jueves, 21 de febrero de 2013

Los chicos siempre dicen la verdad...



... Al menos es lo que dice el dicho popular que incluye también a los borrachos. Y no pocas veces, la realidad lo comprueba.

Ya se sabe que el discurso homofóbico si de algo carece es de creatividad. En la Argentina tenemos mucha experiencia al respecto y las discusiones que se están desarrollando por estos días en algunos países de Europa acerca de la legalización del matrimonio igualitario no dejan lugar a dudas. A diario podemos leer y escuchar a los homófobos y homófobas del Viejo Continente, diciendo las mismas barbaridades que supieron exponer, allá por el 2010, nuestros inefables dinosaurios vernáculos. Nada nuevo. Absolutamente nada. Solo las mismas ideas retrógradas y cargadas de desprecio y odio que supieron destilar personajes nefastos como Negre de Alonso, Chiche Duhalde, la Hotton o el diputado Olmedo, por mencionar solo a algunos de los tantos que se vistieron de naranja por aquellos tiempos.

En los últimos días, el Secretario de Estado para el País de Gales del Reino Unido, David Jones declaró que las personas homosexuales no están capacitadas para educar a un niño. Así nomás, sin medias tintas. Ya quisiera yo que el señor (de alguna manera hay llamarlo) me explicara cómo hicimos entonces los que durante siglos y siglos hemos educado a los nuestros, logrando resultados que en nada difieren de los alcanzados por los progenitores heterosexuales (porque nunca está de más recalcar que los gays y las lesbianas no somos estériles y estamos en la tierra desde el comienzo de los tiempos). Pero hoy no busco polemizar a título personal con este cavernícola que tuvo la suerte o la astucia para llegar a un tan alto puesto en la administración británica. Eso es algo que perfectamente puede hacer un crío de primaria.

En una entrevista televisiva en la que trataba de explicar las razones por las que había votado en contra del matrimonio para todos, Jones aseguró que “el matrimonio es una institución que evolucionó a través de los siglos para crear un entorno confortable y seguro para educar a los hijos y las parejas del mismo sexo son claramente incapaces de hacerlo”.

Una pequeña de ocho años escuchó por la tele al señor Jones e, indignada, decidió escribirle una carta para manifestarle su descontento (raro pero cierto: ¿una carta y no un mail o un twitter?). La misiva escrita por la nena es la que ilustra este artículo y en ella dice:
“Querido Sr. Jones:
Estoy escribiendo para informarle que no estoy de acuerdo con que un niño no pueda ser educado por una lesbiana o un gay. Mi nombre es Elizabeth Burt y soy hija de madres lesbianas. Tengo una pequeña hermana, llamada Pippa y dos mamás, llamadas Karen y Alison. He sido perfectamente educada y por lo tanto no veo por qué usted dice eso. Mis amigos y yo creemos que cualquiera puede ser educado por alguien que lo ame, lo cuide y le dé felicidad.
Por favor, ¡responda!
Suya, sinceramente
Elizabeth”.
Cortito y al pie.

No he podido encontrar respuesta alguna por parte del Secretario, pero la carta de Elizabeth fue twiteada por una de sus madres y luego retwuiteada hasta el infinito por sus contactos. Las declaraciones de Jones armaron revuelo y el mismísimo Primer Ministro tuvo que salir a declarar que no estaba de acuerdo con las declaraciones de su subordinado y que su gobierno defiende tanto el matrimonio igualitario como el derecho a la adopción de las parejas de igual sexo. Otras voces se alzaron en contra de Jones, cuyas palabras solo buscan desacreditar derechos inherentes a una parte de la población, y exigieron una disculpa pública y una reunión con parejas homoparentales galesas.

Por su parte, DJ salió al cruce de la polémica y solo atinó a decir que sus declaraciones fueron tergiversadas (el viejo y manido “me sacaron de contexto”). Si bien admite haber hecho las declaraciones, “eso no quiere decir que yo esté en contra de las parejas estables y comprometidas entre personas del mismo sexo. Estoy completamente a favor de la unión civil y, en la entrevista, yo no dije que las parejas homosexuales no debían adoptar hijos. Esa no es mi opinión. Simplemente quise decir que, dado que las parejas del mismo sexo no pueden procrear, la institución del matrimonio debería, según yo, ser reservada para las parejas heterosexuales”. O sea: lo dijo pero no lo dijo.

Esto es todo por hoy. Desde las heridas callecitas de esta Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que, harto de escuchar siempre las mismas idioteces, sabe distinguir entre los que aclaran y los que oscurecen (me salió medio en verso, ja)


martes, 5 de febrero de 2013

Nada de bailar con el más feo


Ante todo debo aclarar que no soy un conocedor ni un amante del ballet. Y si hablamos de musicales, se me puede considerar más bien un detractor. No obstante, puedo reconocer el talento donde se manifieste.

Gracias al blog del catalán Javier Arnott Álvarez, Bajo el Signo de Libra (página que visito asiduamente ya que siempre presenta material interesante), conocí la versión, de 1996, del director y coreógrafo Matthew Bourne sobre el célebre ballet El Lago de los Cisnes, de Tchaikovski. Invertí mi tarde de hoy en disfrutar del video que gratuitamente se puede ver en Youtube (al final de este artículo lo pueden encontrar) y ciertamente han sido dos horas maravillosamente aprovechadas.

Más allá de la música de Tchaikovski (cuyo talento, a esta altura del partido, supongo yo que será indiscutible), la propuesta tiene la solvencia y el coraje propios de las obras destinadas a perdurar, demostrando además que nada tiene por qué ajustarse a los cánones tradicionales y siempre es posible otra mirada. Obvio que no es un espectáculo recomendable para aquellas personas que se aferran a los convencionalismos como si en ello les fuera la vida. Se trata, ante todo, de una producción cuyo eco se habrá de multiplicar justamente entre quienes gocen de una vida vivida con cierta irreverencia.

La obra comienza con un niño (el Príncipe), en su cama, padeciendo lo que parece ser una pesadilla que gira alrededor de un cisne. Despierta agitado y aparece su madre (la Reina). Cualquiera supondría que va a consolarlo, pero no. Desde el primer momento nos queda claro que esa mujer no es una madre como cualquier otra. Esta es incapaz de esbozar el más mínimo gesto afectivo hacia su hijo. Cuando el chico se pone demasiado demandante, ella se levanta y se va, sin importarle los ruegos del pequeño. Ingresa entonces un ejército de sirvientes, liderado por quien pareciera ser el Primer Ministro o algo así (personaje que me recuerda al hechicero malvado de la versión original). Al Príncipe lo visten y lo acicalan como si fuera una marioneta (escena sospechosamente similar, en la última versión cinematográfica de María Antonieta). Cuando el chico está listo, la escena pasa a una serie de actos oficiales donde el Príncipe sufre y se aburre (algo así como “los niños que tienen tristeza” tan en boga allá por los 90). La Reina lo regaña y lo instruye para simular simpatía y resultar agradable ante los demás. En el transcurso de la escena, aparece el Príncipe ya crecido pero igualmente hastiado por los compromisos protocolares

En ese contexto, el muchacho conoce a una rubia muy emperifollada y de modales un tanto rústicos. Obvio que se encandila con ella, pero no ve que el Ministro los contempla con malévolo placer. Por el contrario, la misma escena no cuenta con la aprobación de la Reina, quien supongo pretenderá una candidata más refinada para su conflictuado hijo. Sin embargo, ella no duda en coquetear con los muchachitos que pululan a su alrededor. Pasamos entonces a una función de teatro. Asisten el Príncipe, acompañado de la Rubia, el Ministro, la Reina y uno de los muchachitos que flirteaba con la Reina en la escena anterior. Este es uno de los tramos más simpáticos de la obra, ya que en el escenario que se muestra junto al palco donde están los protagonistas (en una maravillosa demostración de cómo el teatro también puede mostrar teatro), se desarrolla una historia de ballet en el que un grupo de mariposas luchan contra unos monstruos que parecen árboles y son ayudadas por un leñador que termina enamorándose de la reina de las mariposas (que a diferencia de sus coloridas súbditas es blanca, casi una polilla). El tono de la escena es claramente paródico y muy divertido. Sobre todo porque desde el palco, la Rubia se muestra desubicada y grotesca con sus ademanes y risotadas, generando el fastidio de la Reina.

Hay mucho sicologismo en la historia y la pelea constante entre madre e hijo tiene una relevancia que no se puede pasar por alto. Sus encuentros son siempre ríspidos e incluso violentos, él reclamando el amor de su madre y ella rechazándolo sistemáticamente. Después de una fuerte discusión entre ambos, el Príncipe termina en un cabaret donde todo el mundo baila y se emborracha. Incluso el Príncipe, que se encuentra allí con la Rubia y con el Ministro (pero este está disfrazado). Luego de una situación muy confusa, el muchacho sale del bar y es tal su borrachera que es incapaz de caminar y cae al suelo. Allí ve salir al Ministro y presencia el momento en que le entrega dinero a la Rubia, dándose cuenta del complot.

Deprimido por su descubrimiento, el Príncipe se halla ahora en un parque y es acá donde comienza lo verdaderamente maravilloso y novedoso de la obra. El tipo se siente una basura, rodeado por una madre que lo desprecia, un ministro que solo buscar sacar provecho y una mina que dice amarlo pero que solo es una contratada para enamorarlo. Entonces, en el lago del parque (porque si estamos hablando de EL LAGO DE LOS CISNES, tiene que haber un lago) presencia la aparición de un grupo de estas aves que realizan una danza por demás hipnótica. Lo extraño es que estos cisnes ya no son las delicadas damiselas vestidas de tutú blanco que solían aparecer en los ballets tradicionales. Estos cisnes son varones, tiene el torso desnudo y llevan unas bermudas emplumadas que “dan vuelo” a sus movimientos. Y la figura principal de este grupo de aves tampoco es una damisela, sino también un varón muy atlético y elegante que termina por brindarle al Príncipe el afecto que no ha encontrado ni en su madre ni en la Rubia. ¡Chupate esa mandarina! Si había algo que no esperaba, era semejante vuelta de tuerca. Si ven la obra por Youtube, tengan presente que este tramo corresponde al final de la primera parte y el compaginador que subió el video a la web tuvo el mal gusto de cortar el archivo veinte segundos antes de que terminara la escena. Además de bronca por la falta de cuidado en detalles tan importantes, uno experimenta una especie de ahogo equiparable a esa situación en la que, en pleno orgasmo, se abre la puerta y entra el hijo pequeño reclamando un vaso de agua.

Lo que sigue adquiere ribetes realmente shakespearianos. Se presenta un gran Baile Real (de realeza y no tanto de realidad) y una pasarela donde las personalidades entran al salón como lo hacen las estrellas de Hollywood a la entrega de los Oscar. Llegan la Reina y el Príncipe y se inicia la danza. Está la Rubia pero el Príncipe no quiere saber nada con ella. Allí es donde hace su aparición un joven hermoso y vestido de negro. “¡El Cisne Negro!” piensa uno. Y no se equivoca. El tipo se hace el galán con todas las minas presentes y sobre todo con la Reina, que no le hace asco. Así se produce una situación por demás bizarra en la que el Príncipe empieza a competir con su propia madre por los favores del mismo hombre. Entretanto, a través de gestos y miradas queda en evidencia que se trata de una nueva jugarreta del Ministro. Los asistentes se burlan del Príncipe mientras la Reina es definitivamente seducida por el Cisne Negro, lo cual termina por desquiciar a su hijo, que saca una pistola y amenaza con matarlos a los dos. La Rubia intenta impedirlo y el Ministro también saca un arma y apunta al Príncipe. Se produce un forcejeo y finalmente el Ministro dispara, matando a la Rubia que queda tendida entre los brazos del joven desquiciado. Por orden de la Reina, el Príncipe es retirado de escena y ella se refugia en los brazos del Cisne, quien mira con complicidad al Ministro y termina la escena.

Llegamos entonces al final. El Príncipe es encerrado en su cuarto y la ventana ahora tiene rejas. Ingresan la Reina y el Ministro, pero ahora vestidos de médicos, acompañados de un ejército de enfermeras con máscaras idénticas a la cara de la Reina. Una escena similar a la inicial pero con significado bien diverso, el Príncipe es sometido a una serie de prácticas que terminan siendo casi una sesión de tortura. Cuando todos se van, él queda tendido en su cama, supuestamente dormido a causa de los sedantes que le administraron. Surgen en ese momento, por debajo de la cama, los cisnes que viera en la escena del parque y empiezan a bailar con él. Todo hermoso hasta que aparece, desde dentro de la cama, el Cisne Blanco que le diera su afecto. El Príncipe, al verlo, abandona a los demás cisnes y éstos, al verse despreciados, lo atacan violentamente. El Cisne Blanco sale en su defensa y allí, en una coreografía majestuosa muy distinta a la que uno suele ver en versiones más tradicionales, los cisnes matan a su antiguo líder, sin que el Príncipe pueda hacer nada para salvarlo. Se derrumba entonces sobre la cama y los cisnes asesinos desaparecen como llegaron. La escena final nos muestra a la Reina entrando en el aposento y descubriendo a su hijo muerto. Es la única vez en que va a exteriorizar sus sentimientos, tomándolo entre sus brazos como La Piedad y llorando desconsoladamente, mientras en la ventana, tras las rejas, una imagen esfumada del Cisne Blanco lo muestra con el niño Príncipe del inicio entre sus brazos.

Y colorín-colorado, esta historia ha terminado. Pero acá les dejo los videos para que (si gustan) vean esta maravilla con sus propios ojos.





La vi dos veces en la misma tarde y estoy seguro de que en los próximos días voy a volver a verla. Para más dato, les cuento que esta versión es la que aparece en el final de "Billy Elliot" y el actor de que hace de Billy ya grande es Adam Cooper, el mismo que representa al Cisne en la puesta de Bourne. Si me preguntaran cuál es la reacción que me generó en esta tarde de febrero, sin dudas respondería “FASCINACIÓN”.

Eso es todo por hoy. Desde las calurosas y veraniegas callecitas de la siempre misteriosa y ahora herida Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que ha sabido ser Príncipe muchas veces en su vida y, otras menos, algo así como un Cisne, aunque mis plumas nunca lucieron tan bien como las de Cooper (a más de uno se la dejo picando).




Novelas de Carlos Ruiz Zafón