cariño; que no es tan relevante que los demás vean que uno es macho.
Con todos los contras que se me ocurren, él fue mi verdadero padre. Al fin de cuentas, el único que tuve. El único al que me hubiera gustado contarle frente a frente quien soy. Lástima que él (por macho que pareciese) nunca tuvo los cojones suficientes para escucharme. Un gran escapista mi viejo. Pero aunque parezca mentira, con sus actitudes esquivas y mezquinas, me ayudó a ser el padre que soy. Y sé que, desde la nube que le tocó en suerte, ha de estar mirándome con un poquito de orgullo.
Mirando este video lo recordé con una lágrima y también me vi en él como un fantasma que alguna vez dejó su castillo en busca de un regreso a la vida.
Hace algunos años, en Chile, escribí un texto que exponía mis miedos. Transcribo un fragmento:
"Todo hijo debería saber quién es su padre. Y esto no significa saber cuál es su nombre o conocer el color de sus ojos o el sonido de su voz. Un hijo debería conocer los sueños de su padre, compartir sus éxitos y, por lo menos, intuir sus miedos y fracasos. Yo le temo al olvido. El tiempo y la ausencia son una topadora que arrasa con amores y caricias. Sé que inexorablemente llegará el día en que mi imagen les llegue [a mis propios hijos], desde este país que siempre será extraño, como a través de un vidrio esmerilado. Ese día han de poner en la misma balanza sus necesidades y mi exilio, empezarán a odiarme en secreto y, en el seno de sus almitas ya no tan inocentes, la confianza perderá terreno frente al rencor y la tristeza. Será un modo singular de repetir la historia".
Esta es una de las causas por las que regresé.
Para frustrar mi propio vaticinio.
A veces la vida nos obliga a elegir entre dos amores. A mi modo, ya he pedido perdón a quien lo merecía y sé que él me ha perdonado.
Hoy recibo el saludo amoroso y sincero de mis hijos y constato una vez más que tomé la decisión correcta... Aunque alguna que otra tarde de lluvia melancólica me siga preguntando "¿qué habría sucedido si...?".
Vaya desde aquí un beso para mis padres. Pero en especial a uno, el único abuelo que mis hijos conocieron.
"Todo hijo debería saber quién es su padre. Y esto no significa saber cuál es su nombre o conocer el color de sus ojos o el sonido de su voz. Un hijo debería conocer los sueños de su padre, compartir sus éxitos y, por lo menos, intuir sus miedos y fracasos. Yo le temo al olvido. El tiempo y la ausencia son una topadora que arrasa con amores y caricias. Sé que inexorablemente llegará el día en que mi imagen les llegue [a mis propios hijos], desde este país que siempre será extraño, como a través de un vidrio esmerilado. Ese día han de poner en la misma balanza sus necesidades y mi exilio, empezarán a odiarme en secreto y, en el seno de sus almitas ya no tan inocentes, la confianza perderá terreno frente al rencor y la tristeza. Será un modo singular de repetir la historia".
Esta es una de las causas por las que regresé.
Para frustrar mi propio vaticinio.
A veces la vida nos obliga a elegir entre dos amores. A mi modo, ya he pedido perdón a quien lo merecía y sé que él me ha perdonado.
Hoy recibo el saludo amoroso y sincero de mis hijos y constato una vez más que tomé la decisión correcta... Aunque alguna que otra tarde de lluvia melancólica me siga preguntando "¿qué habría sucedido si...?".
Vaya desde aquí un beso para mis padres. Pero en especial a uno, el único abuelo que mis hijos conocieron.
************************************************************
Esto ha sido todo por hoy. Desde las callecitas de la siempre misteriosa Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que (a pesar de los pesares) añora aquellos años en los que tenía que comprar regalos para estas épocas.
1 comentario:
Conozco esa sensación... Podrías tener como para elegir, pero en realidad esto último se queda demasiado grande...
Entonces acabas inspirando tu vida en aquéllo visto o vivido, aprendiendo..., sin saber más allá de lo que es o lo que fue.
Mil besos directos a esas callecitas de la siempre misteriosa Buenos Aires.
Publicar un comentario