A veces las reseñas cinematográficas nos engañan. O se quedan solo en la superficie del argumento y no nos hablan de lo que hay verdaderamente en lo más profundo de la trama.
Dice el filósofo contemporáneo Pancho Ibáñez que todo tiene que ver con todo. Así, los vínculo entre las cosas y los hechos son infinitos y muchas veces insólitos e inesperados. Por ejemplo, hace unos días me acordaba de la tía Pilar, aquella tía postiza que fuera tan amiga de la Emma. La que me decía "gurí".
Hay canciones que a uno lo acompañan desde siempre. No sé cuándo escuché por primera vez esta canción pero sé que ya la canturreaba cuando apenas si sabía hablar. Recuerdo que yo era chiquito (¿cinco? ¿seis años?) y una amiga de la Emma, una entrerriana llamada Pilar, me escuchó cantarla bajito mientras dibujaba tirado en el suelo de la casa de la calle Paso. En eso entró mi vieja y habló fuerte. Entonces Pilar la hizo callar.
- ¿No ves que el gurí está cantando? -le reprochó.
Y como yo me había callado de repente, Pilar me dijo:
- Seguí nomás, gurí. Pero ahora cantala sin vergüenza, que la tía Pilar ya está medio sorda.
No era cierto. Pilar no era sorda. Era una de las minas más lúcidas y alegres que haya conocido, aunque su mirada fuera de las más tristes. No podría corroborarlo (porque yo era chico todavía y había muchas cosas que no alcanzaba a comprender) pero estoy segurísimo de que su vida no había sido sencilla. Sin embargo, con su sempiterno cigarrillo entre los dedos, cuando era necesario se las arreglaba para sonsacarte una sonrisa a como diera lugar. Era una mina de campo, medio guasa para hablar, siempre con esa voz estruendosa que no concordaba con su cuerpito diminuto.
Esa tarde yo canté a voz en pecho por primera vez en mi vida. Y ella bailó con ampulosos pasos de vals. Y nos reímos. Y me abrazó al terminar. Porque ella siempre me abrazaba. Aunque no cantara.
Ese es uno de los primeros recuerdos que me trae esta canción, el de la tía Pilar, que un día no volvió a aparecer por casa. Fue por la época en que la Emma anunció que se iba a casar otra vez. El Gordo a la tía no le gustaba nada. Lo sé porque una vez la escuché decírselo a la Emma (el departamentito de la calle Paso era tan diminuto que era imposible no escuchar lo que cualquiera hablara por los rincones). Imagino que las amigas se habrán peleado por eso y el paso de los años reavivó mi cariño hacia aquella pajuerana entrañable que supo ver lo que la Emma no.
Otro recuerdo asociado con esta canción me lleva a mis trece años, cuando la Emma comenzó a presionarme para que estudiara inglés. Yo no quería. Siempre sentí un extraño rechazo por ese idioma y poco ha cambiado desde ese entonces hasta hoy. Por eso, un día, mientras canturreaba "No soy de aquí..." decidí que me gustaban "las canciones en francés" y me inscribí en la Alianza Francesa.
Cinco años después, siendo yo un alumno avanzado ya, la profe dividió el curso en grupos y nos propuso escribir un pequeño guión, cómico o dramático, para representar ante todos. Joji y yo éramos carne y uña, él tocaba muy bien la guitarra y, una tarde en que nos reunimos en su casa para organizar el trabajo, lejos de pensar en un guión y mucho menos de hablar en francés, nos pusimos a cantar. Fue una gordita, cuyo nombre ya no recuerdo, la que tuvo la idea que nos sacó las castañas del fuego. Nuestro trabajo sería un resumen de aquella reunión hasta ese momento infructífera.
- Pero vamos a tener que traducir la canción -acotó María Rosa, la mayor del grupo, que tendría por entonces unos veinticinco.
Así fue como terminé cantando en francés en público por primera vez en mi vida ("J'suis pas d'ici et de nulle part / Je nái pas d'âge ni d'avenir / et être hereux est ma couleur d'identité"). Y el éxito fue tal que a la profe se le ocurrió una idea delirante: reunir todos los trabajos y representarlos ante todos los cursos de la sede. No todos se animaron, pero los que sí nos pusimos las pilas para que todo saliera a pedir de boca. Estudiábamos entonces en la sede de Ramos Mejía y el día de la representación asistió la directora de la Alianza de Flores, quien quedó tan entusiasmada que nos invitó a hacer una presentación también en su sede. Así fue cómo terminamos haciendo representaciones también en Almagro, en Belgrano y en Caballito. Y no llegamos a la sede central de la Avenida Córdoba porque no fue posible coordinar una fecha libre en el auditorio. En lo personal, fue un año glorioso el año ochenta. Y hubiera sido perfecto, si no hubiera existido el marco dictatorial que lo cercaba.
Muchas más historias me unen a esta canción. No todas tan felices. Incluso la de mi mala comprensión de la letra que, a lo largo de muchos años, me llevó a asociar las palabras de su título con esta otredad que siempre me acompaña, esta sensación de no hallar mi sitio en el mundo, de sentirme siempre ajeno, en una dimensión a la que el resto de los mortales no tiene acceso. Nada más contrario a la idea de Facundo Cabral, un tipo que no era de aquí ni de allá porque era de todos lados, porque era un tipo universal, alguien que, fuera donde fuera, sentía ese suelo como propio.
No obstante, no soy tan extraño como algunos suponen. Ser feliz también "es mi color de identidad". Lo que pasa es que cada quien es feliz como y cuando puede... Y quien te dice que mi cuándo hayan sido estos meses tan oscuros de la cuarentena y mi cómo, este tardío aprendizaje de vivir a solas conmigo mismo.
Las locas llevan en su misma esencia la temeridad. La temeridad de ser quienes son sin condiciones. No conocen otro modo y quienes escondemos bajo la alfombra varias cobardías sabemos venerarlas.
Domingo Faustino Sarmiento fue un adelantado a su época. Ya en el siglo XIX promovía las ideas eugenésicas que, en el siglo XX, llevaron adelante los jerarcas del nazismo.
Conocí a Silvio Rodríguez cuando apenas se estrenaba la década de los 80. Por entonces, yo estudiaba Letras en la UBA, en el inefable edificio de Marcelo T, entre Azcuénaga y Uriburu. Todavía eran épocas de dictadura, poco consustanciadas con el libre ejercicio de la intelectualidad.