lunes, 26 de marzo de 2012

Daniel Zamudio - por Bruno Bimbi

Hoy solo comparto una nota de Bruno Bimbi, publicada en su blog de TN, que habla por sí sola...



Daniel Zamudio


Por Bruno Bimbi

Por estos muertos, nuestros muertos, pido castigo.
Pablo Neruda

Daniel Zamudio nació en Bogotá pero vive en Río de Janeiro. Es soltero y tiene dos hermanos. Su mamá se llama Sandra. Le gustó mucho la película “Bastardos sin gloria”, de Quentin Tarantino.
Daniel Zamudio vive en Salvador y está de novio con Raissa. Tiene el pelo medio enrulado y un tatuaje en el brazo. A veces usa anteojos negros.
Daniel Zamudio estudió derecho y economía en la Universidad Autónoma del Estado de México. Tiene una camioneta blanca y usa el pelo corto.
Daniel Zamudio vive en Lomas de Zamora y trabaja en la Asociación Mutual de Protección Familiar. Estudió en la UCES y es hincha de River. Le gustan mucho Los Piojos, Divididos y los Redonditos de Ricota.
Daniel Zamudio estudió ciencias químicas e ingeniería en la Universidad Autónoma de Baja California. Vive en Tijuana y habla inglés. Está de novio con una morocha de pelo largo que se llama Zyanya. Es probable que se hayan conocido en la facultad.
Daniel Zamudio va a cumplir cuarenta años en febrero de 2013 y vive en Buenos Aires. Tenemos una amiga en común. En 2009 estuvo en Viña del Mar.
Daniel Zamudio es profesor de ciencias naturales en tres escuelas de Ledesma, Jujuy. Es casado.
Daniel Zamudio trabaja en un Mc Donalds de California.
Daniel Zamudio está con muerte cerebral . Desde el 3 de marzo estaba en un hospital, en Santiago de Chile, y los médicos hacían todo lo posible para salvarle la vida.
A Daniel Zamudio lo golpearon hasta dejarlo inconsciente. Le apagaron cigarrillos en el cuerpo. Le desfiguraron la cara. Le arrojaron varias veces una piedra: en el estómago, en el rostro y en otras partes del cuerpo. Le arrancaron parte de una oreja. Le rompieron una botella en la cabeza y le marcaron tres cruces esvásticas en la piel con pedazos de vidrio. Hicieron palanca con una de sus piernas hasta que el hueso cedió y se rompió. Los médicos dicen que sus órganos están tan deteriorados que ni siquiera sirven para ser donados.
Daniel Zamudio es diferente de cada uno de sus tocayos en muchas cosas, como ellos lo son entre sí. Pero una sola les importó a sus asesinos. Era lo único que sabían sobre él. Lo único que les parecía relevante. Daniel Zamudio era gay.
No les importó su edad. Daniel Zamudio tiene 24 años, pero no llegará a cumplir 25.
No les importó su apariencia. Daniel Zamudio tenía el pelo corto y usaba anteojos.
No les importó dónde trabajaba, qué idiomas hablaba, qué estudiaba, qué música escuchaba, cuál era su comida favorita.
Daniel Zamudio era gay y con eso alcanzaba.
Sus asesinos —los autores materiales, que no son los únicos— se llaman Raúl López, Patricio Ahumada, Fabián Mora y Alejandro Angulo. El más chico tiene 19 años y el más grande, 26.  López contó que cuando le rompieron la pierna a Daniel, “sonaron como unos huesos de pollo, y como ya el muchacho estaba muy mal, nos fuimos cada uno por su lado”.
***
En 2009, la Iglesia católica chilena publicó un libro titulado “Homosexualidad juvenil: orientaciones educativo pastorales”, presentado en público con la presencia del presidente del Área de Educación de la Conferencia Episcopal de Chile, Mons. Carlos Pellegrin. La publicación dice que la homosexualidad es “un desequilibrio y una desviación” y la compara con el sadismo, el masoquismo, la pedofilia y la bestialidad. Dice también que “la actividad homosexual impide la propia realización y felicidad porque es contraria a la sabiduría creadora de Dios” y que “el acto homosexual es pobre y empobrece a quien lo realiza”, y acusa a los gays de narcisistas, pecadores y desviados, cuyos actos “desordenados” no pueden recibir aprobación alguna.
Entrevisté entonces para el diario Crítica a Javier Díaz, uno de los autores del libro, miembro del Equipo de Evangelización y Catequesis de la Inspectoría Salesiana de Chile. Lo que sigue es un fragmento de la entrevista :
—¿Qué sentiría usted si fuera homosexual y leyera su libro?
—Me sentiría contento, porque por fin soy valorado como persona y no por mi sexualidad, y el libro me dice que soy hijo de Dios y que las dificultades que estoy sintiendo, así como uso lentes, si tienen una relación con los crímenes, los asesinatos o la pornografía es porque como seres humanos estamos dañados.
—No entiendo lo que dice. En principio, explíqueme lo de los lentes…
—Yo soy miope y eso es algo que no debería vivir; está presente porque el plan de Dios se ha desvirtuado, así como otras personas están enfermas o han muerto.
—¿Ser homosexual es como usar lentes, estar enfermo o morirse?
—La cuestión de fondo es que hay algo que no debería existir. Hay personas a las que se les ha tergiversado el desarrollo normal hacia la heterosexualidad, así como mi vista está dañada y así como todos morimos.
La homosexualidad es algo que no debería existir, dice Díaz.
Lo mismo pensaron Raúl López, Patricio Ahumada, Fabián Mora y Alejandro Angulo.
Daniel Zamudio dejará de existir gracias a ellos. 
Terminé mi nota para Crítica citando un texto de la periodista chilena Pilar Pezoa que decía: “Monseñor Pellegrin jamás se ensuciaría las manos pegándole a una ‘loca’ en la calle. Respondería que cómo se me ocurre que haría o apoyaría vulgaridades o crímenes como esos. Pero la próxima vez que un brutal e indignado heterosexual decida insultar, golpear o hasta matar a un gay, ya no sólo podrá decir que lo hace porque él no soporta a los anormales y a los desviados, sino que hay autoridades religiosas y seculares, gente con cargos y poder, que piensan más o menos lo mismo que él”.

(Pueden leer el artículo original y los comentarios -muchos de los cuales vale la pena leer- en http://blogs.tn.com.ar/todxs/2012/03/25/daniel_zamudio/




jueves, 8 de marzo de 2012

Susana Trimarco: ejemplo de que se puede



Cada año, para estas fechas, los muros feisbuqueanos, los blogs y twitters suelen poblarse de salutaciones y artículos varios referidos al Día Internacional de la Mujer. Estoy seguro de que muchas y muchos entre quienes participan de este ritual pagano desconocen por completo las razones históricas de tal conmemoración. No seré yo, sin embargo, el encargado de iluminar ese bache cultural (para eso existe WIKIPEDIA). Muchas personas, incluso, suelen caer en viejos lugares comunes y declaman con orgullo que “días de la mujer son los trescientos sesentaicinco días del año”. Tampoco voy a entrar en la polémica. Aunque no me privaré de opinar que la demagogia no cotiza tanto como el respeto.

De todos modos, cada año para estas fechas, suelo preguntarme íntimamente qué mujer sería la merecedora del “premio a la mujer del año” y mi selección siempre resulta engorrosa, además de parcial e intrascendente. Pero la consideración de la vida misma puede, en muchos casos, merecer los mismos calificativos, razón por la cual insisto una y otra vez, año tras año. Claro que cualquiera podría preguntarse para qué sirve tal galardón y una respuesta rápida bien podría asegurar que no sirve para nada. En cambio, si nos ponemos a pensar, si consideramos las desventajas que aun hoy deben afrontar las mujeres en medio de las distintas culturas machocéntricas que pueblan el amplio espectro de nuestras sociedades, la respuesta se hace acreedora a una mayor deferencia.

Imposible no pensar por estas fechas en Susana Trimarco, una mujer que ha sacado de sus tripas el coraje inconmensurable que le otorga su maternidad para llevar adelante una investigación que ni las autoridades gubernamentales tuvieron la voluntad de emprender. He escuchado por ahí que una madre es capaz de todo por sus hijos, pero la realidad nos enrostra que, entre todas las madres cuyas hijas han sido víctimas de la trata, solo Susana Trimarco ha tenido la fuerza de luchar contra viento y marea, de enfrentarse a vaya uno a saber qué peligros y mafias, con tal de dilucidar el misterio que envuelve a la desaparición de Marita. Desaparición que ya se ha extendido durante NUEVE AÑOS sin que los poderes del Estado hayan podido darle a Susana una solución o una respuesta que aplaque su insoportable dolor y su desesperación. Cada quien hace lo que puede con la cruz que le toca, pero habrá que reconocer que hay quienes pueden más que el común de los mortales. En ese sentido, no faltará quien opine que la fortaleza de espíritu no es privilegio del género femenino y sin dudas voy a estar de acuerdo con ello. Lo que pasa es que, si hablamos de trata (y sin ánimos de bastardear el tema reduciéndolo a un impúdico Boca-River de los derechos humanos), las mujeres se llevan la peor parte.

Somos muchas las personas que, en nuestro país y en el mundo, seguimos con atención el juicio oral y público que se está desarrollando por estos días en la ciudad de Tucumán. Juicio que por fin lleva al banquillo a trece imputados por la desaparición de Marita Verón. Juicio que nunca hubiera tenido lugar sin la terca convicción, la férrea voluntad y el temerario amor de una madre como Susana Trimarco.

Algunas personas preferirán autoengañarse y quedarse con la idea de que en el Jardín de la República solo se está sometiendo a juicio a unos tipos responsables de un delito. Pero este juicio no es solo eso, sino que además es un enjuiciamiento a tantos años de hacernos los boludos. Este juicio, para quienes tienen la honestidad de verlo, también pone en evidencia la naturalización del proxenetismo y la aceptación irresponsable (sin causas valederas pero con terribles efectos) de una condición sub-masculina a la que se desecha todo ser humano que no encaje en la escueta definición de “macho”. Y es más: este juicio, que desenmascara la hipocresía y la doble moral del patriarcado, le grita piedra libre a la complicidad de jueces, policías y políticos, sin cuya protección las redes de trata de mujeres, niñas y niños no podrían actuar con la libertad con que lo hacen. Susana ha denunciado públicamente y con nombre y apellido a elevados funcionarios de gobiernos provinciales y a miembros del aparato judicial y de seguridad. Una de las ciento veintinueve víctimas liberadas, gracias a las acciones emprendidas por la madre de Marita, se negó a declarar frente a un juez de La Rioja por haberlo reconocido como uno de los asiduos clientes del prostíbulo donde ella estaba secuestrada. ¿Puede una persona cabal y honesta seguir mirando para otro lado cuando se le enrostra que la sociedad en la que vivimos ha estado conviviendo con esta tragedia cotidiana y silenciosa durante décadas sin que a ninguno de nosotros nos haya nacido la voluntad de decir basta, sin que a ninguno se nos haya ocurrido sencillamente la idea de cuestionar cuán natural puede ser que una mujer resulte apenas una cosa al servicio del placer del macho?

Tenemos por delante una gran tarea educativa. La trata de personas existe; no son pocas las mujeres que mueren quemadas por machos celosos y déspotas; las disputas conyugales siguen resolviéndose a los golpes; aunque tambaleante, el machismo sigue reinando en nuestros hogares, en nuestras escuelas y hasta en nuestro lenguaje; los adolescentes gays se siguen suicidando agotados por el acoso al que son sometidos a raíz de su condición sexual; las personas trans se ven obligadas día a día a defender su identidad y su integridad frente a la violencia de una sociedad que no comprende que todas y todos tenemos derecho a ser quienes sentimos que somos... Mientras todo esto siga formando parte de nuestro presente, habrá que seguir trabajando en contra de una cultura que nos ha enseñado durante siglos que todos somos iguales, pero también que algunos son más iguales que otros, de acuerdo a lo que tengan entre las piernas y al uso que haga de esos atributos.

Estamos en una época de cambios. Una época en la que Susana Trimarco hace diferencia. ¿Por qué? Sencillamente porque, más allá de la sentencia a la que arribe el tribunal tucumano, ella es el ejemplo cabal de que se puede luchar contra el sistema con la decisión de abjurar las injusticias y mejorar lo heredado.

Todas y todos podemos aceptar lo que nos caiga encima con encomiable estoicismo. Pero también podemos asumir los costos y hacer algo para que las generaciones futuras sean capaces de ver las iniquidades de hoy (esas que nos siguen pareciendo tan “naturales”) como lo que realmente son: malditos engendros de una cultura que se nutre de odio, discriminación y violencia.

Esto es todo por hoy. Desde las callecitas de la siempre misteriosa Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires se despide Víktor Huije, apenas un cronista de su realidad que en el día de la fecha busca homenajear en una mujer a todas las mujeres que aman y se esfuerzan día a día por defender su dignidad (más allá de lo que haya entre sus piernas, por supuesto).




Novelas de Carlos Ruiz Zafón